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El nacionalismo burgués en caída libre Kaos en la red
El
chavismo, hoy encabezado por Nicolás Maduro, vive su decadencia a la
par de una amplia diversidad de movimientos, partidos y corrientes que,
desde los gobiernos de sus respectivos países del mundo colonial, se
presentaron como alternativas al “capitalismo neoliberal”.
Por Gabriel Massa
En ese cuadro variado entran, entre otros, los demás gobiernos “bolivarianos” latinoamericanos (Evo y el MAS, en Bolivia; Correa en el Ecuador); el kirchnerismo argentino, como el más reciente eslabón de la decadencia peronista; el no menos corrupto y acorralado PT de Dilma Rousseff y Lula, en el Brasil (aunque en este caso se trata de un gobierno de frente popular, es decir, de unidad entre un partido obrero, el PT, y representantes de la burguesía); en el mundo islámico, los ayatolas iraníes; y la dictadura laica de los Assad en Siria. A casi todos ellos, en el marco de la crisis mundial que no deja de profundizarse, les va igual de mal o peor que a Maduro.
En los países de Medio Oriente, este proceso se ve cruzado por los grandes levantamientos populares que se han dado a partir de la derrota y retirada militar del imperialismo de Irak, incluyendo los procesos insurreccionales que hemos visto en Egipto y Túnez y las guerras civiles en Libia, Siria y Yemen. En todos los casos, esos levantamientos han enfrentado gobiernos como los de Mubarak, Assad, Kadafi y otros que se decían herederos del viejo nacionalismo árabe, pero que hacía décadas se habían reconvertido en agentes (más o menos directos) del imperialismo.
Los cambios en el nacionalismo burgués a lo largo de la época imperialista
Lo que sigue no intenta ser, ni mucho menos, una historia general del nacionalismo burgués, sino el aporte de algunas ideas y ejemplos acerca de los cambios que se fueron produciendo a lo largo de la época imperialista y que fueron transformando este fenómeno.
El proceso de disputa de la hegemonía mundial y los mercados por las potencias imperialistas, a partir de la década de 1880, culminará en el siglo xx con la Primera y Segunda Guerras Mundiales. En el marco de esta disputa sangrienta de la hegemonía imperialista, en el lapso de alrededor de 40 años se produce el proceso revolucionario mundial que dará nacimiento a la Unión Soviética, hacia el fin de la Primera Guerra Mundial, y luego a 15 estados obreros más, incluyendo a China, luego de la Segunda Guerra Mundial. Junto con ello logran la independencia formal 70 colonias.
Como parte de la crisis provocada por la disputa de las hegemonías por las potencias capitalistas y este proceso revolucionario mundial contra el imperialismo capitalista, en las colonias y países semicoloniales dominados por Europa, Japón y el imperio otomano, se producen grandes movimientos por la independencia. Como resultado de ello, “hoy casi no queda ninguna colonia, porque los pueblos de setenta países conquistaron su independencia política. De estos triunfos revolucionarios anticolonialistas surgieron cuarenta y tres nuevas naciones en África, trece en el Caribe y muchas más en Asia”, como decía el “Manifiesto de la LIT-CI”, en 1985.
La revolución en el antiguo imperio zarista ruso canalizará por la vía de la constitución de la URSS el impulso antiimperialista de las colonias europeas y asiáticas del zar. Aunque el Estado soviético burocratizado bajo Stalin y sus sucesores volvería a imponer un yugo a esas nacionalidades oprimidas. Pero bajo el manto de la independencia formal de los nuevos países, el imperialismo mantendrá su dominio a través del control de los principales recursos naturales y las palancas centrales de sus economías, y por medio de pactos diplomáticos, militares y económicos. Es frente a ese sometimiento que sectores capitalistas nativos dan nacimiento a movimientos y gobiernos que, bajo la bandera del “nacionalismo”, buscan ganar espacio para las burguesías locales. Veamos algunos ejemplos significativos.
América Latina
El crack financiero mundial de 1929 y la crisis que se extiende a lo largo de la década de 1930 inauguran un nuevo período para América Latina. El historiador Felipe Piña, en un artículo titulado “América Latina entre la Crisis del 30 y los populismos” aporta algunas descripciones acertadas:
La crisis mundial iniciada en 1929 golpeó duramente a las economías latinoamericanas. Gran Bretaña y los EEUU transfirieron los efectos de la crisis a los países que se encontraban bajo su influencia, bajando los precios de las materias primas, repatriando inversiones y colocando trabas a las exportaciones latinoamericanas. Las consecuencias de estas políticas fueron el desempleo y la miseria. Ante la falta de divisas comenzó a desarrollarse la industria liviana, para reemplazar las importaciones que ya no podían adquirirse. El Estado, controlado por las elites conservadoras, intervino en la economía y subvencionó las actividades de los sectores dominantes. Esta intervención no se dio en el terreno social, donde las mayorías populares quedaron libradas a su suerte. La baja de los precios agropecuarios llevó a la ruina a millones de campesinos que comenzaron a migrar hacia las ciudades en busca de trabajo en las nuevas industrias. Este proceso provocó grandes cambios en la composición del movimiento obrero latinoamericano durante toda la década del ’30.[1]
Esto se da simultáneamente con el debilitamiento y la retirada del imperialismo británico y una disputa de la región entre la Alemania nazi y Estados Unidos. En los años treinta, surgen gobiernos como el de Lázaro Cárdenas en México, y en los cuarenta el de Juan Domingo Perón en Argentina, que tienen fuertes roces con las antiguas oligarquías y los partidos que las representan, y se apoyan en las nuevas masas de campesinos reconvertidos en obreros industriales, generando nuevas corrientes populistas y organizaciones sindicales fuertemente controladas por el Estado burgués.
En algunos de estos gobiernos y corrientes, en particular en el régimen militar del que surgió Perón, fueron evidentes los intentos de sectores burgueses por utilizar el enfrentamiento del fascismo italiano y el nazismo alemán con las potencias “democráticas” para resistir la entrada del imperialismo yanqui.
