Los tres «grandes»
Estados Unidos
El derrumbe de la Unión Soviética pudo haber provocado el de Estados Unidos ya que ambos países basaban su existencia como potencia en la existencia del otro como adversario. Pero Estados Unidos sobrevivió a la desaparición de su adversario. Con la Operación Tormenta del Desierto, el presidente George Bush padre garantizó que Estados Unidos se convirtiera en líder indiscutible de todas las naciones, después desmovilizó 1 millón de soldados y proclamó la búsqueda de la prosperidad.
Las grandes transnacionales llegaron a un pacto con el dirigente chino Deng Xiaoping para que los obreros chinos garantizaran, por salarios 20 veces inferiores a los de los obreros estadounidenses, la manufactura de los productos que antes se fabricaban en Estados Unidos. Esto favoreció un importante desarrollo del transporte internacional de mercancías, así como la desaparición de empleos y de la clase media en Estados Unidos. El capitalismo industrial fue reemplazado por un capitalismo financiero.
A finales de los años 1990, Igor Panarin, profesor en la Academia de la diplomacia rusa, analizó el derrumbe económico y psicológico de la sociedad estadounidense y estimó que es posible que se produzca un derrumbe de Estados Unidos, fenómeno que –como sucedió con el derrumbe de la URSS– daría paso a la división de Estados Unidos en nuevos Estados independientes.
Tratando de postergar el derrumbe, Bill Clinton liberó a su país del respeto al Derecho Internacional con la agresión contra Yugoslavia por parte de la OTAN. Como eso no fue suficiente, varias personalidades estadounidenses tratan de adaptar su país al capitalismo financiero y de organizar por la fuerza los intercambios internacionales para instaurar un «nuevo siglo americano» [léase “estadounidense”]. Con George Bush hijo, Estados Unidos abandonó su posición de líder y trató de convertirse en un poder mundial unipolar absoluto. George Bush hijo inició la «guerra sin fin» o «guerra contra el terrorismo» teniendo como verdadero objetivo destruir, atacándolos uno por uno, las estructuras de los Estados en todos los países del «Medio Oriente ampliado», o «Gran Medio Oriente». Barack Obama prosiguió esa tarea asociando a ella una miríada de aliados.
Esa política arrojó resultados, que sólo beneficiaron a unos pocos, los «súper ricos». Los estadounidenses reaccionaron eligiendo presidente a Donald Trump. Trump rompió con sus predecesores y, como Mijaíl Gorbatchov en la URSS, trató de salvar a Estados Unidos liberándolo de sus compromisos más costosos. Reactivó la economía estadounidense estimulando las industrias nacionales contra las que habían trasladado sus empleos al extranjero, subvencionó la extracción del petróleo de esquistos y logró tomar el control del mercado mundial de hidrocarburos a pesar del cártel constituido por la OPEP y Rusia.
Consciente de que el ejército estadounidense es principalmente una enorme burocracia que malgasta un presupuesto colosal con resultados insignificantes, Donald Trump puso fin al apoyo que Estados Unidos aportaba al Emirato Islámico (Daesh) y al PKK, negociando con Rusia una vía para poner fin a la «guerra sin fin» y tratando de perder lo menos posible.
En el próximo periodo, Estados Unidos actuará prioritariamente en función de su necesidad de ahorrar en todas sus acciones en el extranjero, llegando incluso a abandonarlas de ser necesario. El fin del imperialismo no es una opción sino una cuestión existencial, un reflejo motivado por el instinto de conservación, por la voluntad de sobrevivir.
La República Popular China
Después del intento de golpe de Estado de Zhao Ziyang y de la revuelta de Tiananmén, Deng Xiaoping inició su «viaja al sur». Anunció que China continuaría su proceso de liberación económica estableciendo contratos con las transnacionales estadounidenses.
