martes, 14 de febrero de 2017

La dictadura del videoclip





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La dictadura del videoclip





José Durán Rodríguez entrevista a Jon E. Illescas, autor de ‘La dictadura del videoclip’.

FUENTE: Periódico de anteayer (link)

La clase dominante ha encontrado en la industria cultural una herramienta perfecta para imponer sus valores: el videoclip musical. Es la tesis que defiende Jon E. Illescas. En enero de 2016 le entrevisté por su ensayo La dictadura del videoclip (El Viejo Topo, 2015). En esta entrada recupero íntegras sus jugosas respuestas, ya que en el artículo publicado en Diagonal hice un extracto de las mismas. Espero que os resulte interesante.

¿Los videoclips son una herramienta de transmisión ideológica sobre la juventud más eficaz que otras?

Desde luego, por esa razón instituciones tan poderosas como el Pentágono o personalidades tan importantes como el Primer Ministro de Reino Unido, se esfuerzan por insertar su propaganda en ellos. Hay que considerar que los protagonistas de estos vídeos, las estrellas del pop, son las celebridades más admiradas por los jóvenes de todo el mundo. En Twitter, la red social con el público más joven, el principal tema de conversación es la música y las tres cuentas más seguidas pertenecen a estrellas del pop, la cuarta a Barak Obama, y la quinta, a YouTube, empresa que a la postre es el canal de streaming más popular donde sus diez vídeos más vistos son todos videoclips.

¿Cómo lo consiguen?
Con una irresistible mezcla de música, sexo y espectáculo. Irresistible, se entiende, para el público principal al que se dirigen los vídeos: jóvenes en plena revolución hormonal. El videoclip dominante explota dos temas que los adolescentes no pueden sacarse de la cabeza: el sexo y la música. A esas características hay que sumar la aparente gratuidad de su consumo y la brevedad de un metraje que tan bien se adapta a estos tiempos presididos por el fast food cultural y la debilidad de las atenciones.

¿Dirías que tienen una influencia directa en la conducta de los jóvenes o influyen de una manera más sutil?

Depende. A veces sí es directa, por ejemplo, cuando los jóvenes imitan a sus estrellas en el baile o compran los productos y servicios que se anuncian en su contenido audiovisiaul mediante la técnica publicitaria del product placement que afecta ya a casi la mitad de los vídeos dominantes. También en cuanto al consumo de drogas. En las entrevistas que realicé, muchos jóvenes afirmaron imitar el ocio nocturno que observaban en los vídeos incluso comprando el mismo tipo de bebidas que aparecían en el metraje. Otra veces, sin embargo, la influencia puede ser más indirecta pero igual o quizás incluso más poderosa.
Por ejemplo, cuando el flujo de videoclips más comerciales silencia o censura temas que importan a los adolescentes y que tratan las miserias del sistema como la crisis, la desigualdad, la pobreza, las guerras o el cambio climático mientras que sobrerrepresenta otros aparentemente “positivos” como el lujo, el consumismo, el escapismo, etc.

En estos últimos casos la influencia es más lenta y se produce por acumulación inconsciente antes de emerger al terreno verbalizable o a la arena política de cada cual.

¿Se podría establecer una relación causa-efecto?

Depende de la intensidad y de lo diferente que sean el resto de influencias culturales que circunden al joven y construyan su cosmovisión, ideología, sentido común, etc. En definitiva, las fuentes de donde se provea para consolidar sus valores y contravalores. Si el espectador adolescente tiene unos padres que valora positivamente y unos amigos con pensamiento a contracorriente, el flujo del videoclip dominante hallará su poder más atenuado y el joven, por sí mismo, podrá rechazar los efectos de gran parte de este flujo. Aunque ello no signifique que no le afecte, debido a su omnipresencia en muchos espacios de sociabilización (discotecas, pubs, gimnasios, centros comerciales, etc). Sin embargo, si la mayoría de su entorno afectivo próximo tiene un pensamiento prosistema, el flujo del videoclip dominante funcionará como un seductor y poderosísimo continuo de adoctrinamiento disfrazado de entretenimiento.

¿Cómo se pueden defender/proteger los adolescentes de los mensajes que transmiten los videoclips, siendo algo aparentemente inocuo?

