“Lo que calla Occidente sobre el terrorismo islámico” por Eliseo Oliveras Kaos en la red
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El
terrorismo islámico golpea no solo en Europa y Estados Unidos, sino
también en África, Oriente Próximo y Asia hasta su extremo oriental. Los
datos del Departamento de Estado estadounidense indican que unas 20.800 personas —sin incluir a los perpetradores— murieron en 2015 víctimas de ataques terroristas islámicos
en todo el mundo. Durante 2016, los recuentos informales cifran los
atentados islámicos en más de 2.400 repartidos por 59 países con unas
21.000 víctimas mortales.
Este terrorismo yihadista no es un
fenómeno que haya surgido con el nuevo siglo, sino que es fruto de un
largo y doble proceso histórico: primero, la colaboración reiterada de
las potencias occidentales con grupos extremistas islámicos por
intereses a corto plazo sin preocuparse de las consecuencias a largo
plazo, y segundo, la promoción mundial del extremismo islámico por parte
de Arabia Saudí y los países del Golfo.
Colusión occidental con los extremistas
Las
potencias occidentales han utilizado durante más de un siglo a los
extremistas islámicos para combatir en los países musulmanes a las
fuerzas políticas seculares consideradas una amenaza para sus intereses
geoestratégicos y económicos, pese a que esos extremistas eran aún mucho
más hostiles a Occidente. El islam se utilizó también como arma contra
los partidos marxistas y comunistas.
El Gobierno británico utilizó
a lo largo del siglo XX a los extremistas islámicos para promover sus
objetivos internacionales y mantener su capacidad de injerencia en la
política nacional o exterior de países claves en el mundo postcolonial a
través de su uso como fuerzas de choque para desestabilizar Gobiernos,
promover golpes de Estado, eliminar líderes incómodos o para apuntalar
Gobiernos amigos, como detalla el historiador Mark Curtis en su libro Secret Affairs.
Promoción saudí del extremismo islámico
Desde
la década de 1970, Arabia Saudí y los países del Golfo financian con
sumas multimillonarias anuales la expansión del salafismo wahabita con
el objetivo de convertirlo en la versión hegemónica del islam. El
salafismo wahabita, con su interpretación anticuada y yihadista del
islam, el adoctrinamiento en el odio religioso y su condena de la
democracia y los valores occidentales como incompatibles con el islam,
es la base ideológica del autodenominado Estado Islámico (ISIS), Al
Qaeda y la mayor parte de los grupos terroristas islámicos existentes.
Por motivos económicos, los países occidentales y del resto del mundo se
han mostrado pasivos ante esa campaña de proselitismo del islam más
extremista, que incluye la yihad como un elemento esencial de la
doctrina.
La progresiva radicalización islamista actual y el
desarrollo de grupos yihadistas son el efecto acumulado de esa masiva
inyección de fondos saudís para la financiación de mezquitas, imanes,
centros coránicos, escuelas religiosas, libros, viajes y becas de
estudio en la Universidad de Medina. El ejército filipino, por ejemplo,
lleva siete semanas —desde el 23 de mayo— intentando recuperar el
control de la ciudad de Marawi, tomada por islamistas vinculados a ISIS, y las autoridades indonesias admiten que hay células de ISIS en casi cada provincia.
Gran
Bretaña ya empezó a finales del siglo XIX y a principios del XX a
instrumentalizar y a potenciar la radicalización de los grupos y las
comunidades musulmanas en la India colonial para debilitar el secular
movimiento independentista indio. Como consecuencia de esa política se
derivó la partición de India, el nacimiento de Pakistán —‘tierra de
pureza’—, las sucesivas guerras con India y el apoyo del Estado
paquistaní de diferentes grupos terroristas islámicos como una
herramienta de su política exterior, como Lashkar-e-Taiba —‘ejército de
los puros’—.
Gran Bretaña contribuyó decisivamente al actual auge
del extremismo islámico cuando traicionó a su aliado de la Primera
Guerra Mundial contra el Imperio otomano, el moderado rey hachemita
Husein ben Ali, y apoyó a Abdelaziz bin Saud, que se hizo con el control
de los lugares santos de La Meca y Medina y conquistó Arabia de 1920 a
1932. El Gobierno británico no dudó en apoyar la expansión saudí pese al
carácter extremo de su ideología wahabita, las masivas matanzas contra
la población civil y el uso del terror como herramienta de dominación
—la guerra causó 400.000 víctimas y un millón de exiliados— y pese al
precedente de las matanzas del primer reino saudí a finales del siglo
XVIII y principios del XIX, descritas por Ali Bey en sus Viajes.
Winston
Churchill, secretario de Colonias y después ministro de Finanzas en esa
época, fue uno de los mayores defensores de Bin Saud porque era
“absolutamente fiel” a Gran Bretaña, aunque en 1921 describía su régimen
ante la Cámara de los Comunes como “sediento de sangre”. Churchill, ya
como primer ministro, incluso consideró en mayo de 1941 otorgar al rey
saudí la tutela de Jordania e Irak. A partir de 1945, EE. UU. sustituyó a
Londres como principal potencia protectora de Arabia Saudí. Para ampliar: Churchill and Palestine 1939-1942, Gavriel Cohen, 1976
Contra Nasser y Mosaddegh
Tras
la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña, Francia y EE. UU. apoyaron y
financiaron a los Hermanos Musulmanes, organización fundada como grupo
terrorista por Hasán al Banna en 1928 para combatir a los movimientos
nacionalistas árabes seculares, los partidos de izquierda y en especial
al carismático presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, aunque la
organización era virulentamente más antioccidental que los nacionalistas
árabes. La colaboración occidental con los Hermanos Musulmanes incluyó
la financiación de intentos de asesinato de Nasser. Para ampliar: MI6: Inside the Covert World of Her Majesty’s Secret Intelligence Service, Stephen Dorril, 2002
Otro
momento clave de la alianza de Gran Bretaña y EE. UU. con los
islamistas fue la operación para derrocar al Gobierno democrático de
Mohammad Mosaddeq en Irán en 1953 porque perjudicaba los intereses
petrolíferos occidentales. El MI6 británico y la CIA norteamericana
financiaron al clérigo chií y a la organización terrorista Fedayines del
Islam para atacar al Gobierno y crear disturbios contra Mosaddeq.