Jiang Zeming prosiguió esa política. La costa de China se convirtió en el «taller del mundo», lo cual trajo al país un gigantesco desarrollo económico. Poco a poco, Jiang Zemin limpió el Partido Comunista de caciques y veló por que los empleos bien remunerados se extendieran al interior del país. Posteriormente, Hu Jintao, preocupado por instaurar una «sociedad armoniosa», abrogó los impuestos que pagaban los campesinos en las regiones más intrincadas del país, adonde no llegaba el desarrollo económico. Pero no logró controlar los poderes regionales y cayó, víctima de un caso de corrupción.
Xi Jinping se propone abrir nuevos mercados poniendo en aplicación un proyecto titánico de creación de vías comerciales internacionales que recuerda la antigua «Ruta de la Seda». Pero ese proyecto llega demasiado tarde ya que, contrariamente a la época de la Antigüedad, China ya no propone productos originales sino más bien lo mismo que venden las transnacionales occidentales, aunque más barato. Los países pobres acogen ese proyecto como una bendición. Pero los países ricos lo ven con gran temor y se preparan para sabotearlo. Xi Jinping está reposicionando a su país en todos los islotes que había abandonado en el Mar de China en la época del derrumbe del imperio Qing y de la ocupación de China por 8 ejércitos extranjeros. Consciente del poder de destrucción de las potencias occidentales, Xi Jimping ha establecido una alianza con Rusia y se abstiene de tomar iniciativas políticas internacionales.
En el próximo periodo, China consolidará sus posiciones en las instancias internacionales, sin olvidar todo lo que los imperios coloniales infligieron al pueblo chino en el siglo XIX. Sin embargo, China seguirá absteniéndose probablemente de intervenir militarmente y optará por mantenerse en una posición de potencia estrictamente económica.
La Federación Rusa
En el momento del derrumbe de la URSS, los rusos creyeron que podrían salvarse integrándose al modelo occidental. En realidad, el equipo de gobierno de Boris Yeltsin, conformado por la CIA, organizó el saqueo de los bienes colectivos por parte de unos cuantos individuos. En 2 años, un centenar de esos individuos, el 97% de los cuales provenían de la minoría judía, acapararon el máximo posible, convirtiéndose en multimillonarios. Esos nuevos oligarcas lucharon entre sí de forma despiada, a golpe de batallas a tiros y de atentados dinamiteros en pleno Moscú, mientras que el presidente Yeltsin lanzaba tanques contra el Parlamento. Sin un verdadero gobierno, Rusia cayó en la ruina. Señores de la guerra y yihadistas armados por la CIA organizaron la secesión en Chechenia. El nivel de vida y la esperanza de vida de los rusos se derrumbaron.
En 1999, el director del FSB [1], Vladimir Putin, salvó al presidente Yeltsin de una investigación por corrupción. Vladimir Putin fue nombrado entonces presidente del Consejo de Ministros, puesto que utilizó para forzar la dimisión de Yeltsin y hacerse elegir en su lugar. Vladimir Putin puso fin a la guerra civil en Chechenia y fue deshaciéndose metódicamente de los oligarcas que se negaron a plegarse ante el Estado. El regreso de Rusia al orden institucional también puso fin al “sueño occidental” de los rusos cuyos niveles de vida y esperanza de vida registraron una inmediata recuperación.
Después de haber reinstaurado el estado de derecho, Vladimir Putin se mantuvo fuera de la presidencia de la Federación Rusa por espacio de dos mandatos consecutivos. Apoyó a un insulso profesor de Derecho, Dimitri Medvedev, adulado por Estados Unidos, como candidato a la presidencia de la Federación. Sin embargo, decidido a no dejar el poder en manos no confiables, Putin se hizo nombrar primer ministro. Creyendo que Rusia se derrumbaría nuevamente, Georgia atacó Osetia del Sur pero se encontró instantáneamente con el primer ministro Putin en su camino. Aquello permitió a Putin comprobar el lastimoso estado de las fuerzas armadas rusas, pero logró vencer recurriendo al factor sorpresa.