En primer lugar, lo prioritario es que la sociedad y en particular la comunidad educativa se conciencie del impacto que el videoclip dominante tiene en sus vidas y entiendan que su producción es fruto genuino de la cultura juvenil financiada con criterios capitalistas. Éste es uno de los objetivos fundamentales del libro. En segundo lugar, fomentando una educación crítica con ejemplos positivos contrarios a los mensajes negativos más recurrentes del flujo del videoclip. En este sentido, desde el sistema educativo, es urgente alfabetizar audiovisualmente a la juventud. Del mismo modo que se enseña a leer y a escribir a los alumnos se les debe enseñar a “leer” y a crear audiovisualmente para que sean menos manipulables a este tipo de lenguaje que, a la postre, es el más poderoso de todos como viene demostrando desde hace decenios la televisión. De este modo, ellos mismos podrán rechazar los mensajes más zafios de los videoclips dominantes, aquellos que son claramente misóginos, racistas, sexistas, clasistas, antihumanistas, etc.

Desde luego la censura no es la solución y en ningún caso abogo por ella. Otra cosa es que estuviera bien que las instituciones públicas catalogaran los videoclips por edades antes de comenzar el metraje, para dar información a los padres, tutores, etc., y a los propios jóvenes que quisieran hacerles caso. Otra posibilidad es que las instituciones obligaran a las empresas difusoras a ceñir la emisión de videoclips según sus contenidos a diversos horarios previamente estipulados para niños, adolescentes, adultos, etc. como sucedía con la televisión offline. Actualmente, YouTube, como verdadera televisión global online, emite para todas las franjas horarias dada la amplitud internacional de su mercado y hacerlo para diferentes franjas según territorio de consumo le supondría, hoy día, un coste adicional que sin obligación gubernamental de por medio no asumirá.


Desde el sistema educativo es urgente alfabetizar audiovisualmente a la juventud. Del mismo modo que se enseña a leer y a escribir a los alumnos se les debe enseñar a “leer” y a crear audiovisualmente para que sean menos manipulables a este tipo de lenguaje. De este modo, ellos mismos podrán rechazar los mensajes más zafios de los videoclips dominantes, aquellos que son claramente misóginos, racistas, sexistas o clasistas.

¿Qué peso tienen los videoclips frente a otras instituciones de socialización, como la familia, la escuela, las amistades,…?

Frente a la familia cada vez mayor, pues las familias, en especial las de clase trabajadora, cada vez educan menos a sus hijos. En las últimas décadas, como no se produjo una reducción de la jornada laboral equivalente, debido a la progresiva incorporación de las mujeres al mercado laboral, esto dio como resultado una menor presencia educacional de los progenitores en casa. En especial de las madres que, tradicionalmente, eran las encargadas de esas tareas de cuidado y reproducción familiar. Es decir, si antes cada núcleo familiar dedicaba 8 horas a trabajar para el capital y 8 horas para las tareas del hogar (entre ellas la educación de los menores), ahora tenemos 16 horas de trabajo para el capital y… ¿cuántas para la reproducción del hogar y la educación de los pequeños? La incorporación de las mujeres al mercado capitalista, que supuso una innegable mejoría para muchas de ellas al hacerlas menos dependientes de los hombres, como no se acompañó de una reducción de la jornada laboral de las y los asalariados, supuso un aumento de la masa del tiempo familiar dedicado a garantizar los beneficios de la clase empresarial.

Además, los crecientes procesos de automatización de las actividades productivas gracias al desarrollo de la tecnología y las revolucionarias mejoras en los procesos de inteligencia artificial, aumentaron el paro estructural en todo el mundo e hicieron que al crecer el ejército de parados, las jornadas, de facto, aumentaran en las empresas (más horas extras, más jornadas en negro, menos vacaciones, etc.) tanto para hombres como para mujeres. Ahora padres y madres no sólo están menos tiempo con los hijos sino que cuando llegan a casa, la calidad de su tiempo es menor pues se hallan más agotados tanto física como psicológicamente. Y como sabe cualquiera que tenga hijos, educar requiere de mucho tiempo y esfuerzo. Si se acorta el tiempo y se sustraen la mayoría de fuerzas de los progenitores porque se desvían para la reproducción ampliada de capital, los menores serán educados por otros agentes ajenos a quienes les dieron la vida. Y aquí entran la escuela y las amistades, pero, sobre todo, la industria cultural.

