Más allá del “capital monopolista blanco”: ¿Quién es dueño de Sudáfrica?
Por Lucien Van der Walt, publicado en español en SinPermiso
El
debate sobre el “capital monopolista blanco” tiene algunos puntos
ciegos ya que omite el papel del Estado en la propiedad y control de los
medios de producción. El estado también controla los medios de coerción
y administración, escribe Lucien van der Walt. Sudáfrica es hoy una
ciénaga de horrible desigualdad, tensiones raciales y conflictos de
clase. A pesar de las conquistas reales en derechos y bienestar básicos,
y la abolición de las leyes del apartheid, su transición sigue siendo
limitada y frustrante después de 20 años. La Sudáfrica de Nelson Mandela
es mucho mejor que la de PW Botha, pero no es un paraíso; y el legado
del pasado sigue estando en todas partes presente.
Para
muchos en los sindicatos, la izquierda marxista, socialdemócrata o
nacionalista, la culpa recae principalmente en el "capital monopolista
blanco", es decir, las grandes empresas privadas de la época del
apartheid y la segregación que siguen siendo centrales. Son consideradas
como el principal obstáculo para un cambio radical, y se cree que el
principal fracaso del Congreso Nacional Africano (ANC), que ha dirigido
el estado post- apartheid ha sido su incapacidad de enfrentarse al
‘capital monopolista blanco’. El objetivo estratégico clave es, en
consecuencia, cambiar el estado, para intervenir mejor, ya sea a través
de impuestos más altos, o un "estado desarrollista", más capitalistas
negros, alguna nacionalización, etc . Esto es realmente lo que está en
el corazón de los llamamientos a una "segunda transición” (por sectores
del ANC y el Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (COSATU)), o el
"socialismo" (por sectores de la Unión Nacional de Trabajadores
Metalúrgicos de Sudáfrica (NUMSA), el Frente Unido (UF) y los
Combatientes por la Libertad Económica (EFF).
Pero
este análisis y estrategia, argumento, hace caso omiso de los grandes
cambios operados en la economía política asociada a la transición de
1990 - en particular, la desnacionalización de la economía con un enorme
crecimiento de la propiedad extranjera y una creciente burguesía negra
empresarial privada - y también se basa en un muy débil análisis del
aparato del estado - tanto en términos de su carácter de clase como de
su poder económico. Las afirmaciones del tipo que los negros tienen el
poder político, pero no el poder económico, o que las empresas privadas
blancos tienen un dominio absoluto sobre la economía, sacan de escena a
la élite económica y política negra, borrándola de las consideraciones
estratégicas.
Junto a grandes
empresas privadas - no todas las cuales encajan en la etiqueta de
'capital monopolista blanco'- hay otra fuerza económica masiva, el
aparato estatal, que es el mayor empleador, propietario, generador de
ingresos, y que es se mida como se mida, el ‘capital monopolista'
dominante en la electricidad, ferrocarriles, carreteras, silvicultura,
televisión, sectores de la banca, la educación superior y otros
sectores.
Sudáfrica, defiendo, es
controlada por una sola clase dominante, dividida en dos sectores: una
élite (en gran parte blanca) en el sector privado, y otra élite (en gran
parte negra) en el estado. Están unidas a un nivel estructural
profundo, a través de intereses comunes e interdependencia, y a un nivel
más coyuntural, mediante programas y alianzas neoliberales en vigor,
entre los que hay que destacar el Growth Employment and Redistribution Strategy
(Gear) (1996 ) o el hecho de que casi todos los ministro del gabinete
son accionistas de una o más empresas. No se mantienen unidos por la
corrupción de unas pocas personas, o por programas dudosos, ni por la
falta de liderazgo del estado, ni siquiera por el ANC, todos los cuales
pueden ser cambiados.
