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Un año de trumpismo: ¿cómo llegamos aquí? Y sobre todo: ¿cómo salimos?
I. G-S. / Á. G. B. / H. M. ·
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'.
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Medianoche del 9 de noviembre de 2016. Donald Trump pide a
sus asesores que le dejen solo. “Necesito un momento”, cuentan que dijo
Trump al cerrar la puerta de la cocina de su ático en Manhattan, justo
antes de quedarse a solas con las columnas rococó, el suelo de mármol
crema y los zócalos recubiertos de oro. Si le acompañaba alguna mirada,
sería la de alguna de las decenas de dioses griegos plasmados en los
frescos que bañan sus paredes, o la del igualmente ubicuo Fred Trump,
difunto padre del magnate. Allí, sentado en la mesa de la cocina,
instantes después de recibir la llamada de Hillary Clinton que le
confirmaba como presidente de Estados Unidos certificando así uno de los
mayores vuelcos electorales de la era moderna, Trump tuvo su momento.
Un año después de aquella larga noche, el mundo no ha
tenido un respiro. Trump, ayudado por los tiempos voraces de los medios
de comunicación en la era digital, ha sumido a la ciudadanía en un ritmo
febril de vaivenes, a golpe de tuit. Se han sucedido las declaraciones
estrambóticas, los decretazos, las purgas en el gabinete. Han
proliferado el caos en la Casa Blanca, el desasosiego en los aeropuertos
y oficinas consulares, la disfunción en el Congreso y la tensión en las
calles. Ha cundido, ante todo, el ruido. Es hora de parar, de
preguntarse cómo llegamos hasta aquí, de hacer balance de un año
colérico y lleno de aristas. Y de situar las posibles coordenadas del
camino de salida.
Eso –-sin columnas rococó de por medio— se plantea Qué Hacer. EE.UU. en la Era Trump,
el proyecto audiovisual de trece entrevistas a intelectuales públicos,
pensadores y activistas en Estados Unidos que estrena hoy CTXT, con
motivo del aniversario de las elecciones. La serie, de emisión semanal,
estará disponible en El Saloncito, la web de los suscriptores y mecenas de la revista.
Make America Great Again?
Trump tomó la Casa Blanca por asalto. Se plantó allí, sin
que nadie le invitara, después de llevarse por delante a las élites del
Partido Republicano, y más tarde a la bienpensante ilustración liberal y
a su candidata ungida. Lo hizo después de sacudir el sistema político
estadounidense con un proyecto que prometía restaurar la grandeza de
América. "Make America Great Again". Desde su lanzamiento, con una
arenga pirómana en la que acusó a los mexicanos de ser criminales y
violadores, y especialmente en la última iteración de su campaña,
renacida cual ave fénix de la mano del exdirector de un tabloide de
extrema derecha, el a la postre desterrado Steve Bannon, el magnate
perfiló un discurso exaltado, que situaba los males de EE.UU. en una
conspiración liderada por inmigrantes indocumentados y potencias
extranjeras decididas a destruir el país. Los inmigrantes y los chinos, Mexico and China, se convirtieron en mantras de un Trump encendido, que los repetía hasta la saciedad, para deleite de sus seguidores.
Pero, ¿cómo logró abrirse camino ese discurso?
Para David Harvey, legendario geógrafo y teórico marxista,
la respuesta es simple, y se remonta a la salida de la última gran
crisis financiera. “Los únicos que verdaderamente se han beneficiado de
la crisis de 2007-2008 han sido el 1% más rico, y el 0,1% más rico,
mientras que todos los demás salían perdiendo”. Harvey va más allá; en
la primera entrevista de la serie, señala que el ascenso de Trump es
inseparable de la “enorme desilusión” que han generado décadas de
políticas neoliberales. “Las poblaciones cada vez se sienten más
alienadas en sus puestos de trabajo. Encontrar un trabajo digno, con
significado, se ha vuelto cada vez más difícil. La vida cotidiana se ha
hecho cada vez más agobiante”.
En lugar de poner el foco sobre el capital y sus desmanes,
sostiene Harvey, Trump logró situarlo sobre dos reos mucho más fáciles
de atacar: China y los inmigrantes.
Wendy Brown está de acuerdo. La politóloga californiana
señala que el elemento clave del discurso de Trump –las referencias a la
construcción de un muro fronterizo con México— trata de restañar las
heridas de una soberanía lesionada por el asalto neoliberal. La idea del
muro, sostiene Brown, “sirve para construir un imaginario de nación.
