Perú: La masacre de 300 presos sigue impune con la complicidad de la Internacional Socialista
18
de junio de 1986, el entonces presidente de Perú y hoy presidente
honorario de la Internacional Socialista (IS), Alan García, ordenó la
matanza de más de 300 reclusos que se habían amotinado en tres penales
de Lima.
Pepe Mejía
Mariátegui
Algunos penales fueron bombardeados y los reclusos que salieron con vida ejecutados.
“O se van todos los responsables o me voy yo” [1] dijo Alan García pero no hubo ni lo uno ni lo otro.
La
mayor matanza de presos -la mayoría de ellos no habían sido condenados-
removió conciencias pero tuvo la bendición de la Internacional
Socialista.
“El
ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez expresó ayer en Lima, al
inaugurar formalmente el 17º Congreso de la Internacional Socialista, la
confianza de la organizaci6n en el Gobierno presidido por Alan García,
al que reconoció su “autoridad democrática y voluntad de paz”. De esta
forma, la Internacional Socialista respalda la gestión gubernamental de
la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), horas después del
sangriento asalto a tres prisiones de Lima“ [2], decía la crónica de Antonio Caño hoy director de El País.
Felipe
González asistió como vicepresidente a ese 17 Congreso de la IS.
También estuvieron en Lima la secretaria de Política Internacional del
PSOE, Elena Flores, el ex ministro Enrique Barón y Ludolfo Paramio, de
la Fundación Pablo Iglesias. Ninguno de ellos se atrevió a condenar la
terrible masacre.
Antes
de lo ocurrido el 18 y 19 de junio de 1986, diversos hechos advirtieron
de la posibilidad de esa masacre. El jefe de la inteligencia naval
contralmirante Carlos Ponce de León Canessa, había caído víctima de la
violencia política un par de días antes. El jefe de la armada amenazó
con que “le han pisado la cola al león“, “hay gentes que son
irrecuperables“, “dicen patria o muerte; en lo segundo les daremos en el
gusto“.
A poco de asumir el poder Alan García se produjeron las masacres de Accomarca, Pucayacu y Bellavista en Ayacucho.
El 16 de Junio de dicho año, en una entrevista [3], el General EP Luis Cisneros Vizquerra alentó la muerte de presos políticos
-[OIGA]
“En una suerte de show televisivo desde El Frontón, protagonizado por
el ex director del INPE, los delegados senderistas presos dijeron que
preferían estar muertos antes de ser trasladados a Canto Grande. Qué
opina de eso?
–
[General Cisneros] Que hay que darles gusto… Es uno de los pocos gustos
que les podemos dar a los subversivos. Si ellos así lo prefieren, que
firmen un acta y que se proceda. El Estado satisfará sus deseos
personales”.
En una oportunidad, Luis Alberto Sánchez [4],
connotado aprista y primer vicepresidente con Alan García se le
preguntó: “¿Se está practicando la guerra sucia en el Perú?” a lo que
contestó: “Tiene que ser, forzosamente, tan sucio es el crimen como su
represión, lo uno dá origen a lo otro. No va haber más remedio: eso se
llama ojo por ojo y diente por diente“.
Además
de estas declaraciones, antes de la masacre en los penales hubo varios
motines de presos pero todos se resolvieron pacíficamente.
Así
lo afirma un militante del Partido Aprista, Agustín Haya de la Torre.
“Los motines carcelarios no eran novedad. Sendero había proclamado que
las prisiones eran “luminosas trincheras de combate” y desde enero de
1985 había promovido ocho acciones de este tipo. Hasta el nuevo
gobierno, todas se habían solucionado pacíficamente pese a que también
se capturaron rehenes y armas. [5]“
En
el Acta del Consejo de Ministros, correspondiente al 18 de junio,
apenas se recomienda, una vez entregados los penales a las Fuerzas
Armadas, respetar “en la medida de lo posible la vida de los rehenes”.
No se dice nada explícitamente sobre los presos, según ha afirmado el
historiador Alberto Flores Galindo.
