sábado, 13 de julio de 2019

Llegó el cambio a Atenas: Grecia reconoce al impostor Guaidó como presidente interino de Venezuela


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Llegó el cambio a Atenas: Grecia reconoce al impostor Guaidó como presidente interino de Venezuela

 

 


ATENAS (Sputnik) — El nuevo Gobierno de Grecia reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, anunció el Ministerio de Asuntos Exteriores del país.
"El Gobierno de la República Helénica, de acuerdo con la posición común de la Unión Europea [UE], expresada en nombre de los 28 miembros en la declaración de la alta representante/vicepresidenta de la UE, Federica Mogherini, decidió reconocer al presidente de la Asamblea Nacional, democráticamente elegida, Juan Guaidó, como presidente interino de Venezuela, con el fin de convocar elecciones libres, justas y democráticas", dijo la Cancillería griega en un comunicado.
El Gobierno griego, según el escrito, apoya firmemente los esfuerzos de la UE, especialmente en el marco del Grupo Internacional de Contacto para Venezuela, a través del asesor especial de la UE para Venezuela, Enrique Iglesias, y las iniciativas relacionadas, como las negociaciones en Oslo, para lograr una solución pacífica, política, democrática y negociada a la crisis, "en beneficio del pueblo venezolano".
El partido conservador Nueva Democracia llegó al poder en Grecia el 7 de julio como resultado de las elecciones anticipadas.
El anterior Gobierno de Alexis Tsipras consideró a Nicolás Maduro como el presidente legítimo de Venezuela.
El 23 de enero el Gobierno de Estados Unidos declaró que desconocía el mandato del presidente venezolano, Nicolás Maduro, y en su lugar reconoció al opositor Juan Guaidó quien se autoproclamó aquel día como presidente encargado del país.
Análisis: ¿Por qué Tsipras perdió el poder en Grecia?
Francisco Herranz
Atenas ha virado a la derecha. Una mezcla de rabia ciudadana, decepción popular y absentismo electoral ha arrebatado el poder a Alexis Tsipras, el carismático líder de la formación Syriza o Coalición de la Izquierda Radical.
Grecia vive aún en una situación muy precaria. El panorama continúa siendo negro y poco optimista. Aunque es cierto que la economía ha empezado a crecer lentamente (1,4% en 2017 y 1,9% en 2018), el abismo al que se enfrentó el país helénico ha empobrecido y desengañado a su sociedad. Nada será igual que antes. Ha pasado una década —tempus fugit, que decían los latinos— y parece que no han salido del todo de la pesadilla.
La Iglesia ortodoxa griega da cada día de comer a 20.000 personas, a los jubilados les bajaron las pensiones en 23 ocasiones en los últimos ocho años, el número de "sin techo" se multiplicó por cuatro, los salarios se recortaron en un 40%, los impuestos subieron a niveles increíbles, la clase media se ha empobrecido de forma masiva y 300.000 empresas desaparecieron.
Así mismo, la deuda subió al 185% del PIB (al comenzar la crisis era el 126%), el paro es del 18% (casi del 40% entre los jóvenes), muchos sectores económicos estratégicos están ahora en manos de empresas extranjeras, los servicios sanitarios han sufrido grandes recortes, un tercio de los griegos no tiene cobertura médica, y el 35% vive por debajo del umbral de la pobreza...
Han transcurrido 10 años desde que se desató la tragedia. Fue a finales de 2009 cuando se hicieron obvios los indicios que demostraban que Grecia era incapaz de pagar su deuda soberana, que ascendía a 300.000 millones de euros. También entonces se conoció que las autoridades griegas, con la complicidad necesaria del banco Goldman Sachs —uno de los gigantes multinacionales de Wall Street—, habían falseado ocho años antes los datos de su déficit público que entregaba a los funcionarios de la Unión Europea.