En 1952, se produce en Bolivia una gran revolución obrera contra los “barones del estaño”. Nace la Central Obrera Boliviana (COB), con eje en los trabajadores mineros, fuertemente influidos por el trotskismo. Pero el gobierno queda en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), liderado por Víctor Paz Estenssoro, que impone al frente de la COB a un dirigente afín al MNR (Juan Lechín) e impide que el movimiento avance hasta la expropiación general de la burguesía y la imposición de un nuevo Estado obrero.
Todos estos gobiernos tienen las características y siguen los caminos que señalamos en el recuadro titulado “Condiciones especiales de poder estatal” sobre el “bonapartismo sui generis de izquierda”. Más tarde, serán desplazados del poder por las fuerzas burguesas pro-imperialistas a las que no habían expropiado y que nunca combatieron consecuentemente. Pero, de estas corrientes nacionalistas quedará una tradición de resistencia al imperialismo, de importantes conquistas sociales para las masas y organizaciones sindicales poderosas fuertemente atadas al Estado burgués que aún perduran (con fuertes crisis y transformaciones) hasta el día de hoy, dominadas, como siempre, por burocracias corruptas y traidoras.
Asia
Hay tres procesos dominantes en Asia continental que corresponden a los tres países más grandes y poblados: las nacionalidades oprimidas por Rusia, China y la India.
En la India, luego de siglos de dominación de las potencias europeas, la Segunda Guerra Mundial, con la retirada del imperialismo británico, permitirá llegar al poder al Partido del Congreso liderado por Mahatma Gandhi. Pero la acción del imperialismo y las rivalidades interburguesas impondrán la partición del país entre la India y Paquistán.
Nos interesa referirnos particularmente al proceso en China. En “Las revoluciones China e Indochina” (1967) Nahuel Moreno explica:
“En el año 1911, al caer el último emperador, se inicia en China la revolución burguesa. La podrida clase de los compradores [comerciantes dedicados a la importación de productos imperialistas] y la raquítica burguesía nacional van a ser incapaces de resolver las tareas históricas planteadas: la independencia nacional y la revolución agraria. Por el contrario, su impotencia se va a manifestar en un retroceso: China queda de hecho dividida en regiones controladas por señores de la guerra, que se apoyan en distintos imperialismos. Es así como la revolución de 1911, en lugar de solucionar los dos grandes problemas históricos planteados agrega otro más: conseguir la unidad nacional”.
Como resultado de esta revolución nace en 1912 en Cantón el Kuomingtang (Partido Nacionalista Chino), apoyado en la burguesía industrial de las regiones costeras y que forma un poderoso ejército intentando unificar el país.
La oleada revolucionaria mundial que llevó a los bolcheviques al poder en 1917 llega a China a mediados de los años veinte. En un proceso de ascenso revolucionario obrero en las ciudades y de rebeliones campesinas, surge el Partido Comunista Chino. En el año 1925, estalla la revolución obrera y campesina en todo el país. Stalin, que había ganado la conducción del Estado soviético y la III Internacional, ordena al PCCh entrar al Kuomingtang y someterse a las órdenes de su conducción, el general Chiang Kai Shek. Esto permite que la conducción burguesa aplaste el alzamiento obrero y campesino y prácticamente destruya al PCCh en las grandes ciudades.
En 1931, Japón ocupa militarmente Manchuria y avanza sobre las regiones costeras de China. Las tropas del Kuomingtang son derrotadas y retroceden al interior del país. Durante la ocupación japonesa (durará 18 años), el Kuomingtang, confinado al interior agrario, cambia su base social, convirtiéndose en el partido de los terratenientes chinos. Mientras tanto, se dan sucesivas oleadas de levantamientos campesinos que reclaman la tierra, buscan la expulsión de los japoneses y enfrentan, al mismo tiempo, al Kuomingtang, adoptando el método de la guerra de guerrillas.
El PCCh había sido reconstruido por una nueva dirección (Mao Zedong) y se había retirado a la región agraria de Jiangxi, donde logró ganar la dirección de la guerrilla campesina e incluso llega fundar allí una República Soviética. Pero fue derrotado por tropas del Koumingtang y debió escapar hacia el norte en 1934.
Diez años más tarde, el imperialismo japonés se vio fuertemente debilitado con su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Esto permitió que se reactivara el movimiento campesino y popular bajo la conducción del PCCh, que llega al triunfo, expulsa a los japoneses y derrota a las tropas del Kuomingtang en 1949. Es decir, hizo exactamente lo opuesto de lo que el estalinismo había ordenado en la revolución de 1925.
Este proceso revolucionario se extendió a la región de Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) y también a Corea donde, en los siguientes años, guerrillas campesinas y populares lideradas por los PCs se enfrentaron al imperialismo europeo y norteamericano. La culminación de este proceso fue la derrota y expulsión de las tropas estadounidenses de Vietnam, en 1975.
El nacionalismo burgués árabe e islámico
El inicio del nacionalismo árabe e islámico es el levantamiento de los pueblos de la región contra el imperio otomano en crisis, a comienzos del siglo xx. Proceso en el que intervienen las tropas y las empresas petroleras de Francia e Inglaterra fomentando la rebelión árabe en acuerdo con distintos reyes y jeques. Luego de la Primera Guerra Mundial, esto llevará al surgimiento de países árabes formalmente independientes, con fronteras y monarquías impuestas y sostenidas por las empresas petroleras imperialistas europeas. En algunos casos, como el de Egipto y Palestina, se mantendrá la presencia de tropas inglesas.
En la década de 1930, se produce un fuerte levantamiento en Palestina contra la presencia de las tropas británicas. Para aplastar la rebelión, Inglaterra se apoyará no solo en sus tropas sino en movimientos terroristas organizados por el sionismo que comenzaba a instalar sus colonias en este territorio. El “premio” para el movimiento sionista por este rol contrarrevolucionario va a ser la creación del Estado de Israel, en 1948 (con apoyo de los yanquis y de Stalin), en las tierras que los sionistas habían ayudado al imperialismo a robar a los palestinos.
