Avances en inteligencia artificial (I.A.). La empatía simulada.
Ilustración: Sead Mujic |
Referencia documental del artículo
Fuente original en alemán:
Götz Eisenberg: "Der Schein von Mitgefühl", publicado en nachdenkseiten.de el 4-2-2016 (URL: http://www.nachdenkseiten.de/?p=30852)
Götz Eisenberg: "Der Schein von Mitgefühl", publicado en nachdenkseiten.de el 4-2-2016 (URL: http://www.nachdenkseiten.de/?p=30852)
Traducción al español para blogdelviejotopo: Tucholskyfan Gabi.
Fuente de esta traducción: blogdelviejotopo.blogspot.com.es, 7-2-2016.
Uso de esta traducción: licencia
CC BY-SA. Reproducir esta ficha documental, conservando los enlaces
(hipervínculos) que figuran (tanto a este blog como a la fuente en
alemán).
Imagen y negrita: añadidos nuestro.
Imagen y negrita: añadidos nuestro.
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Avances en inteligencia artificial (I.A.). La empatía simulada.
La
investigación se emplea ya intensamente en desarrollar sistemas
informáticos y robots dotados de inteligencia emocional. Y uno se
pregunta el por qué de estos avances y si no es posible que una
sociedad, entrada en razón, sepa pararlos. Los recursos intelectuales y
económicos que en ello se vienen gastando mejor podrían destinarse a
perseguir metas humanas y humanistas de verdadero fuste.
Un comentario de Götz Eisenberg
*
En el diario Süddeutsche Zeitung
del 29.01.16 encontramos un artículo en la sección llamada
‘Inteligencia artificial’ firmado por Elisabeth André, catedrática de “Human Centered Multimedia”
(algo así como Multimedia centrados en lo humano). Y muy al principio
de su artículo leemos: “Para que cualquier acción resulte exitosa, los
sentimientos son mucho más importantes de lo que cabe suponer”, sin
abordar la cuestión de lo que hemos de entender por ‘acción exitosa’.
Por ello, considera André, es deseable dotar los ordenadores de
inteligencia artificial. Los sistemas informáticos que exclusivamente se
orienten en criterios racionales, al interaccionar con las personas,
alcanzan rápidamente sus límites. De modo que se está trabajando
intensamente en simular mediante modelos adecuados la competencia
emocional para poder implantarla en los sistemas de nueva generación.
Siendo así que el usuario expresa sus estados anímicos mediante la
mímica, gestos, posturas corporales y el lenguaje que el
interlocutor/interactor mecánico ha de saber leer. Esto es, deberá saber
compartir los sentimientos del usuario, ponerse en su lugar a la hora
de sentirse éste estresado o enfadado, para poder responderle
adecuadamente. Empleando sensores miniaturizados será posible captar y
registrar sus conductas y comportamientos cotidianos de modo amplio y
auténtico. En caso de un centro de llamadas (call center), por ejemplo,
podría llegan a detectarse las características acústicas y prosódicas de
quien llama, para saber el grado de su satisfacción con el servicio
ofrecido. “Los sensores que se lleven en contacto con la piel podrán
medir la conductancia cutánea, temperatura y el pulso que informarán
sobre el grado de excitación de la persona. Los sensores de presión que
se implanten en sillas detectarán si la persona, sentada en su mesa de
trabajo, está relajada o estresada”. André refiere que aún no hay
sistemas informáticos que sepan distinguir entre una sonrisa fingida y
una verdadera, o reconocer una ironía.
Pero que
llegará el momento en que los sistemas sabrán reaccionar a las
emociones del usuario. Continúa André que ante unos simples reflejos de
las emociones del usuario en un robot, ya cabría pensar en algo así como
empatía; que la investigación ya se está planteando cómo lograr que los
sistemas lleguen a expresar sus emociones de un modo natural,
proponiendo implantes cutáneos en los robots para que puedan expresar de
modo creíble las emociones básicas tales como duelo, rabia, alegría
mediante la mímica de su semblante artificial. Un logro que, según
André, aumentaría la naturalidad de los robots, y por tanto, su
aceptación. Por los progresos en la simulación de la inteligencia
artificial cabría esperar “que los artefactos interactivos del futuro se
puedan dotar de capacidades emotivas refinadas, proporcionándole al
humano que tiene en frente la ilusión de encontrarse ante individuos con
sentimientos propios”.
