Contra un destino inaceptable. ¿Por qué el antidesarrollismo?
Enviado por anonerror (no verificado) en Lun, 06/15/2015 - 22:12
I.
La
derrota del movimiento obrero fue la causa de que la crítica social
quedara aislada en pequeños círculos de irreductibles. Los cambios
profundos experimentados por el sistema capitalista junto con el
crecimiento del aparato estatal bloquearon cualquier deriva que
culminara en una organización de la clase orientada hacia objetivos
revolucionarios. Las luchas se reorientaron hacia reivindicaciones
inmediatas centradas principalmente en la conservación del empleo,
mientras que la llama de las grandes metas emancipadoras quedó apagada
por el vendaval participativo que produjo la apertura de las
instituciones a los partidos “obreros”. Tuvo lugar entonces en el
terreno teórico el paso de la crítica proletaria revolucionaria a la
ideología social liberal burguesa y, en el terreno de la praxis, la
trasformación de la lucha de clases en sindicalismo de concertación y
contienda electoral. El proletariado no salió indemne de tanta sacudida,
fundiéndose con las nuevas clases medias en una masa amorfa adicta al
régimen productivista. Las crisis sucesivas nacidas de las nuevas
contradicciones originadas por la globalización apenas han alterado la
situación anterior. Las minorías radicales siguen empeñándose en
reproducir un obrerismo ideológico sin sentido, aferrándose a las viejas
fórmulas superadas. Las alternativas individualistas, primitivistas y
ecologistas no son mucho más acertadas, ya que son simples ideologías de
recambio y no expresiones de movimientos trasformadores apoyados en una
comprensión real de las condiciones históricas presentes.
II.
El nuevo régimen social se desarrolló a partir de una fusión del Capital con el Estado, y, por consiguiente, de la economía con el sindicalismo y la política. El crecimiento económico era la condición sine qua non
para el acceso a “la sociedad del bienestar”, objetivo que había
reemplazado a la “autogestión” y el “socialismo” y, por lo tanto, el
imperativo principal de cualquier política de partido. Según la
mentalidad progresista de los nuevos dirigentes, la abundancia de
mercancías y crédito, la propiedad inmobiliaria y los servicios
estatales, frutos de un “desarrollo” tecnoeconómico creador de puestos
de trabajo, disolverían cualquier antagonismo social y pondrían fin a
una época de luchas de clase. Las masas, encerradas en su vida privada,
dejarían de buen grado los asuntos públicos y salariales en manos de los
profesionales de la negociación, obedeciendo puntualmente a las
indicaciones trasmitidas por los medios de la comunicación espectacular.
En consecuencia, la crítica social tenía que ser forzosamente contraria
al desarrollismo, aunque solamente fuera por contrarrestar el
conformismo producido por dicho “bienestar”. Y había de ser,
complementariamente, antipatriarcal, antiestatista y antipolítica. Tenía
que romper tanto con la tradición socialdemócrata y el obrerismo
político, como con el machismo y la ideología del Progreso, creencias
espurias con las que la burguesía había contaminado al proletariado.
III.
La
integración de los trabajadores, en tanto que principal fuerza de
consumo, unificaba la industria con la vida. El desarrollo era el arma
mediante la cual el Capital colonizaba la vida cotidiana y destruía la
sociedad civil –especialmente el medio obrero– privándola de la menor
autonomía. La descolonización no podía ser más que antidesarrollista. La
crítica de la idea de Progreso, como la de la neutralidad de la técnica
y del Estado que le servía de corolario, era el nuevo punto de partida.
Otras razones venían a reafirmar el antidesarrollismo como
característica principal del anticapitalismo: las derivadas de la fusión
del territorio y la urbe en detrimento del primero. El impacto
destructivo de las políticas desarrollistas sobre los individuos y el
entorno que ponía en peligro la permanencia de la vida misma en el
planeta, contaminaba, trastornaba el clima, despoblaba el campo, agotaba
los recursos, desequilibraba el territorio y forzaba un estilo de vida
urbano artificial y alienado. Así pues, la crítica social incorporaba
como elementos fundamentales la crítica de la agricultura industrial,
del despilfarro energético, del consumismo y del urbanismo. La
revolución no provocaría una aceleración de la economía, sino que
activaría un freno de emergencia. La producción, la circulación y la
distribución capitalistas no son autogestionables. La propiedad nacional
o colectivista de unos medios de producción y circulación eminentemente
destructivos no solucionaría ninguno de los problemas planteados, por
cuanto que la solución sería más bien el resultado de diversos procesos
de desglobalización, desmantelamiento industrial, desurbanización y
desestatización.
IV.
La
crítica social no puede prescindir de conceptos como el de alienación,
ideología, razón o sujeto histórico, sin los cuales nunca rebasará el
horizonte cultural de la dominación. El sujeto revolucionario es un ser
histórico, una comunidad de individuos cuyos intereses son universales,
producida en el tiempo y que camina hacia su realización plena en el
tiempo. La crítica tradicional concedía el papel de sujeto de la
historia y redentor de la humanidad al proletariado, pero dadas las
condiciones económico-políticas actuales, no puede atribuirse ese honor a
la masa desfavorecida de asalariados. Primero, porque ha perdido su
centralidad, ya que no es la principal fuerza productiva, lo es la
tecnología, la maquinización; segundo, porque no forma un mundo aparte
en el seno de la sociedad, con sus propios valores, tradiciones y
reglas. No puede constituirse un sujeto –una comunidad, una clase–
exclusivamente basándose en la condición de asalariado. Tampoco los
conflictos laborales, aunque legítimos, son capaces de abrir unas
perspectivas anticapitalistas mínimas. Por otro lado, no son
precisamente los asalariados de hoy quienes reivindican el honor de la
primera fila en el combate por la abolición del Capital y el Estado,
prefiriendo de largo dejarse llevar por las políticas posibilistas de
las nuevas clases medias, las únicas que han mostrado capacidad de
iniciativa institucional. El nuevo sujeto, es decir, la comunidad de
combatientes anticapitalistas, ha de emerger de conflictos cuya
resolución sea imposible en el marco del sistema actual de dominio.