La creación del Estado de Israel es el factor que despierta una nueva oleada de nacionalismo árabe, encabezado en este caso por militares como el egipcio Gamal Abdel Nasser, el sirio Hafez Assad y el iraquí Saddam Hussein. Aunque son derrotados en su intento de impedir la creación de Israel, cada uno de ellos logrará tomar el poder en su país, en la década de 1950, obligarán a la retirada de las tropas inglesas y francesas e impondrán regímenes que resisten al imperialismo (a la vez que establecen un férreo control sobre las masas). Este proceso tiene su punto más alto en el intento de fusión de Egipto y Siria en la República Árabe Unida (solo duraría tres años por disputas de intereses entre los sectores burgueses de ambos países).
Todos estos regímenes sufrieron duras derrotas militares a manos de Israel, sostenido por el imperialismo yanqui con fondos multimillonarios, armas y la propia intervención militar y diplomática del imperialismo.
La oleada del nacionalismo árabe se extendió a todos los países del Norte de África. Uno de los hitos fundamentales fue la revolución argelina que conquistó la independencia de Francia, en la década de 1960. En todos los casos, hay una fuerte ligazón de estos regímenes con la Unión Soviética que los apuntala con fondos, recursos humanos e incluso presencia de asesores militares.
Los países árabes promueven, en este período, la creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) bajo cuya cobertura se desarrolla el movimiento nacionalista guerrillero Al Fatah conducido por Yasser Arafat. Este ganará la conducción de la OLP, apoyado en los territorios de Cisjordania y Gaza, y en los campamentos de refugiados instalados en Jordania y Líbano. Desde allí, sostendrá una fuerte resistencia a Israel, bajo la bandera de la lucha por un Estado Palestino Laico, Democrático y No Racista en todo el territorio palestino.
En la década de 1960 el proceso dentro del mundo islámico se extiende a Irán. El primer ministro Mossadegh logra desplazar a los sectores aliados a Estados Unidos e Inglaterra, e impone la nacionalización del petróleo. Será derrocado por un golpe de estado organizado por la CIA que repone en el poder al Sha Reza Pahlevi.
África: el nacionalismo negro
La transformación de las colonias africanas de las potencias europeas en países formalmente independientes comienza con la Segunda Guerra Mundial. Entre 1945 y 1965 aproximadamente, se liberan casi todas las colonias inglesas, francesas y belgas, que se transforman en “repúblicas negras”.
En la década siguiente, Sudáfrica y Rhodesia (actualmente Zimbabue) se transforman en Estados dominados por poderosas burguesías blancas nativas. El imperialismo yanqui y europeo rápidamente pasa a dominar las economías de todos estos países como semi-colonias. En la década de 1970, se liberan las colonias portuguesas (Angola y Mozambique); en Etiopía, un golpe militar de “izquierda” derroca al emperador Haile Selaisse, y Rodesia se transforma en “república negra”. En la década de 1990, en Sudáfrica se acaba el “apartheid”.
Una de las claves de que el imperialismo pudiera dominar estos países como semi-colonias son los continuos enfrentamientos entre las distintas etnias o tribus. En el trabajo “La revolución negra”, publicado en 1987, decíamos:
Por este mismo motivo, de que se mantienen dentro de los límites de la sociedad capitalista, tampoco pueden estas direcciones dar respuesta al problema de las etnias. Algunos dirigentes, como Patricio Lumumba del Congo, lanzan la consigna de gobierno de unidad de todas las tribus del país (Congo), política totalmente correcta. Pero fueron incapaces de concretar esta tarea. Siguieron prevaleciendo las rivalidades intertribales alentadas por el imperialismo. El control de los monopolios sobre los principales recursos económicos del país es lo que mantiene a las masas en la miseria y, al mismo tiempo, es lo que le da al imperialismo su poder. Es lo que permite otorgar privilegios a algunas tribus o jefes a cambio de que luchen de su lado contra las fuerzas y los gobiernos antiimperialistas.
Un giro pro-imperialista
En un trabajo de 2004 (“Pasado y presente del nacionalismo burgués”), Alejandro Iturbe dice:
En la última parte del siglo XX se combinaron una serie de cambios que marcaron el fin de la época más propicia para estos movimientos nacionalistas burgueses. En primer lugar, ya desde finales de la II Guerra Mundial, el imperialismo yanqui había adquirido un peso hegemónico a nivel mundial y avanzaba especialmente en Latinoamérica (a la que siempre consideró su “patio trasero”). En segundo lugar, en la ´década de 1970 se produce el fin del llamado ‘boom económico de posguerra’ y el imperialismo yanqui comienza una política de recolonización, incluyendo la liquidación en los países atrasados de las estructuras estatales económicas creadas por los movimientos nacionalistas burgueses en las décadas anteriores. En otras palabras, se redujeron al mínimo los márgenes políticos y económicos para un juego relativamente autónomo de las burguesías nacionales. Es lo que explica que, ya en 1973, el peronismo estuviese totalmente integrado al régimen democrático burgués normal y que la vuelta de Perón al gobierno tuviese como objetivo frenar el ascenso obrero y popular que vivía la Argentina en esos años. Ni él ni su movimiento tenían ninguna posibilidad de repetir la experiencia de posguerra. En otras palabras, comenzaba a definirse su carácter contradictorio de la etapa anterior: ahora pasaba a ser coherentemente reaccionario. Ese marco se profundizó aún más en los ochenta y noventa. Los viejos movimientos nacionalistas burgueses no solo se integraban al régimen sino que la mayoría pasaban a ser los agentes directos de la colonización imperialista. Allí está el ejemplo de Menem en Argentina o de Paz Estenssoro en Bolivia, privatizando empresas estatales y liquidando la gran mayoría de las conquistas otorgadas en la etapa anterior.
