Lo que deja el terremoto: sobrevivirá la organización de la sociedad civil y no la ayuda del Estado
Publicado: 27 sep 2017 12:01 GMT
Tras esta primera semana de caos y temor, el
Ejército de México insiste en limpiar las zonas de desastre, dejar los
predios al ras y salir en las fotografías como la institución heroica,
pero lo que perdurará será la organización de la gente.
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Los primeros signos de que el movimiento telúrico había tenido repercusiones graves fueron algunas bardas caídas en el barrio donde vivo, gente asustada en las calles, crisis nerviosas, personas desmayadas, sonidos de ambulancia que inundaban el espectro sonoro y nubes de polvo que empañaban el horizonte.
A una calle de mi domicilio, un señor que trabajaba en tareas de limpieza se había tirado del primer piso de un edificio de oficinas, saturado por el miedo a morir bajo escombros y con la certeza de que iba a derrumbarse. Luis Alberto Morín Aguilar, de 63 años, yacía en el piso rodeado de un gran charco de sangre, pero mantenía la vida y pedía ayuda; un paramédico llegó y llamó a una ambulancia; luego, la Policía se detuvo y aseguró que la unidad médica venía en camino. Hasta el momento, el servicio público de información sobre las víctimas y afectados por el terremoto sigue sin dar detalle alguno acerca de este señor. No sé si sobrevivió a su miedo.
Continuamos nuestro recorrido por algunas zonas de la ciudad, de las que llegaban reportes de edificios caídos o con severos daños: las colonias Juárez y Roma, el centro histórico. El transporte no funcionaba y las principales avenidas estaban también colapsadas por el tránsito vehicular. Cientos de personas caminaban por las calles, otras trataban de limpiar los vidrios que antes fueron ventanas y que se habían caído.
La ruta comenzó en la colonia Roma, barrio de la ciudad en donde había severos daños; un primer edificio colapsado en la parte superior, sus masas de concreto habían caído a la calle aplastando vehículos y casetas de teléfono, sin registrarse gente atrapada o lesionada. Continuamos a la colonia Condesa porque un policía me indicó que en el cruce de Amsterdam y Laredo un todo un edificio se había caído. En el camino, vimos una casa de dos pisos en ruinas y a sus habitantes desesperados en la calle, sin poder hacer nada, sin comprender lo que había pasado. Un fuerte olor a gas nos hizo retirarnos de ahí.
Sin haber podido llegar hasta el edificio referido, nos dirigimos hacia otra dirección que ahora resulta emblemática: Álvaro Obregón 286, en donde un edificio de al menos cinco pisos estaba casi derruido por completo y en donde se reportaban muchas personas atrapadas entre los escombros. Esa primera tarde habría alrededor de 10 personas rescatadas con vida; al día siguiente, unas 15 correrían la misma suerte pero, hasta este momento, aún quedan alrededor de 45 personas atrapadas.
Fue ahí que comprendí la magnitud del daño ocasionado, justo el mismo día en que 32 años antes otro terremoto había fracturado a la sociedad mexicana. De pronto, muchas personas tomaron la iniciativa para recolectar lo necesario: herramientas, picos, palas, mazos, cascos, guantes, tapabocas, medicamentos, agua, alimentos, linternas, baterías. Los primeros lugares que se convirtieron en refugio fueron parques y cruces de calles estratégicos, mientras que los reportes no paraban de llegar a través de la radio pero, sobre todo, a través de las redes sociales. Ahí se informaba de la destrucción en varios municipios de Morelos, Puebla y el Estado de México, aunque la capital acaparó la atención al hablar de edificios de vivienda caídos en su totalidad, casas, daños en avenidas, muchos inmuebles en riesgo y, lo más importante, personas atrapadas entre los escombros.
La solidaridad mexicana frente al desastre
Es seguro que en todos los países existe un núcleo social solidario que les permite sobrevivir y renacer tras desgracias y tragedias. Yo puedo hablar de mi país y la solidaridad que he visto en esta primera semana aunque, para ser justo, debería hablar de la solidaridad y lucha del pueblo mexicano en cada episodio de dolor. Los que me vienen a colación ahora son el terremoto ocurrido tan solo 12 días antes, el pasado 7 de septiembre, en las costas de Chiapas y Oaxaca, y también el terremoto del otro 19 de septiembre, pero de 1985, donde fue la sociedad civil la que demostró su fuerza y su entereza.Eso mismo ha pasado estos días, está pasando ahora mismo. Miles de personas se volcaron para juntar los víveres necesarios, recopilar información urgente y poder determinar cuántas y en dónde estaban las personas atrapadas; yo mismo me sumé a esta gran ola de organización que también funcionó de inmediato para empezar a remover los escombros, piedra por piedra. Ha sido la sociedad civil la que ha alimentado a las y los voluntarios, en cada esquina, en puntos específicos, en las cocheras de sus casas, en cualquier lugar; son las muestras de cariño de la gente que habita esta ciudad y este país las que me han mantenido de pie frente a toneladas de cemento destruido y muchas personas atrapadas dentro.
