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reporteindigo.comProyecto de nación
Ramón Alberto Garza
Todo está en la página web y en los documentos que se van
produciendo en el nuevo poder. Los nombramientos, los reajustes, la
eliminación y separación de algunos organismos, y el movimiento de unas
dependencias a otras, como los casos del CISEN u otros órganos que
cambiarán de Secretaría a la que pertenecían.
Hasta ahí todo está muy bien. Es de agradecer que exista un plan maestro para lo que significa el cambio más importante, en muchos años, de la administración.
Los estados modernos tienen un grave problema que es la arteriosclerosis que se ha formado en torno al servicio de sus gobiernos.
En nuestro caso, además, el Estado es el primer instrumento del empleo, de la supervivencia y de la demostración del poder. Con lo cual unido a la ineficiencia de otros modelos, nos encontramos con las deformidades que provoca la falta de objetividad, tanto en la creación de organismos como en la selección de las personas encargadas de regirla.
El clientelismo, el nepotismo y el pagar favores políticos con puestos en la administración forman parte de nuestra historia.
Es más, es una situación en la que se ha ido repitiendo el modelo de actuación, desde la época de la colonia. Sin duda alguna era necesario un cambio como el que ahora se propone. El tema es que la transformación debe tener un plan rector y sobre todo unos objetivos claramente definidos.
Es correcto pensar que con todas las situaciones y que con el cambio del mood moral y político del país la corrupción no tendrá lugar. Pero todos sabemos que ese será un proceso doloroso que tomará tiempo. Y que la traducción de la promesa del presidente electo, de los 500 mil millones que se roban para financiar nuestro desarrollo, es una situación que ojalá y la podamos culminar pero tardaremos en poder establecer esos mecanismos de acción-reacción.
Mientras tanto, el Estado debe aprovechar esta situación para modernizarse y para servir mejor a los ciudadanos.
En ese sentido, no es una buena noticia que el máximo sueldo de la administración mexicana vaya a ser de 108 mil pesos que se ha puesto el virtual presidente electo como tope. Es sabido que en nuestro país nadie puede ganar más que el presidente, lo cual inevitablemente va a llevar a la diáspora a mucha gente que estaba en la administración y que tenía unos efectos competitivos desde el punto de vista de los salarios.
Yo estoy de acuerdo en todos los programas de austeridad, limpieza moral y reestructuración que se están haciendo. Pero al mismo tiempo creo que es muy importante que esa optimización, que buscamos, la sepamos hacer con criterios –no solamente de buenas intenciones o con inspiraciones morales– pero también con mecanismos de control que nos permitan eficientizar las cosas que están pasando.
Hasta ahí todo está muy bien. Es de agradecer que exista un plan maestro para lo que significa el cambio más importante, en muchos años, de la administración.
Los estados modernos tienen un grave problema que es la arteriosclerosis que se ha formado en torno al servicio de sus gobiernos.
En nuestro caso, además, el Estado es el primer instrumento del empleo, de la supervivencia y de la demostración del poder. Con lo cual unido a la ineficiencia de otros modelos, nos encontramos con las deformidades que provoca la falta de objetividad, tanto en la creación de organismos como en la selección de las personas encargadas de regirla.
El clientelismo, el nepotismo y el pagar favores políticos con puestos en la administración forman parte de nuestra historia.
Es más, es una situación en la que se ha ido repitiendo el modelo de actuación, desde la época de la colonia. Sin duda alguna era necesario un cambio como el que ahora se propone. El tema es que la transformación debe tener un plan rector y sobre todo unos objetivos claramente definidos.
Es correcto pensar que con todas las situaciones y que con el cambio del mood moral y político del país la corrupción no tendrá lugar. Pero todos sabemos que ese será un proceso doloroso que tomará tiempo. Y que la traducción de la promesa del presidente electo, de los 500 mil millones que se roban para financiar nuestro desarrollo, es una situación que ojalá y la podamos culminar pero tardaremos en poder establecer esos mecanismos de acción-reacción.
Mientras tanto, el Estado debe aprovechar esta situación para modernizarse y para servir mejor a los ciudadanos.
En ese sentido, no es una buena noticia que el máximo sueldo de la administración mexicana vaya a ser de 108 mil pesos que se ha puesto el virtual presidente electo como tope. Es sabido que en nuestro país nadie puede ganar más que el presidente, lo cual inevitablemente va a llevar a la diáspora a mucha gente que estaba en la administración y que tenía unos efectos competitivos desde el punto de vista de los salarios.
Yo estoy de acuerdo en todos los programas de austeridad, limpieza moral y reestructuración que se están haciendo. Pero al mismo tiempo creo que es muy importante que esa optimización, que buscamos, la sepamos hacer con criterios –no solamente de buenas intenciones o con inspiraciones morales– pero también con mecanismos de control que nos permitan eficientizar las cosas que están pasando.
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