Uno de los giros pro-imperialistas más espectacular de estas direcciones se vio en Medio Oriente cuando el gobierno egipcio de Anwar Sadat en 1975 firmó un acuerdo de paz y reconocimiento de Israel. En pocos años, los demás gobiernos de la región giraron en el mismo sentido. Hasta la conducción de la OLP de Yasser Arafat, a comienzos de los ochenta, firma un acuerdo de paz con Israel y abandona la consigna de Palestina Laica, Democrática y no Racista en todo el territorio y se pasa a la llamada salida de los “dos estados”.
Un caso especial: la revolución iraní
En 1979, estalla la revolución en Irán contra el régimen totalitario pro-imperialista del sha (rey) de Irán. Ante la falta de una dirección revolucionaria de la clase trabajadora, los clérigos islámicos de la rama chiita dirigidos por el Ayatola Ruholla Komeini, apoyados en sectores burgueses comerciales perjudicados por el régimen, ganan la conducción del proceso y logran tomar el poder.
Rápidamente, imponen un régimen dictatorial (basado en su interpretación de las leyes religiosas del Corán) que controla férreamente a los trabajadores y las masas populares. Al mismo tiempo, se enfrentan con el imperialismo, estatizan los yacimientos, las refinerías petroleras y las demás empresas extranjeras. El imperialismo responde impulsando un sanguinario y prolongado ataque militar desde Irak, bajo el gobierno de Saddam Hussein, en esos momentos reconvertido en agente directo de la política estadounidense.
La política exterior de los ayatolas será una expresión del carácter contradictorio del régimen iraní: por un lado, brutalmente anti-obrero. Por el otro, enfrentado con el imperialismo. A caballo del gran entusiasmo generado en las masas populares de todo el mundo islámico por el triunfo revolucionario contra el sha, lograrán impulsar organizaciones adeptas en varios países.
El rol más destacado es el movimiento guerrillero Hezbollah, en Líbano. En 1982, Israel invade ese país y comete un genocidio contra dos campamentos de refugiados palestinos. Hezbollah organiza la resistencia a los ocupantes sionistas a través de una red de mezquitas. Desde allí, se orquesta una campaña masiva de ataques guerrilleros contra las tropas israelíes. En 1985, las tropas sionistas deben retirarse derrotadas de este país. En Líbano, en 2005, una nueva invasión israelí es claramente derrotada militarmente, con un rol muy destacado de Hezbollah.
A finales de la década de 1980, se produce el levantamiento palestino conocido como Primera Intifada, en los territorios de Cisjordania y Gaza. En Gaza, las consecuencias de este levantamiento y la traición de la dirección de Al Fatah llevan al liderazgo a un nuevo movimiento islámico (Hamas) que, pocos años más tarde, logrará gobernar ese territorio y resistir exitosamente sucesivos ataques militares de Israel.
Ante el abandono por parte de Al Fatah y la OLP de la lucha por la destrucción de Israel (hoy gobiernan Cisjordania sobre la base de los acuerdos de Oslo con el sionismo y el imperialismo), Hezbollah y Hamas aparecen como la alternativa de lucha para los palestinos y, en particular, la juventud. Con la particularidad de que, en lugar de proponer un Estado Palestino Laico, Democrático y no Racista, proponen un estado teocrático, basado en el Corán, que tendría como modelo el régimen de los ayatolas en Irán.
Esta oleada del islamismo teocrático como alternativa a los regímenes existentes en la región llega hasta hoy con expresiones diferentes a las de los ayatolas iraníes e incluso enfrentadas con ellos, como el breve gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto o el actual gobierno turco. Pero, a diferencia del régimen de los ayatolas en sus orígenes, estos gobiernos, además de las medidas represivas contra el movimiento obrero y los sectores populares, y la fuerte opresión a las mujeres, tienen estrechos lazos con el imperialismo. Es decir, son desde sus inicios variantes del bonapartismo sui generis de derecha.
Acosado por el boicot económico de las potencias y el creciente descontento de los trabajadores y el pueblo, el propio gobierno iraní ha claudicado al imperialismo, como mostró su colaboración durante la ocupación en Irak y el reciente acuerdo que le impide avanzar en su programa nuclear.
Al mismo tiempo, junto con Rusia y China, forma parte de los países que sostienen la sanguinaria dictadura de los Assad contra la revolución en Siria (con el soporte militar de Hezbollah) y son parte de las negociaciones para buscar una salida contrarrevolucionaria en este país. El régimen de los ayatolas completó así el ciclo inevitable de los movimientos nacionalistas burgueses de todo el mundo que, al no expropiar a los capitalistas, terminaron en brazos del imperialismo.
Frente a la revolución, las burguesías latinoamericanas recurren a la máscara descascarada del nacionalismo burgués
A comienzos del siglo XXI se dieron importantes levantamientos obreros y populares en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina contra gobiernos que eran abiertamente agentes del imperialismo. Para desviar ese proceso revolucionario continental, las burguesías de la mayoría de los países del continente se inclinaron por sostener gobiernos encabezados por las antiguas fuerzas populistas o nuevas figuras. En Brasil, la burguesía apoyó la llegada al poder de Lula y el PT como “medida preventiva”.
Durante algunos años, gozaron de los beneficios del “viento de cola” que representó la demanda de materias primas y la suba de sus precios en el mercado mundial. Sin embargo, mantuvieron invariablemente los recursos naturales y las principales palancas de la economía de sus países en manos de las multinacionales y los banqueros internacionales y fueron pagadores puntuales de sus deudas externas.
Con el agravamiento de la crisis mundial y la desaceleración de la economía china, el imperialismo comenzó a exigir a estos mismos gobiernos que aplicaran medidas de ajuste cada vez más duras y eliminaran las concesiones a las masas, para salvar las ganancias de las multinacionales y los banqueros. Se acabó el breve período de “vacas gordas”.
Con ello, se puso al desnudo hasta qué punto el chavismo, el kirchnerismo y los demás movimientos mantuvieron intactas las bases económicas capitalistas de sus países sometidos al imperialismo. Por eso mismo, hoy no tienen otra alternativa que aplicar las políticas de ajuste y represión que dicta el imperialismo. Con ello se demuestra, una vez más, la incapacidad del nacionalismo burgués de conquistar y sostener la independencia del imperialismo de los países que gobiernan.
