Desde París
La izquierda socialista murió por el centro derecha y busca resucitar por la izquierda. Hundido en el remolino imparable de las derrotas, el Partido Socialista se deshace mientras mira su pasado con resignación. La imagen quedará en el álbum de los recuerdos de toda una generación como el testimonio de la última alegría colectiva que el Partido Socialista ofreció a sus simpatizantes:en mayo de 2012, decenas de miles de personas acudían, a través del Boulevard Saint Germain, hacia la sede del PS francés, en la Rue Solferino, para festejar la victoria de François Hollande en las elecciones presidenciales. Habían transcurrido 24 años desde la última vez que un socialista –François Mitterrand– había conquistado el palacio presidencial. Hoy, la sede de la Rue Solferino es un lugar vacío, un mausoleo, un barco triste, anclado en la derrota, sin capitanes ni rumbo. La batalla de egos, las pugnas internas, los antagonismos entre la izquierda del PS y los social liberales, la confusa presidencia de François Hollande, los arrebatos destructores de quien fue uno de sus últimos jefes de Gabinete, Manuel Valls, el surgimiento del actual presidente, Emmanuel Macron, y el humillante resultado obtenido en las presidenciales de 2017 (6,3%) terminaron de devastar el viejo partido de Jean Jaurés. Sus líderes o figuras influyentes se unieron al partido de Macron o, como ahora, abandonan el PS luego de haber hecho sus carreras políticas en el seno de un partido que se muere cuando, en realidad, sus ideas siguen vigentes. El cuadro actual es apocalíptico: Manuel Valls, finalista de las primarias, abandonó el PS hace una semana para sumarse al grupo parlamentario del Presidente, La República en Marcha. Benoît Hamon, el representante del ala izquierda que había derrotado a Valls en las primarias y fue electo candidato presidencial de 2017, hizo lo mismo este sábado primero de julio.
Los dos protagonistas de la fractura socialista, Valls y Hamon, por diferentes motivos, se van de la formación que los vio crecer. Sólo uno de ellos consiguió su propósito: Manuel Valls sepultó al PS. Durante sus tres años como Primer Ministro de Hollande, Valls encarnó el taladro que, con una constancia autoritaria, destruyó los fundamentos de cierta izquierda socialista. El ex Primer Ministro teorizó la desaparición de la izquierda y el “fin de siclo” del socialismo. Luego, cuando perdió las primarias, no respetó los compromisos formales y en vez de respaldar la candidatura de Benoît Hamon se arrojó sobre él para aniquilarlo y terminó optando públicamente por dar su voto a Emmanuel Macron. El pasado 27 de junio, luego de que la perdida dirigencia del PS decidiera no aportar su voto de confianza el gobierno de Macron el próximo 4 de julio, Valls hizo pública su decisión: “dejo al Partido Socialista, o el Partido Socialista me deja a mí. No estaré en un grupo donde persisten las ambigüedades, donde no se votará la confianza al gobierno. Yo sí la votaré”, dijo Valls. Ese gesto acabó por consumar un divorcio, o lo que muchos vieron como la “traición” final de Valls. En un documental recientemente difundido por la televisión francesa sobre el impensable ascenso de Emmanuel Macron, el hoy presidente y ex Ministro de Finanzas en el gobierno de Valls dice en un momento: “el verdadero traidor en esta historia es Manuel Valls”.
El salto al vacío del PS ha sido un suicidio inédito. En 2012, tenía todos los poderes: la presidencia de la República, el Senado, la mayoría en la Asamblea, la casi totalidad de las regiones, las grandes ciudades y el capital simbólico de las esperanzas de transformación. No le quedan más que unas migajas. La historia de estos tres últimos años ha sido como una pieza de teatro transmitida en directo en donde los personajes fueron derribando la casa paterna. El retiro de Valls no es una sorpresa, como tampoco el del mismo Hamon. Las corrientes del PS buscan afanosamente reconstruir un movimiento a partir de la izquierda. “He pasado 30 extensos y felices años en el Partido Socialista. He querido a este partido, lo he querido apasionadamente. Hoy, dejo este partido pero no abandono al socialismo y a los socialistas”, dijo Benoît Hamon. Al mismo tiempo que se va, el ex candidato presidencial decidió crear el movimiento Primero de Julio con el objetivo de “ir más allá del PS” y “reconstruir a la izquierda”. Todo la estrategia está con el timón hacia la izquierda. Con un PS que ha funcionado como un coctel imposible compuesto por tendencias incapaces de elaborar la famosa “síntesis” entre socialdemocracia de corte europeo y socialismo romántico, el camino de la reconstrucción pasa por la izquierda y sólo por allí. Uno de los colaboradores de Benoît Hamon, Guillaume Balas, evocó incluso una izquierda de “transformación real”, una suerte de “nuevo gramscismo” capaz de llevar “a cabo un combate ideológico y cultural”. Ciertas terminologías que habían pura y llanamente desaparecido del vocabulario de esta izquierda francesa vuelven ahora como palabras claves. Según dijo el mismo Balas, “es preciso redefinir la cuestión democrática, recuperar la critica al capitalismo y a sus efectos que crean desigualdades”. De los escombros de las hondas traiciones, de la trituradora de las estrepitosas derrotas en las presidenciales y las legislativas, los sobrevivientes del PS buscan la salvación por el mismo camino que transitó con éxito el movimiento de Jean-Luc Mélenchon, Francia Insumisa:la izquierda. Lo perdieron todo por el centro derecha y se abocan ahora a la reconquista de lo que Hamon llamó “la mayoría social” que vive bajo el “yugo de una minoría social”. Todo vuelve a ser posible. El mar político está demasiado revuelto como para calcular cuántas posibilidades de éxito tienen estas iniciativas de renacimiento. Se derrumbó el edificio que contenía las ideas, pero las ideas conservan todo su poder de atracción: no perdieron ni su interés, ni su pertinencia, ni sus simpatizantes. Sólo falta alguien que las represente honestamente.
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