Mossack Fonseca y su "sucursal" en EE.UU. MF Corporate Services
Traducido de un artículo de: Ken Silverstein.
Mossack
Monseca fue fundada en 1977 en Panamá por el alemán Jurgen Mossack y un
panameño llamado Ramón Fonseca, vicepresidente del partido que
actualmente gobierna el país, y más tarde llegó un tercer director, el
abogado suizo Christoph Zollinger. Desde los años 70, Mossack Fonseca ha
expandido sus operaciones y ahora trabaja con oficinas afiliadas en 44
países, incluyendo las Bahamas, Chipre, Hong Kong, Suiza, Brasil,
Jersey, Luxemburgo, las Islas Vírgenes Británicas y, tal vez el más
turbador, Estados Unidos, más concretamente en los estados de Wyoming,
Florida y Nevada.
Mossack
Fonseca, por supuesto, no está sola en la constitución de empresas
fantasma utilizadas por los corruptos y evasores de impuestos del mundo.
Alrededor del planeta existen un gran número de firmas que compiten, y
muchas de ellas registran empresas fantasma que son tan sospechosas como
Drex. Prueba de esto es el caso de Viktor Bout, quien en los 90,
traficaba armas para los talibanes a través de una empresa fantasma
registrada en Delaware. Más recientemente, en 2010, un hombre llamado
Khaid Ouazzani se declaró culpable de utilizar una firma de la ciudad de
Kansas, Missouri, llamada Truman Used Auto Parts para mover dinero para
Al Qaeda.
Noticias
dispersas e investigaciones internacionales han señalado a Mossack
Fonseca como una de las firmas creadoras de empresas fantasma con más
alcance en el mundo, pero hasta ahora ha utilizado una gama tan amplia
de trucos legales y contables que le han permitido pasar desapercibidos a
ella y a sus clientes en la mayoría de los casos.
La
empresa no acepta esta declaración y afirma en un correo electrónico
que "no hay ningún registro judicial o gubernamental que haya
identificado alguna vez a Mossack Fonseca como la creadora de empresas
fantasma. Cualquier cosa que relacione a nuestro grupo con algún tipo de
'actividad delictiva' carece de fundamento, ya que nunca hemos sido
notificados de la existencia de algún procedimiento legal... hasta el
momento".
Pero
un año de investigaciones revela que Mossack Fonseca —a la que The
Economist ha descrito como una industria "notablemente hermética" líder
en finanzas en paraísos fiscales— ha servido como la intermediaria
registrada de empresas de fachada vinculadas a un montón de gángsters y
ladrones famosos que, además de Makhlouf, incluye a socios de Muamar el
Gadafi y Robert Mugabe, así como a un multimillonario israelí que ha
saqueado uno de los países más pobres de África, y a un oligarca llamado
Lázaro Báez, quien, de acuerdo con registros de la corte de Estados
Unidos y los informes de un fiscal federal en Argentina, supuestamente
lavó decenas de millones de dólares a través de una red de empresas
fantasma, algunas de las cuales Mossack Fonseca había ayudado a
registrar en Las Vegas.
A
través de documentos y entrevistas he descubierto que Mossack Fonseca
ayuda con gusto a sus clientes a montar las llamadas compañías
constituidas —que son las vendimias más añejas del negocio de lavado de
dinero, odiadas por la policía fiscal y queridas por los ladrones, ya
que han "envejecido" por años antes de ser vendidas, por lo que parecen
corporaciones establecidas y con un historial sólido— incluso en Las
Vegas. Un gestor internacional de activos que habló con Mossack Fonseca
sobre cómo hacer negocios con ellos me dijo que la empresa ofreció
venderle una compañía constituida de 50 años de antigüedad por 100.000
dólares.
Si
las compañías constituidas son los vehículos de huida de los ladrones
de banco, entonces Mossack Fonseca sería el vendedor de carros más
turbio del mundo.
En
marzo de 2014 volé a Ciudad de Panamá, hogar de la sede principal de
Mossack Fonseca. Víctor, un periodista local, me llevó de tour por la
ciudad. Pasamos por los exuberantes campos de golf y las mansiones en la
antigua zona del canal controlado por Estados Unidos, por los
deslucidos edificios de apartamentos del barrio El Chorrillo y por los
rascacielos del distrito central de negocios. Por la época de mi visita,
Panamá se preparaba para las elecciones nacionales, y los carteles de
campaña cubrían cada poste y cada muro. Víctor me ofreció un comentario
sobre las elecciones mientras conducíamos. "Ese tipo es un imbécil",
dijo, señalando una valla de un candidato a la Asamblea Nacional que,
según él, estaba relacionado con el comercio local de drogas. "Bueno,
todos son unos imbéciles. Pero él es un imbécil de verdad".