En 2012, después de haber dejado pasar dos mandatos presidenciales, durante los cuales se desempeñó como primer ministro, Putin se presentó nuevamente como candidato a la elección presidencial, fue electo democráticamente y se dedicó a transformar el sector de la defensa. Cientos de miles de oficiales, a menudo desviados de lo que debe ser el comportamiento de un militar por los anteriores años de decadencia de las fuerzas armadas rusas, fueron enviados a la jubilación y Putin puso al general Serguei Choigu, un tuvano (miembro de una minoría de Siberia), a la cabeza del ministerio ruso de Defensa.
Volviendo al modo de gestión ruso tradicional, Vladimir Putin separó el presupuesto civil de una parte del presupuesto militar: la Duma Estatal (el parlamento de la Federación Rusa) se encarga de votar el presupuesto civil y el presupuesto militar es secreto. Vladimir Putin restauró la investigación militar, mientras que Estados Unidos creía no tener ya necesidad de invertir en ese sector. Bajo el mandato de Vladimir Putin se desarrollaron numerosas armas de nuevo tipo, antes de proceder al despliegue de las nuevas fuerzas armadas rusas en ayuda de la República Árabe Siria. En el teatro de operaciones sirio, el ejército ruso puso a prueba su nuevo armamento en condiciones de combate real y pudo decidir qué armas pasarían a la etapa de producción. En aras de favorecer la experiencia de las tropas en condiciones de combate, se organizó una rotación trimestral del contingente ruso en Siria. En 18 años, la Federación Rusa, que en 1991 había perdido su lugar internacional en el sector militar, se ha convertido en la primera potencia militar mundial.
Simultáneamente, Vladimir Putin supo utilizar el golpe de Estado nazi en Ucrania para recuperar Crimea, territorio ruso que Nikita Jrushov había incorporado administrativamente a Ucrania. La Unión Europea adoptó entonces contra Rusia una serie de sanciones que Vladimir Putin utilizó para alcanzar la autosuficiencia de la Federación Rusa mediante el desarrollo de la producción agropecuaria interna.
Putin estableció además una alianza con China y logró que ese país modificara su proyecto de nueva ruta de la seda incorporando las necesidades del territorio ruso en materia de comunicaciones terrestres para fundar una «Asociación de Eurasia Ampliada».
Durante los próximos años, Rusia tratará de reorganizar las relaciones internacionales en función de 2 objetivos:
separar los poderes públicos y los poderes religiosos;
reinstaurar el derecho internacional sobre las bases formuladas por el zar Nicolás II.
Occidente de Europa
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte
En el momento del derrumbe de la URSS, el Reino Unido suscribió, con reservas, el Tratado de Maastricht. El primer ministro John Mayor pretendía aprovechar las ventajas que ofrecía la Unión Europea como entidad supranacional, pero conservando la moneda británica. Se regocijó por tanto con el ataque George Soros contra la libra británica e impuso que esa moneda saliera del SME (el sistema monetario de la Unión Europea). Su sucesor, el laborista Tony Blair, restauró la plena independencia del Banco de Inglaterra y planteó la posibilidad de que el Reino Unido saliera de la UE para unirse al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) [2]. Tony Blair transformó la defensa de los intereses de su país sustituyendo el respeto del Derecho Internacional por referencias a los Derechos Humanos. Se convirtió en promotor de las políticas estadounidenses de Bill Clinton, y más tarde de las políticas de George Bush hijo, estimulando y justificando la ampliación de la Unión Europea, la «guerra humanitara» en Kosovo y posteriormente el derrocamiento del presidente iraquí Saddam Hussein. En 2006, Blair elaboró el plan de «primaveras árabes» y lo presentó a Estados Unidos.
Su sucesor, Gordon Brown, vaciló en cuanto a la continuación de esa política y trató de recuperar un margen de maniobra, pero tuvo que consagrar sus energías a la crisis financiera de 2008, que finalmente logró atravesar. Después, David Cameron aplicó, con Barack Obama, el plan Blair-Bush de «primaveras árabes», principalmente la guerra contra Libia pero el objetivo de poner a la Hermandad Musulmana en el poder en el Medio Oriente ampliado lo logró sólo parcialmente. David Cameron acabó dimitiendo cuando los electores británicos votaron a favor del Brexit, en un momento en que la posibilidad de incorporar el Reino Unido al Tratado de Libre Comercio de América del Norte había quedado atrás.