El estado
puede ser utilizado contra los capitalistas privados de la misma manera
que un ladrillo en una pared no puede oponerse a otro: el capitalismo y
el estado no pueden perder su carácter de explotación y dominación ni
una pared puede convertirse en un avión. Los esfuerzos por hacerse desde
dentro con el estado pueden, a lo sumo, conducir a que unas pocas
personas, principalmente los líderes del partido, se unan a la clase
dominante, nada más. La tarea estratégica debe ser entonces construir un
movimiento fuera y contra las empresas privadas y el estado en general,
teniendo como actor a la clase trabajadora en un sentido amplio
(incluidos los desempleados), que es a la vez víctima y potencial
destructora del sistema.
La élite
negra, ya sea en el estado o en el sector privado, es una parte activa
de este sistema, y su beneficiario - no un conjunto de caras negras
cooptadas, ni una "pequeña burguesía", ni una capa "compradora", sino un
importante sector de la clase dominante, por derecho propio, con su
propia agenda. No puede ser un aliado confiable de la clase obrera, en
parte porque [p.39] todos sus intereses de clase privados descansan
sobre el sometimiento permanente de la clase obrera, en parte porque
OMICS forma parte de un pacto de las élites para la dominación de clase
con el capital privado, y en parte porque su propia agenda -
supervivencia y expansión- entra en conflicto con los intereses de la
clase trabajadora.
Cambios en la estructura del capital
La
importancia que otorgan la izquierda y los sindicatos al “capital
monopolista blanco” tiene el mérito de revelar continuidades con el
pasado y parte del problema actual, pero deja de lado los cambios
masivos ocurridos en el sector privado, incluyendo las
desnacionalizaciones y el programa de Empoderamiento Económico Negro
(BEE) e ignora el tamaño y el poder del sector público estatal.
Y,
desde luego, es cierto que “capital monopolista blanco” ha jugado un
papel central, tanto en el pasado como en el presente. En 1987, más del
83,1% de todas las acciones en la Bolsa de Valores de Johannesburgo
(JSE) eran propiedad de cuatro empresas gigantes, con Anglo-American (a
pesar del nombre, una empresa sudafricana dueña de un 60,1%, seguida de
Sanlam con el 10,7%, argumenta COSATU. Con la transición de la década de
1990, a las “cuatro grandes” se les perdonó cualquier tipo de
sanciones, quedaron exentas en gran parte de aparecer ante la Comisión
de la Verdad y la Reconciliación (CVR), y se beneficiaron enormemente de
las políticas económicas post-apartheid y de los contratos estatales
(por ejemplo, las construcciones la Copa Mundial de Futbol de 2010).
En
todos los sector de la economía privada, el patrón de unas pocas
empresas gigantes, persiste: un efecto es persistente fijación de
precios por los carteles, denunciada en sectores que van desde el
cemento al pan por la Comisión de Competencia del país en los últimos
años. Estas grandes empresas privadas - arraigadas principalmente en el
período anterior a 1994, cuya propiedad y control históricamente ha sido
blanco, con una cultura empresarial marcada por la época del apartheid,
pueden todavía correctamente calificarse de "capital monopolista
blanco”.
Varios acontecimientos, sin
embargo, complican el cuadro. El primero es que en la década de 1990 el
“capital monopolista blanco” se especializó, es decir, se centró en una
industria. Por ejemplo, Anglo vendió muchas de sus participaciones en
el sector bancario y comercial, concentrándose en la minería. También se
globalizaron agresivamente. Por ejemplo, Anglo trasladó su principal
centro de cotización bursátil de Johannesburgo a la Bolsa de Londres en
1999. Su mayor proyecto actual está Brasil, no en Sudáfrica.
Desnacionalización
El
segundo es que la economía de Sudáfrica ha sido progresivamente
"desnacionalizada" en la década de 1990. Las “cuatro grandes” que
dominaban la JSE eran todas compañías con sede en Sudáfrica, aunque
propiedad de sudafricanos blancos. El inicio de las políticas
neoliberales a finales del apartheid bajo el Partido Nacional (PN)
(desde 1979) y la aceleración del neoliberalismo bajo el ANC (de 1993)
cambiaron el panorama.
