El ascenso de la falsa derecha
El
21 de enero del año pasado, se dieran cita, en la ciudad alemana de
Coblenza, los movimientos identitarios europeos. Entre los participantes
más destacados de esta reunión figuran Marine Le Pen (candidata del
Frente Nacional francés), Frauke Petry (co-directora de Alternativa para
Alemania), Geert Wilders (del Partido para la Libertad holandés), Mateo
Salvini (de la Liga del Norte italiana) y Harold Vilimsky (secretario
del Partido de la Libertad austriaco). Mientras las instituciones
liberales europeas entran en una crisis terminal, golpeadas por la
salida de Gran Bretaña y el crecimiento de las tensiones diplomáticas
con Turquía, se ha vuelto un tema muy común hoy ver como los medios de
comunicación de masas promocionan el ascenso electoral de los grupos de
“ultraderecha” en Occidente. Una vez más se prenden las alarmas ante el
regreso de los monstruos y los nubarrones oscuros que se ciernen sobre
una Europa dividida, invadida por los musulmanes y cercada por Rusia. No
obstante, lo que más preocupa a las élites políticas y económicas
europeas es el enemigo interno, es decir, el crecimiento de los
partidos euro-escépticos y la creación de un proyecto político alterno
que parece demoler los cimientos mismos de la Unión Europea.
De este modo, el aparato
político-mediático oficial presenta este ascenso del “populismo derecha”
como un regreso a los días más nefastos del período de entreguerras: un
retorno a los antecedentes más oscuros de la Segunda Guerra Mundial y
el restablecimiento del fascismo en toda Europa. Es común escuchar cómo
se llama a los líderes rebeldes de nuevo cuño “los nietos de Hitler, Pétain, Mussolini…” (1),
según la formula popularizada por Frank Biancheri. Para muchos, estos
“nietos de Hitler, Pétain, Mussolini” son Marine Le Pen, Geerts Wilders y
Mateo Salvini presentados como las sombras del nuevo totalitarismo
fascista del siglo XXI. Son bien conocidas las posiciones de estos
políticos contra la inmigración, la islamización de la cultura y su
patriotismo declarado, lo que los ha llevado a ganarse el apelativo de
líderes de “extrema derecha” según la mayoría de los sectores de la
izquierda.
Sin embargo, no podemos aceptar estas
conclusiones. Desde nuestra perspectiva el ascenso de estos líderes
representa una nueva ofensiva de la sociedad occidental, consumida por
el sensualismo y el orgullo, para nivelar las caóticas naciones modernas
en vías de disgregación. Un análisis rápido de la mayor parte de los
representantes de estos partidos no resulta para nada alentadores y
despiertan, en muchos casos, una gran desconfianza... Al respecto, vale
la pena comentar que estos partidos políticos identitarios rechazan el
flujo ilimitado de personas y capital que se han apoderado de las redes
de intercambios a nivel mundial, sin embargo, aceptan por completo las
reglas de juego de la democracia moderna y defienden sus posiciones
relativistas en cuestiones morales como veremos más adelante. Vale la
pena recordar como las anteriores tentativas de lucha contra la
unificación técnica del mundo terminaron impulsando finalmente la
desestructuración de los límites entre las naciones, la ruptura de las
tradiciones y propiciaron la construcción de la actual Torre de Babel en
la que vivimos. Es muy probable que esto mismo se repita ahora.
Durante los años treinta del siglo pasado, el
profesor Plinio Correa de Oliveira, solía llamar a los movimientos nazis
y fascistas, que crecían en Europa y América, como “falsas derechas”,
es decir, falsas propuestas ideológicas dedicadas a desviar la verdadera
reacción en un sentido productivo. Estos partidos políticos, que
florecieron en el período de entreguerras, fueron el resultado de la
expansión ideológica de la democracia de la mano de Woodrow Wilson
después de la Primera Guerra Mundial. La imposición de este sistema de
gobierno provocó en Europa una serie de convulsiones y desordenes dentro
de la mayoría de las naciones acostumbradas a las monarquías e
imperios. Estos desordenes sociales, frutos del parlamentarismo burgués,
tuvieron como consecuencia el aumento del proselitismo comunista y
anarquista, que terminó por romper la unidad política e hizo colapsar a
los nacientes Estados nacionales en medio de una guerra civil inducida
por la dialéctica de la lucha de clases. Como es sabido a la actividad
desestabilizadora de los grupúsculos socialistas, comunistas y
anarquistas siguió una reacción restauradora de la orden guiada por las
fuerzas fascistas que se extendieron por todo el continente europeo:
desde la Guardia de Hierro de Codreanu hasta las camisas negras de
Mussolini.
