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Magnate del Petróleo, Jefe de la CIA, Presidente: George H. W. Bush fue el epítome del Imperio Americano
Traducido por el equipo de SOTT.net en español.
El difunto presidente de Estados Unidos George H.W. Bush, una celebridad de la familia más poderosa de Estados Unidos, fue la personificación de una nación adicta al petróleo, obsesionada con el encubrimiento y la guerra, y convencida de sus cualidades excepcionales.
Al considerar la vida y la época de George Herbert Walker Bush, uno se ve obligado a entrar en una mansión bien protegida que está impregnada de tantas capas acumuladas de riqueza, poder y encubrimiento, que para poder apenas raspar la superficie se requiere de un pico y dinamita. Porque no se trata de un político ordinario, sino más bien del descendiente de un clan dinástico que tuvo una profunda influencia en forjar a Estados Unidos como el país que es hoy en día.
George H.W. Bush no estaba necesariamente predestinado a una vida de política de la misma manera que los políticos de carrera, como John F. Kennedy, por ejemplo, o Bill Clinton. Conquistar una buena parte del liderazgo del monopolio global fue una prioridad para la familia Bush; el poder político surgió (tal como un caramelo de menta después de la cena) más bien como un complemento a la riqueza obtenida, y tal vez como una forma de adquirir más.
El padre de George, Prescott Sheldon Bush, se convirtió, entre otras cosas, en el vicepresidente del banco de inversiones A. Harriman & Co. A la edad de 60 años, después de hacer una fortuna respetable, lanzó su candidatura en la arena política y fue elegido Senador por Connecticut.
Al igual que su padre, George H.W. dedicó los primeros años de su vida a la búsqueda de la fortuna, no a la política. Al graduarse de la Universidad de Yale, se dirigió al sur con su familia, a Texas, para convertirse en petrolero. En 1964, a la edad de 40 años, ya era un millonario "artífice de su propio éxito".
Sin embargo, la tierra y el petróleo de Texas nunca pudieron ocultar la "aristocrática" sangre azul que corría por sus venas, traicionando el linaje de la Costa Este bajo la bien lograda imagen de un "petrolero de Texas".
Del petróleo a la eternidad
Los varones de la familia Bush, desde Prescott Bush (1895-1972) hasta George "Dubya" Bush, compartían mucho más que una pasión por ganar dinero y jugar al golf, por muy importantes que fueran esos pasatiempos.
Los tres asistieron a la prestigiosa Universidad de Yale, donde "Dubya" Bush, su padre y su abuelo fueron miembros de la orden fraternal secreta conocida como Skull and Bones ["Cráneo y Huesos" -NdT]. Fundada en 1832, esta sociedad ha sido la fuente de numerosas teorías de conspiración, demasiadas para discutir aquí. Digamos que, a pesar de la pequeña composición del grupo, un gran número de sus miembros han pasado a ocupar altos cargos gubernamentales.
La pertenencia a la misma universidad y a la misma fraternidad durante tres generaciones consecutivas no prueba necesariamente que algo indebido estuviera ocurriendo, por supuesto. Sin embargo, muestra cómo el clan Bush, a través de tradiciones que se remontan a siglos atrás, fue capaz de cultivar conexiones íntimas con algunas de las personas y familias más poderosas del mundo. En otras palabras, gente y familias semejantes a ellos.
Tales lazos íntimos forjados a puertas cerradas remiten al famoso discurso de la "sociedad secreta" del presidente Kennedy, en el que advirtió que tales alianzas turbias no tienen cabida en una democracia. Sin embargo, para George H.W. Bush, tales alianzas ciertamente no lo perjudicaron en su transición del mundo de los negocios al mundo de la política y la inteligencia.
Política de poder
Aprovechando el poderoso nombre de su familia, a pesar de haber perdido una candidatura para un escaño en el Senado en 1970, Bush fue nombrado por el Presidente Nixon al año siguiente como Embajador ante las Naciones Unidas. Desde entonces, la fama política de Bush comenzó a crecer. Poco después de servir como jefe del Comité Nacional Republicano, Bush fue nominado por el presidente Ford para liderar la CIA en 1976.
El episodio más significativo que se destaca durante el primer año de Bush como director de la CIA fue la Operación Cóndor, una descarada campaña de sangre fría para apuntalar a dictadores militares de derecha en toda Sudamérica, como el general Augusto Pinochet en Chile. Para lograr este fin, no se escatimó la violencia.
