Es
la tarde de un viernes de abril, el calor es intenso y, tras la ventana
de la casa de madera vieja de María del Carmen García asoma la calle
pavimentada llena de zanjas: los obreros están enterrando las tuberías
que deben llevar agua al barrio Jesús de la Buena Esperanza, debajo del
puente Belice.
El puente Belice está inmediatamente encima de la
casa que María del Carmen comparte con su esposo, Antonio Escobar, y su
nieta de cinco años, Darlyn Marleny. Las grandes vigas de acero,
deterioradas y oxidadas, cruzan a solo tres metros del techo de lámina. Y
no es la única: buena parte de las 350 viviendas del barrio tiene por
segundo techo la estructura de metal crujiente del Belice.
El
puente se puede caer, dicen muchos. Hoy, como en cualquier día, tiembla
cada vez que pasan los autos. El piso del barrio a veces parece hecho de
gelatina y el agua de los charcos en la calle dibuja aureolas a menudo,
como en esas películas donde un monstruo pisa duro y la vibración se
expande. El primer piso de la casa de María del Carmen, una construcción
apenas más grande que un estacionamiento estándar para vehículo —15
metros cuadros—, es de block; el segundo, de una madera ya maltratada
por los años y el clima. Cuando la primera planta se sacude por los
camiones que cruzan el puente, la segunda cruje.
Pero a María del
Carmen no le importa. “Somos conscientes que algún día vamos a dejar lo
que por años nos ha costado construir”, dice, mientras mira su casa
despintada y se rasca la cabeza. “Tememos más al desalojo que a la caída
del puente”.
María del Carmen y su esposo Antonio llegaron hace
12 años al asentamiento, que hoy empaca más de 350 casas en un predio
apenas más grande que el estadio Doroteo Guamuch Flores. Algunas son
covachas apiñadas en una ladera peligrosa. La Coordinadora Nacional para
la Reducción de Desastres (Conred) catalogó hace 14 años el lugar como
una zona de alto riesgo, pero eso no ha detenido la llegada de familias.
Vivir bajo un puente enorme que puede caerse es mejor que morar en la
calle o vagar sin destino.
“La recomendación
que la Secretaría Ejecutiva de la Conred hizo en el 2003 se mantiene. La
preocupación es alta porque hay más viviendas que se han construido en
esa área”.
David de León, vocero de la Conred.
El
barrio bajo el puente Belice ha ido prosperando dentro de los límites
de la escasez. No hay mucho lugar para más casitas, pero la gente se
arregla. La casa de María del Carmen no escapa a esa imagen. Una
refrigeradora y una estufa están acomodadas en el primer piso. Una
escalera de quince escalones muy empinada, como la que usaría un bombero
para rescatar a una persona en un incendio, da paso a la segunda
estancia. Allí solo hay una cama. La habitación está dividida por una
sábana. En el techo hay sillas quebradas y maderas pesadas para que el
viento no se lleve las láminas.
Son las cinco de la tarde y el sol
radiante comienza su descenso, lento. El estruendo de cientos de
vehículos, en hora pico, es cada vez mayor y el olor intenso a humo que
emana de los escapes se mezcla con la resaca dura de las aguas negras
del río Las Vacas, que corre perezoso a unos cincuenta metros de la casa
de María del Carmen.
Darlyn Marleny, la nieta, juega con su
muñeca justo debajo de un arco del puente. Para la niña el ruido es
natural, parte de la vida diaria. La
única calle ancha del barrio se pinta de colores cuando los vecinos del
sector 4 desfilan en las calles con sus recipientes para abastecerse de
agua, ya que tenerla en casa es una labor titánica en el lugar, que
solo cuenta con dos chorros públicos. (Foto Prensa Libre: Esbin García)
Estructura en el olvido
El
puente Belice fue inaugurado el 18 de noviembre de 1958 por el gobierno
de Miguel Ydígoras Fuentes. Fue el puente más moderno de su época,
producto del diseño alemán y construido con acero en Estados Unidos.
El
Belice fue levantado en casi tres años. Solo la superestructura de
acero llevó unos nueve meses. La obra estuvo a cargo del ingeniero Juan
de Dios Aguilar, presidente de la primera junta directiva del Colegio de
Ingenieros, y de Arturo Bickford, alcalde capitalino en la década de
1940. Tiene una extensión de 240 metros y mide 18.28 de ancho. Hay dos
carriles por lado. Su construcción demandó mil cincuenta toneladas de
acero —dos millones cien mil libras—.
Desde su fundación, el
puente Belice comunica la capital con el Atlántico y permite que salgan
las mercaderías a los puertos del norte y sur. Por la misma ruta entran
los alimentos y medicinas para los habitantes de la mayor ciudad del
país. Si ese puente afronta un inconveniente, el funcionamiento de
Ciudad de Guatemala —y buena parte del país— será severamente afectado.
El
problema es que esa situación es posible, y puede ocurrir en cualquier
momento. En 2016, un equipo de investigadores de la cooperación japonesa
y la Universidad de San Carlos advirtieron de que si al puente no se le
daba mantenimiento se desplomará. Ninguna institución quiso compartir
el documento.
También, en mayo de 2016, profesionales del
Instituto de Investigaciones de Ingeniería, Matemática y Ciencias
Físicas de la Universidad Mariano Gálvez (UMG) midieron la vibración en
el puente Belice y los resultados complementaron los estudios efectuados
semanas atrás.
Entre las conclusiones se indica que existen
hundimientos en las tres uniones del puente que provocan golpes a la
estructura y causan las vibraciones que perciben los vecinos. Esos
movimientos son anormales y ocasionan que las piezas se desgasten y
puedan quebrarse.
“No quiero parar en
un albergue como tienen a los afectados del Cambray 2. Yo, Gracias a
Dios, no estoy en un barranco. El puente es el único inconveniente que
ven las autoridades”.
Noemí Sánchez, vecina del barrio Jesús de la Buena Esperanza.
El
informe fue entregado a la mesa técnica interinstitucional que da
seguimiento al estado del puente Belice. Rolando Torres, ingeniero de la
UMG que dirigió el estudio de la parte superior de la estructura,
indica que se debe determinar el nivel de desgaste de cada una de las
770 piezas que forman el puente. Explicó que el análisis de resistencia
determinó que 31 piezas de la plataforma ya superaron el límite de
seguridad.
Sin embargo, aun con los riesgos, los informes de los
investigadores japoneses, de la Conred y de la UMG son el secreto mejor
guardado por las autoridades. Ni el Ministerio de Comunicaciones ni la
Conred, ni la Procuraduría de los Derechos Humanos ni la Municipalidad
capitalina dan información al respecto.
Si el Belice se cae,
Guatemala dejaría de mover millones de quetzales en productos, pero el
problema es todavía mayor, porque, antes que el dinero, podrían perder
la vida muchas de las más de cinco mil personas que viven debajo y
encima de la estructura de acero.
De acuerdo con el portal
Guatecompras, no hay interés de empresas nacionales en presentar ofertas
para nivelar la estructura de la base y renovar el concreto. El evento,
con el registro 5911591, comenzó el 20 de marzo pasado y cerró el 2 de
mayo, a las 10 horas. El ministro de Comunicaciones, Aldo García, dijo
que están presupuestados Q40 millones para la reconstrucción del puente. La
casa de María, pintada de celeste, se encuentra bajo el puente. Ella y
su esposo, Antonio, esperan la noche para vender pollo y papas fritas.
(Foto Prensa Libre: Esbin García)
Afectados por la pobreza
María
del Carmen y su esposo se instalaron debajo del puente Belice en 2005.
Eran pobres y no tenían trabajo. Al principio sentían temor por el
ruido, pero después de una década aprendieron a convivir con el
estruendo de 70 mil vehículos que pasan cada día sobre el techo de su
casa. Todo parece demasiado normal: cuando cruzan camiones de 37
toneladas con doble remolque, la casa cruje, pero ella no reacciona.
Antonio
vende pollo y papas fritas en el asentamiento. Por la tarde, dice, la
vibración del puente es menor porque el transporte de carga pesada tiene
prohibida la circulación, pero después de las nueve de la noche y
durante la madrugada suena como los truenos de una tempestad y la
vibración se intensifica cada vez que los tráileres aceleran sobre el
asfalto.
“Constantemente viene personal de Conred y la
Municipalidad de Guatemala a revisar el puente”, dice Nohemí Sánchez,
quien desde hace 22 años vive con su hijo a un costado de la base de la
estructura.
A Nohemí tampoco le molesta la precariedad del puente,
porque sus urgencias son más complejas: “No nos dicen nada, pero
vivimos con el temor de ser desalojados. Si me sacan de mi casa no tengo
a dónde ir. Las familias somos pobres y no tenemos dinero para comprar
una casa”.
La necesidad parece ser tal que los habitantes del
asentamiento Jesús de la Buena Esperanza no se van ni cuando el riesgo
se vuelve demasiado real. Hace casi una década, el conductor de un
camión perdió el control cuando cruzaba el puente y el vehículo cayó en
un basurero cercano a las casas. Nadie murió. Por el contrario, el
asentamiento recibió más vecinos año tras año.
El asentamiento
está dividido en cuatro sectores. En el sector 3, 30 viviendas fueron
declaradas inhabitables por la Conred, en septiembre de 2016, debido a
una grieta de cincuenta metros de longitud en esa área, ocasionada por
la fuga de agua en la tubería del sistema de distribución del servicio,
por falta de mantenimiento.
Los deslizamientos y derrumbes también
amenazan a los vecinos de ese sector. El río Las Vacas se encuentra
inmediatamente después de la ladera. No es un lugar seguro para vivir, y
mucho menos saludable. El suelo está compuesto por relleno de sólidos y
residuos de basura y, al fondo, el río sirve como drenaje de aguas
servidas y pluviales.
Fragilidad
Si el puente es un techo
frágil que puede colapsar, el barranco es un piso demasiado endeble para
estar en pie. Otro factor que puede incrementar los efectos y romper la
estabilidad de las laderas es la carga lateral provocada por los
sismos, que afectan a mayor escala y pueden detonar en deslizamientos de
grandes masas de suelo. El 11 de octubre de 2011, dos personas se
lesionaron por un derrumbe en el barrio.
Desde 2003, la Conred ha
venido recomendando a los vecinos que se trasladen a áreas menos
vulnerables y de menor riesgo lo más rápido posible, pues el terreno que
habitan está muy deteriorado. Por medio de una inspección visual,
personal de la entidad determinó que no es un sitio recomendable para
vivir y que cualquier obra de mitigación sería costosa y no reduciría la
exposición de la comunidad a las amenazas.
Aunque las autoridades
no tienen el número preciso de personas que viven en la zona en
peligro, el proyecto de la oenegé jesuita Alboan, titulado “Bajo el
puente, educación y empleo digno”, establece que en Jesús de la Buena
Esperanza viven 700 familias, unas cinco mil personas en total. Mercedes
de Rojas, presidenta del comité de vecinos del lugar, cree que la
población crece en un 15% anual.
La densidad poblacional es
preocupante. En promedio, tres familias —unas siete personas— habitan
cada casa, demasiado pequeña, incluso para dos padres y un hijo, según
los estándares de construcción de Techo. Gabriel Valle, de Fundaeco,
considera que un espacio idóneo para cinco personas debe medir 200
metros cuadrados —espacio verde, patio trasero, habitaciones, cocina,
baños y garaje—.
La vivienda de una familia de tres integrantes
debería medir 5×10 metros cuadrados, el espacio mínimo para dos
habitaciones y un ambiente común. “Los hijos crecen y no tienen a dónde
ir”, dice De Rojas. “La única opción que tienen los padres es hacer un
espacio en la misma casa”.
Por eso se hace necesaria la instalación de servicios básicos y proyectos de salud.
En
el sector 4, donde vive la presidenta vecinal desde 2006, hay 103 casas
y 57 contadores de agua; 32 están en proceso de ser instalados porque,
según instrucciones de la Municipalidad, en los próximos días se
reconectará el servicio de agua entubada, que fue cortado por temor a
fugas. En esa área, la población depende de dos chorros públicos, donde
los vecinos instalaron adaptadores de mangueras.
Para Mercedes de
Rojas, un posible desplome del puente Belice también afectaría a
familias de los asentamientos La Paz, de la finca El Carmen y los
anexos de la colonia El Carmen, todos barrios ubicados en los
alrededores.
A pesar de que en las puertas de las viviendas de
Jesús de la Buena Esperanza hay calcomanías con la palabra “Censo”, ni
la Municipalidad de Guatemala ni la Conred tienen claro quién hizo el
estudio poblacional. De hecho, el Gobierno no sabe cuántas personas
viven debajo del puente.
El 20 de marzo último, la Procuraduría de
los Derechos Humanos envió una carta al Ministerio Público para
recordarle que hay un expediente abierto por el peligro que corren las
personas que utilizan el puente y las familias que viven debajo de este.
La omisión de acciones podría derivar en acciones penales contra
autoridades actuales y anteriores del Ministerio de Comunicaciones,
Infraestructura y Vivienda (CIV), advierte la misiva.
David de
León, portavoz de la Conred, dijo que en 2003 la institución recomendó a
las personas que viven bajo el puente y a la Municipalidad buscar otro
sector adonde mudar el barrio. Luego de la alerta, en 2016 reiteró el
llamado a la comuna y al Viceministerio de Vivienda: era imperativo
identificar un terreno seguro para las familias.
En la actualidad,
el CIV trabaja en un proyecto de viviendas multifamilares de entre
cinco y seis pisos en un terreno que el Ministerio de Gobernación tiene
en la zona 6 capitalina, donde antes funcionó la Academia de la Policía
Nacional Civil. Albergaría a 450 familias, según el ministro de
Comunicaciones.
Carlos Barillas, viceministro de Vivienda, explicó
en su momento que las casas no serán regaladas. El Gobierno ofrecería
condiciones para que las familias adquieran una. Pero Nohemí, como
otros vecinos de Jesús de la Buena Esperanza, no está dispuesta a
aceptar una vivienda si tiene que pagarla.
Mientras la burocracia
intenta solventar la situación, el puente tiembla sobre la cabeza de
María del Carmen, su esposo, Antonio, y su nieta Darlyn Marleny. Los
adultos esperan que se haga de noche para salir a vender el pollo y las
papas fritas a la gente que pasa por su casa. La niña juega con su
muñeca en la habitación.
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