Estados Unidos y su OTAN volvieron a romper el derecho internacional. Se sabían impunes y fueron por los recursos de Estados “rebeldes”. Destruyeron ciudades, derrocaron gobiernos y asesinaron jefes de Estado. En el camino masacraron poblaciones enteras y provocaron desplazamiento forzados de cientos de miles
“Veni, vidi, vinci”. Literalmente en idioma castellano: “Vine, vi y vencí”. Es la frase con la cual, según la tradición, Cayo Julio César anunció la victoria del 2 de agosto de 47, antes de Cristo, contra el ejército de Farnaces II del Ponto, en Zela. Aún hoy esta locución es utilizada, si recordamos a Hillary Clinton, en una entrevista, luego del asesinato de Gadafi en Libia.
Las palabras de la Clinton no se encuentran fuera de lugar. Estados Unidos, como imperio del mal, y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como su brazo armado, sus estrategias, desde la primera Guerra del Golfo en 1991, y hasta el apoyo financiero, militar y logístico a los rebeldes en Libia, han consistido en derrumbar los gobiernos de países rebeldes. En particular, aquellos que geográficamente están ubicados en regiones estratégicamente trascendentales en la geopolítica imperial estadunidense. La antigua Yugoslavia, Irak y Libia representan unos peones en el ajedrez geopolítico internacional.
Las primaveras árabes y la destrucción de la Revolución verde
La guerra en Irak desató en todas las poblaciones del mundo árabe una ola de protestas indignadas que llevaron en algunos casos, como en Palestina, a unas luchas callejeras de gran relevancia. Estados Unidos e Israel tenían que apagar este fuego. De ahí la necesidad de movilizar a sus aliados en la región. Y qué mejores amigos podían encontrar que las monarquías del Golfo (Arabia Saudita, Catar y Emiratos Árabes). La revoluciones árabes, a pesar de lo que han declarado muchos analistas, fueron orquestadas por dichos gobiernos, con la asesoría de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) y el israelí Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales (Mosad, por su acrónimo en hebreo) que, lejos de tener en sus filas a hombres y mujeres capaces de dar su propia vida por un ideal, siempre los que luchan por Estados Unidos e Israel son mercenarios (contratistas). Tuvieron que trabajar sobre el descontento popular y el fervor juvenil de los pueblos árabes. Construyeron un movimiento subalterno sin dirección estratégica revolucionaria y antisistémica. Siempre estuvo cooptado por las fuerzas de la contrarrevolución, con el fin de que “todo cambiara, para que nada cambiara”.La operación comienza infiltrando agentes en los movimientos populares antigubernamentales que los regímenes árabes en el Maghreb tienen. Como en el caso de la antigua Yugoslavia, en la década de 1990 –donde fueron alimentadas las tendencias secesionistas, financiando y armando los sectores étnicos y políticos que se oponían al gobierno de Belgrado–, se movilizaron nuevos grupos de poder, muchas veces formados por políticos comprados con dinero y con trayectoria en la oposición. Al mismo tiempo se conduce una campaña en los medios de comunicación para presentar dichas protestas, las “primaveras árabes,” como necesarias para defender a los civiles, supuestamente amenazados de ser exterminados por un terrible dictador. En Libia, como en la Federación Yugoslava donde el enemigo era Slobodan Milosevic y los serbios, el monstruo que se lanza contra la opinión pública internacional tiene el nombre de Gadafi. Nuevamente Estados Unidos utiliza el nuevo “concepto defensivo” de “injerencia e intervención humanitaria” en los asuntos internos de otro país.
Así que se pide la autorización del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, para justificar la intervención ante la supuesta necesidad de destituir al dictador que masacra civiles. La petición es muy clara. Estados Unidos pide que “se autoricen todas las medidas necesarias”. Y advierte que, si dicho organismo internacional no lo acepta (como en el caso de Yugoslavia), los estadunidenses procederán unilateralmente. La máquina de guerra y muerte Estados Unidos/OTAN, comienza su hola de destrucción con ataques terrestres y bombardeos.
Ésta es la misma estrategia que se utilizará en Libia en 2011, donde se pone en marcha todo un programa para financiar y armar a los sectores tribales y rebeldes al gobierno de Trípoli, además de los grupos islamistas (a los que unos pocos meses antes eran considerados terroristas). Al mismo tiempo son infiltradas en Libia fuerzas especiales, entre éstas, miles de comandos paramilitares organizados por Catar. La operación es dirigida directamente por el Pentágono, anteriormente por el AfriCom (Comando de África), y luego por la OTAN.
El 19 de marzo de 2011 comienza el bombardeo sobre Libia. En 7 meses la aviación estadunidense, en conjunto con la OTAN, efectúa 30 mil misiones, utilizando más de 40 mil bombas y misiles. En esta guerra participará también Italia que, grotesca y cínicamente, como hace 100 años en su primer ataque contra el país africano y luego durante la agresión fascista, pone a disposición de los agresores sus bases y fuerzas militares. Con ello rompió –de hecho– el acuerdo de amistad y cooperación entre los dos países.
Por esta guerra contra Libia, como fue por la guerra contra Yugoslavia, Italia pone a completa disposición de Estados Unidos y la OTAN siete bases aéreas, las ubicadas en Trapani, Gioia del Cole, Sigonella, Decimomannu, Aviano, Amendola y Pantelleria, garantizando asistencia técnica y recursos militares. La aviación militar italiana participa así en la guerra realizando 1 mil 182 misiones con aviones de combate Tornado, con F-16 Falcon, con Eurofighter 2000, AMX y Drones Predator B. A la marina militar italiana también se le utilizó en la guerra en operaciones tácticas, como el embargue naval, además de las operaciones de monitoreo e inspección.