La primera, pese a que todavía es muy importante y cuenta con excelentes profesores, cada día se halla más devaluada a los ojos de los adolescentes, pues debido a la crisis les ha quedado meridianamente claro que conseguir títulos no garantiza tener un buen puesto de trabajo, ni siquiera un trabajo a secas. Entonces, ¿por qué van a dedicar tanto esfuerzo a estudiar? Así, la cultura no cotiza al alza en sus cosmovisiones. La segunda, las amistades, continúan siendo una importantísima fuente de producción y reproducción de valores e ideologías, lo que ocurre que se nutren de los mismos agentes que nutren a cada joven, es decir: la familia, la escuela, las industrias culturales, etc. De este modo, nos encontramos que en un contexto de reducción de la presencia parental en el hogar y devaluación de las instituciones educativas, la industria cultural se ha transformado en la principal educadora de los jóvenes. Y aquí la dictadura del videoclip, es decir, los videoclips dominantes, funcionan como poderosos reproductores de hegemonía pues son la principal herramienta comunicacional sobre la que se construye el estrellato de las celebridades del pop, como señalé anteriormente, los ídolos de la industria cultural más admirados por la juventud global. A años luz de celebridades de otros sectores. Sirva como ejemplo que de las 100 cuentas más seguidas en Twitter, por cada as del deporte o cada celebridad del cine, hay nueve estrellas de la música. Ellas son las encargadas de educar a los jóvenes con un currículum muy diferente al utilizado en los centros educativos y con un público que trasciende los límites de los Estados-nación o las diferentes regiones, dado el alcance del mercado mundial capitalista.



Hay videoclips que plantean otros mensajes y han conseguido gran éxito (por ejemplo, All about that bass de Meghan Trainor es una defensa de la aceptación del cuerpo frente a los cánones de belleza impuestos), ¿cómo los evalúas?

Como la excepción que confirma la regla y como una farsa (como lo fue Adele antes de su abrupto adelgazamiento). Meghan Trainor trabaja para Sony Music, una de las tres grandes discográficas que controlan más del 92% del flujo dominante de videoclips y All About That Bass es propiedad de Vevo, la empresa que posee el canal mayoritario de este flujo en YouTube. O sea, las mismas empresas que transmiten los cánones que supuestamente Trainor critica en el vídeo. ¿Curioso, verdad? Y digo “supuestamente critica” porque en un vídeo posterior de la cantante (Dear future husband) todos los chicos que en la trama la pretenden son modelos de cuerpos atléticos, no hay ningún hombre de su fisonomía. Entonces, ¿en qué quedamos?

En realidad, todo se trata de una estrategia de promoción para llegar a ese público que no se identifica con las esculturales mujeres que salen de protagonistas de los videoclips y además se sienten incómodas con que sólo haya este tipo de arquetipos. Una vez atraído ese sector del público femenino, se le podrá vender con mayor éxito redes sociales para ligar como POF (que Trainor anuncia), donde se les invitará a pensar que pueden lograr citarse con chicos tan guapos como los que intentar conquistar a la cantante en el vídeo. Es un negocio que se basa en criticar hipócritamente las reglas que siguen los dueños de ese mismo negocio. Entiendo que a muchas adolescentes con cuerpos considerados como “no deseables” y dotes musicales les pueda parecer inspirador que una cantante como Trainor, con un físico distinto al arquetipo dominante del videoclip más comercial, pueda triunfar en la industria de la música. Eso fortalece el mito de “el que vale, triunfa”. Seguro que es alentador para ellas. El problema es que es un espejismo prefabricado por la misma oligarquía mediática que margina a las cantantes según su físico, aunque tengan grandes dotes musicales. Es un espejismo que cumple su objetivo. Del mismo modo ocurre cuando los obreros piensan que podrán abandonar la desdichada vida que padecen en el sistema porque puede caerles la lotería que compran todas las semanas y hacerse ricos. Tienen menos posibilidades, matemáticamente, que les caiga un rayo en la cabeza. Pero la lotería y Trainor funcionan igual: consuelan y llenan determinados bolsillos.