Hasta aquí la referida
catedrática. Leyendo su texto, no paré de preguntarme: ¿Y esto, de qué
sirve? ¿Debemos o queremos llegar a esto? Habrá quienes lo querrán así.
Detrás de semejantes investigaciones suele haber unos intereses
económicos de envergadura, que en este campo otean unos mercados
enormes. En la novela de Dave Eggers The Circle (esp. El Círculo)
podemos leer hasta dónde puede llegar esta evolución, un escenario de
verdadera pesadilla totalitaria. La señora André, como la científica
que es, no se plantea ninguna de estas cuestiones, o al menos no las
aborda en este artículo en el Süddeutsche Zeitung. Semejantes cuestiones se consideran no pertinentes, o paracientíficas. Heidegger nos sentencia lapidario: “La ciencia no piensa”. Investiga sin cuestionarse quién/es se benefician de sus avances y qué consecuencias sociales puedan traer. Max Horkheimer [1] decía: “Bajo
el punto de vista puramente científico, el odio no es peor que el amor
puesto que no hay ninguna razón por la que el placer de (hacer) sufrir
sea distinto al placer de amar”. De la ‘Teoría crítica’ [2], mi generación ha ido aprendiendo que no todo lo que técnicamente resulte posible/factible se deba hacer o realizar. Escribe Adorno en sus Mínima Moralia (La sociedad emancipada): “Quizá
la verdadera sociedad llegue a hartarse del desarrollo y, por pura
libertad, deje sin aprovechar algunas posibilidades en lugar de
pretender alcanzar, con desvariado ímpetu, ignotas estrellas”. [3]
Y me surge otra duda más, a saber, ¿por qué nos ofrece el Süddeutsche Zeitung
en su suplemento cultural semejante texto afirmativo y sin crítica
alguna? ¿Dónde queda su agudeza mental y actitud crítica que sí sabe
manifestar en otras secciones donde escribe y firma, entre otros,
Heribert Prantl? [4]
En sus Historias del señor Keuner [5], escribe Bertholt Brecht: “El
señor Keuner poco sabía de la naturaleza humana (“Menschenkenntnis”)
considerando que este saber sólo hace falta donde se da la explotación”.
Según Brecht este conocimiento sobre los humanos lo necesita quien
pretenda engañar a los demás o se proponga venderles algo que no
necesitan. En adelante, las sillas donde se sentarán los candidatos
solicitando un empleo, estarán equipadas de sensores que facilitarán
datos sobre su resiliencia
y resistencia al estrés. Las futuras centralitas informatizadas podrán
detectar en la voz de quien llama su estado anímico y reaccionar
adecuadamente. También se encuentra ya encaminada la robotización en
materia de los cuidados de enfermos y ancianos, a no ser que la
sociedad, vuelta a la razón, sepa oponerse y frenarlo.
A la vista de semejantes evoluciones ya se preguntaba Cees Nooteboom en su novela El Dia de todas las almas [6]: “Ni siquiera se cómo expresarlo. Tenemos ordenadores o somos ordenadores”.
El cerebro humano, muchos contemporáneos lo toman ya por un ordenador
lento y deficitario o por un buscador insuficiente. Günther Anders en
los años cincuenta del siglo pasado, a la vista de los artilugios y la
maquinaria que había ideado y logrado, ya se refería a la “vergüenza prometeica” del hombre y su “deseo de ser cosa”,
frente a su propia defectuosa y caduca creaturalidad. El hombre como
Prometeo, como creador del un mundo de máquinas, sostiene Anders, se
encuentra en la penosa situación de sentirse constantemente inferior a
lo hecho/fabricado, y por tanto, humillado [7].
Las
modernas ciencias naturales, en su afán de llegar a dominar la
naturaleza, han reducido el mundo a una serie de mecanismos y principios
categóricos que cabe resumir en fórmulas matemáticas. Este modo de
pensar, dice André Gorz [8] en su Crítica de la razón productivista (Catarata, 2008), acaba generando una máquina que:
“quedando sustituida el pensar/el acto reflexivo sobre la externalidad/superficialidad por la superficialidad de esta misma reflexión, entra a servir de punto de referencia para la mente humana: el ordenador, al mismo tiempo máquina calculadora e “inteligencia artificial”; máquina para componer música, para escribir poesía, diagnosticar enfermedades, traducir, hablar, etc. La capacidad para diseñar máquinas acaba por entenderse como máquina; la mente humana, capacitada para funcionar como una máquina, se reconoce en la máquina, al funcionar ésta como un humano, sin percatarse de que, en realidad, la máquina NO funciona como la mente humana, sino tan sólo como aquella mente que haya aprendido a funcionar como una máquina”.