[1] http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/america_latina/america_latina_entre_crisis_30_y_populismos.php)
Por Gabriel Massa
En ese cuadro variado entran, entre otros, los demás gobiernos “bolivarianos” latinoamericanos (Evo y el MAS, en Bolivia; Correa en el Ecuador); el kirchnerismo argentino, como el más reciente eslabón de la decadencia peronista; el no menos corrupto y acorralado PT de Dilma Rousseff y Lula, en el Brasil (aunque en este caso se trata de un gobierno de frente popular, es decir, de unidad entre un partido obrero, el PT, y representantes de la burguesía); en el mundo islámico, los ayatolas iraníes; y la dictadura laica de los Assad en Siria. A casi todos ellos, en el marco de la crisis mundial que no deja de profundizarse, les va igual de mal o peor que a Maduro.
En los países de Medio Oriente, este proceso se ve cruzado por los grandes levantamientos populares que se han dado a partir de la derrota y retirada militar del imperialismo de Irak, incluyendo los procesos insurreccionales que hemos visto en Egipto y Túnez y las guerras civiles en Libia, Siria y Yemen. En todos los casos, esos levantamientos han enfrentado gobiernos como los de Mubarak, Assad, Kadafi y otros que se decían herederos del viejo nacionalismo árabe, pero que hacía décadas se habían reconvertido en agentes (más o menos directos) del imperialismo.
Los cambios en el nacionalismo burgués a lo largo de la época imperialista
Lo que sigue no intenta ser, ni mucho menos, una historia general del nacionalismo burgués, sino el aporte de algunas ideas y ejemplos acerca de los cambios que se fueron produciendo a lo largo de la época imperialista y que fueron transformando este fenómeno.
El proceso de disputa de la hegemonía mundial y los mercados por las potencias imperialistas, a partir de la década de 1880, culminará en el siglo xx con la Primera y Segunda Guerras Mundiales. En el marco de esta disputa sangrienta de la hegemonía imperialista, en el lapso de alrededor de 40 años se produce el proceso revolucionario mundial que dará nacimiento a la Unión Soviética, hacia el fin de la Primera Guerra Mundial, y luego a 15 estados obreros más, incluyendo a China, luego de la Segunda Guerra Mundial. Junto con ello logran la independencia formal 70 colonias.
Como parte de la crisis provocada por la disputa de las hegemonías por las potencias capitalistas y este proceso revolucionario mundial contra el imperialismo capitalista, en las colonias y países semicoloniales dominados por Europa, Japón y el imperio otomano, se producen grandes movimientos por la independencia. Como resultado de ello, “hoy casi no queda ninguna colonia, porque los pueblos de setenta países conquistaron su independencia política. De estos triunfos revolucionarios anticolonialistas surgieron cuarenta y tres nuevas naciones en África, trece en el Caribe y muchas más en Asia”, como decía el “Manifiesto de la LIT-CI”, en 1985.
La revolución en el antiguo imperio zarista ruso canalizará por la vía de la constitución de la URSS el impulso antiimperialista de las colonias europeas y asiáticas del zar. Aunque el Estado soviético burocratizado bajo Stalin y sus sucesores volvería a imponer un yugo a esas nacionalidades oprimidas. Pero bajo el manto de la independencia formal de los nuevos países, el imperialismo mantendrá su dominio a través del control de los principales recursos naturales y las palancas centrales de sus economías, y por medio de pactos diplomáticos, militares y económicos. Es frente a ese sometimiento que sectores capitalistas nativos dan nacimiento a movimientos y gobiernos que, bajo la bandera del “nacionalismo”, buscan ganar espacio para las burguesías locales. Veamos algunos ejemplos significativos.
América Latina
El crack financiero mundial de 1929 y la crisis que se extiende a lo largo de la década de 1930 inauguran un nuevo período para América Latina. El historiador Felipe Piña, en un artículo titulado “América Latina entre la Crisis del 30 y los populismos” aporta algunas descripciones acertadas:
La crisis mundial iniciada en 1929 golpeó duramente a las economías latinoamericanas. Gran Bretaña y los EEUU transfirieron los efectos de la crisis a los países que se encontraban bajo su influencia, bajando los precios de las materias primas, repatriando inversiones y colocando trabas a las exportaciones latinoamericanas. Las consecuencias de estas políticas fueron el desempleo y la miseria. Ante la falta de divisas comenzó a desarrollarse la industria liviana, para reemplazar las importaciones que ya no podían adquirirse. El Estado, controlado por las elites conservadoras, intervino en la economía y subvencionó las actividades de los sectores dominantes. Esta intervención no se dio en el terreno social, donde las mayorías populares quedaron libradas a su suerte. La baja de los precios agropecuarios llevó a la ruina a millones de campesinos que comenzaron a migrar hacia las ciudades en busca de trabajo en las nuevas industrias. Este proceso provocó grandes cambios en la composición del movimiento obrero latinoamericano durante toda la década del ’30.[1]
Esto se da simultáneamente con el debilitamiento y la retirada del imperialismo británico y una disputa de la región entre la Alemania nazi y Estados Unidos. En los años treinta, surgen gobiernos como el de Lázaro Cárdenas en México, y en los cuarenta el de Juan Domingo Perón en Argentina, que tienen fuertes roces con las antiguas oligarquías y los partidos que las representan, y se apoyan en las nuevas masas de campesinos reconvertidos en obreros industriales, generando nuevas corrientes populistas y organizaciones sindicales fuertemente controladas por el Estado burgués.
En algunos de estos gobiernos y corrientes, en particular en el régimen militar del que surgió Perón, fueron evidentes los intentos de sectores burgueses por utilizar el enfrentamiento del fascismo italiano y el nazismo alemán con las potencias “democráticas” para resistir la entrada del imperialismo yanqui.
