De los primeros 45 días del gobierno de Peña Nieto y la importancia del lenguaje
Escrito por Oscar Ramírez Maldonado
Esta semana que termina se cumplieron 45
días del inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto. Un mes y medio que
ha trascurrido con un par de pifias presidenciales que, con lo que nos
mostró el flamante presidente en sus largos años de campaña y durante la
campaña oficial, ya se habían tardado en llegar. La primera de ellas
fue cuando el presidente Peña olvido de ellos el nombre del IFAI, la segunda cuando en el estado de Hidalgo el mandatario confundió la fecha en que se creó la entidad.
El control de daños ante estos dislates (para la mayor parte de los
medios tradicionales simplemente no existieron), llevó a que en sitios
como Youtube varios de los vídeos de este error fueran retirados bajo reclamo de derechos de autor. Pareciera que la estrategia será la censura y el “aquí no pasa nada”.
Entre el saldo de estos primeros días de gobierno está la presentación y puesta a disposición del público de las declaraciones patrimoniales de Peña Nieto y sus colaboradores.
Unas declaraciones que resultan muy particulares: cuentas que no
mencionan montos y propiedades descritas de manera escueta. Aún más,
pocos han sido los que han cuestionado que en la declaración del
presidente aparecen dos propiedades que siendo gobernador recibió como
donación: una casa con una superficie un poco mayor a los 2 mil 500
metros cuadrados y un departamento de 211 metros cuadrados. Además, tres
meses después de terminar su gestión como gobernador, Enrique Peña
recibió tres propiedades más en donación. En el documento publicado en
la página de Internet de Presidencia se asienta que el 8 de diciembre de
2011 el ex gobernador recibió estas propiedades, una de ellas con una
superficie de 58 mil 657 metros cuadrados. La pregunta debería de ser:
¿Quién y para qué regala propiedades a un gobernador en funciones y por
qué éste las acepta?
Este mes y
medio hemos visto a los partidos mayoritarios formar el Pacto por
México, que de alguna forma nos hace recordar los “grandes pactos” del
pasado. Los pactos que durante décadas el presidente “establecía” con
los sectores políticos y populares. Un pacto que hasta ahora se ha
mantenido en el terreno de la discusión y del discurso, el único paso en
firme ha sido la presentación de una reforma educativa que tendrá que
vencer todavía muchas resistencias por parte del magisterio.
También en estos días hemos visto
reaparecer un discurso que durante 12 años se mantuvo en silencio, un
discurso que después de mantenerse latente se comienza a reconstruir.
Actos de un profundo simbolismo para el sistema priísta van resurgiendo y
recuperando las formas del pasado.
El 6 de enero de 2013 se celebró en
Veracruz el 98 aniversario de la promulgación de la Ley Agraria,
ordenamiento que Venustiano Carranza promulgara en aquel estado en 1915.
Este acto, durante 12 años no contó con la presencia del presidente de
la República.
La carga simbólica de este evento está
en que representó, durante el periodo de la lucha de facciones de la
Revolución Mexicana, un paso fundamental del Constitucionalismo para
comenzar a integrar un discurso y apropiarse de algunas de la bandera
que varios grupos compartían. Con la promulgación de esta ley por parte
de Carranza, el movimiento que éste encabezaba se adelantó cuatro meses
al villismo en legislar en la materia; el movimento encabezado por el
Centauro del Norte promulgaría una ley equivalente hasta el 24 de mayo
de 1915. Por otra parte, la ley agraria permitió al Constitucionalismo
abrazar la bandera fundamental del zapatismo y así intentar restar bases
sociales al Ejercito Libertador del Sur.
Esta ley formaba parte de una serie de
medidas sociales y políticas que buscaban legitimar y fortalecer al
Constitucionalismo, a la larga estas medidas permitirían suprimir en el
discurso las contradicciones que al interior del movimiento
revolucionario existieron.
Sin embargo, este 2013 la conmemoración
de la Ley Agraria volvió a tomar las dimensiones de antaño. El evento
organizado por el gobierno de Javier Duarte, contó con la presencia de
Enrique Peña Nieto. Ahí, como en las mejores épocas del príismo hicieron
presencia los organizaciones obreras y campesinas, los sectores
populares, los “pilares del partido”. Representantes de la CTM, la CROC y
la CNC refrendaron su lealtad y prometieron “caminar” al lado del
presidente.
