Cuando los soldados aliados desembarcaron en Normandía en junio de 1944,
contaron con una nueva arma que les daría una gran ventaja sobre los
alemanes: la penicilina. Probada en humanos solo tres años antes, el
proceso para obtenerla era tan complicado y artesanal que se necesitaba
un año de producción para tratar a una sola persona. Pero EE UU puso
toda su maquinaria científica y farmacéutica a trabajar para conseguir
que los militares tuvieran para el Día D antibiótico suficiente para
curar a 300.000 soldados. Para algunos, el proyecto Penicilina fue aún
más grande que el proyecto Manhattan para obtener la bomba atómica.
Tras su descubrimiento por el británico Alexander Fleming, también
fueron científicos británicos, liderados por el patólogo Howard Florey y
el biólogo Norman Heatley, los que descubrieron el uso terapéutico de
la penicilina en 1941. No lograron salvar a su primer paciente,
un policía inglés, porque al quinto día de tratamiento se había acabado
todo el antibiótico purificado en un año. Sin embargo, estaban
convencidos de que un fármaco que pudiera combatir la primera causa de
muerte de los heridos, las infecciones por delante de las balas, daría
una gran ventaja a quien lo tuviera primero.
Pero en aquel tiempo, con los alemanes bombardeando sin cesar y con
la amenaza real de una invasión, las autoridades británicas no estaban
para desviar recursos del esfuerzo bélico. Con unas muestras de Penicillium notatum,
el moho del que obtenían la penicilina, Florey y Heatley viajaron a EE
UU en el verano de 1941. Allí hallaron el músculo científico, industrial
y financiero para refinar la producción de la penicilina y hacerla
masiva.
La existencias de penicilina de 1941 no bastaron
para curar a una persona. Tres años después había dosis para tres
millones de soldados
"Sin la intervención de EE UU no habría sido posible la producción
masiva de la penicilina", dice el profesor de bacteriología de la
Universidad de Wisconsin-Madison, Marcin Filutowicz. Coordinados por la
división de investigación del Departamento de Agricultura de EE UU
(USDA), 40 laboratorios de investigación, las cuatro grandes
farmacéuticas de entonces, entre las que estaban Merck y Pfizer, una
decena de universidades y, con el tiempo, una treintena de plantas de
producción se afanaron en la búsqueda de una variedad del moho de alto
rendimiento. Solo en Wisconsin-Madison participaron 50 científicos.
Al principio los avances fueron escasos. Usando penicilina obtenida
de la cepa traída por Florey y Heatley, los científicos trataron al
primer paciente estadounidense en marzo de 1942 de una septicemia. La
infección remitió por completo pero a costa de agotar la mitad de la
producción obtenida hasta entonces. Se necesitaban entre uno y dos
millones de unidades de penicilina para tratar una infección
administradas en ampollas inyectables que contenía entre 100.000 y
300.000 unidades.
"Cuando llegaron los ingleses, supimos que estaban logrando unas
cuatro unidades por mililitro de penicilina", decía el responsable del
Centro Regional del USDA de Peoria (Illinois), el micólogo Kenneth
Raper, en una entrevista años después.
Para finales de año ya lograron 40 unidades por mililitro, 10 veces más
pero aún insuficientes. Había que lograr elevar el rendimiento del moho
de forma exponencial y cuanto antes. Los alemanes también estaban
investigando con unas cepas herederas de las de Fleming. Más importante
aún: A comienzos de 1943, se aprobaba la Operación Overlord, nombre en
clave del plan para desembarcar en Normandía al año siguiente. Para
entonces harían falta miles de millones de unidades cuando no billones.
Un hecho fortuito vino a ayudarles.
La bacterióloga Elizabeth Mcoy identificó la cepa mutante que acabó en el petate de los soldados.Universidad de Wisconsin-Madison
El laboratorio de Raper se encontraba rodeado de extensos campos de
maíz. Usaban una lactosa obtenida de las mazorcas como medio para
cultivar el P. notatum. Allí habían llegado las muestras del
moho británico. Antes los escasos avances, Raper pidió a los militares
que le enviaran nuevas cepas recogidas en diversas partes del mundo.
Pero el primer gran avance lo hallaron mucho más cerca. Una asistente de
su laboratorio, Mary Hunt, compró un melón cantalupo ya mohoso en una
frutería de Peoria. Comprobaron que el hongo era otra especie, la Penicillium chrysogenum, que rendía hasta 100 unidades por mililitro de penicilina en estado natural.
La cepa más productiva se obtuvo del moho de un melón cantalupo comprado en una frutería
Raper envió muestras del moho del melón a varias universidades del
país. Había que encontrar una manera de aumentar ese rendimiento
natural. Lo probaron todo, desde la selección artificial hasta la
radiación. Investigadores del laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva
York irradiaron las muestras con rayos X obteniendo centenares de cepas
mutantes. Pero fue otra científica de Wisconsin-Madison, la microbióloga
Elizabeth McCoy, la que identificó la cepa mutante más prometedora.
Tras someterla a radiación ultravioleta para inducir nuevas mutaciones,
lograron la Q-176, la cepa más productiva del proyecto y la que acabó
desembarcando en Normandía.
En un informe de 1946,
el que fuera responsable de la división de fermentación en Peoria y
colega de Raper, Robert Coghill, relata cómo la Q-176 permitió escalar
la producción. De los apenas 400 millones de unidades de penicilina
producidas en junio de 1943 se pasó a 117.000 millones en junio de 1944 y
seis veces más al final de la guerra. En palabras de Filutowicz, "la
producción de la penicilina fue el primer gran paso en el desarrollo de
la microbiología industrial". Y, si se le suma el programa paralelo de
lograr una penicilina sintética, algo que se logró años más tarde, "el
proyecto de la penicilina superó al proyecto Manhattan".
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