En 1952, se produce en Bolivia una gran revolución obrera contra los “barones del estaño”. Nace la Central Obrera Boliviana (COB), con eje en los trabajadores mineros, fuertemente influidos por el trotskismo. Pero el gobierno queda en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), liderado por Víctor Paz Estenssoro, que impone al frente de la COB a un dirigente afín al MNR (Juan Lechín) e impide que el movimiento avance hasta la expropiación general de la burguesía y la imposición de un nuevo Estado obrero.
Todos estos gobiernos tienen las características y siguen los caminos que señalamos en el recuadro titulado “Condiciones especiales de poder estatal” sobre el “bonapartismo sui generis de izquierda”. Más tarde, serán desplazados del poder por las fuerzas burguesas pro-imperialistas a las que no habían expropiado y que nunca combatieron consecuentemente. Pero, de estas corrientes nacionalistas quedará una tradición de resistencia al imperialismo, de importantes conquistas sociales para las masas y organizaciones sindicales poderosas fuertemente atadas al Estado burgués que aún perduran (con fuertes crisis y transformaciones) hasta el día de hoy, dominadas, como siempre, por burocracias corruptas y traidoras.
Asia
Hay tres procesos dominantes en Asia continental que corresponden a los tres países más grandes y poblados: las nacionalidades oprimidas por Rusia, China y la India.
En la India, luego de siglos de dominación de las potencias europeas, la Segunda Guerra Mundial, con la retirada del imperialismo británico, permitirá llegar al poder al Partido del Congreso liderado por Mahatma Gandhi. Pero la acción del imperialismo y las rivalidades interburguesas impondrán la partición del país entre la India y Paquistán.
Nos interesa referirnos particularmente al proceso en China. En “Las revoluciones China e Indochina” (1967) Nahuel Moreno explica:
“En el año 1911, al caer el último emperador, se inicia en China la revolución burguesa. La podrida clase de los compradores [comerciantes dedicados a la importación de productos imperialistas] y la raquítica burguesía nacional van a ser incapaces de resolver las tareas históricas planteadas: la independencia nacional y la revolución agraria. Por el contrario, su impotencia se va a manifestar en un retroceso: China queda de hecho dividida en regiones controladas por señores de la guerra, que se apoyan en distintos imperialismos. Es así como la revolución de 1911, en lugar de solucionar los dos grandes problemas históricos planteados agrega otro más: conseguir la unidad nacional”.
Como resultado de esta revolución nace en 1912 en Cantón el Kuomingtang (Partido Nacionalista Chino), apoyado en la burguesía industrial de las regiones costeras y que forma un poderoso ejército intentando unificar el país.
La oleada revolucionaria mundial que llevó a los bolcheviques al poder en 1917 llega a China a mediados de los años veinte. En un proceso de ascenso revolucionario obrero en las ciudades y de rebeliones campesinas, surge el Partido Comunista Chino. En el año 1925, estalla la revolución obrera y campesina en todo el país. Stalin, que había ganado la conducción del Estado soviético y la III Internacional, ordena al PCCh entrar al Kuomingtang y someterse a las órdenes de su conducción, el general Chiang Kai Shek. Esto permite que la conducción burguesa aplaste el alzamiento obrero y campesino y prácticamente destruya al PCCh en las grandes ciudades.
En 1931, Japón ocupa militarmente Manchuria y avanza sobre las regiones costeras de China. Las tropas del Kuomingtang son derrotadas y retroceden al interior del país. Durante la ocupación japonesa (durará 18 años), el Kuomingtang, confinado al interior agrario, cambia su base social, convirtiéndose en el partido de los terratenientes chinos. Mientras tanto, se dan sucesivas oleadas de levantamientos campesinos que reclaman la tierra, buscan la expulsión de los japoneses y enfrentan, al mismo tiempo, al Kuomingtang, adoptando el método de la guerra de guerrillas.
El PCCh había sido reconstruido por una nueva dirección (Mao Zedong) y se había retirado a la región agraria de Jiangxi, donde logró ganar la dirección de la guerrilla campesina e incluso llega fundar allí una República Soviética. Pero fue derrotado por tropas del Koumingtang y debió escapar hacia el norte en 1934.
Diez años más tarde, el imperialismo japonés se vio fuertemente debilitado con su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Esto permitió que se reactivara el movimiento campesino y popular bajo la conducción del PCCh, que llega al triunfo, expulsa a los japoneses y derrota a las tropas del Kuomingtang en 1949. Es decir, hizo exactamente lo opuesto de lo que el estalinismo había ordenado en la revolución de 1925.
Este proceso revolucionario se extendió a la región de Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) y también a Corea donde, en los siguientes años, guerrillas campesinas y populares lideradas por los PCs se enfrentaron al imperialismo europeo y norteamericano. La culminación de este proceso fue la derrota y expulsión de las tropas estadounidenses de Vietnam, en 1975.
El nacionalismo burgués árabe e islámico
El inicio del nacionalismo árabe e islámico es el levantamiento de los pueblos de la región contra el imperio otomano en crisis, a comienzos del siglo xx. Proceso en el que intervienen las tropas y las empresas petroleras de Francia e Inglaterra fomentando la rebelión árabe en acuerdo con distintos reyes y jeques. Luego de la Primera Guerra Mundial, esto llevará al surgimiento de países árabes formalmente independientes, con fronteras y monarquías impuestas y sostenidas por las empresas petroleras imperialistas europeas. En algunos casos, como el de Egipto y Palestina, se mantendrá la presencia de tropas inglesas.
En la década de 1930, se produce un fuerte levantamiento en Palestina contra la presencia de las tropas británicas. Para aplastar la rebelión, Inglaterra se apoyará no solo en sus tropas sino en movimientos terroristas organizados por el sionismo que comenzaba a instalar sus colonias en este territorio. El “premio” para el movimiento sionista por este rol contrarrevolucionario va a ser la creación del Estado de Israel, en 1948 (con apoyo de los yanquis y de Stalin), en las tierras que los sionistas habían ayudado al imperialismo a robar a los palestinos.
