Por Iñaki Urdanibia
Si una de las obras fundamentales del escritor praguense era El proceso, Elías Canetti escribió El otro proceso de Kafka, refiriéndose a su relación y cartas, muy en especial las cruzadas con Felice Bauer, ahora se publica, editado por Ariel: « El último proceso de Kafka. El juicio de un legado histórico» de Benjamin Balint . Es obvio que quien se sienta ante el tribunal no es el autor de La metamorfosis, sino que es la propiedad de algunos escritos suyos lo que provocó una batalla legal, celebrada en Israel, en la que tres partes se disputaban algunos textos que habían estado en manos de Max Brod hasta su muerte. La disputa enfrentaba a quien fuese secretaria de este último, Esther Hoffe, a la Biblioteca Nacional de Israel y el Archivo de Literatura Alemana de Marbach, uno de los mayores archivos de literatura alemana existentes.
La investigación que presenta el autor es de sumo interés si en cuenta se tiene lo kafkiano del proceso, de los procesos ya que anteriormente ya se habían celebrado alguno, en el que cada cual trataba de exhibir sus razones sobre la propiedad de tales materiales y la pertinencia de que pertenezcan a unos o a otros por derecho o por conveniencia. La hija de la secretaria de Max Brod, Eva, manteniendo que los documentos que estaban en manos de su madre era la herencia que le había destinado Max Brod, en contra de tal razonamiento algunas voces decían que aquellos documentos no eran de Brod sino que el propio Kafka se los había dejado en préstamo ( suponiendo que como todo lo demás debería haber sido quemado tras la muerte del escritor, orden – que como es sabido Brod no cumplió- ) alegándose también que algunos documentos que obraban en poder de Brod éste los había cogido del despacho del escritor tras su fallecimiento, se añadía, para más inri, que Brod no legó tales materiales a su secretaria, sino que se los prestó, según el decir de algunos; por otro lado, otros argumentando que tales materiales estarían más seguros en Alemania teniendo en cuenta además que Kafka escribía en alemán, la postura contraría venía a defender que los documentos, tanto de Brod como de Kafka, debían pasar a pertenecer a Israel, ya que ambos eran, con sus más y sus menos, judíos.
El interés del libro reside además de en las idas y venidas referidas a los tribunales, en el proceso celebrado en el Tribunal Supremo de Israel, cuya última sesión se celebró en agoto de 2016 con una sentencia salomónica, aunque más bien respondió a la lógica de que quien más puede capador (sentencia que no desvelaré), acerca de los supuestos derechos de propiedad a los que se superponen los criterios morales, al retrato que se va intercalando acerca de la amistad entre Max Brod y Franz Kafka, la enorme admiración del primero con respecto al segundo, que data de los tiempos en que ambos estudiaban en la Universidad Carolina de Praga, a las relaciones de Kafka con sus diferentes amores ( Felice, Dora, Julie, Milena…) y la permanente indecisión que le asaltaba cuando, precisamente, se acercaban los momentos de tomar una decisión, postura que se rastrea en paralelo a sus relaciones y contactos, llenos de dudas, con respecto al sionismo, en una tensión de amor /odio, corriente animada por Theodor Herlz, de la que se realiza un seguimiento en sus diferencias interpretativas, etc. ; del mismo modo que veremos ciertas reuniones y conferencias con la presencia de Martin Buber, Thomas Mann, Stefan Zweig. Se desvelan también los equilibrios que hubo de hacer Max Brod para salvar las obras de su amigo, y los problemas editoriales de la época.