Lo cierto es que el flujo del videoclip dominante está gobernado por lo que llamo la dictadura de los guapos. En sólo uno de cada cuatro vídeos aparecen personas con físicos que pudiéramos considerar “mayoritarios”, es decir, todo lo que no son atractivos y bellos modelos. Con una larga lista que incluye personas con sobrepeso, obesas, muy delgadas, bajas, muy altas, “feas”, mayores, discapacitados, etc. Pero es que cuando aparecen representantes de ese gran colectivo de gente corriente, en la mayoría de casos son como secundarios, malvados o perdedores de las tramas. Cantantes con grandes voces y con mucho talento son marginados por la gran industria de la música por tener un aspecto físico considerado sexualmente no atractivo. Se llega al extremo de eliminarlos del vídeo y substituirlos por atractivos modelos que incluso a veces simulan cantar la canción. Los cantantes también pueden “ceder” su protagonismo a púberes. Justo lo que ocurre con la célebre Sia en todos sus vídeos de éxito. Toda esa leyenda de que su rostro no aparece en los vídeos porque ella no quiere ser famosa es un cuento de la industria reproducido obedientemente por ella misma. No aparece porque tanto ella como los empresarios que la auspician saben que si lo hicieran correrían el riesgo de no atraer al mismo público y por tanto, ganarían mucho menos dinero. Hoy en día, clásicos de la música popular que triunfaron hace décadas como Elton John, Freddie Mercury, Prince, Cindy Lauper o el fallecido David Bowie no hubieran podido triunfar como lo hicieron en la primera liga de la música de masas porque las nuevas reglas del negocio musical les hubieran impedido el paso al público mayoritario. ¿La razón? No eran lo suficientemente guapos ni físicamente atractivos. Ni las discográficas querrían apostar por ellos lo suficiente para que alcanzaran al gran público ni las empresas anunciantes querrían promocionar sus mercancías en sus vídeos. Las y los guapos producen una disonancia cognitiva en el público llamada efecto halo que la industria explota para el único fin que para ella cuenta: acumular beneficios.


Hoy en día Elton John, Freddie Mercury, Prince, Cindy Lauper o el fallecido David Bowie no hubieran podido triunfar como lo hicieron en la primera liga de la música de masas porque las nuevas reglas del negocio musical les hubieran impedido el paso al público mayoritario. ¿La razón? No eran lo suficientemente guapos ni físicamente atractivos.

¿Consideras que los videoclips son uno de los peajes que impone la industria para poder llegar a un público masivo?

Por supuesto. Hoy en día no hay una canción de éxito sin su videoclip mainstream. Cada vez más, la música se consume por la vista y el posterior consumo exclusivamente auditivo que podamos tener en nuestros hogares o en los espacios públicos está fuertemente condicionado por los recuerdos visuales anexos a sus conocidas melodías. Por ejemplo, es imposible haber visto un videoclip de Rihanna y luego escuchar esa misma canción sin que el recuerdo visual de Rihanna o el vídeo asome por nuestras mentes. ¿Qué mejor publicidad?

¿Se puede lograr esa hegemonía de otros modos, sin pagar esos peajes?

Es imposible acceder al mercado musical mayoritario sin entrar al flujo del videoclip dominante. Sólo tres grandes discográficas que también son distribuidoras controlan el negocio, si no aceptas sus reglas te quedas fuera del Olimpo manufacturado de Dioses y Diosas del pop. Si un músico desoye sus órdenes, quedará fuera de la iconosfera-mundo, es decir, será un completo desconocido del imaginario colectivo compartido por la mayoría de habitantes del planeta. Su carrera quedará, en el mejor de los casos, restringida a nichos de mercado.

¿Cómo se podría crear una industria cultural que se rija por otros presupuestos y consiga ser mayoritaria?, ¿es posible o hay que abandonar esa idea?

En mi opinión no sólo creo que no hay que abandonar esa idea sino que considero que hay que considerarla como prioritaria en nuestra agenda política. Si queremos superar el capitalismo (o el neoliberalismo, que sólo es su forma actual unido a aquel como nuestra piel a nuestro esqueleto), es urgente que las organizaciones anticapitalistas unan sus fuerzas bajo un programa de mínimos y financien una industria cultural contrahegemónica con vocación de ser mayoritaria. Una industria cultural, que es lo mismo que decir una industria de las conciencias por mal que suene, ya que al final de eso se trata. Una industria a contracorriente que difunda sus propios valores e ideología. Una industria cultural compuesta de diversas industrias culturales como la cinematográfica, musical, literaria popular, etc. Así tendríamos nuestras propias películas, discos, videoclips, bestsellers, etc., contrahegemónicos. De ese modo llegaríamos a las mayorías.