Panamá
ha sido gobernada por imbéciles por más de un siglo. En 1903, la
administración de Theodore Roosevelt creó el país después de matonear a
Colombia para que cediera lo que antes era el departamento de Panamá.
Roosevelt actuó por petición de varios grupos bancarios, entre ellos J.
P. Morgan & Co., que fue nombrado como el "agente fiscal" del país,
responsable de la gestión de diez millones de dólares de ayuda que
Estados Unidos se apresuró a enviar a la nueva nación.
Los
bancos norteamericanos ayudaron a convertir a Panamá en un centro
financiero, y el país emergió como un paraíso para lavar dinero y evadir
impuestos en los años 60 luego de que el Gobierno aprobara normas muy
estrictas de confidencialidad financiera, lo que probablemente animó a
Mossack Fonseca a establecerse allí en 1977. Las reglas de
confidencialidad financiera les prometían a los inversionistas
extranjeros privacidad. También prohibieron que los bancos revelaran
algún tipo de información acerca de sus clientes, a menos que fuera
ordenado por una corte en un caso que envolviera terrorismo, tráfico de
drogas o algún otro crimen serio (la evasión de impuestos estaba
específicamente excluida de esa categoría). Estas leyes atrajeron a una
larga línea de corruptos y dictadores que usaron Panamá para esconder su
botín, incluyendo a Ferdinand Marcos, Baby Doc Duvalier y Augusto
Pinochet.
Cuando
Manuel Noriega, comandante de las Fuerzas de Defensa panameñas, tomó el
poder en 1983, básicamente nacionalizó el lavado de dinero al asociarse
con el cartel de drogas de Medellín y darle rienda suelta para que
operara en el país. Noriega apoyó fidedignamente la política exterior
estadounidense en la región y durante años la CIA lo tuvo en su nómina,
pero Estados Unidos perdió la paciencia cuando se opuso a los esfuerzos
para derrocar al gobierno sandinista en la vecina Nicaragua. Eso condujo
a la invasión de Panamá en 1989, el derrocamiento de Noriega y el
regreso al poder de las viejas élites bancarias, herederas del legado de
J. P. Morgan.
El
nuevo gobierno del presidente Guillermo Endara, un abogado corporativo
que se posicionó en una base militar estadounidense pocas horas después
de la invasión, comenzó el 20 de diciembre de 1989, ofreciendo una cara
más buena y amable que el régimen de Noriega. Pero desde entonces él y
sus sucesores elegidos democráticamente han hecho poco para abordar los
problemas más evidentes del país: la corrupción y la pobreza. Un informe
reciente del gobierno de Estados Unidos dijo que Panamá está "plagado"
por el fraude y la evasión fiscal internacional, que son "fuentes
significativas de recursos ilícitos".
Hoy
en día, las leyes financieras de Panamá siguen siendo extremadamente
laxas. Las empresas extranjeras pueden aportar cantidades ilimitadas de
dinero al país sin pagar impuestos. A principios de 2014, un informe del
Fondo Monetario Internacional señaló que de cuarenta medidas
recomendadas a los países para combatir el lavado de dinero y el
financiamiento al terrorismo, Panamá solo había implementado una. En
septiembre, The New York Times reportó que amigos del presidente ruso
Vladimir Putin habían canalizado dinero en paraísos fiscales por medio
de empresas fantasma en Panamá. "Cuando se trata de lavado de dinero,
ofrecemos un servicio completo: enjuagado, lavado y secado", dijo Miguel
Antonio Bernal, un prominente abogado local y analista político.
"Puedes ir a cualquier firma de abogados en la ciudad, desde la más
pequeña hasta la más grande, y abrir una empresa fantasma sin dar
explicaciones".
En
Ciudad de Panamá me alojé cómodamente en una suite enorme en el piso 16
del hotel Waldorf Astoria, una torre brillante con vista panorámica de
la Bahía de Panamá. Coordiné mi llegada para coincidir con una
conferencia de dos días en el hotel de unos 70 consultores financieros
internacionales para ubérrimos (individuos con un alto poder de
inversión, en la jerga de la industria financiera) y descubrí que uno de
los conferenciantes destacados sería Ramses Owens, abogado y experto
financiero que había trabajado para Mossack Fonseca.
A
la mañana siguiente, me desperté y levanté la cabeza de una de las
mullidas almohadas de plumas de mi cama king size, salí de debajo de las
sábanas de 300 hilos, me vestí y tomé el ascensor para bajar al lugar
de la conferencia: el salón Diamond del hotel.