En 2001 Grecia buscaba fórmulas para ocultar sus graves problemas financieros. El Tratado de Maastricht de la Unión Europea (UE), suscrito en 1992, exigía a todos los Estados miembros de la zona euro que mejoraran sus cuentas públicas, pero Atenas iba en dirección contraria. Fue entonces cuando apareció Goldman Sachs y organizó para Grecia un préstamo secreto de 2.800 millones de euros disfrazado de "intercambio de moneda" fuera de los libros de contabilidad, una compleja transacción por la que la deuda griega en moneda extranjera se convertía en obligaciones cambiarias en moneda nacional usando un tipo de cambio ficticio.
Como resultado de esa operación, el 2% de la deuda griega desapareció de las cuentas nacionales. Y Goldman Sachs recibió 600 millones de euros por sus servicios prestados. El tercer pecador fue la propia UE ya que, hasta 2008, las normas contables comunitarias permitían a los países miembros administrar su deuda con esta clase de trampas.
El descubrimiento del engaño desembocó en tres rondas de rescates financieros —110.000 millones de euros en 2010, 100.000 millones en 2011 y 86.000 millones en 2015—, que pusieron a Grecia de rodillas y al borde de salir del euro.
Al llegar al poder en 2015, Tsipras quería acabar con las medidas de austeridad, y convocó un referéndum en julio de aquel año, en el cual dos de cada tres de los griegos que acudieron a votar rechazaron las condiciones del tercer rescate. Sin embargo, presionado por los "hombres de negro", los implacables tecnócratas profesionales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Comisión Europea, al final tuvo que aceptar lo que antes renegaba.
Los electores no han perdonado a Tsipras ni las promesas incumplidas ni los duros recortes sufridos durante su gestión. Las urnas han recogido el descontento de las clases medias. Los más radicales se han sentido traicionados. Pero el batacazo no es definitivo. Teniendo en cuenta el "bono" o premio que la ley electoral griega concede al partido más votado, Syriza solo ha bajado cuatro puntos porcentuales con respecto a sus resultados de 2015.
Todos los análisis auguraban una derrota mucho más pronunciada dada la debacle que había sufrido previamente en los comicios europeos, regionales y municipales. Además, Yanis Varufakis, el famoso pero efímero —duró sólo seis meses en el cargo— ministro de Finanzas de Tsipras entró en el Parlamento heleno con su nuevo partido antiausteridad y revisionista.
Eso significa que las fuerzas de izquierdas no están derrotadas sino que andan dispersas y enfrentadas entre sí. La baja participación electoral en un país donde el voto es obligatorio también jugó en contra de los candidatos de Syriza, beneficiando a los conservadores de Nueva Democracia y su máximo dirigente, el ahora primer ministro Kyriakos Mitsotakis.
Hubo otros factores que contribuyeron a la derrota de Tsipras. Las impresionantes imágenes de los incendios ocurridos en 2018 en Mati, en la región de Ática, que se llevaron la vida de casi 100 personas, fueron la triste confirmación de que la ineficacia del Estado griego no había desaparecido bajo el mando de Syriza.
Tsipras puso fin al largo conflicto con Macedonia del Norte a propósito de su nombre oficial. Eso fue un gran triunfo griego. Pero tuvo, sin embargo, un coste electoral indudable pues fomentó que la extrema derecha fortaleciera su discurso nacionalista en distintas partes de Grecia. Finalmente, la incómoda coalición con el partido de derechas Anel asoció a Syriza con figuras políticas muy desagradables para el electorado de izquierdas.
Es posible que Tsipras abandone Syriza para fundar otro partido más socialdemócrata, moderno y progresista. El reto de esa transformación pasa por ampliar su número de afiliados, es decir, aumentar el peso de su base en la sociedad, que es mucho menor que la que poseen organizaciones como Nueva Democracia o Kinal, el sucesor del Pasok, el histórico partido socialista griego.
​El camaleónico político de 44 años ha abandonado la confrontación de antaño con las instituciones europeas y ahora se presenta como baluarte de los valores europeos ante el auge de la ultraderecha que barre Europa, incluida su patria.



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