La caída del Muro de Berlín y el subsiguiente colapso de la Unión Soviética sólo dos años más tarde marcó el fin de la gran utopía del siglo XX. Medio siglo antes había sido derrotado en el campo de batalla el fascismo, su contraparte nacionalista, tan utópico e impracticable en el largo plazo como el comunismo.
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Popper advirtió pronto la quiebra de lo que denominó historicismo. El vienés se refería a toda aproximación a las ciencias sociales que parta del presupuesto de predecir la historia.
Tanto el comunismo como su derivación fascista afirmaban saber adonde
se dirigía la humanidad. Decían conocer unas reglas inmutables que,
debidamente interpretadas -por ellos, claro-, conducían
irremediablemente a la humanidad a su utopíaparticular. Su profecía era de una precisión asombrosa, propia de los augures de la antigüedad. Una vez llegados a ese punto la historia concluiría y la felicidad reinaría entre los hombres por siempre jamás. Monument Memory Divided Germany Berlin Wall Berlin
La quiebra del marxismo y sus subproductos ideológicos no
alteró la creencia de que la historia tenía un final y que tan sólo era
necesario adoptar un nuevo relato
Pero un siglo es mucho tiempo para el ser humano. Son varias generaciones amamantadas en la ubre de la utopía redentora.
La quiebra del marxismo y sus subproductos ideológicos no alteró la
creencia de que la historia tenía un final y que tan sólo era necesario adoptar un nuevo relato, colocarse en la vía correcta y recorrerla hasta su término.
Poco después de caer el Muro Francis Fukuyama, un joven politólogo formado en Harvard,
enunció una polémica tesis en la que aseguraba que el liberalismo era
la doctrina definitiva, el anhelado nuevo relato, a la que la especie
estaba predestinada. Pareció convincente a muchos mientras contemplaban
las humeantes ruinas del Imperio Rojo. Pero Fukuyama, historicista a fin de cuentas, también se equivocaba. La historia no tiene un destino manifiesto por más que se empeñen en buscárselo.
La historia no tiene un destino manifiesto por más que se empeñen en buscárselo
De esas ruinas pronto surgió una utopía, mucho más
andrajosa desde el punto de vista teórico que las dos anteriores, hecha
con piezas sueltas y sin mucha sustancia intelectual pero a cambio muy
atractiva para el hombre contemporáneo. Una utopía que carece incluso de
denominación formal pero que bien podríamos denominar posmodernismo.
El posmoderno fundamenta su creencia en una serie de consensos que prácticamente nadie pone en duda. El primero de ellos es la integración internacional mediante gigantescos organismos internacionales inspirados en la ONU. El segundo es la occidentalización forzosa de los países no occidentales. El tercero y más ambicioso es el cambio de la esencia misma del ser humano para que se adapte mejor al nuevo destino manifiesto de la humanidad.
Hoy hay decenas de organismos internacionales que cubren todos los ámbitos imaginables
Los tres necesitan ingeniería. El primero de ellos fue sencillo de alcanzar. El mundo empezó a integrarse tras la Segunda Guerra Mundial
y hoy hay decenas de organismos internacionales que cubren todos los
ámbitos imaginables. No tratan en su mayor parte de coordinar o de
resolver conflictos, sino de transformar el mundo. Para ello alimentan a
una numerosa burocracia internacional que ejerce de conciencia viva de los asuntos mundiales.
En los organismos internacionales ha funcionado de manera implacable el principio de la minoría más intransigente.
Siempre han terminado por imponer su criterio los regímenes más
tiránicos, eso sí, esas tiranías supieron blindarse a tiempo mediante el
uso de abundante charlatanería posmoderna. La occidentalización forzosa del mundo ha fracasado con estrépito.
Tras algún éxito inicial como el Japón de posguerra, Occidente sigue
manteniendo las mismas fronteras que hace setenta años. La democracia liberal
no es la norma ni en Asia ni en África. En ciertas zonas se ha
producido incluso un movimiento de contestación en forma de renacer
religioso que los ingenieros no habían previsto.
Los occidentales confundieron su civilización, hija de
una lenta evolución desde la antigua Grecia hasta las revoluciones
liberales, con una civilización universal
Hoy regiones enteras, como Oriente Medioo el norte de África, que se encuentran bastante
más lejos del consenso occidentalizador de lo que lo estaban hace medio
siglo. Podríamos decir que es culpa del Islam y sus intolerancias, pero
en China o en el África central son pocos los que reclaman democracia.
Resumiendo, los occidentales confundieron su civilización, hija de una
lenta evolución desde la antigua Grecia hasta las revoluciones liberales,
con una civilización universal o, al menos, que iba a ser adoptada
voluntariamente y con entusiasmo por todos los habitantes de la Tierra.
El último de los consensos, el del nuevo hombre desconectado de los asideros que permitieron a sus antepasados sobrevivir, sólo se está ensayando en el propio Occidente mediante un opresivo clima de coerción y delación de los que lo denuncian.
Nadie quiere un Gobierno mundial salvo quienes viven de auspiciarlo
El resultado, un cuarto de siglo después del desmoronamiento del
socialismo real y tres cuartos de siglo después del final de la guerra,
está a la vista. La integración internacional, que es sin duda útil para
ciertos asuntos de orden global y para mediar en conflictos, no es un
fin en sí mismo. Nadie quiere, en definitiva, un Gobierno mundial salvo quienes viven de auspiciarlo.
El mundo no occidental está modernizándose a su manera, no a la
manera que los utópicos posmodernos esperaban. Occidente, entretanto,
asiste a la inesperada resurrección de ideas que se creían periclitadas
como el nacionalismo o el socialismo. De ambas en diferentes
proporciones está compuesto el populismo que azota Europa y Norteamérica desde hace unos años.
Hay sociedades occidentales como las europeas que han entrado ya en el camino de la extinción por la falta de nacimientos
Respecto al estropicio cultural aún es pronto para
evaluar los daños porque esos daños se están provocando en este mismo
momento. Sabemos, eso sí, que hay sociedades occidentales como las
europeas que han entrado ya en el camino de la extinción por la falta de
nacimientos. Los padres de la utopía han dejado de reproducirse, lo que
anticipa que su utopía quebrará en un futuro próximo por falta de
creyentes. No eran esos los planes, pero es que en las ciencias sociales los planes siempre salen mal. COMPARTE EL SITIO DE: https://plataformadistritocero.blogspot.mx/
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