A pesar de no tener ninguna pretensión de texto científico o
analítico, torpe sería prescindir de las herramientas que nos brinda 1984, la novela distópica que George Orwell
publicara en 1949, si nuestra pretensión es la de dar cuenta de una
gran cantidad de fenómenos y procesos que se desarrollaron durante el
siglo XX. Sin embargo, aunque muchas de las ideas allí presentes siguen
teniendo potencia esclarecedora, lo cierto es que, al menos desde la
década del 80 del siglo pasado, se vienen acelerando una serie de
cambios que requieren abordajes novedosos.
Foucault cree que este modelo de la cárcel panóptica es representativo de un tipo de sociedad que llamará “disciplinaria” y que tuvo plena vigencia en los siglos xviii, xix y parte del xx. Es que, para Foucault, la sociedad disciplinaria se caracteriza por distintas instituciones de encierro. Esto incluye no solo a la cárcel sino a la escuela, la fábrica, el ejército, el hospital y hasta la propia casa. Todas estas instituciones regulan nuestra vida, nuestros cuerpos, haciéndolos dóciles gracias a un dispositivo que concentra a los individuos, los distribuye en el espacio, les impone un tiempo y los obliga a maximizar su productividad constituyendo, a su vez, un tipo particular de subjetividad.
Aunque todas estas instituciones de encierro siguen existiendo, otro filósofo francés, Gilles Deleuze, advirtió en el año 1990 una crisis del modelo disciplinario y una transición hacia un tipo de sociedad nueva: la sociedad de control. En ésta, la tendencia ya no es al encierro. Más bien la sensación es la contraria, y la gran paradoja es que las sociedades de control parecen ser sociedades de la plena libertad, pues no hace falta ir a la fábrica ya que podemos trabajar desde nuestras propias casas; no tenemos que asistir a la universidad porque a través de la computadora nos podemos formar con cursos virtuales a distancia; gracias a la automedicación o a diversos tratamientos evitamos acudir a centros asistenciales salvo alguna situación excepcional, y hasta algunos presos pueden permanecer en libertad mientras se monitorean sus pasos gracias a las tobilleras electrónicas.
Una institución de encierro como la fábrica tenía una localización, un espacio, y el trabajo que allí se desarrollaba ocupaba determinada cantidad de horas ante la atenta mirada del jefe. Hoy muchos pueden trabajar desde sus casas, despeinados y en pantuflas pero trabajan por objetivos que pueden llevar mucho más que las horas de trabajo que tenía un obrero. El jefe no está presente en persona pero está presente todo el tiempo en la medida en que el empleado tiene un celular abierto por el cual puede recibir directivas las veinticuatro horas del día. Está en su casa y parece libre. Pero está más controlado que nunca y siempre tiene una deuda, en cuanto constantemente se le puede pedir más. El encierro, en determinados interregnos, está ausente. El control, en cambio, no cesa nunca. De aquí que Deleuze afirme que el Hombre ya no es el “Hombre encerrado” sino el “Hombre endeudado” que carga con una suerte de moratoria ilimitada que lo ata a ser un deudor eterno.
En primer lugar, en 1984, el Partido utilizaba la tortura como modo de conseguir información, obtener delaciones y constituir subjetividades. En cambio, la era digital, lejos de torturarte, promueve que te comuniques y que consumas. No te restringe. Te invita. Así lo dice el propio Han en las páginas 29 y 30 de la edición castellana de su libro Psicopolítica:
“El poder inteligente […]. No enfrenta al sujeto. Le da facilidades. El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencia; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. […] La diferencia entre el viejo capitalismo y el nuevo es el Me gusta. Es decir, el viejo te prohibía disciplinariamente, en cambio este te seduce”.
