La clave para entender a Bolsonaro, no solo es militar, es religiosa
A modo de introducción:
El Liberalismo que impregna a casi todas las
constituciones americanas pretendió siempre una férrea división entre el
Estado y la Iglesia. Es más, la Revolución que lo produjo, la Francesa,
quiso imponerla atacando y confiscando a la Iglesia de su época e
inventando el culto de la diosa razón.
Igualmente, hoy, se pretende esa división, aunque
nada se diga de otros cultos. Como por ejemplo, el de la ideología de
género, entre tantos otros que podrían mencionarse.
Lo que no se recuerda bien, es que esa Revolución, cuando estaba en
las últimas, fue salvada por Napoleón Bonaparte. Quien se hizo coronar
Emperador por el Papa Pío VII. No era que él fuera un creyente. No lo
era. Era un político práctico que sabía de la importancia de la religión
para el pueblo. Sabía que por extrañas razones, que ni él podía
explicar ni entender, es siempre mejor que el que manda aparezca
respaldado por un poder espiritual, superior.A modo de desarrollo:
Más recientemente, las religiones parecen estar
retomando ese protagonismo político. Por empezar, nadie puede negarlo en
referencia al Islam, la más moderna de ellas, con sus extremas
manifestaciones integristas. Pero, tampoco, del Judaísmo, la más
antigua, y que acaba de ser proclamada la religión oficial del Estado de
Israel.
Por su parte, dentro del Cristianismo
han ocurrido fenómenos similares, aunque con algunos matices. Por
ejemplo, desde el siglo XIX, la Iglesia Católica viene elaborando un
cuerpo doctrinario conocido como su Doctrina Social conformado por
encíclicas y otros documentos afines.
Pero, pese a su excelencia intelectual, se puede
afirmar que la Doctrina Social de la Iglesia ha tenido pocos intentos
serios de aplicación práctica. Con las notables excepciones de la
Doctrina Justicialista del argentino Juan Domingo Perón, la del Estado
Novo de Getulio Vargas en Brasil y la del Desarrollismo del chileno
Carlos Ibáñez del Campo, todos sucedidos en la década de los años 50.
Pero, mucho más recientemente, concretamente, en
los EEUU y ahora, en Brasil estamos asistiendo a la aplicación de
ciertos principios político-sociales y económicos vinculados con las
teologías protestantes.
Ambos experimentos, aún incompletos, comparten con
la postura católica su defensa de los valores tradicionales vinculados a
Dios, la Patria y la Familia. De allí, su férrea oposición a la agenda
neomarxista impulsada por el colectivo conocido como “políticamente
correcto”.
También, ambos comparten entre sí, pero se
distancian de la postura católica, su visión de los temas vinculados con
lo económico.
Concretamente, tal como lo señalara el gran
sociólogo alemán de principios del siglo XX, Werner Sombart, las
religiones se diferencian -entre otras cosas- por el distinto “espíritu”
con el cual ellas encaran lo económico. Para hacer una larga historia
muy breve, podemos decir que los católicos -en general- se orientan
hacia una valoración no absoluta de la riqueza. Exigiéndole a sus
legítimos poseedores que la misma se encuentre, siempre, en función
social. Mientras que para los protestantes, especialmente para los
calvinistas, ella estará siempre muy vinculada a su teoría de la
predestinación. En la que su obtención, es más fruto de un favor divino,
que de un esfuerzo personal.
En consonancia con estos espíritus, los
católicos llegaron a desarrollar, en uno de sus extremos posibles, a la
Teología de la Liberación. Una versión de marcada orientación
socialista. Frente, en el otro extremo, a la Teología de la Prosperidad
que proponen, hoy, los evangelistas carismáticos como una búsqueda de
la prosperidad y de la seguridad.
Volviendo a los personajes, sabemos que Trump se
proclama presbiteriano, mientras que Jair Bolsonaro, evangélico
pentecostal. Lo que plantea, por igual, similitudes y diferencias.
La principal diferencia, creo que radica en la
actitud personal de ambos personajes. Uno intuye, por ejemplo, que
Trump, ejerce una suerte de adscripción ligera hacia su fe. No así en el
caso de Bolsonaro, que no en vano, usó como lema de campaña: “Brasil
encima de todo, Dios por encima de Todo”.
El Presbiterianismo, que es la religión de Trump,
tiene su origen en el Calvinismo escocés y se considera que tuvo una
gran influencia en el desarrollo inicial de la democracia de los EEUU.
Por su parte, el Evangelismo carismático es la fe de Bolsonaro. La misma
hace hincapié en el denominado bautismo en el Espíritu Santo que se
caracteriza por un empoderamiento de los dones naturales de las personas
que lo reciben y que se traduce en un alivio de la enfermedad y la
pobreza, consideradas como maldiciones.
A modo de conclusión:
No sabemos, en qué grado las respectivas creencias
religiosas pueden influir en sus decisiones concretas de gobierno. Sí
podemos sopesar que si bien, no estamos bajo el paradigma de las Guerras
de Religión en la que toda decisión política era, en definitiva, el
resultado de una creencia religiosa. Hemos comenzado a apartarnos del
Estado religiosamente aséptico que pretendieron sus fundadores hace unos
300 años, cuando firmaron la paz en Westfalia.
Todo ello, nos lleva a interrogarnos
sobre la posible interacción estratégica y geopolítica de los tres
Estados que nos interesan. Vale decir: Los EEUU y el Brasil gobernado
por protestantes y la Argentina, sin ninguna tendencia muy definida al
respecto.
Antes de proseguir es necesario hacer otra parada
en Sombart para recordar cuando distinguió entre el Capitalismo de la
ciudad de Florencia con el de Venecia. Ya desde el siglo XIII, dijo que
mientras las demás ciudades luchaban, Florencia «negociaba». Por el
contrario, se agregó que Venecia estaba mejor predispuesta para las
empresas violentas como la conquista y el imperio.
No nos puede caber duda alguna del sesgo veneciano
de los EEUU. Mucho más ahora, con la vigencia renovada de su Doctrina
Truman. El interrogante, ahora, es Brasil. Si buscará negociar y
consensuar como Florencia o imponer al estilo veneciano.
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