Con la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Libia, en 2011, se destruye por completo el Estado libio y se asesina a Gadafi, con el pretexto de que Estados Unidos está apoyando una “primavera árabe” autónoma y de la cual están orgullosos. Así que se elimina un Estado rebelde que en el “frente sur” Mediterráneo de la OTAN, frente a Italia, mantenía no sólo una política distinta a los intereses estadunidenses en la región, sino que también garantizaba con sus políticas unos altos niveles de crecimiento económico y un aumento del producto interno bruto (PIB) del 7.5 por ciento al año, como lo destacó el propio Banco Mundial en 2010; además de que se registraban altos niveles sociales con el derecho a la instrucción pública primaria, secundaria y universitaria gratuita y para todos. El nivel de vida de la población libia era mucho más alto de otros países de la Unión Africana. Incluso, en Libia se encontraban trabajando más de 2 millones de emigrantes africanos.
El pueblo trabajador libio e incluso la clase trabajadora del África subsahariana fueron los más golpeados. Perseguidos con la acusación de ser “colaboracionistas” del gobierno de Gadafi, muchos son encarcelados, torturados, asesinados y desaparecidos. Fueron desplazados de sus casas y oficinas, obligados a huir desde el Mediterráneo hacia el “fuerte Europa”: miles de expulsados sin esperanza. Las víctimas de la agresión imperial por parte de Estados Unidos y la OTAN se vuelven botín del saqueo imperialista en Libia. Terminaron convirtiéndose en mano de obra barata para el capital. Los mal llamados “rebeldes” se transformaron en traficantes de personas y llevados a trabajar en los campos del sur de España e Italia. Aquí una de las múltiples razones de la guerra contra Libia: la de generar una ola de emigración y desplazamiento en la región hacia Europa.
Claro, éstas no fueron las únicas razones de la guerra contra Libia.
Las otras son las grandes reservas petrolíferas y de gas natural presentes en la mayor parte de África. Luego de que Washington elimina en 2003 las sanciones a Libia a cambio de que Gadafi no produzca armas de destrucción masiva, las grandes compañías petrolíferas estadunidenses y europeas entran al país por la puerta principal. Pero se quedan enseguida muy decepcionadas, pues el gobierno de Libia concede las licencias a las compañías extranjeras para explotar sus recursos pero sin dejar que la compañía estatal libia, la National Oil Corporation of Libya (NOC, por su sigla en inglés), la que –de hecho– es la que recibe el más alto porcentaje para la extracción de petróleo (el 90 por ciento). Finalmente, la NOC solicita en los contractos que las compañías extranjeras seleccionen personal libio, hasta el nivel de dirigencia. Al acabar con Gadafi y el Estado libio, Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN pudieron romper también con este paradigma y apoderarse de los recursos energéticos, y no sólo de los ya mencionados puestos de trabajo.
Además de el oro negro, Estados Unidos quiere también el oro blanco libio: la inmensa reserva de agua fósil presente bajo tierra y ubicado entre Libia, Egipto, Sudan y Chad. El interés en las posibilidades reales de desarrollo de estos recursos había sido demostrado por el mismo gobierno libio, que construyó una larga red de acueductos de 4 mil kilómetros para transportar el agua, extraída a una profundidad de 1 mil 300 pozos en el desierto, para llevarla hasta las ciudades y hacer fértiles unas tierras desérticas.
Sobre estas reservas hídricas pesan perspectivas más preciosas que las petrolíferas, si pensamos que las próximas guerras se harán por la conquista de este líquido vital. Hoy las multinacionales quieren tomar el control del agua que, a través las privatizaciones promovidas por el Fundo Monetario Internacional, controlan casi la mitad del mercado mundial.
Bajo la mirada de Estados Unidos y la OTAN están también los fondos soberanos, es decir, los capitales que el Estado libio ha invertido en el exterior. Los fondos soberanos gestionados por la Libyan Investment Authority (LIA, por su sigla en inglés), que son unos 70 billones de dólares y que llegan hasta 150 billones si incluimos las inversiones extranjeras de la Banca Central y de los demás organismos. Desde que fue creada en 2006, la LIA realiza en 5 años inversiones en más de 100 sociedades africanas, asiáticas, europeas, estadunidenses y sudamericanas: holdings, bancos, industrias, compañías petrolíferas, entre otras. Estos fondos serán “congelados” o, mejor dicho, secuestrados por parte de Estados Unidos y las potencias imperialistas europeas.
El correo electrónico de Hillary Clinton, secretaria de Estado de la administración Obama en 2011 (la que citó el: “Veni, vidi, vinci”), y que fue publicado en 2016, confirman cuáles eran los objetivos reales de la guerra contra Libia: bloquear el plan de Gadafi de utilizar dichos fondos soberanos libios para crear organismos financieros autónomos en la Unión Africana, además de una moneda africana alternativa al dólar y al franco de la Comunidad Francesa de África (CFA). Objetivo que parece fue logrado por la administración estadunidense de Obama. Ahora se necesitaba abrir un nuevo frente de guerra: dirigirse a otro país en la lista negra de los así mal llamados países miembros del “eje del mal”, como Bush los había definido.
El ejército secreto de la CIA, los “rebeldes” libios y los islamistas dejan Libia, no sin primero haber sembrado el terror en la población civil y dividido al país en pequeños emiratos (feudos). Ahora se encaminan a la grande Siria. El objetivo es conquistar los gasoductos presentes en este país.
Alessandro Pagani*/Séptima de 10 partes
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires
[BLOQUE: ANÁLISIS]SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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