Imaginamos que somos una nación blanca sitiada por riadas de inmigrantes
no deseados, drogas y todo lo demás, y que levantamos una barricada
contra eso para proteger nuestra existencia civilizada y purificada”.
De modo que ‘Make America Great Again’ era, en realidad, ‘Make America White Again’.
Para la filósofa Susan Buck-Morss, lejos de reafirmar la
soberanía supuestamente agraviada de EE.UU., la elección de Trump
fortalece el control político de las oligarquías, a nivel internacional:
“Con la elección de Trump, el capitalismo global ha tomado el control”,
señala Buck-Morss. “Estados Unidos es simplemente un instrumento del
capital. Ya no hay imperialismo, y esto nos sitúa finalmente más cerca
de los países del tercer mundo, que ya vienen viviendo esto desde hace
tiempo”.
Otro factor para entender tanto el ascenso político de
Trump como las correas de transmisión de poder en los Estados Unidos de
hoy es la comunicación digital, que se detienen a analizar tanto el
jurista Bernard Harcourt como el crítico de medios Douglas Rushkoff.
El goce y el deseo de autoexponerse debilitan a los
ciudadanos, explica Harcourt, y permiten a las corporaciones obtener
datos para fines comerciales o de espionaje. En lugar de observarnos
contra nuestra voluntad, lo hacen aprovechándose de nuestro deseo de
retransmitir nuestras vidas. Rushkoff va un paso más allá, al señalar
que esas mismas empresas, y políticos como Trump, no se limitan a
predecir nuestra conducta o intentar aprovecharse de ella, sino a tratar
directamente de manipularla.
En Trump convergen los vectores de la comunicación
digital, dando lugar a lo que la teórica política Jodi Dean llama
“capitalismo comunicativo”: Trump, sostiene Dean, “no se debe al
significado de lo que dice. Eso no le importa a nadie. Lo que importa es
la sensación general que proyecta: ‘Soy un hombre fuerte, no me gustan
las élites, apelo a la gente que está enfadada’, y entonces el contenido
se desvanece. Puede decir falsedades sin parar. No creo que el problema
aquí sea Trump. Es la manera en la que funciona la comunicación en el
‘capitalismo comunicativo’”.
¿Es Trump conservador?
El lenguaje cifrado para hablar de supremacía blanca no es
patrimonio exclusivo de Trump, señala Corey Robin, filósofo político
especialista en la derecha estadounidense. Nixon, Reagan e incluso Bill
Clinton lo practicaban con enorme destreza. Lo interesante, señala, es
que dicho lenguaje cifrado ya no era suficiente en una era de atrofia
del pensamiento conservador. Trump y el movimiento Alt Right, con sus
exabruptos y su querencia por el discurso explícitamente racista, son un
síntoma de la crisis de la derecha, no su causa. Paradójicamente, es
una crisis ocasionada por los éxitos conservadores: “El conservadurismo
se ha vuelto débil de tanto ganar”, señala Robin, en referencia a los
avances en la agenda corporativa, las políticas antiabortistas y la
destrucción de los sindicatos en las últimas décadas.
“El conservadurismo es un movimiento
contrarrevolucionario: florece cuando tiene una fuerza emancipadora a la
que oponerse”, dice Robin, que señala que la derecha estadounidense se
ha impuesto con tanta rotundidad que ha perdido su ímpetu. Sólo Trump,
de manera poco metódica y errática, pero más efectiva que sus
adversarios, fue capaz de recuperar en campaña el arrebato que, según,
Robin, enciende a la derecha desde la Revolución Francesa: atacar a las
élites osificadas para sustituirlas por otras nuevas, purificadas, al
servicio del mismo régimen. Gatopardismo puro: cambiar todo para que
nada cambie.
¿Fin del neoliberalismo?
Si Margareth Thatcher había proclamado que “no hay
alternativa” a la hegemonía neoliberal de la austeridad fiscal y la
integración globalizadora, la victoria de Trump, y en cierta medida el
voto a favor del Brexit que se produjo pocos meses antes de su elección,
parecían indicar un cambio de rumbo. Así lo vio también, de entrada,
Adam Tooze, historiador económico de la Universidad de Columbia. Para
Tooze, el ascenso de Trump supuso la ruptura de un consenso entre los
dos grandes partidos, y al tiempo una ruptura. En el programa
republicano figuraban el racismo, la xenofobia y la incorrección
política, pero también el nacionalismo y el proteccionismo económico.
