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China y Rusia: la amenaza expansionista que llega a la Antártida
Por Francisco Seminario 17 de septiembre de 2017 Desde Washington DC
Cuando dos semanas atrás el rompehielos chino Xue Long comenzó su travesía del Paso del Noroeste, a lo largo del Océano Artico al norte de Canadá,
las alarmas se encendieron en esta capital. Es la primera vez que una
nave china se aventura por esa ruta y su presencia confirmó las
inquietudes que despiertan las ambiciones estratégicas de Beijing
y los planes del régimen comunista de expandir su influencia hasta esos
confines. La carrera está lanzada: con el avance del calentamiento
global los hielos se van resquebrajando en las regiones polares, y las
nuevas rutas que se abren a la navegación estimulan una competencia
creciente por recursos que hasta ahora eran inaccesibles.
"China
busca activamente y ya ha hecho inversiones en las nuevas oportunidades
en el Artico, con especial interés en la extracción de recursos
naturales y minerales y en las rutas marítimas" que ahora se abren, evaluó Heather Conley, experta del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos (CSIS, en inglés), un importante think tank de Washington.
El botín es atractivo. Las estimaciones indican que el suelo marino al
norte del paralelo 66 podría albergar hasta el 20 por ciento de las
riquezas minerales y energéticas del planeta. También grandes reservas
de litio y cobalto. Y allí los tratados internacionales de protección
ambiental no siempre se cumplen.
Si se gira el globo terraqueo, lo mismo ocurre en la Antártida,
donde las temperaturas más elevadas también hacen retroceder los hielos
y se abren nuevas posibilidades de exploración y explotación. El Xue Long,
de hecho, hace misiones científicas anuales a las aguas australes. Y
aunque el tema rara vez asoma a los grandes titulares, ningún movimiento
en la zona pasa desapercibido en esta capital. Beijing considera que la soberanía en el continente es "indefinida" y apura una presencia más activa, lo que tiene a Australia en vilo.
Según un informe del Instituto de Políticas Estratégicas publicado este mes, "China
condujo actividades militares no declaradas en la Antártida, está
preparando el terreno para un reclamo territorial y avanza en la
explotación de minerales". El interés, según el reporte, está puesto en la extracción de los recursos, pesca, agua potable, rutas y turismo. En mayo China y Rusia firmaron acuerdos de cooperación logística en el continente blanco, para sus actividades de investigación científica.
Para China, la ruta marítima del Ártico ofrece una sensible reducción de costos en materia de fletes. Justamente uno de los ejes de la "Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda",
el plan más ambicioso de infraestructura e integración comercial y
económica jamás concebido. Es la plataforma que ideó el régimen
comunista para proyectar su liderazgo global en las próximas décadas.
A las apetencias de China se suman las de Moscú. China no tiene reclamos de soberanía en aguas del Ártico y cuenta por ahora con un solo rompehielos. Rusia
tiene unas 40 naves, seis de ellas nucleares, y su flota crece y se
moderniza. La próxima generación de rompehielos rusos, clase 23.550,
también podría transportar misiles crucero. El gobierno, los think tanks
y la prensa norteamericanos miran con atención. Informes de expertos
hablan incluso de una posible carrera de armas en la zona.
Los aliados de la OTAN reclaman acciones inmediatas: "No podemos seguir ignorando la creciente huella militar de Rusia en el Ártico", urgió James Gray, miembro del parlamento británico e integrante del Comité de Defensa. Un informe del Centro de Estudios Rusos, de la Sociedad Henry Jackson, denunció esta semana "una carrera unilateral de armas" por parte de Moscú. "En
la última década Rusia ha expandido su capacidad militar en el Artico
en una escala mucho mayor en variedad y profundidad que lo que Occidente
ha hecho en el mismo período", comentó su director, Andrew Foxall.
En abril pasado, el gobierno de Moscú mostró las primeras imágenes de una nueva base militar, en Alexander Land, sobre el Océano Ártico. Se trata de un enorme complejo capaz de albergar a 150 efectivos y aviones con capacidad nuclear.
Las tensiones polares quedan por ahora disimuladas bajo el atronador conflicto con Corea del Norte, los chispazos de la relación diplomática con Rusia
y las tribulaciones de la política interna norteamericana. Rara vez
asoma al radar de los medios y la discusión política abierta. Pero la
competencia crece y la necesidad de expandir la frontera productiva está
arriba en la agenda del gobierno de Washington. En abril pasado el presidente Donald Trump revirtió las restricciones a la explotación hidrocarburífera en el Ártico. Fue un disparo de largada. Como afirmó el periodista estadounidense Paul Watson, ganador del premio Pulitzer, la nueva carrera por los recursos en esa zona "se ha acelerado y amenaza con desestabilizar la región".
Según Conley, del CSIS, "hay un mayor sentido de urgencia entre los estados sobre la exploración de las riquezas" en las regiones polares. El Ártico y la Antártida
se deshielan. Las temperaturas suben en esas regiones a un ritmo más
acelerado que en otras zonas del planeta y con ello sube también la
temperatura de la puja internacional.
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