El convertir a las personas en sujetos mercantiles y monetarios supone invalidar y empobrecerlas emocional y psíquicamente. Nuestra inteligencia social y emocional, esto es, la capacidad de sentirnos empáticos con otras personas, de sentir con
ellas, de ver nuestra relación desde la perspectiva correcta, puede que
no nos venga de nacimiento, pero sí se viene formando de buen grado a
partir de muy tempranas vivencias. Para mejor o para peor, o en
absoluto. Dadas las temperaturas gélidas que suelen predominar en las
familias, que sólo lo son en apariencia, al vivir los integrantes,
llenos de soledades, uno al lado de otro, el mundo interior se
convierte en un paisaje glaciar lleno de sentimientos congelados.
Supeditando sus condiciones existenciales y vitales a los mercados,
las personas van desarrollando cierta funcionalidad, eficacia, agilidad
y flexibilidad – toda una serie de propiedades que les aportan unas
ventajas en su diaria carrera de ratas. Ello implica además cierta
dureza contra ellas mismas y los demás. Van perdiendo todas aquellas
cualidades que se opongan a este afán y que hasta hace bien poco eran
consideradas como humanamente deseables. Los seres humanos se van
pareciendo a las máquinas que operan y en las que intentan meterse más y
más. Vivir bajo las condiciones de un mercado desenfrenado genera un fenotipo de persona que se parece a los “psicópatas” tal y como los describen los psiquiatras Cleckley y Hare [9]:
psíquicamente frígido, superficialmente encantador, asertivo, enfocado,
sin escrúpulos, exclusivamente interesado en maximizar su propio
beneficio y carente de empatía. Quien cuente con dichas propiedades, tiene las mejores perspectivas para ganar la lucha existencial neoliberal.
Puede que algún día unos robots dotados de inteligencia emocional sean
los últimos seres que conserven algunos rasgos humanos que pudieran
haber “aprendido” de los últimos humanos. Al ocuparme del artículo de la
señora André recordé un chiste perdido en las profundidades de mi
memoria:
Un oficial de las SS en un campo de exterminio se dirige a un judío:
- Hoy deberías pasar a la cámara de gas, pero te doy una última oportunidad. Tengo un ojo de cristal y si detectas cuál es, te perdono la vida.
El judío le mira y dice:
- El izquierdo, Herr Obersturmbannführer.
- ¿Cómo lo has descubierto?
- Es que tiene la mirada más humana.
En los años sesenta del siglo pasado, el pedagogo Hans-Jochen Gamm editó un libro llamado El “Flüsterwitz” en el Tercer Reich
(el chiste político transmitido en voz baja). En él Gamm sostenía la
tesis que contra el ejercicio del dominio autoritario, más aún del poder
en general, no existe nada mejor que recibirlo con risas y burlas. Para
aquellos que no o ya no simpatizaban con el nacionalsocialismo, el
contar semejantes chistes representaba un modo de resistencia
subversiva, pero que no necesariamente ponía en peligro sus vidas.
Aprendí de Gamm que la bufonada es una astuta variante de la protesta.
El bufón al estilo de Till Eulenspiegel [10],
practica y cultiva la resistencia de los pasitos pequeños y de ese modo
puede sustraerse de la vergonzosa alternativa que sería convertirse en
cómplice del sistema o ser engullido por él. Deberíamos ejercitar este
tipo de bufonada sin falta. Me temo que dentro de nada nos será muy
útil.
Notas:
[3] Citado según Akal/Bolsillo, 2004, p. 163.
[4] Desde 2011 redactor jefe del Süddeutsche.
[6] Publicado por http://www.siruela.com/catalogo.php?&completa=N&id_libro=759
[8] Cfr. AndreGorz.webloc
[9] Cfr. PsychopathyChecklist -#45A7BBA
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