Pero Trump ha dado un cambio de rumbo. Tooze ya apuntaba los límites de
ese discurso: “Muy probablemente acabe siendo una administración
republicana tradicional”.
¿Cómo explicar si no el nombramiento de un gabinete
plagado de exdirectivos de grandes empresas y bancos y multimillonarios
desreguladores? ¿Cómo entender que el tan cacareado plan de
infraestructuras, que prometía un billón de dólares para renovar los
maltrechos trenes, carreteras y puentes del país haya quedado en agua de
borrajas? ¿De dónde sale el anuncio de reforma fiscal que reduciría las
tasas impositivas a grandes empresas y fortunas a niveles de paraíso
fiscal, sin ni tan siquiera reducir en paralelo los gravámenes a las
clases medias y bajas? ¿Se puede acaso entender las repentinas ansias
por eliminar incluso las tímidas regulaciones financieras que se
introdujeron tras el descalabro de 2008?
Trump es, como señala la filósofa Nancy Fraser, “el timo
que menos se ha tardado en descubrir en la historia”. Trump, añade la
profesora de The New School, no está siguiendo el programa con el que se
presentó a las elecciones. “Ha sido capturado por el aparato del
Partido Republicano y ha vuelto al redil, regresando a los puntos
centrales de su agenda”.
Incluso sus planes de sacar a Estados Unidos de los
acuerdos globales de comercio han perdido ya casi todo el fuelle. En los
primeros meses en el cargo, dio por finiquitado el acuerdo comercial
del Pacífico, TPP, detuvo las negociaciones para un acuerdo homólogo con
la Unión Europea, el TTIP, y propuso sacar a EE.UU. del NAFTA, el
acuerdo con Canadá y México. Pero las negociaciones para el TTIP se
reabrieron en verano, y la amenaza de finiquitar NAFTA ya va por la
cuarta ronda de negociaciones. Los intereses del gran capital
estadounidense, principal beneficiario de dichos acuerdos, pesan mucho.
Por no haber, no hay ni rastro de los aranceles que Trump anunció a
bombo y platillo para proteger al empleo estadounidense. Mientras el
Trump candidato enrojecía en sus virulentas diatribas contra China, a la
que acusaba de hacer la competencia desleal a Estados Unidos en el
comercio internacional, el Trump presidente se mostró dócil y “admirado”
durante la primera visita a EE.UU. del presidente chino Xi Jimping.
En neoliberalismo no murió con la elección de Trump. Si
acaso, apuntan tanto David Harvey como Wendy Brown, estamos ante una
nueva fase del proyecto. Los objetivos no han cambiado, pero sí en
cierta medida la modulación del mensaje, o su implementación. Brown
habla de un neoliberalismo “nacionalista”, mientras Harvey prefiere
poner el énfasis en una predecible deriva autoritaria.
¿Fascismo en la Casa Blanca?
“Presta atención a lo que hace, no a lo que dice”,
aconseja Corey Robin. Si bien es cierto que la retórica de Trump ha
envalentonado a elementos protofascistas, como pusieron de manifiesto
las marchas de extrema derecha que terminaron con una activista
antifascista muerta en Charlottesville, Virginia, en agosto, Robin pide
calma a la hora de identificar a Trump como un fascista, dada la
distancia enorme entre su retórica y sus actos. Trump ha cacareado
durante meses la confrontación con China, la única potencia que puede
rivalizar con el imperio estadounidense. Otros presidentes, como
Theodore Roosevelt, respondieron a situaciones de confrontación similar
llenando las costas asiáticas de submarinos, bombarderos, bases y tropas
militares estadounidenses. “¿Qué hace Trump? Amenaza con llevar a China
a los tribunales de arbitraje comercial”.
Otro asunto que ha llevado a muchos comentaristas a
alertar de las tendencias autoritarias de Trump ha sido su actitud con
los jueces que han dictado sentencias desfavorables a sus políticas. “¿Y
qué hace Trump cuando hay un dictamen en su contra?”, pregunta Robin.
“Tuitear, y recurrir las sentencias: lo que haría cualquier presidente”.