Theresa May trató de aplicar el Brexit, sacando al Reino Unido del Estado supranacional creado por el Tratado de Maastricht pero manteniéndolo en el mercado común anterior a Maastricht. Fracasó en ese empeño y fue reemplazada como primer ministro por el biógrafo de Winston Churchill, Boris Johnson. Este último ha decidido sacar totalmente el Reino Unido de la Unión Europea y reactivar la política exterior tradicional del Reino: la lucha contra todo Estado competidor en Europa.
Si Boris Johnson logra mantenerse en el poder, durante los próximos años el Reino Unido tratará de enemistar a la Unión Europea con Rusia.
Francia
Francois Mitterrand no entendió el desmembramiento de la URSS y llegó incluso a respaldar el intento de golpe de los generales soviéticos contra el presidente Mijaíl Gorbatchov. Lo que sí vio Mitterrand fue una oportunidad para construir un Estado supranacional europeo lo suficientemente grande como para rivalizar con Estados Unidos y China, dando continuación a los intentos napoleónicos en ese sentido. También favoreció, junto al canciller alemán Helmut Kohl, la unificación alemana y el Tratado de Maastricht.
Inquieto ante ese proyecto de “Estados Unidos de Europa”, el presidente estadounidense Bush padre, convencido de que era necesaria la «doctrina Wolfowitz» sobre impedir el surgimiento de un competidor ante el liderazgo de Estados Unidos, obligó a Mitterrand a aceptar que la Unión Europea se pusiera bajo la protección de la OTAN y que se extendiera a los países que habían sido miembros del desaparecido Pacto de Varsovia. Francois Mitterrand utilizó la llamada «cohabitación» [3], así como al ministro gaullista del Interior, Charles Pasqua, para combatir a la Hermandad Musulmana, cofradía que la CIA había obligado a aceptar en Francia y que el MI6 utilizaba para expulsar a Francia de Argelia.
Como sucesor de Mitterrand en la presidencia de Francia, Jacques Chirac desarrolló la fuerza nuclear francesa de disuasión poniendo fin a las pruebas nucleares francesas y pasando a los ensayos por simulación antes de firmar el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN) [4]. Al mismo tiempo, Jacques Chirac adaptó las fuerzas armadas de Francia a las necesidades de la OTAN poniendo fin al servicio militar obligatorio e integrando el país al Comité Militar de la alianza atlántica. Chirac apoyó la iniciativa de la OTAN contra Yugoslavia (la guerra de Kosovo), pero –después de haber leído y estudiado el libro L’Effroyable imposture [5]– encabezó la oposición mundial a la agresión contra Irak. Eso le permitió vincularse al canciller alemán Schröder y hacer avanzar la Unión Europea, como Estado supranacional europeo, que él seguía viendo como herramienta de una independencia europea alrededor del dúo franco-alemán. Desestabilizado por el asesinato de su socio de negocios, el ex primer ministro libanés Rafic Hariri, Jacques Chirac se volvió contra Siria, país que Estados Unidos designaba como fuente de la orden del asesinato de Hariri.
Partidario de una política radicalmente diferente a la de su predecesor Jacques Chirac, el proestadounidense Nicolas Sarkozy puso las fuerzas armadas de Francia bajo las órdenes de Estados Unidos al incorporarlas al Mando Integrado de la OTAN. Sarkozy trató de ampliar la zona de influencia de Francia organizando la Unión para el Mediterráneo, pero ese proyecto no funcionó. Derrocó al presidente Laurent Gbagbo en Costa de Marfil y, aunque nunca entendió lo que estaba sucediendo en las «primaveras árabes» de Túnez y Egipto, encabezó la operación de la OTAN contra Libia y contra Siria. Sin embargo, dando pruebas de realismo, Sarkozy entendió la resistencia de Siria y se retiró de ese país. Prosiguió la construcción de los Estados Unidos de Europa forzando la adopción del Tratado de Lisboa por los legisladores franceses a pesar de que los electores ya habían rechazado ese texto bajo la denominación de «Constitución Europea». En realidad, la modificación de las instituciones, que supuestamente debían hacerse más eficaces con 27 países miembros de la Unión Europea, transformó profundamente el Estado supranacional, que ahora impone su propia voluntad a los países miembros.
