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España, el reino del miedo
Por Alicia Armesto
Por:
Suso del Toro Si algo ocurre es porque puede ocurrir. Rajoy hizo lo que
hizo porque pudo. Porque la Unión Europea se lo permitió, aunque con
matices, y porque la sociedad española lo permite. La sociedad española,
en su conjunto, es capaz de avalar la intervención por la fuerza en
Catalunya. Es lo que […]
Por: Suso del Toro
Por: Suso del Toro
Si
algo ocurre es porque puede ocurrir. Rajoy hizo lo que hizo porque
pudo. Porque la Unión Europea se lo permitió, aunque con matices, y
porque la sociedad española lo permite. La sociedad española, en su
conjunto, es capaz de avalar la intervención por la fuerza en Catalunya.
Es lo que hay.
Contra los pronósticos razonables y
contra la propaganda con que nos ahogan, la sociedad española es hoy más
reaccionaria que hace cuarenta años. En 1977 Adolfo Suárez constató que
si sometía a referéndum la jefatura del estado los ciudadanos españoles
de entonces optarían por una república. Como la Transición ya estaba
diseñada de antemano y se basaba en la Ley de Sucesión y en la Ley de la
Reforma Política aprobadas en Cortes, evitó preguntar a los españoles y
dio por hecho el establecimiento nuevamente de la monarquía de la casa
de Borbón y a Juan Carlos I como sucesor de Franco. Pero si les
preguntan a los españoles de hoy si prefieren monarquía o república,
¿qué creen que contestarían esas personas que cuelgan la bandera
monárquica en sus balcones y los que gritan “¡A por ellos!”? ¿Qué
votaría esa “mayoría silenciosa” a la que apela el Gobierno y a la que
teme la oposición?
El resultado de estas décadas
pasadas, fuera de Catalunya, no fue una población más informada y, sobre
todo, más libre. Por el contrario, consiguieron ahogar las voces
disidentes y la ideología dominante es el conformismo y la sumisión al
poder establecido como algo natural. El concepto borreguil de “mayoría
silenciosa” supone una población mayoritariamente incapaz de razonar y
expresarse libremente y que actúa como una masa amorfa a la que hay que
conducir con la vara. Fue introducido al final del franquismo por
periodistas del Régimen, creo recordar que Emilio Romero, y ahora acaba
de ser recuperado oportunamente en el debate político en este final de
régimen y en esta atmósfera de renovado franquismo.
Es
lógico que mucha gente crea que la monarquía es “lo normal” y que no se
atreva a pensar otra cosa y, mucho menos, manifestarlo. A eso se
refiere el presidente del gobierno más corrupto desde Arias Navarro
cuando apela “al sentido común” y “la gente normal”. En España “la gente
normal” tiene miedo a pensar y tiene miedo a expresarse. En el Reino de
España manda el miedo. Quedan para la triste historia de España los
discursos del Presidente del Gobierno y del rey Felipe anunciando la
intervención de la Generalitat y la ocupación de Catalunya. Son dos
discursos llenos de violencia, particularmente el de quien ostenta el
mando de las Fuerzas Armadas, en los que se amenaza a una población
desarmada y se les anuncia castigos. Ese lenguaje verbal y gestual, que
los mayores reconocemos perfectamente como franquista, sólo es posible
en un país con una población indefensa e incívica, que carece de respeto
por sí misma. Desde el punto de vista democrático esos discursos
agresivos y amenazantes son intolerables, sólo se comprenden en una
España que no salió del franquismo, simplemente lo continuó
reformándolo. Sólo la cárcel de la conciencia que es el sistema
mediático español al servicio del estado y el IBEX impide que la
población española vea lo que ve el mundo.
El mundo ve
un estado incapaz de gestionar sus contradicciones internas a través
del diálogo y la negociación y que, para enfrentar las consecuencias de
su autoritarismo, llega a planear el asalto militar al parlamento de los
catalanes. Un estado que no es democrático. El gran mérito político de
Aznar y la FAES, sobre el que descansa el reinado de Rajoy, es haber
transformado el franquismo sociológico existente en franquismo político.
Y es un franquismo sociológico y político que, sobre todo en ciertos
territorios del estado, es transversal a la llamada izquierda y a la
derecha, unidas ambas en un arco que tiene como clave a la monarquía.
Se
nos suele ocultar que los generales que se rebelaron contra la
República se llamaban a sí mismos “nacionalistas” y que el régimen de
Franco fue ideológicamente un régimen nacionalista. El régimen
nacionalista que nos educó a varias generaciones con su relato de la
historia castellanista, la reina Isabel y demás, su ideología de la
lengua castellana, su incivismo borreguil y, sobre todo, su miedo.
Prueben a decir en voz alta “¡Viva la república!” en algún barrio donde
campan ostentosamente esas banderas borbónicas. Fuera de Catalunya el
miedo es el aire invisible que se respira, el miedo a expresarse.
Precisamente lo que ha querido hacer el Gobierno, y en parte lo ha
logrado, es hacer que los catalanes también tengan miedo.
“El miedo guarda la viña”, lo sabe la casta de privilegiados que se benefician del statu quo y
es el miedo lo que tienen interiorizado los habitantes de territorios
empobrecidos que son viables gracias precisamente a las transferencias
económicas de otros territorios. Los pobres en España, como en todas
partes, padecieron la violencia y la interiorizaron, eso es lo que hemos
visto cuando despedían con un “A por ellos” a sus hijos enviados a
Catalunya para castigar y someter a su población. A los oprimidos
primero se les castiga y luego se les utiliza como represores,
desplazando su rencor hacia sus congéneres que se rebelan. La casta de
la corte madrileña que parasita el estado, que saquea las empresas
creadas en otros territorios, se debió de partir de risa enviando buques
y caravanas de policías animados a pegar a ciudadanía catalana. Fue,
es, absolutamente obsceno. O sea, franquista.
Si la
sociedad catalana se amedrenta, si la vencen con el miedo, estará
perdida, será solamente otras provincias más sometidas a la corte y no
conseguirá nada. Hay un diálogo complejo entre la sociedad movilizada,
el movimiento cívico, y los partidos que tienen que buscar soluciones,
pero a lo que no debe renunciar la sociedad es a tener fuerzas políticas
propias. Tras las elecciones habrá negociación o imposición. Sólo
negocia quien tiene fuerza propia para hacerlo. Sólo tener partidos
propios permite la bilateralidad frente a los intereses y la fuerza de
la corte, ese agujero negro que parasita a este estado autoritario y
centralista.
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