Fuente: Ismael Ángeles
“Cuando en verdad puedes contar tu dinero, entonces quiere decir que no tienes nada”.
“Si
eres pobre, eres un pobre negro. Si eres rico, eres un negro rico. Si
eres inteligente, eres un negro inteligente. Si eres intelectual, eres
un intelectual negro. Serás negro hasta el día que mueras”.
“(Obama) es un afroamericano de aspecto sospechoso que, quizás, ni siquiera nació en Estados Unidos, sino en Kenia”.
“Mi
administración seguirá dos reglas: ¡Compre estadounidense y contrate a
estadounidenses! Este es un país en el que hablamos inglés, no español”.
¿Qué Donald dijo estas frases? ¿Trump o King?
Aunque sus colores de piel contrastan, ambos son hijos del Tío Sam.
Amantes de los billetes verdes y las frases grandilocuentes. No sólo se
parecen en el nombre. Sus destinos son similares. Su origen derivó en
un final inesperado. Uno es un showman devenido en presidente
de Estados Unidos; otro es un delincuente acusado de homicidio devenido
en multimillonario y promotor de boxeadores. Los dos pertenecen a esa
cultura que Andy Robinson denominó dolarocracia.
Aristocracia o democracia —escribió el periodista en Off the Road—
son palabras que ya no describen el funcionamiento de las sociedades
contemporáneas. El poder o los ideales —advirtió— ya no son los
objetivos históricos; sí el dinero. Y ejemplo de ello es la existencia
de los Donald: hombres que demuestran que los dólares se pueden cosechar
a borbotones a base de demagogia, racismo e individualismo.
“
Si
eres pobre, eres un pobre negro. Si eres rico, eres un negro rico. Si
eres inteligente, eres un negro inteligente. Si eres intelectual, eres
un intelectual negro. Serás negro hasta el día que mueras"
Un individualismo, por cierto, muy diferente al que auguró Alexis de Tocqueville para la Tierra de la Libertad en
el siglo XIX. El pensador francés vislumbró una América donde cada
hombre se creyera fuente de sí mismo e imaginara que nada debe a sus
semejantes, porque el fin único es el bienestar de la colectividad. Don
King es la antítesis de esa teoría.
Cuando
le preguntan sobre su trayectoria, siempre responde con la misma frase:
“todos mis peleadores deberían arrodillarse y agradecerme por lo que he
hecho por ellos”.
Lo que es del César es de... Don
Don King es
un cadáver en el mundo del boxeo que dominó por casi medio siglo. Pero
en el mundo del espectáculo sigue más vivo que nunca. Igual aparece en
eventos públicos de su tocayo Trump que en fiestas exclusivas de Beverly
Hills. Recientemente, sus apariciones se han incrementado. Y todo
gracias a El César, una serie que cuenta la historia del ex
boxeador mexicano Julio César Chávez, uno de los tantos campeones que
forjó King (también condujo las carreras de Muhammad Ali, George
Foreman, Sugar Ray, Mike Tyson y Roberto Durán, por mencionar
algunos). En esta producción de TV Azteca, BTF Media y el propio Chávez,
que Walt Disney Latin America prevé transmitir dentro de un año, King
es interpretado por el actor Adrián Makala.
El
boxeo es un sinuoso camino de traiciones y excesos. Sobre todo para los
púgiles. Don King colaboró a esa inercia durante muchos años. No son
pocos los que se han quejado de su actitud indigna como hombre de
negocios. En 2004, Mike Tyson demandó a su antiguo
representante por una supuesta deuda de 100 millones de dólares. El juez
determinó que el promotor sólo pagara 14. Tyson, ahogado por las
deudas, aceptó. Nueve años después diría: “Si tuviera que aprender algo
de él (de Don King), sería cómo usar a los boxeadores diciendo mentiras y
que los quiero”.
Giovanni Papini escribió que el dinero es el estiércol del Diablo. En una dolarocracia
sin valores éticos ni morales, los participantes de este incesante
juego de intereses suelen embrollarse en conflictos donde la amistad es
apenas poco más que una palabra.
“
“Todos mis peleadores deberían arrodillarse y agradecerme por lo que he hecho por ellos”
Don King
Aquí
aparecen de nuevo los Donald. King era muy cercano a Tyson porque era
su promotor. Trump era amigo de Tyson porque el republicano fue un
importante inversionista del boxeo y las apuestas desde su extinto
Atlantic City. En junio de 1998, el actual presidente estadounidense
organizó un combate entre Michael Spinks y Mike Tyson, que ganó este
último por nocaut en 91 segundos. El hecho acercó más que nunca a la
triada Trump-King-Tyson.
Sin embargo —según se cuenta en el libro Lost Tycoon: The Many Lives of Donald J. Trump—,
el idilio acabó cuando el ex campeón mundial le preguntó: “¿Señor
Trump, es cierto que se acuesta con mi esposa?”. El magnate negó las
acusaciones. Hubo un alejamiento, pero fue temporal. El dinero los unió
de nuevo en 2016, cuando Tyson se sumó a la campaña de Trump, a la que
por cierto también se unió King, quien asegura que el republicano es “un
doctor en humanidades” y “el único gladiador de la humanidad”.
A Donald King y a Donald Trump
no sólo los une su amor por las armas y por una América fértil en
fabricar fortunas a cualquier costo. También los unen un par de exóticas
cabelleras que cubren la única ideología a la que parecen ser fieles:
el dinero.
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