Jerusalén Este, el olvidado polvorín palestino siempre a punto de estallar
Por: Medio Aliado /
29 octubre, 2014
Periodismo Humano / @phumano
(29 de octubre, 2014).- La ciudad
sagrada para las tres religiones monoteístas vive desde hace semanas uno
de sus mayores niveles de militarización desde la Segunda Intifada, en
el año 2000. En la Ciudad Vieja, mientras turbas de turistas peregrinan
al Santo Sepulcro –católico–, al Muro de las Lamentaciones –judío–, o a
la mezquita Al Aqsa –el tercer lugar sagrado para los musulmanes–, las
cargas policiales contra manifestantes palestinos se suceden casi a
diario. Protestan por el aumento de las restricciones para los creyentes
musulmanes para acceder a la mezquita desde finales de septiembre,
cuando comenzaron las principales celebraciones judías, el Yom Kippur y
el Sucot. La muerte de la bebé de tres meses Haya Zisso, fruto de un
atropello cometido por un palestino contra un grupo de colonos judíos
que esperaba en la parada del tranvía que atraviesa Jerusalén, ha
terminado de sembrar la discordia en una ciudad en permanente tensión.
“Yo no soy especialmente religioso, pero
si siguen jugando con Al Aqsa, seré el primero en defenderla con mi
propia vida”, nos contaba hace un par de semanas un taxista palestino
mientras avanzábamos por otro de los focos conflictivos que se ha
agravado en los últimos meses: los enfrentamiento entre el Ejército y
grupos de jóvenes que protestan en los barrios de Jerusalén Este contra
la Ocupación, la llegada contínua de nuevos colonos, el asesinato de
varios adolescentes palestinos en los últimos meses y, también, el
cierre de Al Aqsa… Todo ello cuando el recuerdo de los más de 2.200
palestinos asesinados este verano en Gaza -la mayoría de ellos niños,
niñas y civiles- y los más de 10.000 heridos, muchos de ellos mutilados y
con secuelas permanentes, sigue muy vívido en la sociedad palestina. El
reciente anuncio del primer ministro, Benjamín Netanyahu de construir 1.000 viviendas en la parte oriental de la ciudad así como nuevas infraestructuras en Cisjordania, podría empeorar la situación.
La Explanada de las Mezquitas, donde se
encuentran Al Aqsa y la Cúpula de la Roca, desde donde supuestamente el
profeta Mahoma ascendió a los cielos, es considerada también un enclave
santo por judíos y cristianos. Según la literatura bíblica aquí se
alzaba el Templo de Salomón, del que el Muro de las Lamentaciones sería
el único vestigio en pie. Pese a décadas de investigaciones
arqueológicas, los sucesivos gobiernos israelíes han sidoincapaces aún de encontrar restos históricos que acrediten su existencia.
Eso no ha frenado las aspiraciones de grupos de judíos radicales que,
desde la ampliación de la Ocupación israelí a la Ciudad Vieja y la parte
Este de Jerusalén que tuvo lugar tras la guerra de 1967, exigen la
destrucción de la mezquita y la construcción de un templo hebreo en su
lugar.
Mientras, el acceso a la mezquita se ha
ido limitando a lo largo de los últimos años a los musulmanes varones
mayores de 40 o 50 años -dependiendo de las fechas- y a las mujeres, a
la vez que se ampliaban los horarios exclusivos para los judíos: de 7 a
11 de la mañana cinco días a la semana.
Sin embargo, durante estas semanas, los
horarios se han visto todavía más reducidos y determinados
aleatoriamente y sin previo aviso. De hecho, se ha llegado a impedir la
entrada de los hombres y mujeres ancianos alegando razones de seguridad.
Mientras, cientos de colonos llegados desde diferentes asentamientos de
los Territorios Ocupados Palestinos, judíos estadounidenses, europeos o
rusos que aprovechan estas fiestas para peregrinar a la Ciudad Santa, e
israelíes en general, han realizado excursiones escoltados por el
Ejército a la Explanada. A modo de protesta, cientos de palestinos han
celebrado sus oraciones en las calles aledañas bajo la atenta mirada de
decenas de soldados armados con gases lacrimógenos, pistolas de ruido y
de pelotas de goma, así como francotiradores apostados en las azoteas de
los edificios con el ojo permanentemente en la mirilla y el dedo en el
gatillo. A menudo, como se puede ver en el vídeo, las oraciones y las
increpaciones entre judíos y palestinos han acabado en cargas policiales
después de que alguien tirara una piedra desde un edificio o,
simplemente, las protestas se alargaran más de lo que estaban dispuestos
a tolerar las Fuerzas Armadas. Una de las jóvenes manifestantes, tras
ser golpeada sin justificación alguna, nos dice visiblemente
conmocionada ante la cámara: “Pueden vivir en la luna, no tengo ningún
problema con ellos. Pero que no nos roben nuestra tierra, nuestra
mezquita. Ése es el problema. Ellos son unos terroristas. No he visto
nada semejante a esta clase de gente. No tienen corazón”.
