La próxima guerra nuclear a algunos les quedará muy lejos
Desde hace unos diez años, Nueva Zelanda vive un auge inmobiliario
espectacular que tiene poco que ver con el ladrillo o la especulación
propia de los bienes raíces. Ni siquiera se trata de compraventas de
terrenos sino de islas remotas; cuanto más remotas mejor.
Los compradores tampoco son los típicos turistas que se quieren comprar un chalet, embobados por el paisaje de El Señor de los Anillos o una naturaleza virginal y exhuberante. No quieren sol y playa. Se trata de grandes multimillonarios que buscan un refugio apartado de todo, un lugar que no aparezca ni siquiera en los mapas más detallados.
Los grandes multimillonarios, ancianos decrépitos como Ted Turner, Benetton o el mismo Soros, temen el estallido de una guerra nuclear y buscan un agujero al que las bombas no alcancen. Algunos llevan años comprando tierras en la Patagonia argentina, pero últimamente se inclinan por el Pacífico sur.
Se trata de destinos a los que -según creen esos viejos- ninguna bomba apunta y a donde es posible que la radiación nuclear llegue muy atenuada, casi imperceptible. Creen que Nueva Zelanda o las islas Fidji reúnen esas condiciones.
Ellos, que son quienes conducen al mundo hacia la guerra, quieren que sean otros quienes paguen las consecuencias. Durante la ola de paranoia de la Guerra Fría y la caza de brujas del senador McCarthy, construyeron en los sótanos de sus mansiones refugios nucleares. Ahora el hormigón armado ya no es suficiente para soportar las nuevas armas.
Los millonarios han elaborado planes de evacuación para la eventualidad de una guerra nuclear, cuyo riesgo ellos conocen mejor que nadie. Por ejemplo, ante la posibilidad de una estampida en masa que al comienzo de la guerra colapse los medios públicos de transporte, en Estados Unidos compran ranchos remotos, en lugares como Montana o Hawai, desde el que poder abandonar el país.
La última película (la última tara, más bien) de la factoría Disney, terminada a finales del pasado año, descubre los más remotos rincones del Pacífico a través de Vaiana, la protagonista, en un relato ambientado hace miles de años, porque en las paranoias propias de la subcultura estadounidense, el futuro no es un progreso hacia delante sino un retroceso.
En Hollywood se han rodado miles de películas, como El Planeta de los Simios o Terminator, cuyo argumento es ese: cualquier tiempo pasado fue mejor, la próxima guerra nuclear nos conducirá hacia la prehistoria, etc., etc., etc. De lo que no nos hablan es de lo que podemos y debemos hacer para impedirla.
Los compradores tampoco son los típicos turistas que se quieren comprar un chalet, embobados por el paisaje de El Señor de los Anillos o una naturaleza virginal y exhuberante. No quieren sol y playa. Se trata de grandes multimillonarios que buscan un refugio apartado de todo, un lugar que no aparezca ni siquiera en los mapas más detallados.
Los grandes multimillonarios, ancianos decrépitos como Ted Turner, Benetton o el mismo Soros, temen el estallido de una guerra nuclear y buscan un agujero al que las bombas no alcancen. Algunos llevan años comprando tierras en la Patagonia argentina, pero últimamente se inclinan por el Pacífico sur.
Se trata de destinos a los que -según creen esos viejos- ninguna bomba apunta y a donde es posible que la radiación nuclear llegue muy atenuada, casi imperceptible. Creen que Nueva Zelanda o las islas Fidji reúnen esas condiciones.
Ellos, que son quienes conducen al mundo hacia la guerra, quieren que sean otros quienes paguen las consecuencias. Durante la ola de paranoia de la Guerra Fría y la caza de brujas del senador McCarthy, construyeron en los sótanos de sus mansiones refugios nucleares. Ahora el hormigón armado ya no es suficiente para soportar las nuevas armas.
Los millonarios han elaborado planes de evacuación para la eventualidad de una guerra nuclear, cuyo riesgo ellos conocen mejor que nadie. Por ejemplo, ante la posibilidad de una estampida en masa que al comienzo de la guerra colapse los medios públicos de transporte, en Estados Unidos compran ranchos remotos, en lugares como Montana o Hawai, desde el que poder abandonar el país.
La última película (la última tara, más bien) de la factoría Disney, terminada a finales del pasado año, descubre los más remotos rincones del Pacífico a través de Vaiana, la protagonista, en un relato ambientado hace miles de años, porque en las paranoias propias de la subcultura estadounidense, el futuro no es un progreso hacia delante sino un retroceso.
En Hollywood se han rodado miles de películas, como El Planeta de los Simios o Terminator, cuyo argumento es ese: cualquier tiempo pasado fue mejor, la próxima guerra nuclear nos conducirá hacia la prehistoria, etc., etc., etc. De lo que no nos hablan es de lo que podemos y debemos hacer para impedirla.
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