La creación del Estado de Israel es el factor que despierta una nueva oleada de nacionalismo árabe, encabezado en este caso por militares como el egipcio Gamal Abdel Nasser, el sirio Hafez Assad y el iraquí Saddam Hussein. Aunque son derrotados en su intento de impedir la creación de Israel, cada uno de ellos logrará tomar el poder en su país, en la década de 1950, obligarán a la retirada de las tropas inglesas y francesas e impondrán regímenes que resisten al imperialismo (a la vez que establecen un férreo control sobre las masas). Este proceso tiene su punto más alto en el intento de fusión de Egipto y Siria en la República Árabe Unida (solo duraría tres años por disputas de intereses entre los sectores burgueses de ambos países).
Todos estos regímenes sufrieron duras derrotas militares a manos de Israel, sostenido por el imperialismo yanqui con fondos multimillonarios, armas y la propia intervención militar y diplomática del imperialismo.
La oleada del nacionalismo árabe se extendió a todos los países del Norte de África. Uno de los hitos fundamentales fue la revolución argelina que conquistó la independencia de Francia, en la década de 1960. En todos los casos, hay una fuerte ligazón de estos regímenes con la Unión Soviética que los apuntala con fondos, recursos humanos e incluso presencia de asesores militares.
Los países árabes promueven, en este período, la creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) bajo cuya cobertura se desarrolla el movimiento nacionalista guerrillero Al Fatah conducido por Yasser Arafat. Este ganará la conducción de la OLP, apoyado en los territorios de Cisjordania y Gaza, y en los campamentos de refugiados instalados en Jordania y Líbano. Desde allí, sostendrá una fuerte resistencia a Israel, bajo la bandera de la lucha por un Estado Palestino Laico, Democrático y No Racista en todo el territorio palestino.
En la década de 1960 el proceso dentro del mundo islámico se extiende a Irán. El primer ministro Mossadegh logra desplazar a los sectores aliados a Estados Unidos e Inglaterra, e impone la nacionalización del petróleo. Será derrocado por un golpe de estado organizado por la CIA que repone en el poder al Sha Reza Pahlevi.
África: el nacionalismo negro
La transformación de las colonias africanas de las potencias europeas en países formalmente independientes comienza con la Segunda Guerra Mundial. Entre 1945 y 1965 aproximadamente, se liberan casi todas las colonias inglesas, francesas y belgas, que se transforman en “repúblicas negras”.
En la década siguiente, Sudáfrica y Rhodesia (actualmente Zimbabue) se transforman en Estados dominados por poderosas burguesías blancas nativas. El imperialismo yanqui y europeo rápidamente pasa a dominar las economías de todos estos países como semi-colonias. En la década de 1970, se liberan las colonias portuguesas (Angola y Mozambique); en Etiopía, un golpe militar de “izquierda” derroca al emperador Haile Selaisse, y Rodesia se transforma en “república negra”. En la década de 1990, en Sudáfrica se acaba el “apartheid”.
Una de las claves de que el imperialismo pudiera dominar estos países como semi-colonias son los continuos enfrentamientos entre las distintas etnias o tribus. En el trabajo “La revolución negra”, publicado en 1987, decíamos:
Por este mismo motivo, de que se mantienen dentro de los límites de la sociedad capitalista, tampoco pueden estas direcciones dar respuesta al problema de las etnias. Algunos dirigentes, como Patricio Lumumba del Congo, lanzan la consigna de gobierno de unidad de todas las tribus del país (Congo), política totalmente correcta. Pero fueron incapaces de concretar esta tarea. Siguieron prevaleciendo las rivalidades intertribales alentadas por el imperialismo. El control de los monopolios sobre los principales recursos económicos del país es lo que mantiene a las masas en la miseria y, al mismo tiempo, es lo que le da al imperialismo su poder. Es lo que permite otorgar privilegios a algunas tribus o jefes a cambio de que luchen de su lado contra las fuerzas y los gobiernos antiimperialistas.
Un giro pro-imperialista
En un trabajo de 2004 (“Pasado y presente del nacionalismo burgués”), Alejandro Iturbe dice:
En la última parte del siglo XX se combinaron una serie de cambios que marcaron el fin de la época más propicia para estos movimientos nacionalistas burgueses. En primer lugar, ya desde finales de la II Guerra Mundial, el imperialismo yanqui había adquirido un peso hegemónico a nivel mundial y avanzaba especialmente en Latinoamérica (a la que siempre consideró su “patio trasero”). En segundo lugar, en la ´década de 1970 se produce el fin del llamado ‘boom económico de posguerra’ y el imperialismo yanqui comienza una política de recolonización, incluyendo la liquidación en los países atrasados de las estructuras estatales económicas creadas por los movimientos nacionalistas burgueses en las décadas anteriores. En otras palabras, se redujeron al mínimo los márgenes políticos y económicos para un juego relativamente autónomo de las burguesías nacionales. Es lo que explica que, ya en 1973, el peronismo estuviese totalmente integrado al régimen democrático burgués normal y que la vuelta de Perón al gobierno tuviese como objetivo frenar el ascenso obrero y popular que vivía la Argentina en esos años. Ni él ni su movimiento tenían ninguna posibilidad de repetir la experiencia de posguerra. En otras palabras, comenzaba a definirse su carácter contradictorio de la etapa anterior: ahora pasaba a ser coherentemente reaccionario. Ese marco se profundizó aún más en los ochenta y noventa. Los viejos movimientos nacionalistas burgueses no solo se integraban al régimen sino que la mayoría pasaban a ser los agentes directos de la colonización imperialista. Allí está el ejemplo de Menem en Argentina o de Paz Estenssoro en Bolivia, privatizando empresas estatales y liquidando la gran mayoría de las conquistas otorgadas en la etapa anterior.
Uno de los giros pro-imperialistas más espectacular de estas direcciones se vio en Medio Oriente cuando el gobierno egipcio de Anwar Sadat en 1975 firmó un acuerdo de paz y reconocimiento de Israel. En pocos años, los demás gobiernos de la región giraron en el mismo sentido. Hasta la conducción de la OLP de Yasser Arafat, a comienzos de los ochenta, firma un acuerdo de paz con Israel y abandona la consigna de Palestina Laica, Democrática y no Racista en todo el territorio y se pasa a la llamada salida de los “dos estados”.