En este sentido, el periódico El
Universal (8 de enero de 2013) publicó una nota en la que en el marco de
este evento se entrevistó a una serie de líderes de “las centrales
campesinas y obreras —alejadas de la escena política nacional durante
los 12 años de gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN)—“, las
cuales, apunta el diario “reactivaron sus fuerzas y capital a fin de
mantener una cercanía política con el Ejecutivo”,
El diario informa que según datos de
estas organizaciones de militancia priísta, sus agremiados alcanzan los 9
millones, y han manifestado que “acompañarán las acciones y decisiones
que tome el presidente Enrique Peña Nieto” (sin duda una frase atemporal
que podríamos haber escuchado en cualquier sexenio del PRI en el siglo
XX) . Según cita el diario, el líder cetemista Carlos Aceves del Olmo
manifestó, “si la unidad entre los mexicanos ‘para hacer mejor las
cosas’ se llama corporativismo, ‘pues entonces somos corporativistas’”;
mientras tanto, el líder de la CROC, Isaías González Cuevas dijo al
diario que habría una “alianza” de su organización con el gobierno.
La nota, escrita por Francisco Reséndiz,
señala que en la víspera del evento del 6 de enero, en una reunión con
más de 10 mil personas, el líder de la CNC, Gerardo Sánchez, dijo al
presidente Peña Nieto “aquí está su ejército”. Un día después, el líder
cenecista durante el evento conmemorativo de la Ley Agraría dijo, “los
campesinos confiamos en usted, señor Presidente”.
Y es que como dijo don Jesús Reyes
Heroles, en política la forma es fondo. En todas las esferas en las que
el Estado tiene una función pareciera que se reflejan los virajes del
discurso. El pasado 22 de diciembre se cumplieron 36 años de la muerte
de uno de los más certeros narradores y cronistas de la Revolución
mexicana, Martín Luis Guzmán. Este escritor mexicano hizo con su obra un
análisis profundo y sin concesiones sobre la Revolución y sus
contradicciones; pintó con su pluma un retrato de la descomposición de
un sistema que, al término de la lucha armada, se afianzó en el poder y
construyo una nueva forma de legitimar el ejercicio del poder. Un
escritor sobre el cual el poeta José Gorostiza en alguna ocasión dijo
que coincidían tres personas: “el revolucionario, el escritor y el
hombre de acción”.
Basta comparar los boletines, que con un
año de diferencia, publicó el Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes para conmemorar esta fecha para que encontremos algunos sutiles
giros de lenguaje. En diciembre de 2011 -en boletín fechado el 21 de
aquel mes- el Conaculta bajo la administración panista apuntaba con
motivo de los 35 años del fallecimiento del escritor: “En La sombra del caudillo
denuncia la corrupción emanada de la lucha revolucionaria así como la
misteriosa muerte de Francisco Serrano, opositor de Álvaro Obregón.
Incluso la novela fue llevada al cine por el director Julio Bracho, y
por su contenido denunciatorio la cinta estuvo prohibida alrededor de 30
años”.
Un año más tarde, la misma institución
–ahora bajo un gobierno del PRI- apuntó en boletín de prensa: “Para
Martín Luis Guzmán la Revolución Mexicana fue la gran épica. No solo de
la historia de nuestra nación sino del espíritu mismo de nuestro pueblo
mestizo, cuya identidad, sicología y búsquedas, dijo alguna vez, se
plasmó como en ningún otro periodo en esa gesta histórica”. El texto
continúa señalando que el escritor alguna vez dijo del movimiento armado
“en esa sangre derramada quedó escrito lo que somos”; la obra del
autor, agrega el Conaculta es “para muchos es un recuento vivo no solo
de lo revolucionario, sino de la sique misma de los mexicanos como
nación”.
En esta ocasión, la institución cultural no dedica ni una palabra a La sombra del caudillo.
Sin duda ambos boletines describen una parte del escritor, la
diferencia es, simplemente, el enfoque. ¿Será una coincidencia o que
cada gobierno destacó el aspecto que más le gustaba (y convenía) del
escritor?
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