Juan Manuel Olarieta
El curriculum de Hamid Karzai no deja lugar a dudas. A través suyo Estados Unidos ha estado dirigiendo Afganistán durante 13 años, desde la invasión de 2001 hasta 2014, cuando no pudo optar a un tercer mandato. Es un hombre fabricado en Estados Unidos al modo propio de allá, aunque su origen es pastún, una de las tribus mayores de Afganistán.
Su evolución política está siendo cada vez más significativa, por lo que sus palabras ya no aparecen en los medios de comunicación… excepto en los rusos. Hace poco concedió una entrevista al diario Izvestia y participó en una reunión del Club Valdai que se celebró en Sochi, en la costa rusa del Mar Negro, donde pronunció un interesante discurso, que no ha tenido el eco que merecía (*).
Sus palabras hay que interpretarlas partiendo del error común de todos aquellos que suponen que la invasión militar de Estados Unidos en 2001 tenía por objeto “derrotar” a los talibanes, pero esa terminología ya no tiene sentido porque una “victoria” del Pentágono les obligaría a abandonar al país, cuando de trata de permanecer en él y para ello necesitan alguna excusa.
Sus palabras también son tópicas en cuanto a otra invasión, la de la URSS en 1980, cuando Afaganistán se convirtió en un “punto de caliente” de la Guerra Fría, como dijo Karzai, “porque la URSS trató de introducir el comunismo en Afganistán” y Estados Unidos trató de “utilizar” nuestra resistencia, convirtiendo a la religión en un “arma contra la URSS”. El final de aquella guerra (“conflicto” la llamó) dejó dos perdedores: la URSS y Afganistán.
Hasta aquí todo fueron tópicos de uso común y corriente que no explican lo más obvio: desde 1979 en Afganistán se ha levantado una parte -al menos- de la población a la que los dos ejércitos más poderosos del mundo, el soviético-ruso y el estadounidense, no han sido capaces de “derrotar” después de casi 40 años de guerra. Un acontecimiento de esa magnitud debería ayudar a reflexionar un poco más sobre la cuestión.
Las palabras de Karzai empiezan por otra obviedad: la constatación de que los talibanes jamás reconocieron la ocupación militar de Estados Unidos, ni a Karzai como su virrey, y siguen controlando gran parte del país. Por lo tanto, se han ganado su derecho a ser considerados como una de las fuerzas beligerantes con la que se debe negociar (bien entendido que la negociación es una parte de la guerra misma).
No obstante, al plantear así el asunto, se traslada el centro de gravedad hacia los talibanes, lo cual es erróneo. El problema en Afganistán no son ellos sino Estados Unidos. Diré de paso que siempre fue así, pero esa es otra cuestión.
En 2001 Estados Unidos invadió el país para destruirlo, desatando una guerra a la antigua usanza, con fuerzas propias, algo que ha cambiado recientemente en las últimas estrategias imperialistas que hemos visto por todo el mundo y que se pueden describir con una paradoja: hay que “invadir los países con fuerzas ajenas”. Entre otros motivos porque es mucho más barato, mucho más sencillo y la guerra no se acaba nunca.
En Afganistán esta estrategia ha tenido una nota muy característica: el Pentágono ha utilizado a un ejército creado por ellos, el oficial, contra otro ejército que también crearon ellos, el talibán. Una vez creados los ejércitos y desatada la guerra, Obama dice a los micrófonos que se largan de allá y al comprobar que es mentira, que nunca se fueron, Trump confiesa que no entiende nada del asunto y que tienen que abandonar al país. Otra de sus promesas electorales con el mismo destino que las demás: el cesto de los papeles.
En medio de ese rompecabezas ha estado casi siempre Karzai, al que todos consideré y traté como una marioneta sin vida propia, de manera que cuando escucho que habla por sí mismo me quedo estupefacto. O no era tal marioneta o en algún momento de la historia le ocurrió como a Pinocho: se convirtió en un ser humano.
