La crisis del PSOE en perspectiva histórica II
La crisis del PSOE ha llegado a ser tan profunda que sus dirigentes reconocen abiertamente estar perdidos y desorientados. Sus propuestas, dicen ellos mismos, han quedado anticuadas; y a pesar del nombre obrero ya no saben a quién defienden y representan1.
La
verdad es que una etapa histórica ha terminado para ellos y es muy
difícil que logren repetir el éxito que tuvieron después de la segunda
guerra mundial, cuando vivieron una situación similar. El keynesianismo
permitió a los partidos socialistas rehacerse y ser hegemónicos en una
época de salarios altos y pleno empleo, con suficientes recursos
públicos para construir un estado del bienestar. Eran los tiempos en que
los obreros organizados en sindicatos apoyaron estas políticas y
votaron a los socialistas. Una identidad que Zapatero alegremente tiró
por la borda con su famosa alianza con Rajoy para modificar el articulo
135 de la Constitución.
El
PSOE parece estar liderado por enemigos trabajando desde dentro para
dinamitarlo. Antes de Zapatero, Felipe González desmontó el tejido
industrial desangrando su propia base social. La gran crisis económica
en que estamos siguió cebándose con los obreros de mono pero esta vez no
dejó en paz a los trabajadores de cuello blanco, sin que el PSOE en el
gobierno o en la oposición hiciera nada para evitarlo. Sin programa y
sin actores el PSOE va camino de convertirse en una anécdota de la
política en el siglo XXI.
El
modelo socialdemócrata de la segunda mitad del siglo XX descansaba en
un acuerdo clasista entre la burguesía y la clase obrera en una sociedad
industrial. Las dos clases económicas estaban organizadas en tanto que
clases. Los obreros en sindicatos aceptados, subvencionados y
protegidos. Las dos clases centrales del sistema reconocían la
existencia de un conflicto entre los niveles de beneficios y de salarios
pero pensaban que se podía llegar a un punto aceptable. Las dos clases
sacaban anualmente los cuchillos, había huelgas y manifestaciones cuando
negociaban los convenios, pero volvían a enfeudarlos una vez alcanzado
el acuerdo. La lucha de clases existía y era aceptada pero convertida en
una especie de rito anual dentro de la democracia representativa. El
liberalismo funcionaba con una lucha de clases de teatro.
El
neoliberalismo acabó con este modelo. Fue una decisión política. Hubo
una revolución neoconservadora impulsada por los capitalistas
descontentos con sus beneficios y su subordinación a las políticas
públicas. El capitalismo no aceptaba el nivel de las ganancias y decidió
atacar a los salarios en el centro. No por casualidad lo primero que
hicieron el Presidente Reagan y la primer ministro británica Margaret
Thatcher fue golpear brutalmente a los sindicatos. Después desmantelaron
el entramado social y cultural de la clase obrera: los cinturones
industriales. En España el PSOE, con Felipe González al frente, fue en
aquellos años quien gestionó el fin de los astilleros, las minas y las
siderurgias, sectores que con sus grandes huelgas durante el franquismo
tardío habían ayudado a subir los salarios. Las fábricas fueron
desmanteladas, pasando a un lugar secundario dentro del sistema mientras
las sedes bancarias ocupaban un lugar de privilegio. Era allí, dentro
del sistema, en consulta con Wall Street y la City, donde se decidía el
destino de los talleres y el del empleo.
Los
bancos, apropiándose de la economía, hicieron bueno aquello de Marx de
que el capitalismo no tiene otra patria que la del dinero. Las fábricas
se desmantelaron y se las llevaron a países donde podían contaminar
tanto como quisieran, en donde campesinos empobrecidos convertidos en
obreros trabajaban por salarios de miseria y los capitalistas se
libraban de pagar los impuestos de los beneficios. La desigualdad se
convirtió en un monstruo. El poderoso sector textil catalán fue
destruido. El lado de la oferta ganó predominancia sobre el de la
demanda. Las empresas privadas sobre las públicas. Los viejos
socialistas que ayudaron a este proceso, entre otras cosas facilitando
las privatizaciones, se aficionaron a las puertas giratorias. Se
pusieron en el otro lado de la mesa de las negociaciones colectivas como
ejecutivos frente a los sindicatos, que dejaban caer. ¿Quién se acuerda
de lo que llegaron a ser UGT y CCOO? El mundo donde el socialismo había
crecido se desvanecía ante el estupor de sus militantes y la avaricia y
la corrupción de sus dirigentes. La clase obrera que daba nombre al
partido se pudría fragmentada, atomizada, desesperada, sin futuro, en
las filas de las oficinas de empleo, entretenida con las banderas, la
pandereta mediática y el fútbol, mientras dirigentes socialistas se
fotografiaban sumergidos en el lujo de la mano de quienes les despedían.
La
crisis del PSOE no puede entenderse sin la historia del
desmantelamiento del viejo modelo productivo industrial y su sustitución
por uno especulativo favorable a los bancos, constructores y
especuladores. Los cambios estructurales han hecho inviables las viejas
políticas keynesianas socialdemócratas con el agravante de que sus
dirigentes han perdido cualquier autoridad moral. No es extraño que los
dirigentes socialistas sientan el vacío bajo sus pies y su organización
esté en ebullición evaporándose.
En
América Latina el populismo ocupó el espacio que en Europa había
ocupado la socialdemocracia. Por eso el populismo es extraño a Europa.
El populismo nació en un momento de crisis del viejo modelo oligárquico,
un mundo de excluidos a los que los populistas quisieron convertir en
ciudadanos con derechos sociales. El populismo quiso sustituir la
ausencia de un movimiento obrero importante e independiente con un
Estado nacional antiimperialista que hablaba en nombre del pueblo. El
populismo no se consolidó porque no logró articular un proyecto
propositivo alternativo. De cualquier forma es un camino que tienta a
parte del PSOE (y no solo). Sin clase obrera que representar, acarician
la idea de convertirse en un agente político capaz de articular e
integrar en las instituciones a los sectores empobrecidos por la crisis,
defendiendo lo que queda del Estado del Bienestar mientras hablan de la
nación, cualquiera que sea esta.
Son otros tiempos: Slim con González, su hombre de confianza.
El
problema es que la socialdemocracia (la socialista y la keynesiana)
tiene sentido histórico en tanto representa a la clase obrera con un
programa independiente y propositivo. La paradoja que enfrenta hoy el
PSOE es que al aceptar el neoliberalismo ha renunciado a organizar a la
clase obrera de forma independiente en una coyuntura en que la clase
obrera se rebela contra las elites de las que sus dirigentes forman
parte. ¿No han sido sectores de la clase obrera los que propiciaron el
Brexit en Gran Bretaña y la victoria de Trump en Estados Unidos?
En
este callejón sin salida en que se encuentra la socialdemocracia,
siempre le queda el camino más improbable de todos. Recuperar el
reformismo socialista de la primera época y aliarse a los nuevos
movimientos sociales postindustriales que defienden que otro mundo es
posible. Al fin y al cabo, el conflicto entre propietarios de los medios
de producción y sus asalariados seguirá siendo el conflicto central
mientras exista el capitalismo. No hay proyecto propositivo alternativo
sin los obreros, cualquiera que sea el rol que jueguen en él.
Nota
- Ver el articulo de Patxi López Un nuevo proyecto para un nuevo siglo El País 4 Nov. 20
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