Según Han, la técnica del poder neoliberal que seduce y aparenta otorgar libertades no necesita controlar el pasado porque controla psicopolíticamente el futuro. No estoy de acuerdo con tal afirmación pues el futuro es, en un sentido, un tiempo que el actual capitalismo ha destruido y que solo aparece como comodín justificador de algún plan de ajuste en el presente. El único tiempo verdaderamente existente para el capitalismo actual es el presente, porque todo debe ser consumido de manera inmediata y porque lo esencial de la circulación de signos es la deshistorización y la descontextualización, los hechos como meras sumatorias de “y” sin conexión alguna con lo pasado ni con aquello que estaría por venir. ¿Para qué manipular el pasado si todo lo que vivimos es continuo presente?
El gran temor de las distopías clásicas aquí descriptas era la posibilidad de ser controlado y observado todo el tiempo, era la posibilidad de que nos extrajeran información. En el mundo actual el gran temor es a no ser visto, a ser ignorado, a tener menos “Me Gusta” que mi amigo y a tener menos amigos virtuales que mi vecino; el gran temor es que la información que voluntariamente quiero brindar sea pasada por alto. Y lo más curioso es que, en un mundo donde todos creemos conocer las grandes conspiraciones, lo cierto es que, a diferencia de los prisioneros de la cárcel de Bentham, no nos sentimos vigilados. Nos creemos libres a pesar de que ahora el vigilante no está arriba de la torre. Es más: el vigilante tampoco es el servicio de inteligencia ni el señor dueño de Facebook. Es mucho más simple el asunto: el control está en cualquiera. De hecho, en las redes sociales, todos funcionamos como control de los otros. De aquí que sea un control sin centro pero mucho más afectivo en cuanto la gran trampa es que ahora los reclusos pueden verse entre sí y, de hecho, están hipercomunicados. El control actual, entonces, no está en el aislamiento ni en la compartimentación, sino justamente en todo lo contrario, en abrir el juego a la visibilidad total y en plantear que es necesario y deseable exhibirse tal cual uno es en sus perfiles.
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Con todo, comencemos teniendo en cuenta que la figura emblemática de aquella novela, El Gran Hermano, remite, casi de manera natural, al famoso panóptico de Bentham, que, a su vez, es la figura elegida por el filósofo francés Michel Foucault
para describir lo que él denomina “sociedad disciplinaria”. Como indica
la etimología de la palabra, una estructura panóptica es aquella
constituida de modo tal que todo puede ser visto. En el caso de Bentham,
él hablaba de una cárcel en la que, desde la torre principal, un
guardián pudiera observar las acciones de cada uno de los presos en sus
celdas. La particularidad de esta estructura es que los prisioneros no pueden verse entre sí ni tampoco ver al guardián.
La visibilidad es unívoca: solo uno (el guardián) puede ver sin ser
visto. Esto trae consecuencias que cualquiera habrá experimentado sin
haber estado necesariamente en la cárcel. Me refiero al modo en que
actuamos sabiéndonos potencialmente vigilados. Dicho de otra manera, la
eficacia del panóptico está en que los prisioneros, al no poder observar
si se los vigila, actúan como si lo estuviesen, de modo que la
estructura es eficaz aun cuando no hubiera vigilante observando.
Pensemos, si no, en el efecto disuasivo de las cámaras de seguridad.
Éstas son efectivas incluso cuando en la central de monitoreo no haya
nadie. Así, el solo hecho de la existencia de la cámara, es decir, de
una tecnología que permita ver sin ser visto, hace que el delincuente se
comporte “como si” estuviese siendo observado.Foucault cree que este modelo de la cárcel panóptica es representativo de un tipo de sociedad que llamará “disciplinaria” y que tuvo plena vigencia en los siglos xviii, xix y parte del xx. Es que, para Foucault, la sociedad disciplinaria se caracteriza por distintas instituciones de encierro. Esto incluye no solo a la cárcel sino a la escuela, la fábrica, el ejército, el hospital y hasta la propia casa. Todas estas instituciones regulan nuestra vida, nuestros cuerpos, haciéndolos dóciles gracias a un dispositivo que concentra a los individuos, los distribuye en el espacio, les impone un tiempo y los obliga a maximizar su productividad constituyendo, a su vez, un tipo particular de subjetividad.