Al llegar al poder sin preparación previa, el presidente Francois Hollande siguió de manera algo rígida los pasos de su predecesor Nicolas Sarkozy, cuya ideología tuvo que adoptar. Hollande firmó todos los tratados que Sarkozy había negociado –incluyendo el pacto presupuestario europeo que permite la adopción de sanciones contra Grecia– limitándose a agregar en cada uno, como excusándose por su cambio de posición, una declaración en la que expresaba su propio punto de vista pero sin carácter vinculante. Hollande autorizó así la instalación de bases militares de la OTAN en suelo francés, poniendo fin de esa manera a la doctrina gaullista de independencia nacional de Francia. También continuó la política de agresión contra Siria, emprendiendo incluso una imprudente escalada verbal para después no hacer nada, con lo cual se plegaba a las órdenes de la Casa Blanca. Hollande asignó a las fuerzas terrestres de Francia una misión en el Sahel, poniéndola a hacer el papel de infantería del AfriCom, el mando de las fuerzas militares de Estados Unidos en África. Finalmente, Hollande justificó la existencia de la Bolsa de Emisiones de CO₂ mediante el Acuerdo de París sobre el clima.
Ganador de la elección presidencial francesa en 2017 gracias al fondo de inversiones estadounidense KKR, Emmanuel Macron es ante todo un defensor de la globalización que preconizaron los presidentes estadounidenses Bill Clinton, George Bush hijo y Barack Obama. Sin embargo, Macron adopta rápidamente la visión de Francois Mitterrand y de Jacques Chirac, según la cual sólo la existencia de un Estado supranacional europeo permitirá a Francia conservar un papel internacional importante, aunque combina esa visión con la versión Sarkozy-Hollande: la Unión permite la obligatoriedad. Esos dos líneas a veces lo llevan a caer en contradicciones, sobre todo ante Rusia. Pero ambas líneas se unen en una condena del nacionalismo de los Estados miembros de la Unión Europea, la opción de un Brexit corto y también en un deseo de restablecer el comercio con Irán.
En los próximos años, Francia está llamada a tomar sus decisiones en función del impacto que puedan tener en la edificación de la Unión Europea. Tratará prioritariamente de aliarse a cualquier potencia que actúe en ese sentido.
La República Federal de Alemania
El canciller alemán Helmut Kohl vio el desmembramiento de la Unión Soviética como una oportunidad para reunir las dos Alemanias. Obtuvo la aprobación de Francia a cambio del respaldo alemán al proyecto de moneda única de la Unión Europea: el euro. También obtuvo la aprobación de Estados Unidos, que vislumbró en el asunto una manera de incorporar a la OTAN el ejército del este de Alemania, a pesar de la promesa estadounidense a Mijaíl Gorbatchov de no incorporar la República Democrática Alemana a la alianza atlántica.
