Adrián Mac Liman*/Centro de Colaboraciones Solidarias
La
espectacular y exitosa intervención de la Fuerza Aérea rusa en Siria no
es, al menos aparentemente, del agrado de algunos miembros de la
llamada coalición antihyihadista liderada por Estados Unidos. De hecho,
el Kremlin decidió intervenir en el conflicto que opone las tropas del
presidente al Assad a un mosaico de grupos y grupúsculos armados, en su
gran mayoría, de corte islamista, no sólo para proteger a su aliado de
Damasco, sino también, y ante todo, para tratar de prevenir la expansión
del peligro islamista en la región del Cáucaso y de Asia Central.
Desde
la década de 1970, Rusia dispone de una importante base naval en el
puerto de Tartús, situado a 30 kilómetros de la frontera con Líbano. Las
instalaciones marítimas de la base, que goza del estatuto de
extraterritorialidad, sirven para el abastecimiento de la Flota del Mar
Negro y de los buques de guerra que cruzan el Mar Mediterráneo. Tras el
inicio del conflicto sirio, la base se convirtió en la atalaya de Moscú
en el Mare Nostrum. Una presencia sumamente molesta para los detractores
del régimen de Al Assad, poco propensos a tolerar una presencia
extranjera (léase rusa) en las inmediaciones de la zona de combate. Pero
el Kremlin se limitó a hacer oídos sordos hasta finales de
septiembre, cuando la Fuerza Aérea de Rusia realizó por primeros ataques
contra las posiciones del Estado Islámico. La eficacia de los
bombardeos rusos provocó la ira del actual inquilino de la Casa Blanca;
Moscú desbarataba los planes de la coalición. Al atentado contra un
avión de línea ruso perpetrado a finales de octubre en el Sinaí, se
sumó, hace apenas unos días, el derribo por la Fuerza Aérea turca de un
aparato SU-24 que efectuaba una misión en la frontera con Siria. Ankara
acusó a los pilotos de haber violado el espacio aéreo del país otomano.
Por su parte, Moscú sostiene que el avión volaba a 1 kilómetro de los
confines con Turquía. El presidente Putin calificó la acción del
Ejército de Ankara de puñalada por la espalda, asestada por los
cómplices de los terroristas (del Estado Islámico). Y, por si fuera
poco, hay quien afirma que Washington podría haber movido los hilos de la trama.
La
gravedad del incidente y sus posibles repercusiones a nivel estratégico
obligó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a
convocar una reunión de emergencia para tratar de quitar hierro al asunto. Contención, fue el mensaje de la Alianza: contención y diálogo.
Subsiste
el interrogante: ¿a qué se debe la presencia militar rusa en Siria, el
empeño del Kremlin de librar batalla contra los grupúsculos islamistas
que utilizan el territorio de un país soberano como mero laboratorio de
la guerra posmoderna? Los politólogos occidentales afirman que Rusia se
limita a auxiliar a su fiel aliado Bashar al Assad, superviviente de los
no siempre acertados cambios de las Primaveras Árabes. Se
trata, sin embargo, de una visión muy simplista o, tal vez, demasiado
partidista de los hechos. En efecto, desde hace más de un cuarto de
siglo, los estrategas rusos no disimulan su preocupación ante el avance
del radicalismo islámico en las regiones asiáticas de la antigua Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En 1995, el vicepresidente del
Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos de Moscú recorrió
las capitales europeas con el propósito de recabar información sobre la
amenaza islámica en Occidente y las políticas de prevención ideadas por
los estados miembros de la OTAN. Ante su gran sorpresa, éstas brillaban
por su ausencia.
Rusia tenía, sin
embargo, un problema muy serio en los enclaves musulmanes de Asia
Central. Los primeros disturbios estallaron en Daguestán y en Chechenia,
donde los radicales salafistas se dedicaban a eliminar a la mayoría
sufí. Los fundamentalistas procedían, en su gran mayoría, de las filas
de Al Qaeda. Eran los combatientes afganos llamados a establecer el
Emirato del Cáucaso, punta de lanza del extremismo islámico en la… tierra de los ateos, para emplear el lenguaje de la familia real saudí.
En
los últimos 5 lustros, los servicios de inteligencia moscovitas
detectaron la presencia de 17 grupos yihadistas en el territorio de la
otrora Unión Soviética. El número de víctimas de la guerra larvada
contra el terrorismo ascendió a… 9 mil. Muy a menudo, las instituciones
europeas confundían las operaciones militares contra los salafistas con…
la violación flagrante por parte de Moscú de los derechos humanos.
Hasta el día en que el azote llegó a París.
Adrián Mac Liman*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Analista político internacional
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 466 / del 07 al 13 de Diciembre 2015
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