Desde París
El enigma empieza a despejarse y el presidente francés, Emmanuel Macron, paga por ello. El hombre que ganó las elecciones presidenciales de abril y mayo pasados con un posicionamiento que los franceses llaman “nini”, ni de izquierda ni de derecha, y que algunos calificaron como “extremo centro”, ha sufrido una caída espectacular en los sondeos de opinión. 10 puntos menos entre junio y julio según la encuesta de la empresa Ifop: Macron pasó del 64% de satisfacción a un 54%. Su caída se debe esencialmente al amanecer de un desencanto por una acción gubernamental que está lejos del “nini”, que demuestra que es más de derecha que de centro y que hay una distancia abismal entre la realidad y las narrativas de cambios con el pasado que empujaron a Macron hacia la victoria. La sociedad empieza a ver que es más de lo mismo. Cinco de sus ministros tuvieron que presentar su renuncia en apenas un mes por estar implicados en turbias tramas de dinero, los impuestos aumentaron para las clases menos favorecidas, el Ejecutivo disminuyó el monto de ciertas ayudas sociales y se apresta a presentar una versión más dura de la reforma laboral ya aprobada durante el mandato del ex Presidente François Hollande. A ello se le suma el enfrentamiento que protagonizó Emmanuel Macron con el renunciante ex jefe del Estado Mayor, el general Pierre de Villiers, con quien Macron adoptó un perfil que coincide que las críticas más frecuentes que recibe: el autoritarismo. Si bien es cierto que el general criticó en términos vulgares la pérdida de más de 800 millones de euros en el presupuesto de Defensa, el Jefe del Estado planteó  la solución del diferendo con el general con la renuncia de éste como única alternativa.
Bono junto a la primera dama Brigitte Macron.
“¿Y si acaso el nuevo mundo político se pareciera furiosamente al antiguo?”, se pregunta el matutino Libération en uno de sus últimos editoriales. El advenimiento de una democracia esencialmente refrescada se ha quedado, por ahora, en sueños retóricos. El presidente está dejando la impresión de ser más un tecnócrata en la mejor tradición de la Unión Europea antes que el gestor de un centro humanista. La decisión del Ejecutivo de bajar en cinco euros mensuales la ayuda personalizada a la vivienda (APL) al mismo tiempo que se divide por dos el impuesto a las grandes fortunas (ISF) plasmó una línea gubernamental en total contradicción con las promesas de campaña. A ello, también, se ha sumado el tratamiento autoritario que el macronismo mantiene con la prensa. Luego de una serie de incidentes entre la presidencia, el Ejecutivo y los medios, unas 20 redacciones (AFP, BFM TV, Europe 1, l’Express, France 2, Libération, el noticiero del canal de M6,  Mediapart, Le Monde,  Le Nouvel Observateur, Le Point,  Premières Lignes Télévision,  Radio France, RFI, RTL, Télérama, la Vie, Dream Way Production, LaTeleLibre) denunciaron presiones constantes. El macronismo amenaza a los periodistas con juicios, llama a las redacciones, selecciona a los periodistas que acompañan al presidente, el cual, a su vez, se mantiene lo más lejos posible de los medios. Sólo otorgó una entrevista a 8 diarios europeos e incluso suprimió la habitual entrevista presidencial del 14 de julio, día de la fiesta nacional francesa. El macronismo, globalmente, se muestra empeñado en arrebatarle a la prensa su función verificadora. No lo hace a golpes de twitts mentirosos como el mandatario norteamericano Donald Trump, sino de una forma más construida y, desde luego, civilizada. Macron recurre también a la “comunicación directa” con los franceses a través de redes sociales al mismo tiempo que su partido, La República en marcha, busca montar su propia plataforma de producción para “difundir sus mensajes en el terreno”. Hay una intención asumida de sacar del medio a la prensa o, al menos, de disminuir y desacreditar su papel de auditor de la política.
Hasta ahora, la caída de 10 puntos ha sido constatada por una sola encuesta. Esta es, sin embargo, muy fuerte. Hay que remontar hasta 1995 (presidencia de Jacques Chirac) para encontrar un ejemplo tan bajo. Ni sus dos predecesores, el socialista François Hollande y el conservador Nicolas Sarkozy, habían dilapidado tantos puntos en tan poco tiempo. La “nueva era” de la democracia se despliega con muchos condimentos de la antigua. Los más necesitados pagan la cuenta de los déficits con medidas antisociales que amputan, otra vez, los beneficios de que gozaban. El sistema de jubilaciones parece dirigirse de nuevo hacia una reforma cuyo peso caerá sobre los de abajo. La verdadera relación se fuerzas se medirá recién a finales del verano europeo, en septiembre, cuando se inicie la discusión del nuevo capítulo de la reforma laboral. El macronismo se ilumina con puestas en escena internacionales muy bien montadas: visitas de Vladimir Putin y Donald Trump administradas con finesa de alta costura, encuentro ayer del presidente Macron con Bono, el líder del grupo U2, y mañana con la cantante Rihanna en el Elíseo. Los dos visitantes están implicados en la acción social a través de las ONGs que fundaron. Ello arroja sobre Macron una resplandor internacional cuyo andamiaje nada tiene de nuevo. Las fotos y las imágenes televisivas de esas secuencias llenan las páginas de las redes y de los medios. No parecen bastar para llenar el corazón de la Francia que sigue esperando el mundo nuevo que le prometieron.
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