Aunque
el evento era privado, tuve la oportunidad de curiosear el programa y
obtener una lista de los participantes, así como los sumarios de las
charlas y presentaciones. Sentados en mesas con jarras de agua helada y
jarrones llenos de flores, los asistentes eran en su mayoría hombres de
mediana edad con pelo canoso y algo de barriga, vestidos con oscuros
trajes de paño que les habrían inducido un golpe de calor inmediato en
las sofocantes calles de Ciudad de Panamá, pero estaban justo en el
salón Diamond, enfriado a unos 18 grados.
Había
abogados expertos en impuestos, contables, banqueros y administradores
fiduciarios, y miraban hacia un pequeño escenario con un podio para los
expositores y una pantalla para mostrar presentaciones de PowerPoint.
Aproximadamente la mitad de los asistentes eran panameños; una cuarta
parte había volado desde Estados Unidos, Europa y América del Sur; y
otra cuarta parte venía de paraísos fiscales tradicionales, como las
Islas Turcas y Caicos, las Bahamas, Santa Lucía y Belice. Esta es "gente
muy mala y quiere aprender a ser aún peor", me había dicho antes de mi
viaje Jack Blum, antiguo investigador del senado estadounidense y
abogado especializado en lavado de dinero en Washington.
—Veo
que estás jugando al Llanero Solitario —me dijo durante un descanso
Edward Brendan Lynch, un asesor financiero de rostro rubicundo con sede
en las Bahamas. Me senté en la barra a espiar a los asistentes, y él
estaba esperando con un whisky con hielo
—. ¿De dónde eres?
Cuando
le dije que era de Washington D. C., Lynch, que se parecía a Thurston
Howell III de La isla de Gilligan, dijo que había visitado la ciudad
hace muchos años.
—Vi los cerezos en flor —recordó—. Almorcé en el Jockey Club. Un lugar precioso.
De
vuelta en el salón Diamond, Ramses Owens subió al podio. Vestido de
forma impecable, con el pelo perfectamente cortado, encarnaba la
banalidad del mal en el mundo financiero moderno. Owens, quien era
descrito en el programa de la conferencia como un maestro de la
"planificación fiscal", bromeó con el público con que prefería decirles a
sus clientes que su trabajo se basaba en la "optimización de recursos".
Cuando
trabajó en Mossack Fonseca, Owens se basó en su experiencia sobre las
ventajas competitivas de inscribir empresas en Niue, una isla del
Pacífico Sur. En 1996, la firma ganó los derechos exclusivos para
establecer empresas fantasma allí, y en un plazo de cuatro años, 6.000
de ellas fueron registradas, algunas controladas por sindicatos del
crimen de Europa del Este y cárteles internacionales de droga, de
acuerdo con investigaciones internacionales y reportes de noticias. Los
hallazgos llevaron a la imposición de sanciones internacionales en 2001
que obligaron a la isla a cerrar su negocio de registro de corporaciones
cinco años después. Mossack Fonseca convirtió los limones en limonada
para sus clientes al mover sus cuentas de Niue hacia otros paraísos
fiscales, incluyendo Samoa y, como se revela en documentos de la corte
que se le ordenaron entregar a Mossack Fonseca, en Nevada (no hay
ninguna prueba de que las empresas trasladadas estuvieran involucradas
en actividades delictivas, aunque la identidad de los propietarios de
esas empresas sigue siendo desconocida).
La
ofensiva contra Niue fue parte de un esfuerzo internacional conjunto
dirigido por Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países occidentales.
Originalmente motivada por la preocupación sobre el terrorismo y el
crimen organizado, la iniciativa se ha intensificado recientemente
debido a sangrantes déficits presupuestarios, los cuales han aumentado
en gran parte debido a la evasión de impuestos generalizada. Se cree que
los estadounidenses podrían tener más de un billón de dólares
escondidos en paraísos fiscales, lo que representaría pérdidas anuales
para el Servicio de Impuestos Internos (IRS) de casi unos cien mil
millones de dólares. En 2010, el gobierno de Estados Unidos aprobó la
Ley de Cumplimiento Tributario de Cuentas Extranjeras (Fatca, por sus
iniciales en inglés) después de golpear al gigante suizo UBS con una
multa de 780 millones de dólares por ayudar a miles de titulares de
cuentas estadounidenses a ocultar sus activos (en un caso, un banquero
de UBS contrabandeó diamantes de un cliente de un país a otro en un tubo
de crema de dientes). La Fatca, que se está aplicando por etapas y cuya
implementación total se ha retrasado debido a la fuerte oposición de la
industria financiera, ya exige a los bancos extranjeros notificar al
IRS sobre las cuentas que posean los contribuyentes estadounidenses.