Los fuertes
controles de capital anteriormente hacían casi imposible que las
empresas sudafricanas pudieran trasladar la mayor parte de sus activos
fuera del país a pesar de la turbulencia política y el declive
económico, escribe David Kaplan. Ello forzó al "capital monopolista
blanco" a convertirse en conglomerados gigantes dentro del país. A pesar
de las limitadas exportaciones de capitales - Anglo tenía más
inversiones en los EE.UU. que Unilever, según una estimación, señala
Duncan Innes - los estrictos controles de capital obligaron a Anglo a
evolucionar de ser una compañía minera a tener participaciones masivas
en agricultura, la industria manufacturera, el comercio minorista y los
medios de comunicación. La estructura de monopolio existente en la
minería (y la industria estatal) fue sistemáticamente ampliada.
Fue
la liberalización de capitales y el fin de otros controles por parte
del ANC lo que permitió a Anglo a reubicar su cotización principal a
Londres en la década de 1990. Unas regulaciones más flexibles fueron
parte de los crecientes esfuerzos para posicionar a Sudáfrica como un
atractivo 'mercado emergente', y los crecientes flujos globales de
inversión extranjera llevaron a nuevos cambios en la JSE. El Partido
Nacional había introducido las medidas neoliberales en la década de
1980, principalmente a través de la austeridad, la venta de las grandes
empresas estatales como Iscor y Sasol, y reformas fiscales.
El
ANC las continuó, pero también liberalizó la economía en una escala no
vista desde la década de 1920. Se hizo más atractivo invertir - a veces,
algunos dirían, principalmente buscando beneficios y especulando a
corto plazo - pero también se hizo más fácil: en particular, a partir de
2004, las empresas extranjeras pudieron cotizar directamente en la JSE.
Un
efecto importante es que mientras las empresas sudafricanas controlaban
el 83,1% en 1987, en 2012, los inversores extranjeros llevaron a cabo
el 37% de todas las transacciones bursátiles, y el 43% de las referentes
a acciones de empresas industriales, en la JSE, escribe Gillian Jones.
Aunque esta propiedad "extranjera" incluye un capital de origen local
"deslocalizado", es decir, capital sudafricano que vuelve a entrar a
través de canales exteriores, el cambio es significativo.
Así,
mientras que 10 empresas controlan el 50% del capital de la JSE, una
parte sustancial de esta propiedad no es el tradicional "capital
monopolista blanco”, sino que también incluye empresas deslocalizadas
semi sudafricanas, empresas con base en Sudáfrica y otras empresas
extranjeras, según argumenta Roger Southall.
El empoderamiento negro y el capitalismo de estado
Un
tercer cambio es que, a pesar de las vacilaciones de las corporaciones
privadas (blancas) sobre el BEE, alrededor de una cuarta parte de los
consejos de las empresa cotizadas en la JSE están en manos de personas
de color ( 'negros' según la legislación sudafricana) según M. Sibanyoni
en City Press, y la proporción de altos directivos negros en el sector privado es del 32,5% (2008), agrega Southall.
Los
consejos dan un control real de los medios de producción, así como la
"propiedad" económica, es decir, la capacidad de tomar decisiones clave
sobre su uso, incluso si los directores no son ellos mismos los
accionistas mayoritarios. Teniendo en cuenta que del 37% al 43% de las
acciones de la JSE no son propiedad de sudafricanos, blancos o negros,
no es del todo evidente cuanto de este control 'negro' es en empresas
sudafricanas, aunque una proporción sustancial debe serlo, ya que los
inversores extranjeros están exentos de las condiciones del BEE para la
propiedad de valores y políticas de acción afirmativa [p.40].
Por
último, el Estado es el elefante en la cacharrería económica. Las
imágenes estándar de la economía post-apartheid reflejan parcialmente la
realidad: los negros tienen el poder político (o, más exactamente, una
élite negro tiene el poder del Estado), y los blancos tienen el poder
económico (o, más exactamente, una élite blanca tiene el poder
empresarial privado). Crudamente, refleja una verdad simple: la élite
política (principalmente negra), centra su poder sobre todo en la
propiedad y el control de los medios públicos (por ejemplo, la
burocracia estatal) y coacciona (por ejemplo, la policía) a través del
estado, se alía a la élite económica (principalmente blanca), que
centra su poder sobre todo en la propiedad y el control de los medios de
producción (por ejemplo, las minas), a través de empresas privadas.