Impulsada por el entonces Secretario de Estado Henry Kissinger, quien bloqueó los esfuerzos para detener la matanza, la operación Cóndor organizó equipos de asesinos que rastrearon y asesinaron a por lo menos 13.000 disidentes. Cientos de miles de personas fueron retenidas en campos de prisioneros donde muchas fueron víctimas de tortura y finalmente murieron.
George H.W. Bush, como director de la CIA, estaba en posición de detener la carnicería de la derecha, gran parte de la cual estaba siendo orquestada a través de su agencia; pero decidió no hacerlo, dejando una de las muchas notas al pie de página lamentables de su legado.
Pasando rápidamente los relativamente tranquilos 8 años de Bush como Vicepresidente de Ronald Reagan (1981-1989), encontramos a George H.W. Bush en la Casa Blanca como el presidente número 41 de los Estados Unidos.
Con respecto a la presidencia de Bush, el estratega político estadounidense Zbigniew Brzezinski lo resumió muy bien en su libro Second Chance:
Pero sobre todo, el episodio determinante de la presidencia de Bush fue la Operación Tormenta del Desierto, la ofensiva militar para liberar a Kuwait de una invasión iraquí. Una vez más, el líder republicano decepcionó.
Anunciada como la primera gran guerra que los estadounidenses podían ver desde la comodidad de sus salas de estar, la Tormenta del Desierto comenzó de lleno el 16 de enero de 1991. Las fuerzas dirigidas por Estados Unidos sometieron a Irak a 42 días y noches consecutivos de una de las campañas aéreas más intensas de la historia militar, arrasando la infraestructura militar y civil con un abandono desenfrenado.
Una vez más, el exceso militar estadounidense estaba al mando.
No había necesidad de enviar a Irak de vuelta a la Edad de Piedra para castigar a Hussein por su beligerancia. Pero eso es exactamente lo que George H.W. permitió que sucediera. Incluso Brzezinski se atrevió a preguntar por qué Bush no le dio a Hussein un ultimátum para que "se retirara y se fuera al exilio o sus fuerzas serían aniquiladas cuando huyeran".
En tanto, es difícil elogiar a Bush, como muchos lo han hecho, por decidir no atacar la capital, Bagdad, lo que sin duda habría dado lugar a una crisis humanitaria de proporciones épicas. Eso es porque su hijo, George W. Bush, se encargó de esa tarea poco más de una década después con su propia invasión de Irak, explicando que al menos parte de su motivación fue porque Saddam Hussein "intentó matar a mi padre en una ocasión".
Considerar que un conflicto militar moderno fue desencadenado parcialmente por una venganza personal es perturbador, por decirlo suavemente.
En cualquier caso, George H.W. aspiraba a la creencia en el excepcionalismo estadounidense que ha llegado a dominar la política exterior estadounidense. Por ejemplo, cuando se le preguntó si Estados Unidos debía disculparse con Japón por haber lanzado bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, respondió: "No se requiere ninguna disculpa, y no se le pedirá a este Presidente, se lo garantizo".
Dio una respuesta similar cuando se le preguntó sobre el derribo del vuelo 655 de Iran Air, que fue derribado en julio de 1988 por la Armada de los Estados Unidos y que causó la muerte de 290 personas, entre ellas 66 niños.
Cuando se le preguntó si los EE.UU. le debían una disculpa a Teherán, Bush replicó: "Nunca me disculparé por Estados Unidos, no me importan los hechos... No soy del tipo que se disculpa por EE.UU.".
En conclusión, parece justo decir que George H.W. Bush fue uno de esos líderes estadounidenses tan alineados con la "élite" (desde su nacimiento) que era incapaz de apreciar las preocupaciones de la gente común, tanto en su país como en el extranjero y en el campo de batalla. Esta descripción explica casi por completo el enfoque de Washington en materia de política exterior.
Al igual que el presidente No. 41, Washington no siente ninguna obligación de explicar su comportamiento cada vez más errático a un mundo que ha sufrido tanta destrucción en su nombre. Eso es porque, en su retorcida visión de la realidad, Estados Unidos cree que está más allá de toda duda, más allá de toda explicación, más allá de las disculpas. Seguirá defendiendo sus intereses en tierras extranjeras y llevando a cabo los conflictos militares que considere necesarios.
En ese sentido, George H.W. Bush fue sin duda el líder estadounidense por excelencia.
El difunto presidente de Estados Unidos George H.W. Bush, una celebridad de la familia más poderosa de Estados Unidos, fue la personificación de una nación adicta al petróleo, obsesionada con el encubrimiento y la guerra, y convencida de sus cualidades excepcionales.
