Por Diego Castañeda
Continuando con la intención de traer al
debate público algunos de los temas a discusión que se propiciaron en el
congreso mundial de la Organización Internacional de Economía, uno de
los temas que estuvo presente en diferentes ponencias, paneles y
conversaciones fue la desindustrialización de gran parte del mundo y sus
efectos en la economía de dichos países.
Es probable que el término
desindustrializar lo escucharan en más de una ocasión en el contexto de
las elecciones de Estados Unidos, en el Brexit y en diversos países
desarrollados. También es probable que escucharan como culpable de este
fenómeno a China y otros países del sureste asiático. Sin embargo, algo
que es quizá menos conocido en la opinión pública es que la pérdida de
sectores industriales (fábricas, procesos de manufactura, etc) no es un
fenómeno exclusivo de los países desarrollados, los países en vías de desarrollo, como lo es México, también están entrando al mismo proceso de forma inusualmente prematura.
La experiencia histórica y la
teoría económica nos han enseñado que los países alcanzan niveles más
altos de desarrollo conforme éstos transitan de ser economías agrícolas a
economías industriales. Este fenómeno es lo que ocurrió en el
mundo desde la revolución industrial en algún punto del siglo XVIII y
hasta hace algunas décadas, a finales del siglo XX. Dentro de la
economía, el pensamiento tradicional es que los países que desean ser
ricos deben experimentar este tipo de transformación.
Este tipo de transformación es algo
parecido a lo que observamos cuando jugamos Age of Empires, iniciamos
como un Estado-nación fundamentalmente agrícola, luego vamos pasando por
distintas etapas en las que nuestra población crece y nuestros recursos
aumentan y tenemos más tecnología, como trebuchets, luego seguimos mejorando nuestra civilización hasta que llegamos al punto donde tenemos más industria.
A diferencia de lo que vemos en Age of
Empires, en el mundo real este proceso de desarrollo no necesariamente
requiere que siempre continuemos industrializándonos; otros sectores, como el de servicios, pueden ser motores de crecimiento y generación de valor agregado y empleo.
Eso es lo que se ha observado en el mundo durante los últimos años,
conforme las economías avanzadas cada vez dependen más del sector
servicio y las manufacturas, por una mezcla entre globalización y avance
tecnológico (sobre todo tecnologías de la información), han hecho que
las industrias se muevan a otros países.
Todo lo anterior es algo bien estudiado
en la literatura económica y no está muy sujeto a debate. Sin embargo,
la parte algo sorpresiva es que esta tendencia a la desindustrialización
no se ha limitado sólo ha países ya industrializados como la lógica nos
haría pensar. El proceso también está ocurriendo en países que
nunca han terminado de industrializarse, como México y el resto de
América Latina.
Fuente: Elaboración propia con datos del Banco Mundial.
Como podemos observar en la gráfica de
arriba, México y en general América Latina lograron su nivel máximo de
industrialización alrededor de 1987 (cuando era casi 38 por ciento del
PIB del país). Desde esas fechas hasta ahora la producción industrial
como proporción del tamaño de la economía ha disminuido. México, a
pesar de su “rotundo éxito” con el TLCAN y ser una potencia
exportadora, tiene menos industria manufacturera que siete años antes de
la entrada en vigor del TLCAN. De forma más alarmante aún, a lo
largo de los últimos 5 o 6 años hemos observado que la producción
industrial cae todavía más: México se des-industrializa de forma prematura.
Para muchos este fenómeno seguramente
producirá de forma inmediata la conclusión de que es porque China
produce todo; sin embargo, los datos también muestran que la producción
industrial China ha estado cayendo. Algunos
de los lectores más astutos de esta columna señalarán que quizá el
fenómeno se explica porque los otros sectores de la economía se están
expandiendo más rápido y el PIB crece más rápido y, por lo tanto, el
porcentaje de las manufacturas disminuye (un mero efecto aritmético); no
obstante, lo que hemos observado es que el crecimiento económico en muchas de estas economías ha sido más lento por lo que no se puede explicar del todo el fenómeno.
Fuente: Elaboración propia con datos del Banco Mundial.
Algunas de las discusiones importantes de la Comic-Con
de la economía la semana pasada se centraron en partes de este fenómeno
que parece ser generalizado (o secular, en el argot económico) para
todo el mundo. La relevancia del tema radica en que es un cambio estructural en la economía global.
Es un cambio que parece obedecer en cierta forma al cambio tecnológico
por el surgimiento de la “manufactura aditiva” –por ejemplo, la
impresión en 3D que ha hecho que muchos de los procesos que antes
requerían mucha maquinaria o se hacían en distintas fabricas ahora se
puedan hacer en lugares pequeños, con menos materiales, menos maquinaria
y menos personas. Otra parte del fenómeno se debe a la mayor
facilidad que tienen las empresas para moverse a países donde tengan
alguna ventaja, como menores costos.
Para países como nosotros esta
discusión es relevante porque somos un país que aún está desarrollándose
y que parece ya no puede depender de las estrategias que otros países
usaron para desarrollarse. Además, estamos por entrar justo a una
renegociación comercial con nuestro principal socio que enfrenta el
mismo problema y sus consecuencias sociales (desempleo, malestar social,
menores ingresos, etc) y estamos entrando bajo la presunción (no
totalmente cierta) de que somos una potencia manufacturera, cuando en realidad estamos perdiendo industrias.
No existe una respuesta definitiva a este
fenómeno y sus causas (ni mucho menos a sus efectos), pero discutirlo
al menos nos obliga a pensar en ideas que están fuera de lo que se
discute de forma convencional. Conforme pase el tiempo estos fenómenos
se verán más y sentirán más presentes y por esa razón es valioso
discutirlos desde el presente.
***
Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda
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