Estos dos sectores comprenden, en conjunto, la clase dominante de
Sudáfrica.
Pero esta división básica
no debe ocultar el profundo poder económico del aparato estatal. La
distinción entre los dos pilares de la clase dominante - una, la elite
política / administradores del Estado / medios de coacción y
administración; y la otra, la élite económica / corporaciones / medios
privados de coacción y administración - es real, pero no absoluta. La
élite política (principalmente negra) de los administradores del Estado
tiene el control directo de importantes medios de producción de las
empresas públicas, como por ejemplo el monopolio energético Eskom (véase
más adelante); y la élite económica (principalmente blanca) de las
grandes empresas tiene, a través de las empresas privadas, el control
directo de importantes medios de administración y coacción, por ejemplo a
través de sistemas de gestión y seguridad de las empresas.
El capital del estado
Para
concretizar: un enfoque que haha hincapié en la elite del sector
privado (principalmente blanca) obvia no sólo la élite negra en el
sector privado, sino también la poderosa y rica elite negra en el sector
estatal, que controla alrededor del 30% de la economía a través del
estado, incluyendo los bancos estatales (por ejemplo, el IDC), las
corporaciones estatales (por ejemplo, Eskom, South African Airways
(SAA)), instalaciones de infraestructura estatales (por ejemplo, la red
de agua y puertos), los medios de comunicación (por ejemplo, South
African Broadcasting Corporation (SABC)), una industria armamentística
de nivel mundial (por ejemplo, Denel), la investigación de gama alta
(por ejemplo, las universidades); más el 25% de toda la tierra
(incluyendo el 55% en las provincias de Gauteng y el Cabo Occidental),
por lo que es el mayor propietario de tierras en el país; así como la
dirección de un ejército una policía africanizados, y la burocracia
estatal, por lo que es el mayor empleador del país; a través del sistema
de impuestos, recibe más ingresos de Sudáfrica que cualquier otra
institución que opere en el territorio, escribe M. Mohamed.
Algunas
de estas empresas funcionan con fines de lucro (en particular, Eskom y
SAA), aunque con éxito desigual, haciéndolas casi totalmente
indistinguibles de cualquier “capital monopolista blanco”, más allá del
hecho de que su administración es probablemente más negra. La propiedad
privada de las empresas, como se ha señalado anteriormente, tiene una
larga y triste historia en Sudáfrica: esto incluye un historial de
corrupción, y de prácticas monopólicas. Sin embargo, también es
incorrecto considerar como preferibles las empresas del estado, dados
sus problemas de clientelismo, despilfarro, corrupción, la falta de
mantenimiento y de inversión tanto en los periodos del Partido Nacional
como del ANC.
Tomar el estado en serio
Nada
de esto es explicado por el concepto “capital monopolista blanco”, que
por lo tanto ignora al mayor empresario y propietario de tierras del
país, que es el "capital monopolista" dominante en una serie de
sectores. También ignora las formas en que el propio Estado actúa como
mecanismo de acumulación, ya sea de forma ilícita (por ejemplo, la
"corrupción"), legalmente (por ejemplo, los parlamentarios ganan R85.000
mensual (5.400 euros) junto con numerosos beneficios), o de manera
informal (por ejemplo, tener “acceso” a los contratos dados al sector
privado). Esto es independientemente del papel del Estado a la hora de
promover las condiciones para la acumulación, tanto a nivel general (por
ejemplo, estabilidad política) como para categorías específicas (por
ejemplo, capital afrikaner bajo el PN, y el capital BEE bajo el ANC).
En
contextos como el de Sudáfrica, esta función del Estado como mecanismo
de acumulación tiene excepcional importancia para la élite negra
ascendente, que sigue siendo en muchos aspectos bastante marginal en un
sector privado bloqueado por las grandes empresas. Es menos frecuente el
caso de multimillonarios que ganen elecciones, y luego regresen a sus
empresas al acabar su mandato, que el de políticos que se convierten en
multimillonarios tras ganar las elecciones.