V.
Habiendo
alcanzado sus límites internos y externos, el capitalismo se ha
instalado permanentemente en la crisis y prosigue su marcha a través de
innumerables confrontaciones. Dejando aparte la geopolítica militar,
responsable de las guerras por el control de recursos, y limitándonos a
las condiciones locales, dos son los tipos de lucha capaces de
cuestionar la naturaleza del sistema: las luchas urbanas y la defensa
del territorio. En las conurbaciones tienen lugar resistencias contra la
exclusión y el endurecimiento represivo que exige el control de las
masas excluidas. Son un buen ejemplo de ello las luchas contra los
desahucios, las privatizaciones, la precariedad y los abusos
jurídico-policiales. Sin embargo, es en el territorio no urbano donde se
generan los conflictos mayores, aquellos que agravan las condiciones de
vida y ponen en peligro la supervivencia de la población, y que, por lo
tanto, son los que pueden aportar mayor conciencia antidesarrollista.
El territorio periurbano, expurgado de actividades agrícolas, se ha
convertido en escenario de grandes proyectos especulativos sin ninguna
utilidad para sus habitantes: prospecciones de petróleo y gas no
convencionales, construcción de grandes infraestructuras, de
macrocárceles, de vertederos, de plantas incineradoras, de centrales
energéticas, de residencias vacacionales, etc. En consecuencia, la
defensa del territorio contra su reordenación explotadora constituye el
eje donde pivota la lucha antidesarrollista, defensa que cuenta con la
particularidad de sobrepasar el horizonte rural: sus efectivos proceden
mayoritariamente de las conurbaciones.
VI.
El
tipo organizativo que surge de la nueva conflictividad se apoya en
relaciones de vecindad, más que de lugar de trabajo. El sujeto se
reconstituye ante todo como organización vecinal, no como sindicato,
coalición o partido, y eso es así porque la cuestión social se presenta
cada vez más como cuestión urbana y territorial. Esta clase de
organización, que abarca todas las esferas de la actividad social, goza
de la ventaja de estar mejor prevenida contra la burocracia, pues
funciona horizontalmente, rotando cargos representativos y tareas. No
presenta un perfil único, pues es producto de condiciones locales de
lucha, actuando bien como asamblea o plataforma, bien como grupo de
apoyo o “zona a defender”. Tampoco está a salvo de la recuperación o del
reformismo, puesto que la conciencia antidesarrollista no acompaña las
luchas con la suficiente contundencia como para volverlas irrecuperables
y revolucionarias. Y no las acompaña en la medida que el grado de
disidencia de los combatientes es pobre y el fetichismo de la política
es grande, cosa que impide hacer de la segregación un arma. Pero
precisamente porque el sistema es irreformable, la lucha no se ha de
centrar solamente en sus aspectos negativos, sino también en aquellos
que de alguna forma constituyen embriones experimentales de una sociedad
nueva. La comunidad se crea tanto en la movilización y la resistencia
como en la obra constructiva y creadora. Y así en el espacio urbano
hemos visto aparecer ágoras de barrio, coordinadoras asamblearias de
trabajadores, huertos comunitarios, comedores populares, clínicas
alternativas, talleres autogestionados y otras iniciativas más o menos
logradas como respuesta a problemas concretos. En el territorio se
producen experiencias ruralizadoras como cooperativas integrales,
ocupación de tierras, cultivos salvajes, recuperación de bienes
comunales, reivindicación de prácticas de autogobierno tradicionales
(juntas, concejos, universidades), etc. Son ejemplos dispersos,
marginales, voluntaristas y mal equipados, pero de suma importancia,
puesto que indican el camino a seguir cuando un verdadero movimiento
social cristalice y supere el estadio de las barricadas.
VII.
Recapitulando,
el antidesarrollismo es una reflexión crítica y una práctica
antagonista nacida de los conflictos provocados por el desarrollo en la
fase última del régimen capitalista. Es una teoría abierta que hace
balance de la lucha de clases pasada e incorpora a la vieja tradición
anarquista y socialista la crítica del urbanismo, la ciencia, la
tecnología y el progreso. Y es a la vez un sentimiento difuso de futuro
fallido que empuja a la acción. La obsolescencia programada de la
humanidad no podrá pararse más que con el desmantelamiento de industrias
e infraestructuras, el reequilibrio poblacional entre ciudad y campo,
la descentralización social y la desestatización, asuntos que los
desastres de la mundialización han llevado a la calle. El sujeto
revolucionario surgirá de la confluencia entre esa sensación de pérdida
irreparable que comunican las agresiones del Capital/Estado y la
insurrección contra un destino inacceptable.
Revista Argelaga, junio de 2015.
[https://argelaga.wordpress.com/]
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