Ahora bien, muchos de los líderes que hicieron
parte de esta restauración del orden social en Europa, como Mussolini,
Hitler o Codreanu fueron, en su momento, parte de movimientos
socialistas. Es bien conocida la filiación de Mussolini al partido
socialista italiano o la participación de Hitler, en sus años de
juventud, en la fundación de la República Soviética de Baviera. Los
falsos profetas nunca faltan y el fascismo, surgido de los restos de los
imperios europeos, no es la excepción. Sabemos que el fracaso de los
movimientos de “ultraderecha”, después de la Segunda Guerra Mundial,
llevó, en la Europa del siglo pasado, a la destrucción de los últimos
restos de orden devorados por el torbellino de sangre, violencia y
muerte. Las dictaduras nacional-socialistas, que siempre se jactaran de
que su revolución sería decisiva, acabaron pulverizando las ruinas de la
Alemania Guillermina y de la Italia de las ciudades autónomas.
Semejantes antecedentes nos llevan a desconfiar de los sucesores del
fascismo europeo y los movimientos identitarios que constituyen el
núcleo duro de las reacciones políticas actuales. Dado que son partidos
de masas, los actuales partidos euro-escépticos han adaptado todos los
elementos constitutivos del resto del espectro político: un liberalismo
económico que se diferencia bien poco de los actuales programas seguidos
por el resto de los partidos socialdemócratas en crisis, sin hablar de
que rescatan los aspectos más desagradables de la ingeniería social
mundialista en boga (“derechos LGTBI”, secularismo, aborto, etc.). Un
programa antropológico que no se diferencia mucho del promovido por los
actuales liberales pro-globalización.
No de extrañarnos, por tanto, que la mayoría de
los militantes de estos nuevos partidos identitarios salgan de los
viejos militantes de izquierda o del liberalismo clásico, como por
ejemplo la ya difunta periodista Oriana Fallaci, una de las más
conocidas figuras de este movimiento contra la islamización, que atacaba
a los musulmanes por despreciar la herencia de la Europa moderna,
antropocéntrica e iluminista: “¿qué va a quedar de Europa, de la Europa
del Renacimiento, de la Ilustración? Nada más que los escombros. Eurabia
es una colonia del Islam”. Al mismo tiempo que despreciaba la mezcla
racial, celebraba el laicismo y los derechos de las mujeres como el gran
avance del mundo Occidental. También Robert Spencer, otro de los
ideólogos favoritos de los partidos identitarios, considera que “una
religión irracional y primitiva (como el Islam) es incompatible con una
sociedad moderna” y hace un llamado a su modernización bajo los
parámetros de una adaptación a la Europa de hoy. O el sociólogo Pim
Fortuym que, rechazando ser “reaccionario”, llamaba a la defensa de las
conquistas europeas en cuestiones sociales, las cuales consideraba
amenazadas por una “ideología hostil a nuestra cultura”, islamismo
radical, que amenazaba el actual modelo social constituido por las
repúblicas democráticas modernas. Veía como un fracaso las sociedades
multiculturales y clamaba el regreso a una homogenización nacional de
antaño.
Es bien sabido que Marine Le Pen apoya
el aborto y pretenden mantener el laicismo de Estado frente a un Islam
que no separa la religión de la política. Igualmente, líderes de la
“ultraderecha” como Geert Wilders, del Partido de la Libertad holandés,
defiende con ahínco los valores seculares del Occidente moderno, como la
igualdad entre hombres y mujeres, así como los derechos gays, contra el
tradicionalismo musulmán al que consideraba un elemento inasimilable a
las actuales sociedades laicas. Al parecer, muchos de estos “salvadores”
están más interesados en desvestir a las mujeres musulmanas (a las que
les prohíben usar “burkinis” en lugar de “bikinis”) y establecer un
control efectivo sobre las fronteras. Como se puede ver se trata en
realidad de una reafirmación de la Europa laica, materialista e
ilustrada que está en la base de la actual crisis histórica.