Naturalmente,
la Fatca era preocupante para los que estaban sentados en el salón
Diamond —entre ellos Marie Fucci, asesora de clientes estadounidenses y
europeos, quien con razón denunció el hecho como una forma de
"apartheid" financiero—, pero Owens intentó calmar sus temores. Mientras
pasaba las diapositivas de PowerPoint con imágenes de bóvedas de
bancos, pilas de billetes de cien dólares y otras fotos pornofinancieras,
Owens describió formas de evadir las regulaciones internacionales
excesivas y molestas. La Fatca, afirmó con confianza, no destruiría los
paraísos fiscales, y ciertamente no lo haría en Panamá, donde abogados,
contables y otros facilitadores de empresas fantasma tienen poderosos
aliados políticos (como el entonces ministro de Finanzas del país, que
también habló en el evento). Owens estimó que nueve de cada diez
entidades empresariales registradas en el país eran de propiedad
extranjera y dijo que las fundaciones privadas panameñas —una creación
local que es tan querida en el mundo de los paraísos fiscales como la
clásica y preferida cuenta en un banco suizo— todavía serían capaces de
mantener el dinero de forma anónima, incluso cuando la Fatca se aplique
plenamente. Los miembros de la audiencia movieron sus cabezas en señal
de aprobación.
La
mañana después del discurso de Owens, salí del Waldorf hacia las
oficinas de Mossack Fonseca. No tenía ninguna expectativa de reunirme
con alguien en la empresa, pues ya había solicitado en varias ocasiones
una entrevista y había sido rechazado cortés pero firmemente. "Hemos
decidido no participar en esta entrevista", me escribió la portavoz Lexa
de Wittgree en un correo electrónico, que al menos demostró que Mossack
Fonseca es tan eficiente a la hora de tratar a los periodistas como a
la de tratar a sus clientes.
Estaba
utilizando un mapa del hotel y pronto me perdí en el concurrido
distrito de negocios de la Ciudad de Panamá, que parece un Hong Kong
miniatura con tonos tropicales. Al mirar alrededor para orientarme, vi a
un joven vestido con pantalones oscuros y una camisa verde a rayas
salir de un edificio de oficinas —Edificio Omega— y abrir la puerta del
conductor de una camioneta Mitsubishi Sportero negra.
—No
está tan cerca —dijo en un perfecto inglés cuando le pregunté si sabía
cómo podía llegar al edificio de Mossack Fonseca—. ¿Tiene una cita con
ellos? Porque hago un trabajo similar y podría ayudarlo —sacó una
tarjeta de presentación y me la entregó con una sonrisa de oreja a
oreja.
Por casualidad, resultó ser Alejandro Watson Jr., de Owens & Watson, donde Ramses Owens es socio.
—Yo
trabajo justo ahí —dijo, señalando hacia la oficina del segundo piso de
la firma—. Voy tarde a una reunión, pero puedo reunirme más tarde con
usted, o puedo invitarlo a que entre y presentarle a uno de mis colegas.
Antes
de mi viaje, me pregunté si debería ponerme en contacto con una firma
local de abogados para comprobar qué tan fácil sería establecer una
empresa fantasma. Esta era una oportunidad demasiado buena para dejarla
pasar.
—Vine
de Estados Unidos por unos días buscando bienes raíces —improvisé
mientras el tráfico pasaba como una bala y los pitos sonaban—. Necesito
crear una empresa aquí para poder hacer la compra. ¿Qué tipo de
información necesitarían?
—Todo
lo que necesito es su pasaporte, licencia de conducir, algo que muestre
su dirección de residencia y una carta de referencia de cualquier banco
—dijo Watson—. Nosotros no le pedimos información sobre su negocio.
Solo queremos ayudarle a hacer negocios para que siga trabajando con
nosotros.
—¿Mi nombre aparecería en alguna parte del papeleo? —pregunté.
Pensé
que mi franqueza podría desencadenar al menos una leve sospecha de su
parte; después de todo, era la misma promesa de anonimato la que había
atraído a todos aquellos clientes poco fiables a Niue cuando el actual
jefe de Watson fue contratado por Mossack Fonseca. Pero él seguía tan
alegre y dispuesto como un vendedor de helados.
—Usted
tiene un problema, Fatca —dijo Watson con una sonrisa y una mirada
cómplice—. Podemos resolverlo. Podría recomendarle establecer un
fideicomiso, pues legalmente puede ser propiedad completamente de otra
persona.
Pregunté
si podría abrir una cuenta bancaria para mi empresa fantasma para poder
acceder a mi dinero. Después de todo, no tiene sentido ocultar efectivo
en un paraíso fiscal si no puedes gastarlo.
—Por
supuesto —dijo Watson, con entusiasmo. Metió la mano en el Sportero y
sacó un folleto de un montoncito que había entre los dos asientos
delanteros—. Contamos con una red bancaria mundial —dijo, y señaló una
página que enumeraba unas cuantas docenas de instituciones financieras
con las que su empresa trabajaba.
La
red incluía pequeños bancos en Panamá, las Islas Caimán, Mónaco y
Andorra, y grandes marcas como HSBC y los contrabandistas de diamantes
de UBS. Un informe de la comisión del senado estadounidense describió al
anterior banco como un vehículo importante para los "capos de la droga y
las naciones corruptas", y el año pasado el banco firmó un acuerdo de
1.920 millones de dólares con el Departamento de Justicia, después de
admitir que había ayudado a lavar millones a través de empresas fantasma
para carteles de Colombia y México. Había incluso una pieza
estadounidense en la red de Owens & Watson: el banco Helm en Miami.
En 2012, los reguladores estadounidenses atacaron a Helm con una orden
de consentimiento (consent order) por múltiples violaciones de la Ley de
Secreto Bancario y las normas contra el lavado de dinero.
Era
una lista que sin duda inspira confianza, al menos si yo fuera un
ladrón buscando ocultar mi dinero del IRS o de la vigilancia legal.
Todo
el proceso tomaría solo unos pocos días, dijo Watson, y el costo sería
insignificante: cerca de 1.200 dólares por inscribir mi empresa, 300
para cubrir los honorarios del Gobierno, y unos pocos cientos de dólares
más para Owens & Watson para proporcionar directores de nómina de
ser necesario. Si quisiera comprar una empresa fantasma, dependiendo de
la edad de esta, me costaría un poco más.
—Y mi nombre no aparecerá en ningún lugar, ¿cierto? —le pregunté, decidiendo que presionaría hasta donde fuera posible.
—No, no, no —exclamó Watson—. Eso no es un problema.
Poco
después de mi conversación con Watson encontré las oficinas de Mossack
Fonseca, que ocupan los tres pisos superiores de un edificio de cristal
de cuatro pisos que tiene una clínica dental en el primero. Aunque
esperaba poder entrar, abandoné la idea cuando vi a un guardia en la
entrada revisando a todos los visitantes del edificio.
Al
menos, pensé, tomaría una foto de la oficina, cuya fachada de cristal
refleja la Torre de la Revolución, el monumento emblemático de la
ciudad, un edificio horrible de oficinas en forma de sacacorchos. Pero
Mossack Fonseca aparentemente vigila su sede con el mismo celo con el
que protege la identidad de sus clientes.
—¡Está
tomando una foto! —gritó una mujer, que volvía al edificio con una
bolsa de comida para llevar de un restaurante, cuando me vio apuntando
con mi iPhone. Gritó de nuevo y me señaló—. ¡Está tomando una foto!
A
continuación, decidí probar suerte en Las Vegas. Mossack Fonseca
describe Nevada como "una de las mejores jurisdicciones" en Estados
Unidos para la creación de una empresa debido a "la versatilidad, los
bajos costos y la rápida atención" del estado. Estados Unidos es un gran
lugar para hacer negocios para Mossack Fonseca, ya que es el segundo
país donde resulta más fácil registrar una compañía fantasma, después de
Kenia, de acuerdo con un grupo de Washington D. C. llamado Global
Financial Integrity. Y a los ladrones les encanta inscribir empresas
aquí, también, porque ser propietario de una empresa estadounidense les
proporciona una falsa respetabilidad que puede ayudar a desviar la
atención de sus actos criminales, me dijo Heather Lowe, directora de
asuntos gubernamentales del grupo.
Desde
que Mossack Fonseca comenzó a ofrecer servicios hace más de una década,
ha utilizado una firma local estrechamente vinculada llamada MF
Corporate Services para registrar más de 1.000 empresas en Nevada, la
mayoría de ellas gestionadas desde paraísos fiscales como Ginebra,
Bangkok y las Islas Vírgenes Británicas, de acuerdo a los registros en
los archivos de la secretaría del estado. Bajo la ley de Nevada los
únicos nombres que deben figurar en los registros públicos de una
empresa fantasma son los de un agente residente y un "gerente", y
ninguno de los dos tiene que ser un ser humano. El agente residente es
normalmente la firma que registra la empresa fantasma, y el gerente
puede ser otra compañía anónima. Eso hace que sea prácticamente
imposible descubrir quién controla realmente una empresa de estas en
Nevada, a menos que la policía o los tribunales obliguen su divulgación.
