“Francia no lo sabe, pero estamos en guerra con América. Sí, es una guerra permanente, una guerra vital, una guerra económica, una guerra sin muertos… aparentemente. Sí, los americanos son muy duros, Son voraces, quieren un poder total sobre el mundo… Es una guerra desconocida, una guerra permanente, una guerra sin muertos aparentemente, y no obstante es una guerra a muerte.”
(François Mitterrand, pocos meses antes de morir, en Georges-Marc Benamou, Le dernier Mitterrand, 1997, Ed. Plon-Omnibus)
En un artículo anterior[1] tuve la ocasión de demostrar que los Estados Unidos han estado pilotando la construcción europea desde la firma del Tratado de Roma en 1957 hasta el momento actual[2]. Demostré con fuentes irrefutables (extraídas de documentos desclasificados del Departamento de Estado) que los Estados Unidos habían estado detrás de la creación del mercado común, de la moneda común, y que habían inspirado la idea de un parlamento europeo, de una constitución europea, etc. (ideas que en un primer momento habían sido de origen nazi, los imperialistas estadounidenses ocupándose después de reciclarlas en interés propio) Para ello, habían contado con una serie de “agentes de influencia” colocados en las grandes instancias de decisión de la llamada Comunidad Económica Europea (CEE): “padres fundadores” de Europa como Jean Monnet y Robert Schuman; Walter Hallstein, el antiguo ministro nazi que después fue presidente de la primera Comisión europea; o Paul-Henri Spaak, primer ministro belga y presidente del Movimiento Europeo[3], financiado en gran parte por la CIA a través del American Committee on United Europe, entre otros ejemplos.
Lo ignoraba en el momento de escribir aquel artículo, pero desde su publicación pude descubrir que mi tesis había sido confirmada en 2013 en un programa de la televisión francesa por Marie-France Garaud, ex-política que había sido muy próxima a Chirac (cuando éste era “gaullista”) y que entre 1969 y 1974 había sido ni más ni menos que asesora del presidente Georges Pompidou (y sin que ello genere el menor revuelo o comentario en los medios de comunicación):
“Los Estados Unidos habían querido organizar en Europa una especie de contrafuego frente a la Unión Soviética. Los americanos, que habían organizado redes de influencia para difundir esta política, consideraron, naturalmente, e inspirándose en el Tratado de Westfalia y en la situación de Europa antaño, que las naciones en Europa significan la guerra, y que por lo tanto había que suprimir los Estados y las naciones soberanos. ¡Esto se dijo expresamente! Lo dijo Bush, y lo dijo… Monnet, que portaba el mensaje europeo. Estaba convencido de ello, de hecho era un agente americano (incluso sabemos por cuánto fue remunerado, porque ha sido desclasificado), pero estaba convencido.
Por lo tanto, un día dijo: ‘la paz no renacerá en Europa si las naciones se reconstituyen a partir de la soberanía, hace falta que los pueblos formen una federación con un pilar económico común.’ En otras palabras, lo que los americanos desean es una Europa económica, ¡pero no política! ¡Jamás tuvieron la idea de una Europa política! Y de hecho, lo que vemos ocurrir ante nuestros ojos es la plasmación de este pensamiento.”[4]
Para quien tenga un mínimo de intuición política es evidente que las afirmaciones de Garaud son coherentes: el objetivo de los Estados Unidos era constituir un gran bloque geopolítico bajo su dominación, que sirva de contrapeso a la Europa bajo influencia soviética. Y es indudable que, con este mismo propósito, contaron con la colaboración entusiasta de las grandes burguesías de Europa Occidental.
No obstante, uno puede preguntarse de manera legítima por qué razón los Estados Unidos tendrían interés en seguir pilotando la construcción europea después de desaparecido el campo socialista. ¿Cuál es el interés de los Estados Unidos en que sobreviva el euro? ¿No dicen algunos analistas marxistas que la UE es un proyecto imperialista para hacer de contrapeso a los Estados Unidos y competir con los monopolios estadounidenses? ¿Cómo podrían entonces los Estados Unidos apoyar algo que supuestamente va a en contra de sus intereses?
En mi anterior artículo ya había explicado que esto es efectivamente así, citando los ejemplos de George Bush animando a la entrada de países miembros de la OTAN en la UE, las declaraciones de Condoleeza Rice a favor de la llamada Constitución europea o las palabras de Bill Clinton a favor de la entrada de Turquía en la UE. Por lo tanto, el objeto de este artículo no es tanto demostrar que los Estados Unidos están a favor de la construcción europea, sino más bien dar a comprender por qué lo están.

Matemáticamente, la Unión Europea es irreformable

Para poder tener una mejor comprensión de cómo la propia existencia de la UE sirve a los intereses del imperialismo estadounidense, es preciso explicar de qué manera los tecnócratas al servicio del imperialismo euro-atlantista y del gran capital financiero e industrial se las han arreglado para blindar la construcción europea, de tal manera que no pueda haber “otra Europa”.