“¡Imagina que no puedes rezar en tu
iglesia y que alguien de otra religión la toma y reza en ella! Es
nuestro derecho”, nos dice Liwaa Abu Rmeileh, una periodista palestina
que ha cubierto numerosas protestas. Vive en la Ciudad Vieja, donde los
enfrentamientos se pueden alargar hasta bien entrada la noche sin que
los cientos de turistas se conviertan en testigos incómodos, mientras
que a los periodistas que intentamos acercarnos se nos prohíbe la
entrada .
“La situación es terrible. No me dejan
hacer fotografías para mostrar la verdad y me han pegado muchas veces,
hasta el punto de romper mis pantalones con sus porras de metal. He
pasado noches en el hospital por los gases lacrimógenos. Para ellos,
cada periodista es un objetivo. Nos agreden, arrestan y destrozan
nuestras cámaras”, nos explica Liwaa. Efectivamente, comprobamos cómo
los soldados no suelen hacer distinción entre periodistas y activistas,
salvo cuando quieren separarlos para no tener testigos de las cargas.
Pero la batalla que se libra por la
mezquita Al Aqsa, donde la irrupción en el 2000 del entonces líder de la
oposición Ariel Sharon con mil guardias armados terminó por detonar la
Segunda Intifada, es sólo uno de los focos de este polvorín.
Esta semana, la Policía y el Ejército
han terminado de tomar los barrios orientales de Isawiya, Silwan, A Tur y
Bab al Amud después de que un joven palestino atropellara a ocho
colonos que esperaban en la parada del tranvía que atraviesa Jerusalén.
Un bebé de tres meses moría fruto del impacto.
En cualquier caso, los habitantes de estos barrios están habituados a vivir en una ciudad sitiada,
militarizada y donde los cortes de tráfico y los controles policiales
son cotidianos e injustificados, convirtiendo sus vida en una carrera de
obstáculos. El mismo día 14 de octubre, mientras un grupo de judíos
ultraortodoxos irrumpía en Al Aqsa, otro de colonos tomaba –con el apoyo
del Ejército– 23 viviendas en el barrio árabe de Silwan,
donde ya son 29 las habitadas por familias judías. Todo ello, mientras
el gobierno hebreo deniega sistemáticamente a los palestinos de
Jerusalén Este los permisos necesarios para realizar cualquier reforma
en sus hogares, obligándoles a vivir en condiciones infrahumanas con el
objetivo de que terminen abandonándolos y facilitando así la consecución
del Plan 2020. Según éste, parte de estos barrios donde ahora viven
hacinados 300.000 palestinos, terminarán ese año convertidos en una
inmensa área recreativa llamada Parque Rey David. En el mismo territorio
que la Autoridad Nacional Palestina reclama como la capital del Estado
Palestino y que Netanyahu ha vuelto a reivindicar esta semana como parte
de la ciudad “unificada (que) fue y seguirá siendo la capital eterna de
Israel”, como ha reportado Efe.
En medio de este asedio, los
jerosimilitanos palestinos sufren a diario batallas campales entre el
Ejército israelí y grupos de menores que matan el hartazgo tirándoles
piedras y que ,en muchos casos, terminan detenidos y trasladados a
cárceles sin asistencia legal ni visitas de sus familiares durante
meses, o condenados a arrestos domiciliarios que les impiden acudir al
colegio.
Ese último caso es el de Omran Mansour,
un niño que sufrió su primera detención a los 8 años, cuando fue
arrestado en su casa a las tres de la mañana por decenas de militares.
Fue sometido a un interrogatorio de siete horas mientras le chantajeaban
con darle comida y chocolate a cambio de que delatara cuáles de esos
pequeños que le mostraban en fotos, tiraban piedras. Le amedrentaban con
el perjuicio que ocasionaría a su pobre familia la multa de 5 mil
séqueles (unos mil euros) con la que castigan a los progenitores de los
menores. De hecho, son las once de la mañana de un miércoles de octubre y
en Silwan son numerosos los grupos de escolares desperdigados por las
calles o reunidos en las casas. Muchos de ellos están bajo arresto
domiciliario, otros evitan la puerta del colegio donde son habituales
las redadas policiales para detener menores acusados de provocar
disturbios. Sus familias no se pueden permitir pagar más multas, por lo
que muchos tienen que abandonar los estudios en un entorno donde el
umbral de pobreza asfixia a más del 65% por ciento de las familias
árabes, mientras que sólo a un 30% de las judías, y donde el desempleo
cuadruplica el 6% que aqueja a los hebreos.
Waed Ayyad es terapeuta ocupacional y,
como a tantos otros críos, ha tratado a Omran para que superara los
terrores nocturnos, la incontinencia urinaria y el miedo a la oscuridad
que se le metió en el cuerpo con los tres arrestos que ha padecido ya a
sus 12 años. Waed, a sus 27 años conoce los efectos de la ocupación en
su propia carne. Hija y sobrina de presos palestinos, Waed define la
vida de los palestinos como “una Nakba diaria” en referencia a la fecha
de la creación del Estado israelí en 1948, conocida como “la catástrofe”
en árabe. “La ocupación atraviesa nuestras vidas, lo abarca todo”.
Incluida la vida de su hermano menor, de 15 años.
Hace cinco años, un colono le disparó en
el pecho desde su ventana, a apenas unos pocos metros del chaval.
Pasamos junto al edificio ocupado en pleno barrio de Silwan, donde sigue
viviendo el presunto asesino sin que pese sobre él ninguna causa
pendiente. La investigación fue archivada de inmediato. Las numerosas
banderas estrelladas y la presencia de un pequeño batallón de guardias
de seguridad privados, ostentosamente armados y sufragados por el Estado
israelí, permiten identificar claramente las construcciones en las que
se han ido instalando los más de 200.000 colonos judíos que habitan ya
Jerusalén Este. Con ellos, prácticamente se ha cumplido la política de
judeización que lleva décadas persiguiendo el Estado hebreo dirigida a
revertir los porcentajes demográficos y alcanzar así el 70% judío y el
30% palestino. Se estima que la población hebrea representa ya el 68%.
Según el Comité Israelí contra las demoliciones de casas,
desde 1967 han sido destruidas más de 27.000 estructuras palestinas en
los Territorios Ocupados. De éstas, más de 2.000 viviendas fueron
destruidas en Jerusalén Este y sólo entre el año 2000 y 2008, el 33,5%. A
la vez, pese a que las infracciones cometidas por los palestinos sólo
suponen el 20% del total, el 70% de las demoliciones afectan a sus
propiedades. O dicho de otro modo: aunque los judíos representan el 68%
del total de la población, sus propiedades sólo han sido afectadas en un
28%.
El olor fecal de las aguas con las que
los camiones del Ejército suelen regar los barrios palestinos de
Jerusalén Este persiste días después de que fueran vertidas. Los bidones
de basura arden ante la inoperancia de una Alcaldía que cobra los
impuestos por la recogida de los desechos como en cualquier otra parte
de la ciudad, pero que castiga a los barrios árabes con el abandono de
sus responsabilidades. Por ello, sus habitantes se ven obligados a
quemarlos para evitar agravar la situación de insalubridad. De hecho,
sólo la mitad de ellos cuentan con acceso a una red de agua potable. Los
que trabajan o estudian en otras zonas de la ciudad, a menudo tienen
que esperar para volver hasta pasada la medianoche cuando, con suerte,
las cargas y redadas policiales han cesado. “He tenido que llevar a mi
sobrino, un bebé de 17 meses, al hospital por insuficiencia respiratoria
por los gases lacrimógenos. Suelen dispararlos junto a las casas, a
veces incluso dentro”, nos contaba el 15 de octubre uno de los vecinos
de Isawiya.
La escalada de la tensión comenzó a
mediados de junio, cuando tres estudiantes colonos fueron secuestrados
cerca de Hebrón y hallados muertos a principios de julio. El gobierno de
Netanyahu responsabilizó desde el primer momento a Hamás de su muerte y
lanzó un operativo que acabó con la detención de más de 500 palestinos
de Cisjordania acusados de pertenecer al Movimiento de Resistencia
Islamista. Mientras, grupos de judíos ultraortodoxos realizaban
incursiones en los barrios árabes de Jerusalén para atacar a su
población en venganza por la muerte de los colonos. Quemaron vivo –según
la autopsia realizada por la Fiscalía palestina– a Mohamad Abdel Ghani
Uweili, 16 años, y un par de días después, la policía israelí apaleó a
su primo, un joven estadounidense que pasaba sus vacaciones en el barrio
de su familia.
El verano terminó bañado en sangre con
la masacre ejecutada contra la población, mayoritariamente civil, de
Gaza en respuesta –a todas luces desproporcionada e ilegal– a los
cohetes lanzados por Hamás contras las localidades cercanas israelíes.
En Cisjordania, esta misma semana, dos niñas palestinas han sido
atropelladas a la salida de la guardería por un colono que se dio a la
fuga. Una de ellas, Enas Shawkat, fallecía ante el silencio de la
comunidad internacional. Dos días después, un palestino embestía con su
coche a ocho colonos judíos que esperaban en la parada del tranvía que
atraviesa Jerusalén. Una bebé de tres meses moría fruto del impacto. El
responsable fue abatido a tiros cuando intentaba huir a pie. Ese mismo
día, un niño moría en Gaza al manipular un proyectil no explosionado
lanzado por el Ejército israelí durante el ataque que arrasó la Franja
este verano.
Mientras, la población palestina de
Jerusalén Este se despierta un día más sometida a un Estado de sitio y
guerra psicológica permanentes. La ocupación silenciosa, el conflicto
olvidado del conflicto israelo-palestino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario