Interpretar el cruento atentado en el metro de San Petersburgo únicamente como una consecuencia
de la intervención rusa en Siria es simplificar demasiado las cosas.
Ciertamente, por mucho que buena parte de la prensa occidental, en
especial de la estadounidense —así como no pocos think tanks, principal pero no exclusivamente norteamericanos y británicos— lo hayan ignorado o silenciado, la realidad es que los ataques que la aviación rusa ha venido llevando a cabo
en territorio sirio desde finales de septiembre de 2015 se han dirigido
no solo contra organizaciones rebeldes no islamistas opuestas al
régimen de El Asad sino también contra la rama de Al Qaeda que opera en
el mismo y contra posiciones que allí mantiene Estado Islámico (ISIS en sus siglas inglés).
Buena prueba de esto último es que Estado Islámico tardó muy poco en incluir a personas e intereses rusos entre los blancos internacionales de que vengarse, no solo en la actual zona de conflicto sino al margen de la misma. Para ello, los dirigentes que bajo las órdenes de Abu Bakr al-Bagdahdi planifican operaciones terroristas fuera de Siria e Irak han movilizado desde el otoño de 2015 a miembros y simpatizantes capaces de ejecutar distintos tipos de atentados, desde el perpetrado contra una aeronave rusa de pasajeros que volaba de Sharm el Seij hacia precisamente San Petersburgo, hasta los perpetrados contra policías e instalaciones policiales en distintos lugares de la geografía rusa como Moscú, Grozni o Majachkalà.
Pero una campaña así de atentados se desarrolla por lo
común en un amplio contexto dentro del cual los líderes de las
organizaciones implicadas sistemáticamente en actos de terrorismo
aprovechan oportunidades especialmente propicias para justificar sus
actos. En el caso de Rusia, donde la actividad terrorista venía
registrando una tendencia descendente desde 2010 que sin embargo repuntó
al alza a partir de 2016 —con actos de terrorismo cometidos principalmente mediante explosivos y armas de fuego—,
el trasfondo terrorista previo al inicio de la intervención militar
rusa en Siria, que no es la única clave explicativa, tiene al menos tres
aspectos que ya existían con anterioridad y que continúan persistiendo.
El primero tiene que ver con la movilización yihadista que, en forma de combatientes terroristas extranjeros con destino a Siria e Irak, se ha producido en Rusia desde 2012. Segundo, muy relacionado con el anterior, hay que aludir al remanente de terrorismo otrora etnonacionalista y hoy básicamente yihadista, alineado principalmente con Al Qaeda pero con un considerable número de extremistas afines al Estado Islámico, que existe, en el territorio ruso, en la compleja región del norte del Cáucaso. A estos dos aspectos del trasfondo en que interpretar lo ocurrido en San Petersburgo se añade, por último, la situación en los países de Asia Central, donde ha crecido la amenaza yihadista.
Buena prueba de esto último es que Estado Islámico tardó muy poco en incluir a personas e intereses rusos entre los blancos internacionales de que vengarse, no solo en la actual zona de conflicto sino al margen de la misma. Para ello, los dirigentes que bajo las órdenes de Abu Bakr al-Bagdahdi planifican operaciones terroristas fuera de Siria e Irak han movilizado desde el otoño de 2015 a miembros y simpatizantes capaces de ejecutar distintos tipos de atentados, desde el perpetrado contra una aeronave rusa de pasajeros que volaba de Sharm el Seij hacia precisamente San Petersburgo, hasta los perpetrados contra policías e instalaciones policiales en distintos lugares de la geografía rusa como Moscú, Grozni o Majachkalà.
El primero tiene que ver con la movilización yihadista que, en forma de combatientes terroristas extranjeros con destino a Siria e Irak, se ha producido en Rusia desde 2012. Segundo, muy relacionado con el anterior, hay que aludir al remanente de terrorismo otrora etnonacionalista y hoy básicamente yihadista, alineado principalmente con Al Qaeda pero con un considerable número de extremistas afines al Estado Islámico, que existe, en el territorio ruso, en la compleja región del norte del Cáucaso. A estos dos aspectos del trasfondo en que interpretar lo ocurrido en San Petersburgo se añade, por último, la situación en los países de Asia Central, donde ha crecido la amenaza yihadista.
Fernando Reinares
es director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto
Elcano y catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad en la
Universidad Rey Juan Carlos.
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