En
su informe “La Comisión de la Verdad y la Reconciliación está en
condiciones de afirmar que en el Centro Penitenciario de San Pedro
(Lurigancho) y el ex Centro Penitenciario de la Isla (El Frontón)
ubicada frente al provincia de El Callao, más de doscientos internos
acusados o condenados por terrorismo perdieron la vida durante el mes de
junio de 1986, por el uso deliberado y excesivo de la fuerza contra los
reclusos que una vez controlados y rendidos fueron ejecutados
extrajudicialmente por agentes del estado”.
En
la isla del Frontón, ante las costas del Callao, derribaron a bombazos
el Pabellón Azul, donde se habían parapetado los reclusos. Muchos de
ellos murieron aplastados por el derrumbe de las pesadas paredes del
edificio, pero muchos otros cayeron abatidos por las balas disparadas a
distancia por la Infantería de Marina actuante.
La
responsabilidad directa de estos hechos —y de eso no cabe ninguna duda—
fue del entonces Vice Ministro del Interior Agustín Mantilla que
posteriormente en 1989 fue relacionado por una Comisión de Investigación
del Congreso con la formación del grupo paramilitar Comando Rodrigo
Franco (CRF) [6] y el vicealmirante, Luis Alejandro Giampietri
Rojas, especialista en inteligencia naval, demoliciones y operaciones
especiales y que en el 2006 ocupó la primera vicepresidencia con Alan
García. Ambos operaron a su antojo en el lugar de los acontecimientos,
en cumplimiento de un dictado preciso del mismo Alan García, quien
estaba en permanente comunicación con ellos.
Alrededor
de 200 presos recluidos en el Penal San Juan Bautista -ex Frontón- se
insubordinaron el 18 de junio y tomaron como rehén a un trabajador
penitenciario al que, sin embargo, pronto le pusieron en libertad.
Tenían en su poder dos fusiles y algunas armas blancas, además de
palabras dichas y escritas, que proclamaban su voluntad de exigir
mejores tratos para ellos y sus familiares en los días de visita.
Simultáneamente,
124 presos del Pabellón Industrial del Centro de Reclusión de Alta
Seguridad (CRAS) de San Pedro -Ex Lurigancho- hicieron lo propio, aunque
sin armas. Más precariamente un grupo de reclusas del Penal de Santa
Bárbara en el puerto del Callao, imitaron su ejemplo, aunque aquí,
virtualmente, la sangre no llegó al río.
En
el CRAS de Lurigancho sucedieron los hechos de manera formalmente
distinta. Los presos que tomaron a su cargo las instalaciones del
Pabellón Industrial, convinieron en rendirse luego de lanzar diversas
arengas. No tenían armas ni posibilidades de resistir el embate de las
fuerzas combinadas que les acosaban. Esa rendición, sin embargo, nunca
fue aceptada. Los reclusos salieron uno a uno del Pabellón en dirección a
la Pampa, donde fueron recibidos por los uniformados. Estos, los
pusieron —también uno a uno— de rodillas, y les descerrajaron un balazo
en la nuca. Así murieron 124 detenidos.
No
hubo nunca levantamiento legal de los cuerpos. Tampoco, partidas de
defunción. Ni protocolos de Autopsia. Ni siquiera los cadáveres fueron
entregados a los familiares para un velatorio, y una sepultura
elementalmente digna.
Se
violaron todas las normas suscritas por el Perú. El Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Americana de Derechos
Humanos, las Convenciones de Ginebra sobre el Trato a prisioneros y el
Convenio sobre la Prevención de la Tortura.
Un
decreto supremo declaró los tres centros penitenciarios como “zonas
militares restringidas” pero fue publicado en una edición
semiclandestina del diario oficial, fechada dos días después, un sábado.
El decreto fue conocido por el propio Poder Judicial, al lunes
siguiente.
Por
otro lado, la decisión de restablecer el orden “con la máxima energía”
fue comunicada al Cardenal Primado de la Iglesia Católica, al Presidente
de la Corte Suprema, al expresidente Belaúnde Terry al alcalde Lima y
presidente de Izquierda Unida (IU), Alfonso Barrantes Lingán. Ninguno de
ellos se opuso.