Técnicamente,
MF Corporate Services es independiente de Mossack Fonseca. Pero en la
práctica, los documentos judiciales, registros de constitución y otros
documentos confidenciales muestran que funciona como sucursal local de
Mossack Fonseca, cuyo empleado principal se reporta directamente con la
sede de Ciudad de Panamá. Este tipo de separación falsa es una táctica
empleada por muchos grandes fundadores de empresas fantasma, ya que
permite a la empresa matriz refutar cualquier conexión con sus oficinas
locales si todo se va a la mierda desde un punto de vista legal. Es algo
así como Walmart operaría en Bangladesh, distanciándose de las maquilas
clandestinas por medio de largas y complejas cadenas de proveedores
(como Walmart, Mossack Fonseca nunca ha sido procesada directamente por
las acciones de sus subsidiarias). "Son organizaciones completamente
integradas hasta el momento en que un policía o investigador viene a
mirar", dice Jack Blum, experto en lavado de dinero. "Entonces se
desintegran en una serie de entidades no relacionadas, y todo el mundo
jura que no sabe nada acerca de cualquier otra persona en el sistema. Es
como un rompecabezas que está armado, pero de repente se destruye
cuando alguien empieza a investigar".
De
hecho, esto es exactamente lo que Mossack Fonseca respondió cuando le
preguntaron sobre las actividades oscuras con las que ha sido conectada
en Las Vegas. Si bien no hay forma de saber con precisión quién está
detrás de la gran mayoría de empresas fantasma que la firma ha estado
ayudando a crear allí, una investigación penal en curso en Argentina y
un caso relacionado ante el Tribunal de Distrito de Nevada que involucra
al oligarca Lázaro Báez ofrecen una idea. Las actas de la investigación
y de la corte alegan que Báez es el dueño secreto de más de 100
empresas fantasma que Mossack Fonseca ha ayudado a establecer en Nevada.
Todas ellas eran manejadas por Aldyne Ltda., una compañía anónima que
Mossack Fonseca registró en las islas Seychelles, según los fiscales
(Mossack Fonseca no ha sido acusado hasta la fecha, ya sea en Argentina o
Nevada, pero uno de sus ejecutivos en Las Vegas fue destituido, y el
tribunal de distrito ha ordenado a la empresa que entregue los
expedientes relacionados con las compañías fantasma de Báez, una orden
que se ha negado a cumplir plenamente).
Excajero
de un banco, Báez construyó un vasto imperio empresarial a través de
contratos que le adjudicaron algunos amigos cercanos: el fallecido
Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, así como sus aliados
políticos en su provincia natal, según informes de prensa e
investigaciones. Báez estaba tan afligido cuando su patrón Néstor murió
en 2010, que erigió un mausoleo de tres pisos para albergar sus restos.
Los fiscales alegan que las empresas de Nevada eran parte de una red que
Báez utilizó para mover más de 65 millones de dólares en fondos
desviados de proyectos públicos de infraestructura.
Las
empresas vinculadas con Báez en Nevada fueron registradas por MF
Corporate Services; su jefe asistente, Patricia Amunátegui, fue
contratada en la sede principal de Mossack Fonseca como secretaria de
Aldyne Ltda., de acuerdo con una fuente cercana al tema. Cuando les
pregunté acerca de las actividades ilegales de las empresas de clientes
del pasado, la respuesta de Mossack Fonseca me recordó en un correo
electrónico que "los agentes registrados no son responsables de ninguna
manera por las transacciones comerciales o cualquier otro trato de las
empresas que inscriben". Por su parte, Amunátegui, una chilena nativa
que previamente trabajó como mesera de un casino y, según su página de
Facebook, disfruta del yoga, el espiritismo y el senderismo, y admira al
Dalai Lama, al Tea Party y al exdictador chileno Augusto Pinochet,
afirmó que MF Corporate Services "no tiene, ni ha tenido alguna vez,
algún tipo de relación con Lázaro Báez". También dice que no tiene
ninguna relación laboral con Mossack Fonseca, a pesar de que hace unos
años proporcionó una carta de recomendación a la Universidad de Nevada,
en Las Vegas, que decía que justo después de graduarse de su programa
paralegal "consiguió un gran trabajo como vicepresidente de Mossack
Fonseca, una firma internacional de abogados". (Ella dice que fue
malinterpretada.) Amunátegui era la persona con la que más esperaba
reunirme cuando volé a Las Vegas a principios de noviembre.
—Su
auto está en el espacio B-15 —me dijo la mujer de veintitantos años en
Avis después de aterrizar en el Aeropuerto Internacional McCarran—. B de
burdel.
Su
cara era inexpresiva, así que no estaba seguro de si sentirme insultado
o simplemente reírme. Pero había estado viajando todo el día desde
Washington, en dos largos vuelos en clase económica, así que en ese
momento no me importó. Fue bueno haber aterrizado en Las Vegas, así el
aeropuerto tenga el nombre de Pat McCarran, el amante de los casinos,
enemigo de los judíos, político racista que supuestamente inspiró el
personaje del senador corrupto de Nevada en la segunda parte de El
Padrino.