Al considerar la vida y la época de George Herbert Walker Bush, uno se ve obligado a entrar en una mansión bien protegida que está impregnada de tantas capas acumuladas de riqueza, poder y encubrimiento, que para poder apenas raspar la superficie se requiere de un pico y dinamita. Porque no se trata de un político ordinario, sino más bien del descendiente de un clan dinástico que tuvo una profunda influencia en forjar a Estados Unidos como el país que es hoy en día.
George H.W. Bush no estaba necesariamente predestinado a una vida de política de la misma manera que los políticos de carrera, como John F. Kennedy, por ejemplo, o Bill Clinton. Conquistar una buena parte del liderazgo del monopolio global fue una prioridad para la familia Bush; el poder político surgió (tal como un caramelo de menta después de la cena) más bien como un complemento a la riqueza obtenida, y tal vez como una forma de adquirir más.
El padre de George, Prescott Sheldon Bush, se convirtió, entre otras cosas, en el vicepresidente del banco de inversiones A. Harriman & Co. A la edad de 60 años, después de hacer una fortuna respetable, lanzó su candidatura en la arena política y fue elegido Senador por Connecticut.
Al igual que su padre, George H.W. dedicó los primeros años de su vida a la búsqueda de la fortuna, no a la política. Al graduarse de la Universidad de Yale, se dirigió al sur con su familia, a Texas, para convertirse en petrolero. En 1964, a la edad de 40 años, ya era un millonario "artífice de su propio éxito".
Sin embargo, la tierra y el petróleo de Texas nunca pudieron ocultar la "aristocrática" sangre azul que corría por sus venas, traicionando el linaje de la Costa Este bajo la bien lograda imagen de un "petrolero de Texas".
Del petróleo a la eternidad
Los varones de la familia Bush, desde Prescott Bush (1895-1972) hasta George "Dubya" Bush, compartían mucho más que una pasión por ganar dinero y jugar al golf, por muy importantes que fueran esos pasatiempos.
Los tres asistieron a la prestigiosa Universidad de Yale, donde "Dubya" Bush, su padre y su abuelo fueron miembros de la orden fraternal secreta conocida como Skull and Bones ["Cráneo y Huesos" -NdT]. Fundada en 1832, esta sociedad ha sido la fuente de numerosas teorías de conspiración, demasiadas para discutir aquí. Digamos que, a pesar de la pequeña composición del grupo, un gran número de sus miembros han pasado a ocupar altos cargos gubernamentales.
La pertenencia a la misma universidad y a la misma fraternidad durante tres generaciones consecutivas no prueba necesariamente que algo indebido estuviera ocurriendo, por supuesto. Sin embargo, muestra cómo el clan Bush, a través de tradiciones que se remontan a siglos atrás, fue capaz de cultivar conexiones íntimas con algunas de las personas y familias más poderosas del mundo. En otras palabras, gente y familias semejantes a ellos.
Tales lazos íntimos forjados a puertas cerradas remiten al famoso discurso de la "sociedad secreta" del presidente Kennedy, en el que advirtió que tales alianzas turbias no tienen cabida en una democracia. Sin embargo, para George H.W. Bush, tales alianzas ciertamente no lo perjudicaron en su transición del mundo de los negocios al mundo de la política y la inteligencia.
Política de poder
Aprovechando el poderoso nombre de su familia, a pesar de haber perdido una candidatura para un escaño en el Senado en 1970, Bush fue nombrado por el Presidente Nixon al año siguiente como Embajador ante las Naciones Unidas. Desde entonces, la fama política de Bush comenzó a crecer. Poco después de servir como jefe del Comité Nacional Republicano, Bush fue nominado por el presidente Ford para liderar la CIA en 1976.
El episodio más significativo que se destaca durante el primer año de Bush como director de la CIA fue la Operación Cóndor, una descarada campaña de sangre fría para apuntalar a dictadores militares de derecha en toda Sudamérica, como el general Augusto Pinochet en Chile. Para lograr este fin, no se escatimó la violencia.
Impulsada por el entonces Secretario de Estado Henry Kissinger, quien bloqueó los esfuerzos para detener la matanza, la operación Cóndor organizó equipos de asesinos que rastrearon y asesinaron a por lo menos 13.000 disidentes. Cientos de miles de personas fueron retenidas en campos de prisioneros donde muchas fueron víctimas de tortura y finalmente murieron.
George H.W. Bush, como director de la CIA, estaba en posición de detener la carnicería de la derecha, gran parte de la cual estaba siendo orquestada a través de su agencia; pero decidió no hacerlo, dejando una de las muchas notas al pie de página lamentables de su legado.