Si los otros cantaban que la culpa fue del chachacha, en esta ocasión, a la hora de buscar culpables, se ha de mirar al incumplimiento de Max Brod de las órdenes que le habían transmitido su amigo de quemarlos; Brod no cumplió el deseo de Kafka sino que conservó los manuscritos y se dedicó a lo largo de su vida a publicarlos. Se ha de tener en cuenta que Max Brod se trasladó y asentó en Palestina , escapando de la peste parda y salvando a su vez los escritos de su amigo, ya que éstos en Alemania hubieran corrido el camino de la hoguera, al igual que, justo es decirlo, no es que en Israel fuesen bien acogidos, ya que el estar escritos en alemán no era buen camino para que resultasen atractivos ( en la misma onda en pleno litigio se da un fuego cruzado en el que algunos argumentaban que Kafka nunca llegó a ser sionista y que nunca pisó Palestina, añadiendo que la falta de alguna calle con el nombre del escritor es muestra de la poca estima que se le tenía en Israel; al contrario, la otra parte argumentaba que los alemanes habían tratado de mala manera a la familia de Kafka, ya que algunos miembros, tres hermanas, acabaron en las cámaras de gas, y él se libró porque murió antes, en 1924. Otro de los nudos del dilema residía en ver si tales manuscritos y anotaciones debían estar en manos privadas : Esther Hoffe había vendido algunos, por ejemplo el manuscrito de El proceso, en Londres, en 1988, por dos millones de dólares, acabando posteriormente en el archivo alemán antes nombrado, con la airada reclamación de la Biblioteca Nacional de Israel ; su hija, Eva Hoffe por su parte, reivindicaba que siguiesen en sus manos, sin salir de Tel Aviv; entre medio las ofertas a la señora para hacerse con tales materiales, etc…Dándosenos a conocer la diseminación de los documentos kafkianos en la casa de Hoffe, en algunas instituciones germanas e israelíes además de en algunas cajas fuertes de bancos suizos.
Y así se disputó la propiedad y se concentró geográfica y culturalmente parte del legado de este escritor checo, que escribía en alemán y que no pertenecía a ninguna parte, o…a todas, teniendo serios problemas para hallarse a su propio yo como patria individual; estando siempre en permanente minoría: lingüística(alemán, y yidis-que aprendió-, frente al checo), religiosa( judaísmo frente al catolicismo), nacional ( de la periferia de Galitzia), un ser paradigmáticamente desterritorializado, por emplear el término de Gilles Deleuze et Félix Guattari ( Kafka, pour une littérature mineur). Y el autor da cuenta detallada de todos los vaivenes judiciales, los avatares de la herencia del autor de La colonia penitenciaria, y ofrece un retrato de aspectos esenciales en la vida del escritor y de su posteridad.
Si una de las obras fundamentales del escritor praguense era El proceso, Elías Canetti escribió El otro proceso de Kafka, refiriéndose a su relación y cartas, muy en especial las cruzadas con Felice Bauer, ahora se publica, editado por Ariel: « El último proceso de Kafka. El juicio de un legado histórico» de Benjamin Balint . Es obvio que quien se sienta ante el tribunal no es el autor de La metamorfosis, sino que es la propiedad de algunos escritos suyos lo que provocó una batalla legal, celebrada en Israel, en la que tres partes se disputaban algunos textos que habían estado en manos de Max Brod hasta su muerte. La disputa enfrentaba a quien fuese secretaria de este último, Esther Hoffe, a la Biblioteca Nacional de Israel y el Archivo de Literatura Alemana de Marbach, uno de los mayores archivos de literatura alemana existentes.
La investigación que presenta el autor es de sumo interés si en cuenta se tiene lo kafkiano del proceso, de los procesos ya que anteriormente ya se habían celebrado alguno, en el que cada cual trataba de exhibir sus razones sobre la propiedad de tales materiales y la pertinencia de que pertenezcan a unos o a otros por derecho o por conveniencia. La hija de la secretaria de Max Brod, Eva, manteniendo que los documentos que estaban en manos de su madre era la herencia que le había destinado Max Brod, en contra de tal razonamiento algunas voces decían que aquellos documentos no eran de Brod sino que el propio Kafka se los había dejado en préstamo ( suponiendo que como todo lo demás debería haber sido quemado tras la muerte del escritor, orden – que como es sabido Brod no cumplió- ) alegándose también que algunos documentos que obraban en poder de Brod éste los había cogido del despacho del escritor tras su fallecimiento, se añadía, para más inri, que Brod no legó tales materiales a su secretaria, sino que se los prestó, según el decir de algunos; por otro lado, otros argumentando que tales materiales estarían más seguros en Alemania teniendo en cuenta además que Kafka escribía en alemán, la postura contraría venía a defender que los documentos, tanto de Brod como de Kafka, debían pasar a pertenecer a Israel, ya que ambos eran, con sus más y sus menos, judíos.