Para Robin no es tanto que no existan elementos protofascistas o
potencialmente fascistas en la derecha estadounidense, sino más bien que
estos pertenecen a otra familia del conservadurismo, la de los ‘neocon’
que se auparon al poder durante la presidencia de George W. Bush y
lanzaron la Guerra de Iraq
¿Derecha todopoderosa?
La foto fija de la victoria electoral de Trump, de su
“momento”, dibujaba un panorama de absoluto dominio republicano. Los
conservadores gobernaban ambas Cámaras, tenían 33 gobernadores frente a
16 demócratas, e iban a poder nombrar uno, y quizá hasta tres jueces del
Supremo, solidificando así una mayoría conservadora clara durante
décadas. ¿Cómo es posible que un año después los republicanos no se
hayan apuntado una sola victoria legislativa?
El ejemplo de la contrarreforma sanitaria es
particularmente ilustrativo. Los republicanos han tropezado hasta tres
veces en su intento de echar abajo la reforma de Obama, que aumentó la
cobertura de millones de personas no aseguradas. El nuevo sistema,
basado en una solución de mercado que favorecía a la industria
aseguradora, fue percibido por la derecha como una suerte de esquema
bolchevique. Durante los siete años que estuvo en vigor la ley antes de
la llegada al poder de Trump, los republicanos, entonces en la
oposición, no tuvieron escrúpulos en urdir todo tipo de estrategias y
triquiñuelas para echar atrás la reforma, hasta el punto de paralizar
ciertos organismos del Estado al cortarles los fondos. Una vez en el
poder, con una súper mayoría en ambas cámaras, han fracasado hasta tres
veces, cada una de ellas con una propuesta más modesta de
contrarreforma.
Si a esta incapacidad le sumamos los sucesivos escándalos
que rodean a Trump y su querencia al nepotismo y las amistades
peligrosas, damos con un presidente impotente en lo legislativo, con la
tasa de popularidad más baja de la historia a estas alturas, y sobre el
que planean crisis judiciales y la sombra de un juicio político. A
Trump, más allá de su cuenta de Twitter, solo le queda una baza.
Destrozos por decreto; semillas de resistencia
Incluso maniatado por su propia incompetencia, la división
conservadora y la espada de Damocles de las investigaciones a miembros
de su círculo de asesores, Trump tiene la capacidad de causar un
tremendo daño. Y la está utilizando desde los primeros días de su
mandato. Las medidas que más han convulsionado a la sociedad
estadounidense y a la opinión pública mundial han sido decretos
presidenciales. Se trata de decisiones para las que Trump no requiere
refrendo legislativo, y que solo los jueces pueden rechazar a
posteriori, en algunos casos. La retirada de Estados Unidos del acuerdo
climático de París fue una de esas demostraciones de fuerza. Lo fueron
también la imposición de un veto a los viajantes de países de mayoría
musulmana, limitada después por los tribunales y, más recientemente, la
retirada del programa Acción de Deportación Diferida Para las Llegadas
en Edad Infantil (DACA, en sus siglas en inglés), que otorgaba un
permiso temporal de residencia y trabajo a casi un millón de jóvenes, en
su mayoría latinos, que emigraron a Estados Unidos siendo menores.
Las tres medidas tienen algo en común: han prendido la
mecha de la contestación social en movimientos que ya tenían cierta
entidad. Las protestas en los aeropuertos que se organizaron en cuestión
de minutos tras anunciarse el decreto contra los viajeros musulmanes
fueron un puñetazo en la mesa de los movimientos sociales. Lanzaron un
mensaje que ha tenido eco después con la retirada del acuerdo de París
y, en mucha mayor medida, en torno a la anulación de DACA. Dicho
programa fue, durante la presidencia de Obama, una victoria sin
paliativos de un incipiente movimiento social, que forzó a los
demócratas a reconocer la situación de casi un millón de jóvenes
indocumentados. El movimiento volvió a sacar músculo cuando Trump
anunció que suspendía DACA, y promete batalla en los meses venideros.
Para Karina Moreno, investigadora de política migratoria que fue
inmigrante indocumentada durante años, el episodio de DACA refleja los
límites de las políticas reformistas propuestas por los demócratas para
ganar el voto de las minorías: “Los demócratas sentaron las bases para
que ahora nos pase esto”, señala Moreno. “Es hora de construir una
alternativa más allá de sus políticas neoliberales apaciguadoras”.
