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La feroz masacre contra los judíos en la Semana Trágica
Por Alfredo Serra 22 de julio de 2017 Especial para Infobae
Según la historia oficial, la Semana Trágica (Buenos Aires, enero de
1919, primer gobierno de Hipólito Yrigoyen) fue una represión contra los
obreros de la fábrica metalúrgica Talleres Vasena con el objetivo de
talar de cuajo un presunto movimiento extremista de comunistas y
anarquistas llegado desde Europa "y atentar contra el estilo de vida
argentina": lugar común que en el futuro serviría para justificar otros
crímenes y vandalismos.
El mismo terror y la misma torpeza que, en la década 1919-1929, y
también en los años 50, agitó a las buenas –e ingenuas–almas
norteamericanas, que creyeron ver destruida su democracia por "el gran
espantajo rojo", como bautizó al comunismo, irónicamente, el periodista
Lewis Frederick Allen en su libro "Only Yesterday".
Sin embargo, ese episodio, investigado y publicado hasta la saciedad, ocultó
deliberadamente la barbarie desatada contra la comunidad judía,
camuflada durante las batallas campales de la policía y el ejército
contra los huelguistas. Ni siquiera el periodismo y sus
constantes prédicas a favor de la libertad, la democracia y el
pluralismo se levantó contra el salvaje pogrom.
Fueron necesarios casi treinta años de silencio hipócrita antes de que
un judío, Pablo Fishman, entregara una tarde de agosto en la fundación
socialista Juan B. Justo su trabajo "El grito olvidado": la
documentación clave de la barbarie lanzada en los barrios Once y Villa
Crespo.
En ese largo y revelador informe figura, entre muchos testimonios, un
memorándum del embajador francés a su cancillería, que dice: "La policía masacró de una manera salvaje a todo lo que era o pasaba por ruso".
Salvedad importante: entonces y hasta hoy, en la Argentina, ruso y
judío son la misma cosa. Ridículo error que ignora la bestial
persecución sufrida por los judíos en la Madre Rusia.
Pero no es todo. El embajador francés escribió también que "… un
delegado del Comité Capital del Partido Radical se ufanaba de haber
matado, en un solo día, cuarenta rusos judíos", mientras que su par de
la embajada norteamericana informó a su gobierno que entre los 1.365
muertos en la Semana Trágica había encontrado en el Arsenal de Guerra
"179 cadáveres de rusos judíos".
Tristemente, la mayoría de los testimonios acusaba del pogrom a
esbirros del mismo comité radical: un partido de esencia democrática
que, contra el viento de la historia, habría coincidido con las peores
lacras antisemitas de la ultraderecha nacionalista porteña.
Fishman no era investigador, historiador ni periodista. Era apenas un
ciudadano argentino de religión judía que durante años oyó hablar en su
casa de aquellos hechos; más que hablar, murmurar, por miedo…
Leyó
cuanto había sobre el tema, pero los autores eludían, por sistema,
referirse a la cuestión central: el judío como enemigo universal y chivo
expiatorio; prejuicio criminal que llegaría a su diabólico desiderátum bajo Hitler y el Tercer Reich.
Recién hacia los años 50, en un texto del médico y político entrerriano
Juan Carulla (1888-1968), nacionalista de pasado anarquista, Fishman
halló una pista.
El autor, al saber que estaban incendiando el barrio judío, caminó
hasta Viamonte, a la altura de la Facultad de Medicina, y vio que "en
medio de la calle ardían pilas de libros y trastos viejos entre los
cuales podían reconocerse sillas, mesas y otros enseres domésticos, y
las llamas iluminaban, tétricas, la noche, destacando con rojizo
resplandor los rostros de una multitud gesticulante y estremecida. Se
luchaba dentro y fuera de los edificios. El cruel castigo se
extendía a otros hogares hebreos. El ruido de los muebles y cajones
violentamente arrojados a la calle se mezclaba con gritos horrendos: ¡Mueran los judíos! Cada
tanto pasaban a mi lado viejos barbudos y mujeres desgreñadas. Nunca
olvidaré el rostro cárdeno y la mirada suplicante de uno de ellos, al
que arrastraban un par de mozalbetes, así como el de un niño sollozante
que se aferraba a la vieja levita negra, ya desgarrada… El disturbio
provocado por el ataque a los negocios y hogares hebreos se había
propagado a varias manzanas a la redonda. El comité radical se había
reunido el dos de enero. Siete días después, sus miembros tomaban como
profesión la de vejar judíos…"
Otro testimonio inapelable, el de José Mendelson –inmigrante que llegó a
ser gran figura de su comunidad–, citado en la revista "Hechos de la
historia judía", arriesga que "las matanzas antijudías en Europa
Oriental fueron un juego de niños. Pamplinas son todos los pogroms al
lado de lo que hicieron con ancianos judíos en las comisarías séptima y
novena, y en el Departamento Central de Policía… Jinetes
arrastraban por las calles a viejos judíos desnudos, les tiraban de las
barbas, y cuando ya no podían correr, su piel se desgarraba contra los
adoquines, mientras los golpeaban con sables y latigazos…"
Años después, Arturo Cancela, en su libro "Tres relatos porteños",
escribió: "… jóvenes con brazaletes, armados de palos y carabinas,
detienen a todos los individuos que llevan barba. Los de la carabina les
pinchan el vientre o se cuelgan de las barbas, y otros apedrean los
vidrios de las casas de comercio, cuyos propietarios abundan en
consonantes".
El periodista Juan José de Soiza Reilly (estrella de su oficio en
aquellos días) denunció en la revista "Popular", número 45, tres de
febrero de 1919, que vio "ancianos judíos cuyas barbas fueron
arrancadas. Uno de ellos levantó su camiseta para mostrarnos dos
sangrantes costillas que salían de la piel como dos agujas. Dos niñas de
catorce o quince años contaron llorando que habían perdido entre las
fieras el tesoro santo –clara metáfora de violación–. A una que se había
resistido le partieron la mano derecha de un hachazo. He visto
obreros judíos con ambas piernas en astillas: rotas a patadas contra el
cordón de la vereda… Todo esto hecho por pistoleros llevando la bandera
argentina".
No fueron ajenos a la barbarie los asesinos de la siniestra Liga
Patriótica Argentina liderada por el ultranacionalista Manuel Carlés, en
cuyas filas militaban oficiales del ejército, la marina, y los matones
de las bandas Orden Social y Guardia Blanca.
Y apenas unos días después de aquella orgía de sangre y odio, el pesado manto de la complicidad no ahorró munición: "La
Época", órgano oficial del partido radical, acusó de los disturbios de
la Semana Trágica… ¡a los judíos!, y el diario católico "El Pueblo", en
sólo tres meses… ¡publicó doce editoriales antisemitas!
¿Queda algo más por decir?
Sí: en la Morgue, más de 700 cadáveres de judíos esperaban ser
identificados para alcanzar su último lugar: un hoyo en la tierra, y la
lápida con su nombre un año después, como lo exige su rito religioso.
Mientras, en el invierno europeo, algunas familias patricias en
vacaciones temblaban ante el rugido de los cañones de la Primera Gran
Guerra, y otras ya habían huido del fragor de la Semana Trágica y del
asfixiante enero porteño: eran felices en su feudo privado. En Mar del
Plata, caminando por la rambla de madera…
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