Pasando rápidamente los relativamente tranquilos 8 años de Bush como Vicepresidente de Ronald Reagan (1981-1989), encontramos a George H.W. Bush en la Casa Blanca como el presidente número 41 de los Estados Unidos.
Con respecto a la presidencia de Bush, el estratega político estadounidense Zbigniew Brzezinski lo resumió muy bien en su libro Second Chance:
"Para ser justos con Bush, ningún presidente de los EE.UU. desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha tenido que enfrentarse a una agitación global tan intensa y extensa."En efecto, sólo en 1989 se vivió la protesta en la Plaza de Tiananmen, la muerte del líder espiritual iraní, el ayatolá Jomeini, y el desmantelamiento del Muro de Berlín. Luego, el 3 de diciembre de 1989, Bush y el líder soviético Mijail Gorbachov declararon el fin de la Guerra Fría.
Pero sobre todo, el episodio determinante de la presidencia de Bush fue la Operación Tormenta del Desierto, la ofensiva militar para liberar a Kuwait de una invasión iraquí. Una vez más, el líder republicano decepcionó.
Anunciada como la primera gran guerra que los estadounidenses podían ver desde la comodidad de sus salas de estar, la Tormenta del Desierto comenzó de lleno el 16 de enero de 1991. Las fuerzas dirigidas por Estados Unidos sometieron a Irak a 42 días y noches consecutivos de una de las campañas aéreas más intensas de la historia militar, arrasando la infraestructura militar y civil con un abandono desenfrenado.
Una vez más, el exceso militar estadounidense estaba al mando.
No había necesidad de enviar a Irak de vuelta a la Edad de Piedra para castigar a Hussein por su beligerancia. Pero eso es exactamente lo que George H.W. permitió que sucediera. Incluso Brzezinski se atrevió a preguntar por qué Bush no le dio a Hussein un ultimátum para que "se retirara y se fuera al exilio o sus fuerzas serían aniquiladas cuando huyeran".
En tanto, es difícil elogiar a Bush, como muchos lo han hecho, por decidir no atacar la capital, Bagdad, lo que sin duda habría dado lugar a una crisis humanitaria de proporciones épicas. Eso es porque su hijo, George W. Bush, se encargó de esa tarea poco más de una década después con su propia invasión de Irak, explicando que al menos parte de su motivación fue porque Saddam Hussein "intentó matar a mi padre en una ocasión".
Considerar que un conflicto militar moderno fue desencadenado parcialmente por una venganza personal es perturbador, por decirlo suavemente.
En cualquier caso, George H.W. aspiraba a la creencia en el excepcionalismo estadounidense que ha llegado a dominar la política exterior estadounidense. Por ejemplo, cuando se le preguntó si Estados Unidos debía disculparse con Japón por haber lanzado bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, respondió: "No se requiere ninguna disculpa, y no se le pedirá a este Presidente, se lo garantizo".
Dio una respuesta similar cuando se le preguntó sobre el derribo del vuelo 655 de Iran Air, que fue derribado en julio de 1988 por la Armada de los Estados Unidos y que causó la muerte de 290 personas, entre ellas 66 niños.
Cuando se le preguntó si los EE.UU. le debían una disculpa a Teherán, Bush replicó: "Nunca me disculparé por Estados Unidos, no me importan los hechos... No soy del tipo que se disculpa por EE.UU.".
En conclusión, parece justo decir que George H.W. Bush fue uno de esos líderes estadounidenses tan alineados con la "élite" (desde su nacimiento) que era incapaz de apreciar las preocupaciones de la gente común, tanto en su país como en el extranjero y en el campo de batalla. Esta descripción explica casi por completo el enfoque de Washington en materia de política exterior.
Al igual que el presidente No. 41, Washington no siente ninguna obligación de explicar su comportamiento cada vez más errático a un mundo que ha sufrido tanta destrucción en su nombre. Eso es porque, en su retorcida visión de la realidad, Estados Unidos cree que está más allá de toda duda, más allá de toda explicación, más allá de las disculpas. Seguirá defendiendo sus intereses en tierras extranjeras y llevando a cabo los conflictos militares que considere necesarios.
En ese sentido, George H.W. Bush fue sin duda el líder estadounidense por excelencia.
Sobre el autor Robert Bridge es un escritor y periodista estadounidense. Ex redactor jefe de The Moscow News, es autor del libro "Midnight in the American Empire", publicado en 2013.
@Robert_Bridge
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