Tendemos,
cuando de conflictos bélicos se trata, a igualar la deshumanización de
los distintos bandos combatientes. Quizá sea verdad. Quizá una vez la
violencia se enquista ya no haya diferencia entre unos y otros. Pero eso
no exime de responsabilidad, ni justifica de ninguna manera a los que
provocan que la muerte sea la solución a cualquier tipo de disputa.
Hoy que todo parece relativo, hablar de ‘buenos y malos’ resulta casi arcaico y, sin embargo, sigue sin ser lo mismo agredir que defenderse, provocar que verse involucrado, o matar por poder, que morir por voluntad ajena. Sin saber en muchos casos siquiera el porqué.
Más allá de los condicionantes éticos particulares, es fácil disparar un arma de mano: solo hay que apretar un gatillo. Y es más fácil todavía lanzar una bomba sobre una población desde miles de metros de altura, y mucho menos comprometido para el emisor. Y en el colmo de la sencillez está apretar un botón como quien disfruta de un videojuego, o dar la orden de apretarlo.
El resultado, en cualquiera de estos casos es lo que se siente en esta imagen:
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Y lo único que podemos hacer, si no hemos tenido el criterio y la decisión suficiente para, al menos, exigir con todas nuestras fuerzas que nunca se llegue a estos extremos, es hundirnos y llorar por el resultado de la sinrazón, como hace este fotógrafo. También, aunque en menor medida, por la nuestra: la de los presuntos inocentes.
Hay días en los que es imposible creer en nuestra especie. Pero este tipo de cortocircuitos emocionales parecen querer decir que quizá sí tengamos algún valor.
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Hoy que todo parece relativo, hablar de ‘buenos y malos’ resulta casi arcaico y, sin embargo, sigue sin ser lo mismo agredir que defenderse, provocar que verse involucrado, o matar por poder, que morir por voluntad ajena. Sin saber en muchos casos siquiera el porqué.
Más allá de los condicionantes éticos particulares, es fácil disparar un arma de mano: solo hay que apretar un gatillo. Y es más fácil todavía lanzar una bomba sobre una población desde miles de metros de altura, y mucho menos comprometido para el emisor. Y en el colmo de la sencillez está apretar un botón como quien disfruta de un videojuego, o dar la orden de apretarlo.
El resultado, en cualquiera de estos casos es lo que se siente en esta imagen:
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Y lo único que podemos hacer, si no hemos tenido el criterio y la decisión suficiente para, al menos, exigir con todas nuestras fuerzas que nunca se llegue a estos extremos, es hundirnos y llorar por el resultado de la sinrazón, como hace este fotógrafo. También, aunque en menor medida, por la nuestra: la de los presuntos inocentes.
Hay días en los que es imposible creer en nuestra especie. Pero este tipo de cortocircuitos emocionales parecen querer decir que quizá sí tengamos algún valor.
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