Ya realizada la reunificación alemana, el canciller Gerhard Schroder planteó la cuestión del papel internacional de Alemania, que seguía bajo las consecuencias de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Aunque Alemania ya no estaba bajo la ocupación de las cuatro grandes potencias consideradas ganadoras de la guerra, aún seguía albergando enormes guarniciones estadounidenses así como la sede del EuCom (el mando de las fuerzas estadounidenses en Europa), además de que estaba a punto de convertirse también en sede del AfriCom (el mando de las fuerzas estadounidenses para África). Gerhard Schroder utiliza la guerra «humanitaria» en Kosovo para desplegar legalmente, por primera vez desde 1945, tropas alemanas fuera del país. Pero se niega a reconocer como Estado ese territorio conquistado por la OTAN. Al mismo tiempo, Schroder se implica fuertemente junto al presidente francés Jacques Chirac contra la guerra que Estados Unidos y Reino Unido promueven y finalmente desatan contra Irak. Para ello, Schroder subraya que nada demuestra que el presidente iraquí Saddam Hussein haya estado implicado en los atentados del 11 de septiembre. El canciller Schroder trata de influir para que la construcción de la Unión Europea se encamine por la vía pacífica, fortalece los vínculos con Rusia en materia de energía y propone una Europa federal (en la que se podría incluir Rusia), según el modelo alemán. Pero encuentra la oposición de Francia, extremadamente empeñada en imponer el proyecto de Estado supranacional.
La canciller Angela Merkel vuelve a la política de su mentor Helmut Kohl, quien en sólo una noche la había hecho abandonar sus responsabilidades en las juventudes comunistas de la antigua República Democrática Alemana para integrarse al gobierno de la República Federal de Alemania. Estrechamente vigilada por la CIA, que no sabe bien cómo definirla, Angela Merkel fortalece las relaciones de Alemania con Israel y Brasil. En 2013, respondiendo a una proposición de Hillary Clinton, Merkel solicita a Volker Perthes que estudie la posibilidad de desarrollar el ejército alemán para que este desempeñe un papel central en el CentCom si Estados Unidos desplaza sus tropas de Europa hacia el Extremo Oriente. Merkel solicita entonces estudios sobre la manera como los oficiales alemanes podrían dirigir los ejércitos de los países del centro y del este de Europa y también pide a Volker Perthes que redacte un plan de capitulación para Siria. Muy apegada a las estructuras atlantistas y europeas, Merkel se distancia de Rusia y apoya el golpe de Estado nazi en Ucrania. Por una cuestión de eficacia, Merkel exige que la Unión Europea pueda imponer su voluntad a los países miembros más pequeños, se muestra muy dura durante la crisis financiera griega y posiciona pacientemente sus peones dentro de la burocracia europea hasta lograr la elección de su compatriota Ursula von der Leyen como presidente de la Comisión Europea. Cuando Estados Unidos se retira del norte de Siria, Merkel reacciona de inmediato proponiendo a la OTAN el envío del ejército alemán como reemplazo, conforme al plan de 2013.
En los próximos años es probable que Alemania privilegie las posibilidades de intervención militar en el marco de la OTAN, principalmente en el Medio Oriente, y que desconfíe del proyecto de Estado supranacional europeo centralizado.
Viabilidad
Resulta extraño oír hablar hoy en día de «multilateralismo» y de «aislacionismo» o de «universalismo» y «nacionalismo». Estas cuestiones no se plantean en la medida en que desde la conferencia de La Haya (en 1899) se sabe que el avance de la técnica hace solidarias a las naciones. Todo este palabreo no logra esconder la incapacidad para admitir las nuevas correlaciones de fuerzas y la ausencia de voluntad para plantearse un orden mundial lo menos injusto posible.
Sólo las tres grandes potencias pueden abrigar la esperanza de contar con los medios que sus políticas exigen. Sólo pueden alcanzar sus fines sin guerra si siguen la línea rusa, basada en el Derecho Internacional. Pero el peligro de inestabilidad política interna en Estados Unidos da más vigencia que nunca al peligro de enfrentamiento generalizado.
Al salir de la Unión Europea, los británicos se ven obligados a unirse a Estados Unidos –lo que el presidente Donald Trump rechaza– para no desaparecer de la escena política. Mientras tanto, Alemania y Francia –ambas en situación de decadencia– no tienen más opción que apostar por la Unión Europea. Por ahora, Alemania y Francia tienen opiniones muy diferentes sobre el tiempo disponible y ven la construcción europea de dos maneras incompatibles entre sí, lo cual podría llevarlas a desmembrar ellas mismas la Unión Europea.
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