La gran paradoja es que las sociedades de control parecen ser sociedades de la plena libertad
Aunque todas estas instituciones de encierro siguen existiendo, otro filósofo francés, Gilles Deleuze, advirtió en el año 1990 una crisis del modelo disciplinario y una transición hacia un tipo de sociedad nueva: la sociedad de control. En ésta, la tendencia ya no es al encierro. Más bien la sensación es la contraria, y la gran paradoja es que las sociedades de control parecen ser sociedades de la plena libertad, pues no hace falta ir a la fábrica ya que podemos trabajar desde nuestras propias casas; no tenemos que asistir a la universidad porque a través de la computadora nos podemos formar con cursos virtuales a distancia; gracias a la automedicación o a diversos tratamientos evitamos acudir a centros asistenciales salvo alguna situación excepcional, y hasta algunos presos pueden permanecer en libertad mientras se monitorean sus pasos gracias a las tobilleras electrónicas.
Todo el tiempo estamos controlados, incluso creyendo que somos libresEl paso de la sociedad disciplinaria a la de control acompaña también el cambio del capitalismo clásico al poscapitalismo. Se abandona así un proceso de producción y acumulación en el que a lo largo de nuestro día y nuestra vida pasamos de una institución de encierro a otra y en el que nos constituimos como individuos, para adoptar un proceso en el que lo que importa es el acceso a servicios, la especulación financiera y en el que, sin haber encierro, el control no cesa. En otras palabras, no salimos y entramos a instituciones de encierro pero todo el tiempo estamos controlados, incluso creyendo que somos libres.
Una institución de encierro como la fábrica tenía una localización, un espacio, y el trabajo que allí se desarrollaba ocupaba determinada cantidad de horas ante la atenta mirada del jefe. Hoy muchos pueden trabajar desde sus casas, despeinados y en pantuflas pero trabajan por objetivos que pueden llevar mucho más que las horas de trabajo que tenía un obrero. El jefe no está presente en persona pero está presente todo el tiempo en la medida en que el empleado tiene un celular abierto por el cual puede recibir directivas las veinticuatro horas del día. Está en su casa y parece libre. Pero está más controlado que nunca y siempre tiene una deuda, en cuanto constantemente se le puede pedir más. El encierro, en determinados interregnos, está ausente. El control, en cambio, no cesa nunca. De aquí que Deleuze afirme que el Hombre ya no es el “Hombre encerrado” sino el “Hombre endeudado” que carga con una suerte de moratoria ilimitada que lo ata a ser un deudor eterno.
El Hombre ya no es el “Hombre encerrado” sino el “Hombre endeudado” que carga con una suerte de moratoria ilimitada que lo ata a ser un deudor eterno¿La caracterización deleuziana es útil para pensar hoy? Absolutamente. Pero dentro del paradigma de las sociedades de control, resultará útil agregar lo que, con el filósofo coreano Byung-Chul Han, denominaremos “panóptico digital”. Para comprender mejor esto, nos puede servir hacer una comparativa con el Gran Hermano de Orwell, que, como indicábamos al principio, era representativo de la sociedad disciplinaria que describía Foucault.
En primer lugar, en 1984, el Partido utilizaba la tortura como modo de conseguir información, obtener delaciones y constituir subjetividades. En cambio, la era digital, lejos de torturarte, promueve que te comuniques y que consumas. No te restringe. Te invita. Así lo dice el propio Han en las páginas 29 y 30 de la edición castellana de su libro Psicopolítica:
“El poder inteligente […]. No enfrenta al sujeto. Le da facilidades. El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencia; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. […] La diferencia entre el viejo capitalismo y el nuevo es el Me gusta. Es decir, el viejo te prohibía disciplinariamente, en cambio este te seduce”.
