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El mito alrededor de la Waffen-SS, los asesinos al servicio de Adolf Hitler que pretendieron eternizarse como una fuerza de elite
Por Laureano Pérez Izquierdo 11 de noviembre de 2017
Los submarinos alemanes pudieron torcer el curso de la guerra; Adolf Hitler se adelantó a un ataque de Joseph Stalin; el soldado norteamericano no sabía combatir; la Waffen-SS estaba compuesta por soldados de elite.
Estos cuatro enunciados y otras 19 fábulas creadas en torno al mayor y
más sangriento conflicto bélico del Siglo XX, fueron seleccionados por Jean Lopez y Olivier Wieviorka en su obra Les mythes de la Seconde Guerre Mondiale (Los Mitos de la Segunda Guerra Mundial).
El texto, que contó con la colaboración de reconocidos académicos
dedicados a la investigación de esa contienda, trata de forma detallada
algunas versiones que se establecieron como verdades absolutas antes,
durante y después de aquella guerra. Esos prejuicios, como relatan sus
autores en la introducción de la obra, fueron creados por años por la
maquinaria siniestra de Joseph Goebbels, eficaz divulgador del régimen nazi.
Desde las oficinas de su Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda, Goebbels alimentaba los mitos que se repetirían sistemáticamente por los medios masivos del Tercer Reich y por la expansiva cartelería pública que inundaba las calles de la Alemania nazi y las ciudades conquistadas. Fue allí que instrumentó un plan para que la población percibiera a Erwin Rommel como un estratega a la altura del mismísimo almirante Horatio Nelson. O hizo lo posible para que la asesina Waffen-SS fuera vista por rivales y propios como una fuerza de elite.
El capítulo dedicado en Les Mythes… a estos supuestos "combatientes de vanguardia" fue abordado por el historiador Jean-Luc Leleu
y enumera y describe con detalle quirúrgico las mentiras que se
tejieron para que estos oficiales fueran vistos como miembros de una
brigada militar perfecta.
De acuerdo a Leleu, la idea de que "el fanatismo llevó a los soldados SS a despreciar el peligro en los campos de batalla"
fue instalada en el pueblo alemán a partir de finalizado el primer
invierno en la guerra del este, el bautismo de fuego de esa temible -y
presumiblemente eficaz- fuerza. "Para definir el elitismo
militar hay que hablar de la capacidad de un cuerpo de tropas para
cumplir su misión con rapidez y eficacia, es decir, con el mínimo de
pérdidas", indica el autor, algo lejano a la realidad vivida por los agentes de la Waffen-SS.
La Orden Negra -como internamente se llamaba a sí la SS- rendía culto al elitismo racial. Los candidatos para formar parte de este escuadrón asesino ideologizado eran seleccionados "según criterios médicos de altura, de apariencia física y de ascendencia".
Este crédito que esgrimían con orgullo sus miembros les garantizaba
ante el pueblo alemán un ficticio plus de gallardía, completando
los parámetros de pureza que pretendía el régimen nazi. Si se formaba parte de la SS era porque se contaba con credenciales raciales inmaculadas. Se era superior por azar del ADN, según la premisa.
"El autoproclamado elitismo de la SS
se basaba, además, en su certeza de encarnar la ideología
nacionalsocialista más pura y de ser entonces el órgano ejecutivo más
confiable al servicio del régimen y de su jefe, Adolf Hitler", explica Leleu.
Pero además, las virtudes que hacen de un soldado un buen soldado no fueron cumplidas por aquellos que poseían la doble S en
forma de rayo en sus uniformes. Con una instrucción militar deficiente,
muchos de los primeros suboficiales contaban con una formación inferior
-en tiempo y en calidad- a la que podía encontrar un conscripto del Heer, el ejército de la Wehrmacht, la tradicional Fuerzas Armadas alemanas.
Mientras que los candidatos SS
recibían una instrucción que se extendía entre 10 y dieciséis meses -en
los primeros años de su creación a mediados de los años 30-, las
fuerzas terrestres clásicas contaban con una formación de veinticuatro,
con más equipamiento, mayores herramientas y oficiales más
experimentados. Pero claro: la tentación de pertenecer a un cuerpo de
elite -racial, al menos- que respondiera apasionadamente a las órdenes
de Hitler era irresistible.
Una vez en el terreno de combate y a pesar de su escaso "valor profesional", "las
derrotas puntuales no lograron disminuir la voluntad de esas tropas de
pertenecer a la elite. Las represalias contra los civiles y los
militares capturados los ayudaron a borrar los fracasos", narra el autor. Es así como recuerda la cruda ejecución de un centenar de prisioneros de guerra británicos en Wormhout en mayo de 1940, lo que dejó en claro la bajeza y falta de disciplina militar que presentaban en la arena.