En España, la izquierda que con buen criterio ha comprendido que la UE es irreformable y que por lo tanto es preciso salir de la UE para acariciar toda posibilidad de transformación social, sigue siendo una minoría. No obstante, para explicar esto al ciudadano de a pie, se suele recurrir a argumentaciones poco comprensibles, aludiendo directa o indirectamente a la teoría marxista sobre el Estado, es decir a la imposibilidad de transformar desde dentro las estructuras de poder de la UE en beneficio de las clases trabajadoras, puesto que ésta no es su naturaleza de clase.
Esta izquierda tiene razón, pero en mi opinión es querer buscarle tres pies al gato. Yo propongo explicar que no es posible “otra Europa” de una manera mucho más sencilla y más comprensible para cualquier persona. Lo que hace imposible cambiar la UE es el artículo 48 del Tratado sobre la Unión Europea, que recomiendo leer detenidamente. Se trata del artículo que habla de los procedimientos de revisión de los tratados europeos, que se dividen entre procedimientos “ordinarios” y “simplificados”.
Para los procedimientos de modificación llamados “ordinarios”, el apartado 4 del artículo 48 dice:
“El Presidente del Consejo convocará una Conferencia de representantes de los Gobiernos de los Estados miembros con el fin de que se aprueben de común acuerdo las modificaciones que deban introducirse en los Tratados. Las modificaciones entrarán en vigor después de haber sido ratificadas por todos los Estados miembros de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.”
Y para los procedimientos de modificación llamados “simplificados”, el apartado 6 dice:
“El Consejo Europeo se pronunciará por unanimidad previa consulta al Parlamento Europeo y a la Comisión, así como al Banco Central Europeo en el caso de modificaciones institucionales en el ámbito monetario. Dicha decisión sólo entrará en vigor una vez que haya sido aprobada por los Estados miembros, de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.”
¿En qué se traduce esto en la práctica? En que es imposible la revisión de los tratados europeos, y por lo tanto obtener “otra Europa”, por un simple problema matemático. Aunque parezca evidente para muchos, lo voy a ilustrar con una serie de ejemplos.
Ejemplo 1: un único Estado soberano
Cojamos primero un caso hipotético en el que tenemos un único Estados independiente y soberano, es decir, precisamente lo que no ocurre con los países miembros de la UE. Para una mayor simplicidad, haremos abstracción del carácter de clase del estado, de la posible dominación que pueda ejercer otra potencia sobre este país, o de posibles coyunturas que impidiesen llevar a cabo las políticas deseadas por el gobierno (tales como una situación de guerra, una crisis financiera repentina, una crisis climatológica, etc.) Haremos abstracción de estas coyunturas para imaginar que tenemos un país plenamente soberano.
En este caso, la política de este país es siempre coherente: si los electores de ese país eligen un gobierno de izquierdas, tendrán una política de izquierdas, y si eligen a un gobierno de derechas tendrán una política de derechas. Si cogemos por ejemplo un país relativamente soberano, al no estar dentro de la UE ni de la OTAN, como es Suiza, la situación es a grosso modo la que sigue: si los ciudadanos eligen mayoritariamente al Partido Socialista suizo, tendrán una política de izquierdas, y si eligen mayoritariamente al Partido Demócrata Cristiano tendrán una política de derechas. No hay, por decirlo así, la sensación de que la democracia ha sido robada por instancias externas a Suiza.
En términos matemáticos, la probabilidad de tener una política coherente de izquierdas o coherente de derechas se expresa de esta manera (0.5)0 = 1. Es decir, es una probabilidad del 100%.
Ejemplo 2: dos Estados que deben adoptar una política común
Imaginemos ahora que tenemos dos Estados cuyos gobiernos deben sentarse en la mesa para adoptar una política común. En principio, esto sólo es posible si en ambos países hay gobiernos con el mismo color político. Debido a que está moda hablar del mito (jamás verificado en la realidad) del “dúo franco-alemán”, voy a coger los ejemplos de Francia y Alemania, dos países miembros de la UE.
Aquí la probabilidad de tener una coherencia política entre ambos Estados es menor. Pongamos por ejemplo que en Francia la “izquierda” es el PS y la derecha es LR-Los Republicanos, y que respectivamente en Alemania son SPD y CDU. Nótese que se trata de una simplificación extrema, pues en este ejemplo sólo existe una dicotomía izquierda/derecha.