Aunque a corto plazo EE. UU. y Gran Bretaña preservaron sus intereses
económicos y petrolíferos, el golpe reforzó el poder de los ayatolás y
ha conducido a que en la actualidad haya en Irán una república islámica
en lugar de una democracia secular.
Afganistán y sus secuelas
La
connivencia de las grandes potencias occidentales con el extremismo
islámico alcanzó su cénit durante la guerra de Afganistán, en la que se
financió y armó a múltiples grupos yihadistas, como Al Qaeda, Hermanos
Musulmanes e Hezbi Islami, y a extremistas como Osama bin Laden y
Gulbudin Hekmatiar no solo para luchar en Afganistán, sino para realizar
ataques terroristas en el interior de las repúblicas soviéticas de
Uzbekistán y Tayikistán. Londres y Washington iniciaron el respaldo a
los extremistas en Afganistán contra el Gobierno de Kabul antes de la
invasión soviética. El objetivo era provocar el despliegue militar soviético y crear “el Vietnam de la URSS”,
como reconoció posteriormente el consejero nacional de seguridad del
presidente Carter, Zbigniew Brzezinski. En todo este operativo
intervinieron activamente Arabia Saudí, Pakistán y Egipto.
Tras la
retirada soviética de Afganistán, la semilla del extremismo islámico se
expandió con el retorno a sus países de los combatientes islamistas,
entrenados en el combate y los explosivos e ideologizados en la yihad,
el salafismo wahabita y el integrismo de los Hermanos Musulmanes. Fuente: Cartografía EOMEn
1989, un golpe militar islamista dirigido por Omar al Bashir derrocó al
Gobierno democrático en Sudán y estableció un Estado islámico. Al Bashir está acusado de genocidio y crímenes contra la humanidad por el Tribunal Penal Internacional.
En Argelia, los radicales se organizaron en el Frente Islámico de
Salvación y el Grupo Islámico Armado (GIA) en la posterior guerra civil
argelina (1991-2002). En Egipto, mientras los Hermanos Musulmanes
ganaban peso político y social, los grupos yihadistas comenzaron a
multiplicar los atentados terroristas desde 1990. Inicialmente, el
principal grupo era Al-Gama’a al-Islamiyya —El Grupo Islámico—; después
aparecieron otros grupos vinculados a Al Qaeda y, más recientemente, a
ISIS.
El arraigo de yihadistas de Al Qaeda en Yemen —y ahora
también de ISIS— se remonta a la década de 1980, cuando Gran Bretaña,
EE. UU. y Arabia Saudí diseñaron y financiaron una campaña de bombas y
ataques terroristas contra el Gobierno marxista de la antigua colonia
británica de Yemen del Sur.
Londres se convierte en Londistán
El
yihadismo, robustecido exponencialmente durante la guerra de
Afganistán, comenzó a alcanzar a Europa en forma de ataques terroristas
en 1995 con los atentados del metro de París y la bomba en el
restaurante El Descanso de Madrid mientras el Gobierno británico
persistía en su política de usar a los extremistas islámicos como
herramienta de su política exterior y como fuente de información. De
este modo, Londres se convirtió en Londistán, denominación
atribuida a los servicios de inteligencia franceses por la pasividad
gubernamental con los grupos islamistas, que organizaban atentados en
otros países desde la capital británica sin ser molestados.
Hasta
los ataques de 2001 en EE. UU., tuvieron una base y un centro
propagandístico en Londres los grupos terroristas Al Qaeda —disimulada
tras el Comité de Asesoramiento y Reforma—, el GIA argelino y Yihad
Islámica Egipcia, entre otros. Crispin Black, exasesor de inteligencia
en el gabinete del primer ministro, reconoció que existía el acuerdo tácito de que esos grupos no actuaban en territorio británico a cambio de tolerar sus actividades,
Según el antiguo jefe de la policía metropolitana, los extremistas islámicos enviaron hasta 2005 a unos 3.000 británicos a combatir la yihad en diferentes territorios:
Argelia, Afganistán, Yemen, Irak, Cachemira, Chechenia… Esos grupos
contaron con la ayuda hasta 2003 del imán Abu Hamza al Masri y la
mezquita de Finsbury Park, por ejemplo, que organizaban entrenamientos
con fusiles de asalto por el país e incluso dentro de la propia
mezquita. Otros 850 yihadistas británicos han partido en los últimos años a combatir en Siria. Fuente: The EconomistFrancia no logró que Gran Bretaña concediera la extradición de Rachid Ramda, cerebro en los atentados del GIA en el metro de París de 1995,
hasta diciembre de 2005, después de los atentados de Londres. Abu
Qatada, líder de Al Qaeda en Europa, no fue molestado por la policía
británica hasta 2003 y solo tras las presiones de Washington. La
subestimación británica del peligro que planteaban los extremistas
islámicos en su territorio facilitó los atentados de 7 de julio del 2005
en el metro de Londres.
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