Mass Media — 31 agosto 2014
“Para mantener nuestra atención, el periodismo convencional ofrece noticias teñidas de espectáculo e intereses espurios, en gran medida inconfesables. Por eso utilizan un código cerrado, lenguajes y procedimientos que dejan fuera al ciudadano. Por eso, en lugar de nutrir el debate público, lo intoxican hasta ahogarnos. La saturación de mensajes y la imposibilidad de contrastarlos, nos impide discriminar lo relevante. De hecho el flujo arrollador de noticias no contrastadas funciona como la censura más implacable. El corto ciclo de atención electoral y de los mercados impide percibir los problemas de fondo. Olvidamos que no los resolveremos votando de forma intermitente o yendo de rebajas. Tampoco clicando compulsivamente y firmando campañas digitales”, señala Sampedro.
El hecho de que nademos en una supuesta abundancia de opciones políticas e informativas oculta algo más grave: “En realidad, nos hundimos en el intento de procesarlas. Son demasiadas y, en el fondo, demasiado parecidas. Los asuntos que alcanzan máxima difusión suelen coincidir con lo más adulterado y trivial. La podredumbre sensacionalista —el escándalo de News of the World y del grupo Murdoch— coincidió con el desafío de WikiLeaks. Ha quedado claro que necesitamos alguien que obvie la banalidad y denuncie el engaño. Necesitamos profesionales con identidad propia, códigos morales y técnicos, que se distingan de los que los propagandistas políticos y corporativos. Queremos redactores y guionistas de noticias que trabajen con datos incontestables y planteen debates con argumentos lógicos, abiertos a la sociedad.
Demandamos profesionales que sepan alimentar y a la vez nutrirse del debate social que mantenemos en las redes digitales y de carne y hueso. Trabajadores que, en suma, dotados de nuevas herramientas y destrezas, las pongan al servicio de nuestros intereses. No son otros que los suyos, como profesionales y como ciudadanos”.
“No existen activistas previos que hayan influido tanto en la agenda informativa con un alcance tan global. Ni con un proyecto de transformación tan completo del sistema comunicativo (y político). WikiLeaks, Manning y Snowden nos convocan a construir algo nuevo aquí y ahora, a nivel local y global. Nos han brindado un prototipo del Cuarto Poder en Red, plagado de aciertos y errores, como no podía ser de otra forma. Frente al poder de los gobiernos, los parlamentos y los tribunales, se fragua el contrapoder de la Sociedad Civil Transnacional. A duras penas (sufriéndolas) y con limitaciones (de las que hay mucho que aprender) queremos construir una esfera pública donde el público sea el principio del que arranca todo y el final que le da sentido. Porque los ciudadanos, con sus dispositivos digitales, liberan información, la procesan y la debaten con una autonomía aún no reconocida. Se movilizan y con sus protestas aplican sanciones políticas inesperadas, con rapidez y alcance impredecibles. El hacktivismo es a la Prensa, lo que las cibermultitudes a la política. O, en España, lo que el 15M al régimen político-informativo de la Transición”, añade.
Para Sampedro, el Cuarto Poder en Red ejerce de contrapoder: controla a los otros tres. Su expresión informativa de mayor trascendencia, hasta el momento, es WikiLeaks. Y su manifestación política, las revueltas o (re)voluciones en red que surgen en todo el mundo: “No había pasado un año de las filtraciones de Irak, cuando se inició la primavera árabe de 2011. Comenzaba un ciclo de protesta global, con el 15M español jugando un papel clave, sirviendo de referencia y puente. Años después, las cibermultitudes siguen auto-convocándose en las plazas de Egipto, Turquía, Brasil… autodenominándose el 99% de la población. Ese mismo porcentaje expresa sus limitaciones: no se puede representar al 99% sin caer en el populismo, porque la política consiste en repartir costes y beneficios. El 1% también forma parte del 99%. Pero críticas aparte (de las que, desde luego, no están exentos otros actores) las poblaciones exigen que quienes gobiernan, dictan y aplican las leyes se abran a la transparencia y a la participación. Son dos objetivos que las tecnologías digitales potencian o, al menos, hacen más factibles que antes”.
Y explica como el sistema de representación política y mediática han caído casi simultáneamente. Quizás no repararon en los sistemas mayoritarios y por distritos unipersonales, la almendra de la cuestión de la representación si hablamos en clave política. O la libertad de prensa efectiva, que no obligue a las servidumbres hacia el poder por cuestiones económicas, de codicia o de supervivencia. Quizás el anonimato, que resulta obligado cuando se trata de formular críticas académicas en revistas de ámbito científico, pueda ser trasladado al ámbito mediático sin coerciones para que el público pueda distinguir mejor la búsqueda de la verdad. Eso al menos es lo que el colectivo de “Espía en el Congreso” intenta desarrollar en su publicación diaria, aunque Víctor Sampedro lo alerta también a su manera:
“Como siempre ocurrió durante los cambios culturales profundos, el sistema de representación está en crisis. Los periodistas convencionales no nos representan porque, antes que representantes, pedimos que sean nuestros delegados. Las asambleas (Internet las hace posibles, dentro y fuera de las pantallas) exigen delegados, que transmitan consensos o acuerdos mayoritarios sin modificarlos. Ahora podemos comunicarnos con los periodistas de tú a tú y, por eso mismo, en lugar de renunciar a ellos debiéramos reconocerles, convertirles en imprescindibles. Los necesitan quienes tienen menos recursos para hacerse oír y no pueden imponerse por la fuerza”.
Por eso expone como “WikiLeaks, como el prototipo que es, ha evolucionado. Ha pasado de presentarse como «la CIA del Pueblo», unos espías sin estado, a perfilarse como una organización mediática con producciones propias (desde videoclips a documentales). Al contrario que muchos flipados de Internet, Assange reconoce que hay que salir de las pantallas (o, mejor dicho, emplearlas) para intervenir en el mercado de la información e incluso en las elecciones. Son las dos tareas que despliegan los revolucionarios: crean nuevos medios de comunicación y nuevas formas de hacer política. El hacker se ha convertido en un modelo para el reportero de investigación. Y el hacktivista, en ejemplo del militante o el político”.
Y concluye: “La función del periodismo de código libre como parte del Cuarto Poder en Red. Presenta a WikiLeaks como un buque rompehielos, que abrió fisuras en una Prensa congelada, incapaz de ejercer de contrapoder. las oportunidades que se abren con la reciente alianza entre filántropos de la industria digital y periodistas con coraje. El Cuarto Poder en Red es una realidad para quienes están invirtiendo en él grandes sumas. Y para quienes lo combaten, poniendo en riesgo nuestras libertades”.
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