No se puede competir con productos audiovisuales como los videoclips dominantes consumidos por miles de millones de jóvenes en todo el mundo con artículos o libros izquierdistas apenas leídos por miles de ellos en diferentes regiones. Es una relación de 1.000.0000 contra 1. No hay posibilidad de victoria. De ahí que las posiciones de izquierda en el mundo se vayan continuamente debilitando desde la popularización de la cultura audiovisual de masas, en especial entre los jóvenes, que paradójicamente son y serán los mayores afectados de su inacción política con el aumento incontenible del paro estructural en el sistema-mundo capitalista. ¿Has visto la composición demográfica de las asambleas de las organizaciones de izquierda de las últimas décadas? ¿Cuántos de sus miembros tienen entre 15 y 24 años? Es necesario que construyamos una hegemonía cultural e ideológica socialista o de lo contrario, de continuar del mismo modo, iremos a peor en el marco del capitalismo que, no lo olvidemos, sigue sus propias leyes. Para ello tenemos que alcanzar a las mayorías y requerimos unir fuerzas, pues con las mismas personas que ahora están trabajando divididas en multitud de medios alternativos, organizaciones políticas de izquierda, etc. tendríamos una fuerza mucho mayor que superaría la mera suma de organizaciones gracias a las ventajas de la economía de escala y al efecto multiplicador de concentrar esas producciones bajo una misma “marca” socialista, anticapitalista y, en definitiva, contrahegemónica. Eso no significaría el fin del debate o las diferencias entre las agrupaciones que constituyeran esta industria cultural socialista, sino simplemente alcanzar mejores resultados uniendo fuerzas en aquello que estuviéramos de acuerdo contra un enemigo que, de no hacerlo, acabará por fagocitarnos a todos. Incluso, a gran parte de sus componentes.




Rihanna, en el videoclip de ‘Bitch better have my money’.

¿Entiendes que haya quien considere moralistas tus planteamientos?, ¿cómo responderías a esa crítica?

Por lo pronto te diría que no soy moralista, al menos no como se suele entender ese adjetivo cuando se utiliza popularmente a modo de crítica. Si alguien quiere comprobarlo sólo tiene que buscar por internet el tipo de obra plástica que realizo, donde la sexualidad y ciertas provocaciones son temáticas y actitudes comunicativas recurrentes. El problema no son los temas, motivos o actitudes que se traten en o revistan las producciones culturales sino la forma de abordarlos, las intencionalidades, los públicos, el marco, sus funcionalidades sistémicas, etc.

Normalmente, cuando alguien considera moralistas las posiciones de otra persona es porque, curiosamente, la moral que quiera o no hace pública difiere de la suya propia. Es parte del mito de la secularización de la moral, parcialmente ligado al quimérico intento de privatización de la religión al espacio personal. Sin embargo, por mucho que suene antipático para ciertos sectores de izquierda, en realidad, moral tenemos todos, aunque la (mal) disfracemos con el nombre de ética. La ética es la reflexión sobre la moral (o morales) de cada individuo, sociedad o época particular. Pero los que reflexionan sobre ella también tienen su propia moral. No son seres etéreos e impolutos de toda moralidad que sobrevuelan los cielos en medio de un nirvana infinito donde su interactuación con el mundo no esté definida por unas jerarquías perceptivas y emocionales que les orienten sobre lo que para ellos está bien o mal.