La era digital, lejos de torturarte, promueve que te comuniques y que consumasEn segundo lugar, podríamos detenernos en la interesantísima labor del Ministerio de la Verdad en 1984 para preguntarnos si hace falta manipular hoy el pasado. El interrogante es pertinente porque tanto en Argentina como en España, por ejemplo, existen enormes controversias respecto a perspectivas revisionistas de la historia que son acusadas de acomodaticias con las necesidades del presente.
Según Han, la técnica del poder neoliberal que seduce y aparenta otorgar libertades no necesita controlar el pasado porque controla psicopolíticamente el futuro. No estoy de acuerdo con tal afirmación pues el futuro es, en un sentido, un tiempo que el actual capitalismo ha destruido y que solo aparece como comodín justificador de algún plan de ajuste en el presente. El único tiempo verdaderamente existente para el capitalismo actual es el presente, porque todo debe ser consumido de manera inmediata y porque lo esencial de la circulación de signos es la deshistorización y la descontextualización, los hechos como meras sumatorias de “y” sin conexión alguna con lo pasado ni con aquello que estaría por venir. ¿Para qué manipular el pasado si todo lo que vivimos es continuo presente?
En el mundo actual el gran temor es a no ser visto, a ser ignorado, a tener menos “Me Gusta” que mi amigo y a tener menos amigos virtuales que mi vecinoPor último, quisiera reflexionar acerca de la internalización de la vigilancia que suponía el panóptico de Bentham, pues resulta claro que tal idea no es aplicable al panóptico digital. Los reclusos acomodaban sus comportamientos porque se sabían potencialmente vigilados en cuanto eran cuerpos “puestos a la vista”. Hoy en día, millones de personas en el mundo exponen sus vidas en las redes sociales contándole al mundo entero su vida, sus deseos, sus fracasos, y atiborrando de selfies un universo cada vez más onanista. Son reclusos voluntarios de las redes, porque nadie los obliga a brindar información y consideran que salirse de ellas es estar “afuera del mundo”.
El gran temor de las distopías clásicas aquí descriptas era la posibilidad de ser controlado y observado todo el tiempo, era la posibilidad de que nos extrajeran información. En el mundo actual el gran temor es a no ser visto, a ser ignorado, a tener menos “Me Gusta” que mi amigo y a tener menos amigos virtuales que mi vecino; el gran temor es que la información que voluntariamente quiero brindar sea pasada por alto. Y lo más curioso es que, en un mundo donde todos creemos conocer las grandes conspiraciones, lo cierto es que, a diferencia de los prisioneros de la cárcel de Bentham, no nos sentimos vigilados. Nos creemos libres a pesar de que ahora el vigilante no está arriba de la torre. Es más: el vigilante tampoco es el servicio de inteligencia ni el señor dueño de Facebook. Es mucho más simple el asunto: el control está en cualquiera. De hecho, en las redes sociales, todos funcionamos como control de los otros. De aquí que sea un control sin centro pero mucho más afectivo en cuanto la gran trampa es que ahora los reclusos pueden verse entre sí y, de hecho, están hipercomunicados. El control actual, entonces, no está en el aislamiento ni en la compartimentación, sino justamente en todo lo contrario, en abrir el juego a la visibilidad total y en plantear que es necesario y deseable exhibirse tal cual uno es en sus perfiles.
En las redes sociales, todos funcionamos como control de los otros. De aquí que sea un control sin centro pero mucho más afectivoEn el marco de Estados totalitarios exigíamos nuestros derechos individuales contra la ubicuidad bestial de quienes por razones políticas, religiosas o sexuales eran capaces de meterse hasta en nuestras camas. Se luchaba por diseñar la esfera del goce de determinados derechos que no podían ser invadidos por la esfera estatal. Hoy, en tiempos de las dictaduras de mercado y las censuras moralizantes de la corrección política, generaciones enteras claman por el derecho a acceder a una red social para poder exhibirse y ser libres. De hecho, hay quienes dicen que, en breve, observaremos una pintada en algún muro (real o digital) que rezará: “Facebook o Muerte. Venceremos”.
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