El interés del libro reside además de en las idas y venidas referidas a los tribunales, en el proceso celebrado en el Tribunal Supremo de Israel, cuya última sesión se celebró en agoto de 2016 con una sentencia salomónica, aunque más bien respondió a la lógica de que quien más puede capador (sentencia que no desvelaré), acerca de los supuestos derechos de propiedad a los que se superponen los criterios morales, al retrato que se va intercalando acerca de la amistad entre Max Brod y Franz Kafka, la enorme admiración del primero con respecto al segundo, que data de los tiempos en que ambos estudiaban en la Universidad Carolina de Praga, a las relaciones de Kafka con sus diferentes amores ( Felice, Dora, Julie, Milena…) y la permanente indecisión que le asaltaba cuando, precisamente, se acercaban los momentos de tomar una decisión, postura que se rastrea en paralelo a sus relaciones y contactos, llenos de dudas, con respecto al sionismo, en una tensión de amor /odio, corriente animada por Theodor Herlz, de la que se realiza un seguimiento en sus diferencias interpretativas, etc. ; del mismo modo que veremos ciertas reuniones y conferencias con la presencia de Martin Buber, Thomas Mann, Stefan Zweig. Se desvelan también los equilibrios que hubo de hacer Max Brod para salvar las obras de su amigo, y los problemas editoriales de la época.
Si los otros cantaban que la culpa fue del chachacha, en esta ocasión, a la hora de buscar culpables, se ha de mirar al incumplimiento de Max Brod de las órdenes que le habían transmitido su amigo de quemarlos; Brod no cumplió el deseo de Kafka sino que conservó los manuscritos y se dedicó a lo largo de su vida a publicarlos. Se ha de tener en cuenta que Max Brod se trasladó y asentó en Palestina , escapando de la peste parda y salvando a su vez los escritos de su amigo, ya que éstos en Alemania hubieran corrido el camino de la hoguera, al igual que, justo es decirlo, no es que en Israel fuesen bien acogidos, ya que el estar escritos en alemán no era buen camino para que resultasen atractivos ( en la misma onda en pleno litigio se da un fuego cruzado en el que algunos argumentaban que Kafka nunca llegó a ser sionista y que nunca pisó Palestina, añadiendo que la falta de alguna calle con el nombre del escritor es muestra de la poca estima que se le tenía en Israel; al contrario, la otra parte argumentaba que los alemanes habían tratado de mala manera a la familia de Kafka, ya que algunos miembros, tres hermanas, acabaron en las cámaras de gas, y él se libró porque murió antes, en 1924. Otro de los nudos del dilema residía en ver si tales manuscritos y anotaciones debían estar en manos privadas : Esther Hoffe había vendido algunos, por ejemplo el manuscrito de El proceso, en Londres, en 1988, por dos millones de dólares, acabando posteriormente en el archivo alemán antes nombrado, con la airada reclamación de la Biblioteca Nacional de Israel ; su hija, Eva Hoffe por su parte, reivindicaba que siguiesen en sus manos, sin salir de Tel Aviv; entre medio las ofertas a la señora para hacerse con tales materiales, etc…Dándosenos a conocer la diseminación de los documentos kafkianos en la casa de Hoffe, en algunas instituciones germanas e israelíes además de en algunas cajas fuertes de bancos suizos.
Y así se disputó la propiedad y se concentró geográfica y culturalmente parte del legado de este escritor checo, que escribía en alemán y que no pertenecía a ninguna parte, o…a todas, teniendo serios problemas para hallarse a su propio yo como patria individual; estando siempre en permanente minoría: lingüística(alemán, y yidis-que aprendió-, frente al checo), religiosa( judaísmo frente al catolicismo), nacional ( de la periferia de Galitzia), un ser paradigmáticamente desterritorializado, por emplear el término de Gilles Deleuze et Félix Guattari ( Kafka, pour une littérature mineur). Y el autor da cuenta detallada de todos los vaivenes judiciales, los avatares de la herencia del autor de La colonia penitenciaria, y ofrece un retrato de aspectos esenciales en la vida del escritor y de su posteridad.
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