Te pondré un ejemplo con el caso del videoclip. Imagina que dentro de 30 años siguiésemos viviendo en el marco del capitalismo (algo desgraciadamente bastante probable) y ya se hubieran popularizado entre el gran público un nuevo tipo de videoclips dominantes: el porno. Algo que tarde o temprano, de continuar así las constantes actuales, muy posiblemente, sucederá. En estos vídeos, las estrellas musicales cantarían mientras realizarían sexo explícito con otras personas y/o estrellas de la canción. Llegados a este punto, ¿cuál sería el siguiente paso? ¿cómo podría la industria seguir llamando la atención mediante esta hipersaturación sexual? ¿cómo podría rizar el rizo? Imagina que en ese contexto, diez años después y hastiados de los videoclips porno dominantes, como otra vuelta de tuerca más, comenzaran a lanzarse “rompedores” vídeos donde las estrellas del pop, los Pitbull y los Justin Bieber del futuro, aparecieran manteniendo relaciones sexuales en extrañas orgías con diversos animales y con niños y niñas de seis años mientras cantaran alegres canciones evasivas. Disculpa la dureza de la imagen pero si hoy nos trajeran esos vídeos en una máquina del tiempo, nadie, después de verlos, apuntaría con la frialdad del analista: ¡Eso no es ético! Sino por el contrario, la mayoría exclamaríamos consternados… ¡Es repugnante!, ¡una salvajada!, etc. ¿Seríamos moralistas por ello? Desde luego, nuestro juicio se emitiría en relación con una moral particular establecida en nuestra cosmovisión, en un sentido común dependiente de aquella. Un buen sentido común gramsciano e implícito que rechazaría esas producciones audiovisuales porque en la actualidad afortunadamente afirma que los niños no tienen la madurez física ni psíquica necesarias para mantener relaciones sexuales, menos con adultos. Por lo cual deben ser protegidos por la sociedad y especialmente cuidados para desarrollar actividades propias de su etapa vital. Y ese mismo buen sentido común del presente condenaría esos vídeos musicales por entender que cuando los seres humanos copulan con animales estamos tratando una parafilia particular muy poco sana para una persona adulta y, por cierto, nada respetuosa con los propios animales.

Si en 1981, año que se estrenó la MTV, hubiera aparecido un vídeo donde la cantante principal apareciera torturando a una mujer y asesinando y descuartizando a su marido por dinero, mientras en la escena final luciera desnuda recostada triunfalmente fumando un puro, cubierta de sangre y billetes de dólares, muchos habrían rechazado el vídeo tildándolo de inmoral. Pero ese videoclip existe en la actualidad y a la gran mayoría de sus jóvenes consumidores no les parece mal. Se llama Bitch Better Have My Money (“Zorra, más vale que tengas mi dinero”) y está protagonizada por la estrella más importante del vídeo musical: Rihanna. Ningún medio mayoritario, hasta donde conozco, ha cuestionado la validez de su mensaje para el público adolescente al que va dirigido. Muchos jóvenes incluso celebran lo “atrevido” de su trama. El sentido común se ha modificado y comportamientos anteriormente considerados poco instructivos o rechazables se han naturalizado mediante el espectáculo de su representación en la industria cultural. Hay más ejemplos: vídeos que animan a los jóvenes a traficar con cocaína, otros que insistentemente proclaman que lo más importante de la vida es el dinero advirtiendo a sus seguidores que nada ni nadie los debe alejar de él u otros que aconsejan desde los estribillos que los hombres no se fíen de las mujeres porque son todas “unas putas”. Tal cual. En fin, la lista, desgraciadamente, es muy extensa. ¿Sería moralista preocuparse por el hecho de que cantantes promocionados por millones de dólares y seguido por millones de jóvenes canten en sus vídeos que todas las mujeres son unas “putas”, “zorras”, etc.? ¿Es moralista pensar que este ejemplo pueda aumentar los índices de violencia machista y sepultar todos los programas públicos habidos y por haber a favor de la igualdad entre los y las adolescentes?

La moral, como la ideología, la tenemos todos y se modifica a lo largo del tiempo como el resto de la cultura humana incidiendo en ella tanto las vicisitudes del modo de producción dominante como el estado de la lucha de clases en cada contexto histórico. El problema es que es un asunto del que se suele hablar poco porque puede suscitar desencuentros y retratarnos públicamente ante la moral de los demás. Y eso siempre es peligroso. En particular, frente a la moral de los poderosos, que, con gran diferencia, suele destacarse por su sorprendente laxitud respecto a la suerte de los dominados.

Entrevista realizada por José Durán Rodríguez y publicada originalmente en su blog Periódico de anteayer.

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FUENTE: Periódico de anteayer (link)

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