Existen las siguientes combinaciones posibles:
  1. Francia: PS, Alemania: CDU. Incoherencia “izquierda-derecha”.
  2. Francia: PS, Alemania: SPD: Coherencia “de izquierdas”.
  3. Francia: LR, Alemania: SPD. Incoherencia “derecha-izquierda”.
  4. Francia: LR, Alemania: CDU. Coherencia “de derechas”.
Es decir, sobre cuatro combinaciones posibles, hay dos casos en los que hay coherencia, y en los que por lo tanto puede haber gobiernos que se pongan de acuerdo sobre una política común. En términos matemáticos, la probabilidad de que haya coherencia se expresa de la siguiente manera: (0.5)1 = 0.5, es decir un 50%.
Ejemplo 3: tres Estados que deben adoptar una política común
Si ahora son tres los Estados cuyos gobiernos deben adoptar una política común, las cosas se complican seriamente, y se irán complicando cada vez más a medida que lleguemos a 27 Estados, que es la situación actual en la UE (ya no incluyo al Reino Unido, que habrá finalizado su salida de la UE en marzo de 2019).
Imaginemos que los tres Estados en cuestión son Francia, Alemania y España. Vamos a situarnos en un caso hipotético, imaginando que la “izquierda” es el PSOE y que la derecha es el PP. Las posibles combinaciones son las siguientes:
  1. Francia: PS, Alemania: CDU, España: PP. Incoherencia “izquierda-derecha-derecha”.
  2. Francia: PS, Alemania: CDU, España: PSOE. Incoherencia “izquierda-derecha-izquierda”.
  3. Francia: PS, Alemania: SPD, España: PP. Incoherencia “izquierda-izquierda-derecha”.
  4. Francia: PS, Alemania: SPD, España: PSOE. Coherencia de izquierdas.
  5. Francia: LR, Alemania, CDU, España: PP. Coherencia de derechas.
  6. Francia: LR, Alemania CDU, España: PSOE. Incoherencia “derecha-derecha-izquierda”.
  7. Francia: LR, Alemania: SPD, España: PSOE. Incoherencia “derecha-izquierda-derecha”.
  8. Francia: LR, Alemania: SPD, España: PSOE. Incoherencia “derecha-izquierda-izquierda”.
En este ejemplo, hay ocho combinaciones posibles, pero sólo hay dos que representen una coherencia total que permita que los tres Estados puedan tener una política común. En términos matemáticos, la probabilidad de haya coherencia total se expresa así: (0,5)2 = 0,25, es decir un 25% de probabilidades.
Ejemplo 4: 27 Estados que deben adoptar una política común
Si el lector ha comprendido hacia donde quiero ir con estos cálculos, ya habrá podido anticipar que es matemáticamente imposible toda reforma de los tratados europeos y por lo tanto del propio funcionamiento de la UE, pues hace falta la unanimidad de los 27 Estados para ello.
Y lo cosa no se detiene aquí, pues a ello se añade la necesidad de contar con la unanimidad de los respectivos parlamentos nacionales, que deben ratificar la decisión de los gobiernos nacionales, excepto en el caso de Irlanda, donde la ratificación pasa por un referéndum. Es decir, para modificar los tratados europeos y conseguir la “otra Europa” deseada por la izquierda alter-europeísta, hacen falta 27 x 2 = 54 acuerdos.
Haciendo abstracción de la necesidad de obtener el acuerdo de cada parlamento nacional, en términos matemáticos la probabilidad de tener una política coherente entre todos los Estados se resume en la siguiente fórmula: (0.5)N – 1, en la que “n” es el número de países miembros de la UE.
Nótese que se trata de un cálculo extremadamente favorable para las tesis europeístas, puesto que postula:
a) Que las opciones políticas en cada país son binarias, es decir que solamente existe la división izquierda/derecha, haciendo abstracción de otros matices políticos como ecologistas, centro, extrema-derecha, izquierda “radical”, partidos comunistas, etc.
b) Que “izquierdas” y “derechas” sean las mismas en todos los países y tengan programas compatibles entre ellos, cosa que está lejos de suceder. Por ejemplo me es difícil imaginar que la socialdemocracia sueca, portuguesa o francesa sea la misma que la socialdemocracia alemana de las reformas “Hartz IV”, con sus mini-jobs pagados 1 o 2 euros/hora.
c) Que no existen intereses nacionales diferentes entre uno y otro estado, cosa que evidentemente es falsa. El Reino Unido, antes del Brexit, no tenía ningún sector textil en la industria, mientras que países como España o Francia tenían un sector textil que se colocaba en competencia con los salarios chinos. ¿Tenían estos país los mismos intereses en el marco de las negociaciones entre el representante de la UE y China en las reuniones de la OMC? No, y a cambio de textiles baratos, el Reino Unido consiguió prebendas interesantes en China (notablemente la introducción de sus compañías de seguros). No creo que el “internacionalismo proletario” consiga que se haga caso omiso de estas cuestiones.
d) Que existe un sentimiento natural de solidaridad entre los pueblos europeos. No estoy seguro de que los habitantes de Finlandia o Alemania acepten gustosamente financiar a otros Estados deficitarios con los que no tienen ningún lazo histórico o cultural.