Un caso especial: la revolución iraní
En 1979, estalla la revolución en Irán contra el régimen totalitario pro-imperialista del sha (rey) de Irán. Ante la falta de una dirección revolucionaria de la clase trabajadora, los clérigos islámicos de la rama chiita dirigidos por el Ayatola Ruholla Komeini, apoyados en sectores burgueses comerciales perjudicados por el régimen, ganan la conducción del proceso y logran tomar el poder.
Rápidamente, imponen un régimen dictatorial (basado en su interpretación de las leyes religiosas del Corán) que controla férreamente a los trabajadores y las masas populares. Al mismo tiempo, se enfrentan con el imperialismo, estatizan los yacimientos, las refinerías petroleras y las demás empresas extranjeras. El imperialismo responde impulsando un sanguinario y prolongado ataque militar desde Irak, bajo el gobierno de Saddam Hussein, en esos momentos reconvertido en agente directo de la política estadounidense.
La política exterior de los ayatolas será una expresión del carácter contradictorio del régimen iraní: por un lado, brutalmente anti-obrero. Por el otro, enfrentado con el imperialismo. A caballo del gran entusiasmo generado en las masas populares de todo el mundo islámico por el triunfo revolucionario contra el sha, lograrán impulsar organizaciones adeptas en varios países.
El rol más destacado es el movimiento guerrillero Hezbollah, en Líbano. En 1982, Israel invade ese país y comete un genocidio contra dos campamentos de refugiados palestinos. Hezbollah organiza la resistencia a los ocupantes sionistas a través de una red de mezquitas. Desde allí, se orquesta una campaña masiva de ataques guerrilleros contra las tropas israelíes. En 1985, las tropas sionistas deben retirarse derrotadas de este país. En Líbano, en 2005, una nueva invasión israelí es claramente derrotada militarmente, con un rol muy destacado de Hezbollah.
A finales de la década de 1980, se produce el levantamiento palestino conocido como Primera Intifada, en los territorios de Cisjordania y Gaza. En Gaza, las consecuencias de este levantamiento y la traición de la dirección de Al Fatah llevan al liderazgo a un nuevo movimiento islámico (Hamas) que, pocos años más tarde, logrará gobernar ese territorio y resistir exitosamente sucesivos ataques militares de Israel.
Ante el abandono por parte de Al Fatah y la OLP de la lucha por la destrucción de Israel (hoy gobiernan Cisjordania sobre la base de los acuerdos de Oslo con el sionismo y el imperialismo), Hezbollah y Hamas aparecen como la alternativa de lucha para los palestinos y, en particular, la juventud. Con la particularidad de que, en lugar de proponer un Estado Palestino Laico, Democrático y no Racista, proponen un estado teocrático, basado en el Corán, que tendría como modelo el régimen de los ayatolas en Irán.
Esta oleada del islamismo teocrático como alternativa a los regímenes existentes en la región llega hasta hoy con expresiones diferentes a las de los ayatolas iraníes e incluso enfrentadas con ellos, como el breve gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto o el actual gobierno turco. Pero, a diferencia del régimen de los ayatolas en sus orígenes, estos gobiernos, además de las medidas represivas contra el movimiento obrero y los sectores populares, y la fuerte opresión a las mujeres, tienen estrechos lazos con el imperialismo. Es decir, son desde sus inicios variantes del bonapartismo sui generis de derecha.
Acosado por el boicot económico de las potencias y el creciente descontento de los trabajadores y el pueblo, el propio gobierno iraní ha claudicado al imperialismo, como mostró su colaboración durante la ocupación en Irak y el reciente acuerdo que le impide avanzar en su programa nuclear.
Al mismo tiempo, junto con Rusia y China, forma parte de los países que sostienen la sanguinaria dictadura de los Assad contra la revolución en Siria (con el soporte militar de Hezbollah) y son parte de las negociaciones para buscar una salida contrarrevolucionaria en este país. El régimen de los ayatolas completó así el ciclo inevitable de los movimientos nacionalistas burgueses de todo el mundo que, al no expropiar a los capitalistas, terminaron en brazos del imperialismo.
Frente a la revolución, las burguesías latinoamericanas recurren a la máscara descascarada del nacionalismo burgués
A comienzos del siglo XXI se dieron importantes levantamientos obreros y populares en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina contra gobiernos que eran abiertamente agentes del imperialismo. Para desviar ese proceso revolucionario continental, las burguesías de la mayoría de los países del continente se inclinaron por sostener gobiernos encabezados por las antiguas fuerzas populistas o nuevas figuras. En Brasil, la burguesía apoyó la llegada al poder de Lula y el PT como “medida preventiva”.
Durante algunos años, gozaron de los beneficios del “viento de cola” que representó la demanda de materias primas y la suba de sus precios en el mercado mundial. Sin embargo, mantuvieron invariablemente los recursos naturales y las principales palancas de la economía de sus países en manos de las multinacionales y los banqueros internacionales y fueron pagadores puntuales de sus deudas externas.
Con el agravamiento de la crisis mundial y la desaceleración de la economía china, el imperialismo comenzó a exigir a estos mismos gobiernos que aplicaran medidas de ajuste cada vez más duras y eliminaran las concesiones a las masas, para salvar las ganancias de las multinacionales y los banqueros. Se acabó el breve período de “vacas gordas”.
Con ello, se puso al desnudo hasta qué punto el chavismo, el kirchnerismo y los demás movimientos mantuvieron intactas las bases económicas capitalistas de sus países sometidos al imperialismo. Por eso mismo, hoy no tienen otra alternativa que aplicar las políticas de ajuste y represión que dicta el imperialismo. Con ello se demuestra, una vez más, la incapacidad del nacionalismo burgués de conquistar y sostener la independencia del imperialismo de los países que gobiernan.
[1] http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/america_latina/america_latina_entre_crisis_30_y_populismos.php)
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