La sorpresa sube de tono cuando la marioneta (“il burattino”) resulta tan importante que acaba convertida en la protagonista del cuento y, para colmo de males, se vuelve contra Gepeto, su creador, Estados Unidos, y pretende liberarse de él como los ateos se liberan del “dios creador”, el “factotum”, antes de que la obra de creación del mundo haya culminado. Claro que Karzai no reconoce haber cambiado; quien ha cambiado es su hacedor.
“Me opongo firmemente a la nueva estrategia americana para Afganistán porque contradice los intereses nacionales del país”, dice Karzai al Izvestia. “Estoy categóricamente en contra del incremento del papel de las empresas privadas militares en la campaña americana en Afganistán”, añade siempre en términos contundentes.
¿Cómo sacar a las tropas estadounidenses de Afganistán? Algo así sólo puede lograrlo Rusia, convertida en el nuevo “factotum” mundial cuando se trata de sacudirse al Pentágono de encima. “Hoy me he convertido en uno de los principales detractores de la política americana en Afganistán, no porque sea un crítico de occidente, ya que soy un demócrata convencido, tengo una educación occidental y amo su cultura. Pero estoy en contra de su política porque es un fracaso, engendra una cantidad de problemas y el crecimiento del extremismo, del radicalismo y del terrorismo”. Así se explicó Karzai en Sochi, sentado al lado de Putin.
Karzai ya no es el que era. Ha cambiado porque se cree que Estados Unidos ha fracasado en Afganistán y pretende, además, que lo reconozca. “De lo contrario su juego no acabará jamás”, añadió el antiguo presidente afgano. No ha entendido que se trata precisamente de que el juego no acabe nunca. Quizá ese sea el motivo de que no proponga claramente la retirada de las tropas estadounidenses de su país, que sería el único inicio de cualquier solución.
Es otra de las obviedades de esta guerra: quienes se tienen que marchar de Afganistán no son los talibanes sino Estados Unidos. Por eso en Washigton el Departamento de Estado afirma que Putin “flirtea” con los talilbanes, e incluso que les suministra armas, es decir, que los talibanes habrían pasado del brazo a unos (Estados Unidos) al brazo de los otros (Rusia) y lo mismo sucede con Karzai. ¿Todo el mundo se está haciendo pro-ruso o qué está pasando?
Otra de las propuestas de Karzai, el inicio de una negociación multilateral con los Estados vecinos de la región, desde Irán a India, tampoco puede prosperar porque Estados Unidos no se puede poner a la altura de esos países y porque cree que con sus tropas dentro no necesita recurrir a nada más.
Desde luego que también es inaceptable -para Estados Unidos- que de esa negociación forme parte Rusia, como quiere Karzai, y mucho menos la Organización de Cooperación de Shanghai en la que van entrando progresivamente los países de Asia central. Más bien la prolongación de la Guerra de Afganistán es la respuesta de Estados Unidos a dicha Organización y mientras se prolongue la invasión militar, los talibanes no van a ceder ni un ápice, como han repetido por activa y por pasiva.
Hasta ahí, hasta la exigencia de que se vayan las tropas estadounidense, no llega Karzai, cuyo discurso sólo merodea en torno a la guerra. Estados Unidos está en Afganistán en medio del tablero. Es la mejor atalaya imaginable. A su alrededor tiene, entre otros, a Irán, a Rusia y, sobre todo, a China. En Afganistán han puesto la barrera más importante a la nueva Ruta de la Seda. Por las buenas nunca permitirán que los chinos empiecen a explotar las minas afganas.
Este año, por vez primera, Rusia ha empezado a exigir a Estados Unidos que saque a sus tropas de Afganistán. El comisionado especial del gobierno ruso para Afganistán, Zamir Kabulov, así lo ha solicitado oficialmente para evitar que el país siga siendo “el incubador mundial del terrorismo internacional”.
Pero, ¿a quién le interesa acabar con el terrorismo internacional?, o en otros términos: ¿a quién le interesa acabar con la Guerra de Afganistán?
(*) https://vz.ru/politics/2017/10/20/891813.html