Pero aun haciendo abstracción de estos factores, cuando aplicamos el cálculo económico a la realidad concreta, llegamos a la conclusión de que las promesas acerca de “otra Europa”, una “Europa social”, o incluso una Europa “que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”, como dice la euro-trotskista Marina Albiol, son sencillamente risibles. Veamos:
Cuando existía la Europa de las seis naciones, entre 1957 y 1972, la probabilidad de que hubiese una política coherente era de (0.5)5 = 0.031, es decir 3.1%, lo que equivale aproximadamente a tres años sobre un siglo. Esto ya lo había percibido perfectamente en 1962 el general Charles de Gaulle, gran opositor en aquella época a la construcción europea.
En la actualidad, en la Europa de los 27 Estados (recordemos que no incluyo al Reino Unido), la probabilidad de tener una política coherente es de (0.5)26 = 1,49 x 10-8, es decir 0,000.000.015.901%. Lo que equivale a aproximadamente a medio día cada 100.000 años.
Así se explica que en 1979, el lema de campaña del PS francés para las primeras elecciones europeas fuera “Cambiar Europa, vivir en el país”

…y que 30 años después, el lema de campaña del PS seguía siendo “cambiar Europa”:

Cuando la socialdemocracia europeísta y demás europeístas (ya sean “pro” o “alter” europeístas) no consiguen lo que afirman querer conseguir desde 1979, lo mínimo es preguntarse el porqué. Hay un proverbio chino que dice “es dormir toda la vida el creer a tus propios sueños”.
Siendo realistas, los políticos de la socialdemocracia, por no hablar de ciertas personalidades de la izquierda supuestamente radical o “alternativa”, saben perfectamente lo que vengo de exponer, pero cuentan con la facilidad de sembrar ilusiones reformistas para seguir engañando a los trabajadores y asegurarse de que no peligre la continuación de la construcción europea.
Por otra parte es indudable que existen representantes de la izquierda que obran con honestidad, pero por una cuestión de democratismo infantil siguen afirmando que es necesaria y posible “otra Europa”. ¿No cree el lector que tendrían que plantearse por qué no ha sido posible “otra Europa” desde hace ya 60 años? Decía Albert Einstein que la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados.
Y si el cálculo que acabo de exponer, lo hago aplicable a otras corrientes políticas, como por ejemplo ciertas corrientes de la izquierda “radical” o “alternativa” que apuestan por “otra Europa”, podemos reírnos aún más. Imaginemos que el Sr. Pablo Iglesias o el Sr. Mélenchon han llegado a ser presidente del gobierno y presidente de la república en sus respectivos países. Una posibilidad que no es del todo descartable pero, como acabamos de ver, para obtener la “otra Europa” que tanto desean necesitarían tener el acuerdo de otros 26 países, y por lo tanto haría falta que en cada uno de estos 26 países hubiese un gobierno con un color político más o menos homologable a Francia Insumisa, Podemos-IU, Syriza, etc.
Podríamos proponer, siendo extremadamente generosos, que en cada país de la UE hay un 15% de probabilidades de que un partido de este tipo llegue al poder mediante las urnas. En realidad la probabilidad de que Podemos-IU o Francia Insumisa gane las elecciones en sus respectivos países es mayor (de hecho las posibilidades de que Mélenchon gane las presidenciales en 2022 van a aumentar fuertemente gracias a la gestión catastrófica de Macron), pero lo que propongo es un hipotético porcentaje medio para los 27 países, que de hecho ya es una cifra extremadamente generosa (de hecho, en el momento actual esta posibilidad es nula en países reaccionarios o filo-nazis como Polonia, Estonia o Letonia). Pues bien, la probabilidad de obtener esta “otra Europa” que desean los Iglesias, los Mélenchon o los Raoul Hedebouw del Partido del Trabajo de Bélgica[5], sería entonces de (0,15)26 = 3,79 x 10-22, es decir 0,000.000.000.000.000.000.000.379%. Lo cual equivale más o menos a 1,2 segundos por cada trillón de años. Y luego nos dicen sin pestañear que van a modificar los tratados si son elegidos.
Estos son los distintos colores políticos que llegaron a la cabeza de cada país en las elecciones europeas de 2014. Es evidente que jamás podrá haber el mismo color político en 27 países al mismo tiempo. Y ello haciendo abstracción de los diferentes intereses nacionales, que también existen. Este planteamiento utópico recuerda al de la “revolución permanente” de Trotsky, ante lo cual Lenin opuso el “socialismo en un solo país”. Consecuentemente con el principio de basarnos en la realidad, yo propongo la “salida de la UE en un solo país”.