En
2001, la legislatura de Nevada debatió un proyecto de ley que
estimulaba a las empresas a inscribirse en el estado protegiéndolas de
las leyes de divulgación y de responsabilidad. "Estamos sosteniendo un
cartel que dice: 'timadores y artistas de la estafa bienvenidos aquí'",
dijo la entonces senadora estatal Dina Titus durante el debate sobre el
proyecto de ley. Sus partidarios argumentaban que la norma estimularía
la entrada de necesarios recursos.
Titus,
hoy en la Cámara de Representantes, sorprendentemente procedió a votar
"Sí" al proyecto de ley, y su profecía se hizo realidad. En pocos años,
Nevada se convirtió en la sede de pirámides, estafadores corporativos,
promotores de fraudes accionarios, embaucadores de internet y evasores
de impuestos. Entre ellos se encontraban Donald McGhan, que en 2009
recibió una condena de diez años por engañar a inversionistas con
patrimonios superiores a los 100 millones de dólares a través de una
empresa de estafa inmobiliaria llamada Southwest Exchange, y el
contratista de defensa Mitchell Wade, quien utilizó una empresa fantasma
registrada en Nevada para canalizar un soborno para el entonces
congresista Randy Cunningham (ambos se echaron la soga al cuello durante
un almuerzo en el que Cunningham diagramó sobre un papel membretado de
su oficina en el Congreso una lista con la relación de los sobornos de
Wade y los contratos federales que había orientado a cambio).
La
página web de la secretaría del estado ofrece una serie de razones por
las que las empresas deberían inscribirse en Nevada, anunciando la falta
de impuestos sobre las sociedades y la casi imposibilidad de penetrar
el "velo corporativo". Ese tipo de normas ha atraído a unas 300.000
empresas activas hacia el estado, una por cada nueve habitantes, y
recolectado ingresos de unos 133 millones de dólares solo en 2012. Tanta
de esa actividad es potencialmente criminal que el subsecretario de
Estado Scott Anderson dice que su oficina ha adoptado una serie de
medidas para poner freno a los abusos, incluyendo una regla que prohíbe
estrictamente a cualquier persona crear una corporación en Nevada para
cometer un delito. "Por supuesto, si alguien va a hacer algo ilegal",
admitió Anderson, "probablemente no va a revelarlo".
Un
día durante mi viaje entrevisté a Cort Christie, director de Nevada
Corporate Headquarters, una de las firmas fundadoras de empresas
fantasma más prolíficas del estado. Su empresa se encuentra en un
edificio enorme de oficinas, en una zona llamada Spring Valley. Christie
hizo parte de la junta de la poderosa y políticamente conectada
Asociación de Agentes Registrados de Nevada (MF Corporate Services es
miembro de ella), que "trabaja para garantizar el futuro del estado como
el epicentro de la inscripción de empresas en Estados Unidos", según el
sitio web del grupo. Advierte que si "se pierde el ventajoso entorno
fiscal, proempresarial actual, la reputación del estado... se perderá
también. Una vez que la confianza del público se pierde, no puede ser
recuperada fácilmente".
En
2013, la Asociación Nacional del Rifle presionó en contra de una
propuesta de la secretaria de Estado que habría endurecido las reglas
que reducen el secreto empresarial. El proyecto de ley, que "hubiera
combatido la idea de que la gente puede venir aquí y esconderse", según
me dijo Christie, fue rechazado abrumadoramente.
En
la mañana del 4 de noviembre, recorrí el bulevar de casinos en el
corazón del centro de Las Vegas, pasando por el Golden Nugget y El
Cortez (el primer casino que fue propiedad de la mafia) y la mayor
cantidad de restaurantes en Estados Unidos que ofrecen costillitas por
9,99 dólares. Luego llegué a la carretera interestatal 15 y me dirigí
hacia el sur hasta Henderson, un suburbio donde los centros comerciales
gigantescos dan paso a un borrón de estuco y casas de adobe.
MF
Corporate Services está ubicado en el complejo profesional Parc Place,
el hogar de varios edificios idénticos, de un solo piso y techos de
tejas rojas. Solo había unos pocos coches en el parqueadero, y no vi a
nadie afuera. Un letrero metálico rojo y blanco de MF Corporate Services
plantado en una parcela de rocas y cactus sopló con tristeza en la
brisa cálida.
Hasta
donde sé por los registros públicos y documentos de la corte, MF
Corporate Services no hace ningún trabajo en el que tenga que ir a otro
lugar —su único objetivo parece ser la creación de empresas fantasma en
Nevada para los clientes de Mossack Fonseca— y su ubicación apartada no
ayuda a disipar esa impresión. Amunátegui dirige las operaciones, aunque
documentos internos de la empresa que encontré en registros de la corte
muestran que trabaja en estrecha colaboración con los empleados de
Mossack Fonseca en Panamá, como Leticia Montoya, guardiana del
expediente de decenas de empresas fantasma vinculadas a Lázaro Báez.
Montoya
tiene una carrera bastante accidentada, luego de haber inscrito o
servido como directora de nómina de al menos seis compañías anónimas que
estuvieron involucradas en grandes escándalos de corrupción
internacional. Entre ellas una empresa fantasma panameña llamada
Nicstate, cuyos propietarios beneficiarios incluían al expresidente
nicaragüense Arnoldo 'El Gordo' Alemán, quien utilizó Nicstate y otros
atajos fiscales para desviar a sus bolsillos casi 100 millones de
dólares de los fondos estatales. Montoya también ayudó a establecer
Mirror Development Inc., que Siemens de Alemania utilizó para canalizar
sobornos a funcionarios del gobierno argentino que les ayudaron a ganar
un contrato de mil millones de dólares para producir tarjetas de
identidad nacionales. Este fue solo uno de los componentes de un plan
mundial de Siemens, que también utilizó atajos corporativos para
pagarles a los funcionarios del gobierno de Bangladesh, Venezuela e
Irak, incluyendo a Saddam Hussein entre los beneficiarios.
Nevada.
Me
imaginé que la mejor forma para hablar con Amunátegui era pasarme por
allí casualmente, así que no llamé previamente. Cuando golpeé en la
puerta de cristal de MF Corporate Services, un hombre con una tabla
sujetapapeles, sentado en una silla azul ubicada al azar en el vestíbulo
de la oficina, me hizo señas con la mano para que entrara. Una bolsa
blanca de basura llena de documentos triturados se apoyaba en la puerta,
y un mapa del mundo enmarcado colgaba de una pared. Había cuatro
relojes sobre él que mostraban el tiempo en Las Vegas, Hong Kong, Suiza y
Panamá.
El
hombre de la silla —que resultó ser un cerrajero— llamó a Amunátegui
cuando pedí hablar con ella, y salió del cuarto trasero. Su rostro
estaba salpicado de pecas, y llevaba el pelo largo y castaño recogido en
un moño. Frunció el ceño suavemente y se negó a hablar cuando le dije
que era un periodista interesado en los trabajos que MF Corporate
Services realizaba para Báez.
—Deme su nombre y veré si nuestro abogado puede hablar con usted —dijo.
—¿El abogado de Mossack Fonseca? —pregunté.
—No, el abogado de mi empresa —respondió ella, refiriéndose a MF Corporate Services—. Son independientes.
Me
quedé allí por un momento bajo el brillante resplandor de las luces del
techo, tratando desesperadamente de encontrar una manera de mantener la
conversación. Había tanto que todavía quería saber, y Amunátegui era lo
más cerca que había llegado de poder hablar directamente con alguien
realmente afiliado a Mossack Fonseca.
Quería
preguntarle sobre personas específicas presuntamente vinculadas a
empresas fantasma constituidas por Mossack Fonseca, según el gobierno de
Estados Unidos, expedientes judiciales, investigadores internacionales y
mi propia investigación: Billy Rautenbach, presunto recaudador de
Robert Mugabe, presidente vitalicio de Zimbabwe; Yulia Tymoshenko, ex
primera ministra y oligarca ucraniana apodada "la princesa del gas";
Beny Steinmetz, un multimillonario israelí que presuntamente obtuvo una
enorme concesión minera en Guinea pagando un soborno a una de las
esposas del dictador asesino de este país a través de una empresa
fantasma creada por Mossack. Incluso quería preguntarle acerca de los
perfiles optimistas de Mossack Fonseca en Facebook y Twitter, en los que
aparecen imágenes de los sonrientes beneficiarios, las donaciones
caritativas de la empresa y algunos lugares comunes como el "me gusta" a
Thomas Edison y Dr. Seuss ("¡Hoy tú eres tú! ¡Eso es más cierto que
cierto!").
Pero
Amunátegui no diría una palabra después de anotar mi información de
contacto. Prometió dársela a su abogado. Ni siquiera se molestó en
acompañarme a la puerta, en vez de eso se metió en su oficina personal,
se sentó en un escritorio salpicado con algunas carpetas y paquetes de
FedEx, y cogió el teléfono. La oí hablar desde el pasillo, y aunque no
pude entender lo que estaba diciendo, claramente estaba hablando de
manera agitada, presumiblemente con el abogado de la compañía que antes
me había mencionado (y de quien nunca volví a saber).
La
negativa de Amunátegui a responder a las preguntas fue frustrante, mas
no sorprendente. Cuando se trabaja con Mossack Fonseca hay un montón de
secretos sucios que mantener, así que tener la boca cerrada es quizás la
parte más esencial de este trabajo.
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