No he mencionado al Ejército ni a la Marina ni a la Policía; no porque no estuvieran presentes, sino porque su presencia fue como tener una barda que obstaculiza. Cerraban el paso, cerraban las calles, no dieron información alguna, en muchos casos fueron violentos en su proceder y, en la mayoría de las situaciones, los elementos de seguridad del Estado estaban dormidos en sus camiones, parados observando como cientos de personas se organizaban para rescatar a la gente. "¡Dele más duro a la pala, señorita, que así no se va a avanzar!", le gritó un soldado, uniforme y botas limpias, a una compañera voluntaria que llevaba más de 12 horas removiendo escombros. "¡En lugar de estar dando órdenes debería estar recogiendo piedras o ayudando! Ustedes los militares nomás vienen a estorbar, no hacen nada y cuando impiden el paso impiden los rescates. Solo quieren usar las máquinas, ¡mejor póngase a trabajar en lugar de estar chingando!", le contestó, molesta, mi amiga.
A continuación, reproduzco un diálogo que tuve con un comandante de la Policía de la Ciudad de México que controlaba el paso en la zona donde se derrumbó la fábrica de textiles en la colonia Obrera:
–Vamos a salir al baño, oficial, ahorita regresamos. ¿Por aquí podemos pasar de nuevo, verdad?
–No, si salen ya no pueden regresar, nomás se están haciendo los que trabajan y no hacen nada. Si salen, no van a regresar.
–Pero, entonces, ¿a dónde quiere que vayamos al baño? Mis compañeras y yo necesitamos ir, ¿o quiere que me orine en la calle? Ustedes, en lugar de ayudar nomás estorban, deberían ponerse a cargar piedras o algo.
–No me señale con el dedo o si no…
–O si no, qué. ¿Me va a arrestar o me va a matar? Vamos a buscar otro baño para regresar a trabajar.
Lo que he visto en las calles de la Ciudad de México ha sido la solidaridad de la gente que vive aquí y que se organiza para responder adecuadamente a la situación. Han sido jóvenes quienes están canalizando apoyos para Morelos y Puebla, estados que no han sido atendidos por sus autoridades o que, encima de la desgracia, han tenido que soportar el robo de víveres y la politización de la ayuda, fenómeno que no es nuevo y que se denunció por muchas vías en el reciente terremoto en Oaxaca.
Fue la gente la que nos dio casco, guantes, chalecos y comida; la que nos ofreció revisión médica, un lugar para descansar entre tanto ajetreo y turnos largos de remoción de escombros. Fue la gente la que consiguió botes para trasladar las piedras y el cascajo, fue la gente la que se coordinó con los rescatistas especializados —mexicanos e internacionales— y consiguió herramientas, lámparas y todo lo necesario para salvar a la mayor cantidad de personas. Es la gente de a pie la que ha impedido el uso de maquinaria pesada y la que ha resistido hasta agotar las últimas posibilidades para encontrar gente con vida. Albañiles, enfermeras, barrenderos, amas de casa, estudiantes de todos los niveles educativos, colectivos, taxistas, todo tipo de trabajadores han hecho que nuevas enseñanzas sean posibles.
Quien comenzó a usar trascabos y maquinaria pesada en la calle de San Luis Potosí —pese a las peticiones de la familia de Erick Gaona Garnica— fue el Ejército, aunque después se comprobara que, con más trabajo humano y el apoyo de perros rescatistas, podría haberse salvado la vida de ese joven. "Por favor, ayúdenme a encontrar a Erick, el Ejército quiere meter ya las máquinas pero él debe estar con vida. Trabajaba en el primer piso, a lo mejor, pidiendo que vengan rescatistas pronto..." me dijo su hermana la madrugada del 20 de septiembre. Fue también el Ejército el que impidió el paso a cientos de voluntarios al edificio colapsado en Viaducto y Torreón; fue la Marina quien nos dijo que, para ayudar, podíamos darle de comer sus soldados en lugar de remover escombros, perdiendo horas vitales para encontrar personas con vida en el inmueble de Gabriel Mancera y Escocia. Fue el Ejército el mismo que limpió por completo el predio donde se derrumbó la fábrica textil en donde quedan muchas dudas y donde no hay información respecto a cuántas personas trabajaban y quiénes son las personas fallecidas.
Tras esta primera semana de caos y temor, el Ejército insiste en limpiar las zonas de desastre, dejar los predios al ras y salir en las fotografías como la institución heroica. Pero todos sabemos en México que lo que perdurará será la organización de la gente y será a través de ella que se superará la tragedia y se atenderán las demandas de las personas damnificadas y de las familias que perdieron hijas, hijos, esposas y padres.
Heriberto Paredes
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