Su temeridad fue disfrazada de valentía por el responsable
propagandístico. Es que los números fueron contundentes durante sus
campañas. A los cinco meses de iniciada la Operación Barbarroja, el 9% de los efectivos de campaña de la Waffen-SS había muerto. "Una tasa de mortalidad dos veces superior a la del ejército de tierra, aunque no hicieron ninguna autocrítica ante esta sangría", expresó Leleu. Lo que sí enfrentaron fue un cambio en la formación de las tropas, a cargo de un ser tan demoníaco como fanático: Theodor Eicke,
ex comandante de las formaciones de guardias de los campos de
concentración. Este militar de alto rango dentro de la SS consiguió
mejorar la capacidad de sus hombres.
"Los soldados SS
carecían de una instrucción exhaustiva en aspectos fundamentales del
combate de infantería: lucha en la selva o de noche, capacidad de
camuflarse y atrincherarse rápidamente, mantenimiento de una estricta
disciplina de fuego", dice el académico. Fue por eso que los
altos mandos -ante la evidencia de la falta de profesionalismo militar y
eficacia de sus tropas- pasaron por encima de las cadenas de mando para
adquirir mayor cantidad de unidades blindadas que balancearan su
déficit sobre el terreno.
Sin embargo, el aprendizaje en el manejo masivo de tanques no fue sencillo y en su debut debieron sabotear una treintena de Panzer para que no cayeran impolutos en manos de los soviéticos. Fue durante la Segunda Batalla de Járkov, cuando los rusos recuperaron la ciudad de manos alemanas, aunque finalmente terminarían perdiéndola en una tercerae contienda.
A la falta de solvencia de sus soldados auf dem Boden, la Waffen-SS sumaba
ahora un eslabón más en su deficiente aprendizaje y formación: su
impericia táctica para desplegar sus temibles tanques, un armamento
blindado envidiado -y admirado- por propios y enemigos. El curso de conocimiento demandó varios años a esa fuerza político-militar. La Segunda Guerra Mundial no estaba ni cerca de definirse y la Alemania nazi se presentaba en su infame esplendor.
Pero la utilización de pequeños momentos de esa tropa ideológica fue aprovechada por Himmler
al extremo. Cualquier suceso, por insignificante que fuera, era
presentado por el genocida como una muestra de la gallardía de sus
integrantes. De inmediato hacía llegar la supuesta "hazaña" hasta oídos
de Hitler, lo que daba mayor crédito a la "tropa del Partido". Esto le permitía al militar a solicitar al dictador mayores recursos para sus hombres. Fue así que tras el fracaso de la Operación Barbarroja en 1941, Hitler empezó a considerar a la Waffen-SS como "el ejemplo de la futura Wehrmacht nacionalsocialista". Himmler, uno de los principales respnsables del Holocausto, estaba radiante. Y lleno de poder.
Para alimentar el mito en la población alemana, la SS apeló a un grafista conocido de entonces: Ottomar Anton, "cuyos afiches de cuidada estética le ofrecieron a la Waffen-SS una imagen extremadamente atractiva, destinada a despertar vocaciones entre los jóvenes". Era la forma de reclutar a los más jóvenes que tenía esa fuerza de choque. Prometía formar parte de la guardia del Führer.
Pero la propaganda no se quedó sólo en los afiches. Himmler
creó una compañía compuesta por corresponsales de guerra que
acompañaban a los soldados en sus operaciones y desde donde se emitían
miles de boletines con información sobre sus "hazañas" que eran
repetidos y multiplicados en todos los medios y agencias. Además, los cines proyectaban entre dos y tres noticias sobre los uniformados de elite en sus emisiones semanales. Era la manera que tenía la SS de sobresalir por encima de las Fuerzas Armadas de Alemania. Ese sistema de difusión se mantuvo, de acuerdo con Leleu, hasta el final de la guerra.
Los propagandistas no dejaron detalle librado al azar. Mientras que la Wehrmacht era mostrada por las cámaras de cine siempre de la misma manera (marchando ordenadamente), la Waffen-SS había
implementado un innovador método de promoción: se las filmaba en
acción, en medio de llamas y con sus uniformes distintivos. La
fascinación del público era total. El mito se expandía. Eran la elite.
Pero esa creencia errónea sobre los soldados alemanes no regulares fue
perdiendo fuerza demasiado tarde. Fue durante los interrogatorios hechos
por los Aliados en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial cuando salieron a la luz las diferencias con la infantería ordinaria del ejército. "Dos
meses antes del final de la guerra, los servicios de inteligencia
norteamericanos empezaron a revisar su posición con respecto a la
Waffen-SS y se produjo una verdadera toma de distancia del mito", agrega Leleu. Y concluye: "Sin embargo, esta confirmación se produjo en forma demasiado tardía. El mito estaba sólidamente instalado".
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