Otro de los movimientos sociales más combativos es Black
Lives Matter, que aboga por la justicia racial y el reconocimiento de la
desigualdad estructural que sufren las minorías, en especial la
comunidad negra en EEUU. De nuevo, se trata de un movimiento que se
forjó durante una presidencia demócrata, en este caso del primer
presidente negro de la historia del país. Brian Jones señala ese dato
como muestra de la necesidad de una política que vaya más allá del
reconocimiento simbólico, y lidie con las cuestiones estructurales,
empezando por la desigualdad económica, que trascienden la raza,
recogiendo la tradición del último Martin Luther King y el socialismo
democrático en EE.UU.
Sobre dónde situar ese espacio de las alternativas, Silvia
Federici, activista feminista, señala la reaparición de nuevos lazos
sociales: los commons como espacios de riqueza material y colectiva, más
allá de las comunidades digitales. Federici traza una analogía con
Marx: “Entendió el comunismo no como utopía del futuro, sino como un
movimiento que día a día transforma el status quo. Así veo a los comunes
hoy en día, como una lucha del día a día basada en compartir riqueza y
espacios”. El tiempo determinará el futuro de Trump, pero si una cosa
parece estar clara un año después de su elección es que la sociedad
americana despierta poco a poco del letargo individualista que el
neoliberalismo ofreció como camino y como amnesia.
De resistencias a alternativa
Desde la tradición socialista, habla Bhaskar Sunkara, fundador de la revista Jacobin,
altavoz más vigoroso de la nueva generación de la izquierda
estadounidense. Sunkara hace hincapié en el largo recorrido político que
tienen propuestas como la de una sanidad verdaderamente pública y
gratuita, precisamente por su elemento universal, más allá de las
identidades políticas. El excandidato demócrata Bernie Sanders planteó
una propuesta de ley de sanidad sufragada por el Estado y logró el apoyo
de casi la mitad de los senadores demócratas, incluidas figuras clave
en el partido, algo insólito hasta hace unos años. Para Sunkara, la
propuesta señala la hoja de ruta para el futuro. “Lo viejo se está
muriendo y lo nuevo no nacerá de discursos de los Globos de Oro”,
señala, lanzando un dardo a la predilección del partido demócrata,
enamorado de las elites liberales que favorecen posturas críticas con
Trump vacías de alternativas claras.
En suma, y en palabras de Nancy Fraser, durante las
elecciones del pasado año se abrió un hueco con la aparición de Bernie
Sanders. Por esa grieta, según Fraser, se puede empezar a construir la
base para una verdadera alternativa: un feminismo, un movimiento
ecologista, un antirracismo para el 99% de la población.
¿Qué Hacer?
Qué Hacer son trece entrevistas, pero es en
realidad mucho más. Sus protagonistas componen un retrato cubista de una
realidad dinámica, que analizan desde perspectivas tan diversas como la
filosofía, la historia económica, la crítica de medios, la tecnología,
la teoría feminista o la geografía política. Ante todo, Qué Hacer
pretende ahondar en el entendimiento para dibujar líneas maestras de
acción política. Lo hace con el propósito de derribar mitos, cuestionar
las narrativas simplificadoras, y enfrentarse a los problemas de raíz.
La serie hará primero un repaso a las causas estructurales
del ascenso político de Trump, prestando atención a cuestiones clave
como los flujos del capital, la crisis climática o las formaciones
ideológicas. El proyecto propondrá después una cartografía de las
resistencias que ha despertado o fortalecido un año de Trump en el
poder. Por último, se afrontarán cuestiones clave de estrategia política
para articular esas resistencias. Qué Hacer es también una
excusa perfecta para hacer un viaje de trece semanas por el pensamiento
de algunos de los intelectuales más influyentes de las últimas décadas, y
de las principales figuras emergentes del pensamiento, el activismo y
la teoría crítica. ¿Nos acompañan?
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Qué hacer, el primer proyecto audiovisual de
CTXT, se ha financiado con las aportaciones de los 4414 suscriptores y
3980 donantes de la revista. Los lectores podrán ver la serie completa
de entrevistas suscribiéndose (desde 4 euros al mes) o donando (desde 10
euros) en Agoractxt.com. La
supervivencia de CTXT depende de que usted, querido lector, entienda que
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