La
elite estatal (principalmente negra) no es una simple capa
'compradora', sino un poderoso sector de la clase dominante, con su
propia agenda, de supervivencia y expansión. Esto implica el uso de la
fuerza del Estado para forzar la apertura de las puertas de las salas de
juntas del sector privado, donde los capitalistas negros siguen siendo
una minoría, a través de programas como el BEE; pero también la
acumulación a través del aparato estatal.
En
ambos sentidos, el sector negro de la clase dominante tiene efectos
reales e independientes sobre la economía política, que van desde los
problemas causados por las administraciones municipales corruptas,
ineficaces, a los desafíos de la acción afirmativa para su
‘empoderamiento’, desde las oportunidades de trabajar con los
capitalistas y los políticos negros para conseguir contratos estatales
lucrativos, generando amargas batallas por el control de los ministerios
estatales y el faccionalismo y las disfunciones administrativas en el
estado.
¿Nacionalización?
Las
raíces del faccionalismo sin fin del ANC, así como en los ministerios y
la empresas públicas, dentro de los partidos rivales, tiene sus raíces
en las nacionalizaciones: los principales cargos públicos son limitados,
la competencia para ser nombrado extremadamente feroz. En la medida en
que surgen nuevas facciones, cada una intenta reservarse el control de
los recursos, lo que lleva a las purgas de las facciones rivales y a
escisiones (por ejemplo, la expulsión de Zuma por Mbeki, la expulsión de
Julius Malema por Zuma), y que las elecciones se conviertan en un medio
de hacerse con las arcas del estado. El ANC, como he dicho en otro
lugar, es un 'partido burgués-burocrático nacionalista negro', que
representa principalmente los intereses de los capitalistas negros
emergentes y la élite estatal (en su mayoría negra). Y es un medio clave
para acceder a los recursos del estado por parte de una élite
afortunada.
Los defensores de las
nacionalizaciones deben reflexionar sobre el desorden existente. En el
ejercicio 2013/14, los ejecutivos de Correos de Sudáfrica no cumplieron
con los objetivos planificadas, malgastaron R2.100 millones en
licitaciones, y fueron dando tumbos de crisis en crisis; mientras que
los trabajadores de las oficina de correos convocaron una serie de
huelgas masivas en 2013 y 2014. Se puso de manifiesto que los altos
directivos - que se excusas en su pobre presupuesto cuando se enfrentan a
las reivindicaciones de los trabajadores de salarios más altos y
mejores condiciones de trabajo – se concedieron a sí mismos un aumento
salarial del 26%, escriben Sikonathi Mantshantsha y Karl Gernetzky en
Business Day. La idea de que las nacionalizaciones son, cualquiera que
sea su tipo o forma, socialistas, es un completo error: su único
significado es la transferencia de recursos entre los sectores privados y
públicos de la clase dominante, no a favor de la clase obrera; la
propiedad estatal no es propiedad de la clase trabajadora.
Repensar las clases
Por
debajo de esta punto ciego sobre el estado están los hábitos de
pensamiento tanto marxistas como liberales, en el sentido de que
conciben "la economía" como algo exterior al estado, y a considerar las
«clases», básicamente, como capas sociales en la esfera de la
"economía". Sin embargo, incluso en el mundo neoliberal de hoy, los
estados siguen siendo grandes actores económicos, y las desigualdades en
riqueza y poder – el origen de las clases – están relacionadas tanto
con los niveles superiores del estado (incluidas las empresas
estatales), como con los niveles superiores de las empresas.