Todos estos valores secularistas y laicos tienen
su origen en el humanismo renacentista, mas solo alcanzaron su plena
expresión con la Ilustración y la Revolución francesa. Los pensadores
ilustrados tenían como objetivo central emancipar al hombre de las
“heteronomías de la voluntad”, es decir, de todas las coerciones
exteriores que impedían su plena libertad individual. Fue así que el
liberalismo se convirtió en el paladín de la plena libertad humana,
disolviendo los vínculos exteriores del individuo: primero los de la
religión, luego los de la sociedad y finalmente los de la propia
naturaleza humana, promoviendo todas las aberraciones antinaturales como
la ideología de género o el transhumanismo. Y es precisamente esta
cultura ilustrada, positivista y laica la que constituye el sustrato del
que emergen los actuales partidos identitarios europeos, preocupados
por el hecho de que se tambalean los fundamentos históricos de las
revoluciones burguesas del siglo XIX. No es la cultura cristiana ni su
milenaria herencia la que reclaman los nuevos patriotas de Europa, sino
el regreso de los Estados nacionalistas y racistas que hicieron reventar
los fundamentos de la Cristiandad como Imperio e Iglesia universal,
poniendo fin a la Edad Media.
Aun siendo cardenal, el Papa emérito Benedicto XVI
advertía contra este modelo político y cultural que estaba imponiéndose
a las sociedades europeas, haciendo énfasis en los daños sociales,
históricos y morales que semejante imposición estaba causando. Partiendo
de la constatación de esta disyuntiva socio-política, rechazaba los
intentos banales de fundar “una sociedad sin Dios” y hacia un llamado a
no olvidar las raíces histórico-religiosas del continente Europeo:
“según la tesis de la cultura ilustrada y laicista de Europa, solamente
las normas y los contenidos de la cultura ilustrada pueden determinar la
identidad de Europa” y por lo tanto “esta nueva identidad, determinada
exclusivamente por la cultura ilustrada, comporta también que Dios no
tiene nada que ver con la vida pública y con los fundamentos del
estado”. Y terminaba concluyendo que la verdadera lucha que se desataba
hoy enfrentaba a la cultura Ilustrada contra las tradiciones históricas
de los pueblos. “La auténtica contraposición que caracteriza al mundo de
hoy no es la que se produce entre las diferentes culturas religiosas
(entre el Islam y la Iglesia), sino entre la radical emancipación del
hombre de Dios, de las raíces de la vida, por una parte, y las grandes
culturas religiosas por otra” (2). Aunque vale la pena aclarar que para
nosotros este choque pasa hoy día por una persecución doble al
cristianismo por parte de los partidarios de la yihad y la república.
Lo que sucede ahora en Europa, con el ascenso de
la falsa derecha, no es un regreso al feudalismo o a los valores del
cristianismo, sino otra vuelta de tuerca al humanismo laico que busca
reafirmar su poder frente a los cuestionamientos “pre-políticos” nacidos
de la Cruz y la Media Luna. Y mientras la ilustración se reafirma como
el único camino válido de felicidad de los pueblos europeos, la misma
alma de la Cristiandad se hunde en la noche oscura de la razón cargada
de pesadillas. Al final, la reacción liderada por los movimientos de Le
Pen, Salvini y Wilders no conducirán a una recuperación de Europa, sino
que allanarán el camino a una nueva dictadura tecnocrática bajo lemas
nacionalistas, preparando la demolición final de los Estados nación que
dicen defender y adaptando a sus pueblos a la llegada de la república
universal democrática. Este proceso, que ya está muy avanzado, no podrá
pararse simplemente con consignas y llamados a la acción, sino que
constituyen una verdadera prueba de fe para quienes no se dejan llevar
por sus falsas promesas.
Ante este panorama desolador, solo podemos seguir
afirmando nuestra posición; solamente una verdadera resistencia
tradicionalista y católica puede parar la actual decadencia en la que se
hunden todos los países de América y Europa. A pesar de que los nuevos
partidos de “derecha” han aceptado sin vergüenza el juego democrático,
el relativismo moral y el secularismo destructor de los vínculos
sagrados de la sociedad, los verdaderos contrarrevolucionarios
rechazamos con un “no” rotundo sus propuestas. Los tradicionalistas
seguiremos defendiendo a Dios, la Iglesia, la Monarquía, el Imperio, lo
Estamental y las costumbres populares como la forma ideal y perfecta de
organización social. Frente al mundo deprimente y depravado del
consumismo materialista actual o a la imposición por la espada de la
sharía, oponemos la contemplación de lo sagrado y el regreso de la Edad
Media.
1. Geab N° 100, diciembre de 2015
2. Conferencia pronunciada en Subiaco el 1 de abril del 2005.
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