¿Quién salvará a México? ¿El petróleo? La
historia del México moderno está tan íntimamente vinculada al petróleo
que es imposible entenderla sin comprender la manera en que éste puso a
nuestro país en el mapa global desde finales del siglo XIX y contribuyó a
detonar y prolongar la etapa más sangrienta de la Revolución Mexicana.
¿Cómo entender, por ejemplo, que en 1914 —el año con más muertos
registrados entre 1910 y 1917— México haya exportado el mayor volumen de
crudo antes de 1982? Sin embargo, ha llegado la hora de hacer menos
estrecho ese vínculo. Urge reducir la dependencia de los ingresos del
fisco federal con respecto a los ingresos por exportación de
hidrocarburos. Tan sólo en la última semana he podido revisar más de
media docena de reportes sobre escenarios del mercado y los precios del
crudo y el gas natural para periodos futuros, que van de tres años a una
década y media, de fuentes tan diversas como la Agencia de Información
Energética de los Estados Unidos, BP, Harvard, CERA, etc., cuyas
previsiones para el barril de Brent y sus equivalentes van desde los 30
hasta los 200 dólares americanos. La Hacienda estructuralmente sólida
que el progreso de México requiere, no puede ser rehén de semejantes
rangos de incertidumbre.
¿Quién salvará a México? ¿El gasto público financiado con
endeudamiento? Es aventurada esta gastada receta. La “recuperación”
estimulada por pura creación de dinero y acumulación de deuda pública
hace rato encontró sus límites políticos y sociales en el mundo entero.
El gastado truco “keynesiano” con sus
quantitative easings y
demás “instrumentos” reventó y volverá a generar crisis cada vez más
severas donde se le aplique. El “truco keynesiano” funciona sólo si es
creíble. Si logra desatar los
animal spirits del capitalismo. Algún irreverente diría que
Keynes y
Goebbels fueron al mismo
kindergarten.
Pero la receta fracasa cuando nadie se la cree. Sin credibilidad no hay
liquidez que se convierta en inversión, ni en crecimiento ni en
ocupación. Y el proceso político terminaría por reventar el experimento
cuando se alcance el límite de endeudamiento sin establecer nuevas y
suficientes fuentes de ingreso.
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La respuesta dependerá de la velocidad con que México tome ventaja
del gran cambio global. Apuntaré aquí algunos rasgos esenciales del
mundo venidero: 1) La aceleración de la destrucción creativa; 2) La cada
vez más rápida desaparición del trabajo asalariado y su reemplazo por
nuevas modalidades de colaboración descentralizada y no subordinada; 3)
La erosión y gradual desaparición de los activos monetarios y su
reemplazo por registros digitales; 4) El debilitamiento creciente de los
Estados nacionales y el fortalecimiento de redes globales de
intercambio y poder que no reconocen fronteras; 5) La sustitución
creciente del consumo de bienes manufacturados y estandarizados por el
disfrute de “experiencias” y la desaparición de la privacidad. Habrá que
analizarlos en detalle para ver cuáles son las mejores respuestas que
México puede adoptar ante ellos. De acertar en esas respuestas depende
nuestra permanencia de largo plazo como Estado soberano.
Para salvar a México es indispensable más inversión innovadora en
nuestra industria automotriz de exportación. Pero también en el
desarrollo de nuevos yacimientos por nuestra industria petrolera en
nuestro territorio y en otros países. En el 2015 las finanzas públicas
amortiguarán el desplome de los precios internacionales del crudo
gracias a las coberturas financieras adquiridas. Pero los petroprecios
no volverán a sus niveles reales anteriores en al menos un lustro o más.
Y las empresas manufactureras de exportación, punta de lanza del
crecimiento, no aguantan más impuestos. Así pues, la inversión
innovadora privada y la prudencia fiscal pública deben ir de la mano
para salvar a México.
Twitter: @alzati_phd
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