Es
más razonable, por tanto, utilizar un modelo de clase anarquista /
sindicalista, en el que la clase dominante no comprende sólo a los que
personalmente y legalmente poseen importantes medios de producción, sino
también a aquellos que tienen el control económico efectivo de esos
medios, incluidos los jefes de las empresas estatales. Además, hay que
incluir en la clase dominante también a aquellos que tienen la propiedad
o el control efectivo sobre los medios de administración o la coacción,
lo que significa, sobre todo, a aquellos que controlan el estado. Dado
el carácter jerárquico del estado, "quienes controlan el estado son
aquellos en los niveles superiores del Estado: la capa que controla las
empresas estatales, los ministerios, las instituciones públicas, los
gobiernos locales, y la seguridad, una capa que incluye a
parlamentarios, ministros y directores de empresas públicas, a alcaldes y
responsables municipales, a vicerrectores y rectores, a los jueces
superiores y los jefes de policía.
Para
resumir, los capitalistas del sector privado son parte de la clase
dominante, pero sólo una parte, y coexisten en equilibrio con la élite
estatal, que tiene sus propios recursos y su propia agenda y, por tanto,
su propia agencia y su propia responsabilidad. Simplificando, la clase
dominante está compuesta de capitalistas y administradores del Estado.
Implicaciones estratégicas
Este
punto ciego del estado es reforzado por una cierta ingenuidad en cuanto
al carácter de clase del Estado. Como indicaba al comienzo, muchos
sudafricanos - yo diría, la mayoría - creen que el Estado es un espacio
vacío de poder, es decir, con un asiento del conductor vacío en la parte
superior: con el conductor adecuado (partido, individuo) y un mapa de
carreteras (política, programa), se puede ir a cualquier parte. De ahí
el fetiche de que los partidos, las elecciones, dirigentes mejores o
peores pueden ser la solución. Pero el Estado está rodeado por el abrazo
de hierro del capital, ya que, al igual que el capital necesita al
estado, el estado necesita capital. Además, ese estado es mucho más que
los bustos parlantes del parlamento y el gabinete de ministros, a pesar
de la cobertura obsesiva de los medios de comunicación, y sus capas
superiores son parte inherente de la clase dominante y, por último, el
Estado es al mismo tiempo lugar de acumulación y el promotor de la
acumulación.
Es un sistema complejo y
arraigado. En su forma actual - el pacto de las élites blancas/negras -
representa una época histórica del sistema en Sudáfrica, y no es algo
que se puede cambiar con una o dos elecciones. No es una conspiración,
basada en redes o manipulaciones ocultas: su dominación y explotación de
la clase obrera se apoya en un control público, centralizado y en la
propiedad de los medios de la administración, la coerción y la
producción. Es decir, en funcionarios, armas y dinero. Por el contrario,
la participación en la propiedad directa de los medios de producción
por parte de la mayoría de los sudafricanos, independientemente de su
raza, es muy pequeña, porque viven a la sombra de gigantes empresas
privadas y estatales. Incluso el 13% de las tierras para los africanos
negros en los antiguos bantustanes del apartheid es gestionado por el
estado como un fideicomiso y controlado por reyes y jefes tribales a
sueldo del estado.
Siendo esto así,
la idea de que el estado realmente se puede cambiar a través de
elecciones - y mucho menos que puede ser utilizado por la clase obrera
contra el capital privado, o el "capital monopolista blanco”- es
profundamente erróneo. No se puede utilizar a los capitales privados y
al estado los unos contra los otros ni a favor de la clase obrera.
Reemplazar al ANC por un nuevo partido, o a Jacob Zuma por un nuevo jefe
del ANC, no supondría cambios mayores que la sustitución de Thabo Mbeki
por Zuma tras la retirada de Mandela.
El
estado no puede ser reformado o capturado o confrontado desde dentro:
sólo puede ser combatido. Dado que el estado, al igual que el capital
privado, opera en un antagonismo estructural con la clase obrera que
ayuda a explotar y dominar, debe ser resistido por sus víctimas, desde
fuera y contra sus estructuras. Ello exige un movimiento de clase de
abajo a arriba, con una lógica diferente y distintos objetivos: un
movimiento que sea a la vez anticapitalista, anti-estatista,
autogestionado y libertario y, en última instancia, revolucionario. Es
hora de dejar de elegir gobernantes en las urnas.
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http://www.sinpermiso.info/textos/mas-alla-del-capital-monopolista-blanco-quien-es-dueno-de-sudafrica
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