En un informe [7]
del Presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Guillermo
Monzón Arrunátegui, queda claro que no hubo ninguna actuación autónoma
de las FFAA sino que todos los pasos eran controlados por el Presidente
Alan García hasta la difusión de los comunicados. En este mismo
informe, en su página 18 se lee: “el jefe de grupo de FOES -Fuerza de
Operaciones Especiales-, a requerimiento del Sr. Viceministro del
Interior Dr. Agustín Mantilla, inició las acciones de demolición…”
En
la madrugada del 19 de junio el propio comandante general de la Marina
de Guerra del Perú decide ir en persona a ver cómo era que sus
experimentadas tropas no lograban acabar con un enemigo casi desarmado y
que ni siquiera había salido del edificio semidestruido. Los cohetes,
las granadas, las bombas incendiarias, las cargas plásticas, la
fusilería había causado sin duda ya muchas bajas, pero nadie se rendía.
El
mandato que había emanado del Consejo de Ministro era muy claro: Actuar
con el máximo de energía y en el menor tiempo posible.
Los
presos que quedaron vivos fueron después fusilados. Un preso que
recibió ocho balazos pero que no murió dijo que sus compañeros cayeron
cantando himnos senderistas. Los cadáveres fueron arrojados a una zanja y
como se escucharon gemidos lanzaron sobre los cuerpos granadas y los
rociaron con gasolina.
Entre
las 26 demandas de los reclusos el punto 2 decía: “Garantías contra el
nuevo genocidio que trama el gobierno aprista, la Marina y demás
reaccionarios contra los internos por terrorismo“. Otra de sus demandas
-el punto 6- pedía la devolución a sus familiares de los cadáveres de
los presos asesinados el 4 de octubre de 1985.
Según un informe de Sendero Luminoso (SL) [8]
se dice que la toma de rehenes se produjo a las 6 horas del 18 de junio
y que “el destacamento encargado cumple exitosamente su tarea, tomaron 3
GR (Guardias Republicanos), 3 FAL, 1 metralleta, 1 revólver…la acción
duró tres minutos“
En
su informe, SL señala que “el Fiscal de la Nación llegó al Frontón y no
se entrevistó con ningún prisionero político y habló para la televisión
del Estado“. “Cuando se fue el Fiscal, la Marina desató una poderosa
explosión que destruyó completamente el Pabellón Azul, dijeron que había
usado el T-4“.
En
octubre de 1990, una Comisión Investigadora del Congreso concluyó que
el Presidente de la República, señor Alan García Pérez, era responsable
por la matanza de los penales y se formuló acusación constitucional en
su contra. Sin embargo, en alianza con Cambio 90, movimiento del
condenado por violación de derechos humanos y ex presidente, Alberto
Fujimori, el APRA logro la votación necesaria para rechazar la
acusación.
30
años después la matanza en los penales sigue impune. Los principales
responsables siguen en la calle y muchos de ellos siguen cobrando dinero
público. Sus protectores -entre ellos la Internacional Socialista-
siguen sin condenar y más bien dan cobijo a sus máximos responsables.
-----------------------------------------
Notas:
[1] El Peruano. 28 de junio de 1986
[2] El País, 21 de junio de 1986.
[3] Revista OIGA Nº 284.
[4] Revista SÍ. Marzo de 1987.
[5] El retorno de la barbarie. La matanza de los penales de Lima en 1986. Bahía Ediciones. Pág. 17.
[6] El Comando Rodrigo Franco (CRF) actuó desde 1985 a 1990. Perú. Paramilitares. CODDEH-PERÚ en el Estado español. 1989
[7] Informe 07-CCFFAA-PE-DI del 30 de junio de 1986.
[8]
Extracto del documento Luminosa trinchera de combate del Frontón
“Gloria al día de la heroicidad”. Partido Comunista Sendero Luminoso,
sobre la Cronología del genocidio. Junio 87.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario