Por qué lo llaman tratado comercial cuando quieren decir asalto a la democracia
“Se cambiaron los principios democráticos por las leyes del mercado”. Federico Mayor Zaragoza
Un gigante de las finanzas globales como JP Morgan Chase sugirió
a los gobiernos europeos -en un documento fechado el 28 de mayo de
2013- que se liberasen de las “Constituciones adoptadas tras la caída
del fascismo que presentan una serie de características contrarias a
favorecer una mayor integración europea”. Estos días se ha escrito mucho
sobre el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por
sus siglas en inglés) y sobre el Acuerdo Integral de Economía y Comercio
entre la UE y Canadá (CETA). Sindicatos, organizaciones sociales,
ecologistas, feministas, de desarrollo, activistas de base, mareas,
asociaciones de todo tipo y algunos partidos políticos coincidimos en el
rechazo a unos acuerdos que amenazan con acabar con derechos
fundamentales relacionados con el trabajo, la alimentación, la salud, la
educación, la defensa del medioambiente y, sobre todo, la democracia.
La aprobación de estos tratados va a significar algo más que eliminar
las barreras comerciales. El primer paso de estos tratados 2.0
es la equiparación normativa a ambos lados del Atlántico, más que
probablemente a la baja, para acabar con la regulación que nos permite
decidir sobre lo que comemos, cómo lo producimos, cuál es el marco de
los derechos laborales, cómo gestionamos la sanidad o la educación
pública como parte de los bienes comunes, o cómo preservamos el medio
ambiente. Son cambios que entrarán, en muchas ocasiones, en
contradicción con nuestro propio sistema constitucional, con leyes
internacionales firmadas por nuestro país, y derechos que son resultado
de años de luchas sociales. El segundo paso, más alarmante si cabe, es
la creación de un sistema privado de arbitraje de inversiones, al margen
del sistema judicial de cada país, que puede cambiar cualquier
legislación que consideren dañina para los intereses de las empresas
privadas, incluso para sus expectativas de beneficio. Tal cual. Ante la opacidad, vigilancia y participación
Estamos ante una deriva democrática que eleva hacia el infinito, y más
allá, la toma de decisiones sobre aspectos que afectan directamente a
la vida de las personas. Acuerdos que, como por arte de magia, son
negociados en la sala privada de espacios, sin ventanas, sin micrófonos,
sin ojos, sin aire… Se aprueban, en el seno de la Comisión Europea, por
personas que no responden ante nadie, ni siquiera ante el Parlamento
Europeo. Una opacidad que se parapeta ante la ciudadanía –que conoce los
detalles gracias a filtraciones– mientras se desnuda
ante los lobbies de las grades empresas transnacionales, que han sido
convocados al 90% de las consultas que se han llevado a cabo. Contaba David Meslin
en una charla que la apatía de la población no se debe a que la gente
sea vaga o tonta, sino que es principalmente una consecuencia lógica de
los obstáculos que se levantan contra la participación ciudadana en
todos los niveles. Meslin denuncia la ausencia de canales claros y
amigables que faciliten la participación en los procesos de consultas.
Pone como ejemplo la ausencia de explicaciones sobre los planes
urbanísticos de las ciudades o la falta de información práctica, por
parte de los medios supuestamente de comunicación social, para que
cualquiera pueda sumarse a iniciativas sociales y políticas. Algunas de
estas barreras son deliberadas y debemos ser conscientes de ello. En el
caso del TTIP, no contentos con que el proceso negociador sea
ultrasecreto, entre los criterios que definía cómo se iban a desarrollar
las negociaciones, se encontraba uno muy curioso: había que redactar el
acuerdo con términos complejos, técnicos y lo más enrevesados posibles
para alejar el contenido del interés de los mortales y del debate
político. Una clara construcción de las barreras que señala Meslin.
Frente a la deriva autoritaria y tecnocrática, al alejamiento de los
centros de toma de decisiones de los parlamentos y los pueblos no cabe
rendirse. Hay que lograr frenar la aprobación del TTIP porque supone una
amenaza para las personas y el medioambiente, pero también para la
democracia. Pero no basta con eso, hay que ir incluso más allá. Hay que
reconstruir un sistema democrático desde la base, en el que lo público
esté sometido al control social. Solo el control de la ciudadanía puede
contrarrestar el poder de las élites financieras cuyo acceso directo a
los centros de decisión orienta cada vez más la política a favor de sus
intereses y contra la gran mayoría de la humanidad. Pocos con dinero
pretenden dominar a muchos con los votos: la principal tarea democrática
consiste en romper (o al menos limitar) la vinculación entre dinero y
poder. Necesitamos mecanismos de transparencia y participación
que reviertan el deterioro de la democracia y profundice en sus raíces
recuperando el poder de la gente para decidir sobre una vida que merezca
la pena ser vivida. Solo una movilización social fuerte y sostenida en
el tiempo contra la pobreza y la desigualdad que generan estos tratados
puede lograr frenar el TTIP y el CETA. Las movilizaciones del sábado 15
son un hito importante de este otoño en resistencia. ¡No faltes! Está en
juego la democracia, están en juego nuestros derechos. Las
movilizaciones pueden ser consultadas aquí. Maite Serrano Oñate es directora de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo.Más en lamarea.com
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