Las recientes
imágenes
de soldados estadounidenses tiroteando desde un vehículo en marcha a un
camionero afgano se ajustan a un patrón bien establecido de crueldad y
criminalidad; sin embargo, los afganos que informan de estos abusos se
encuentran invariablemente con la incredulidad como respuesta.
El mes pasado salió a la luz un escandaloso video mostrando una
recopilación de imágenes de recientes operaciones estadounidenses en
Afganistán ambientadas con una alegre música de hip-hop. Seleccionado
para formar parte de una campaña de mercadotecnia para la empresa de
ropa militar Happy Few, el video mostraba a las tropas estadounidenses
disparando toda una variedad de armas, incluida una escopeta Benelli,
fabricada en Italia, filmada –en la escena que más indignación ha
levantado- abriendo fuego a dos pasos del conductor de un camión, cuya
ventanilla lateral se hace añicos cuando el vehículo estadounidense le
adelanta. El ejército estadounidense ha reconocido implícitamente la autenticidad del video; su portavoz declaró a Reuters que estaba “decepcionado y también preocupado”, añadiendo que “rechaza el mensaje nada profesional y cruel que este video traslada”, y que se ha abierto una investigación.
Aún no se han aclarado las circunstancias exactas del tiroteo. El New York Times citaba a un soldado de las Fuerzas Especiales, que tenía un “conocimiento directo del incidente”, afirmando que el incidente no implicaba violación alguna de las normas de combate del ejército, porque el arma disparaba “balas que no eran en absoluto letales”; una afirmación que, según el periódico explicaba, se apoyaba en la ausencia de “retrocesos o cartuchos descargados”. Aun así, añadía el periódico, disparos ostensiblemente no letales como la munición antidisturbios o las balas de goma pueden matar a poca distancia, y Politico citaba a un antiguo operativo de las Fuerzas Especiales con experiencia en los combates en Afganistán diciendo que su unidad “nunca realizó disparos no letales en sus misiones”.
Todas las pruebas de que se dispone sugieren que el video se filmó en la provincia oriental de Nangarhar, que se ha convertido en el escenario central de la guerra del ejército estadounidense contra el Estado Islámico en la provincia de Khorasan (ISKP, por sus siglas en inglés), la célula afgana del ISIS. En 2017, Nangarhar fue el objetivo principal de la acrecentada campaña de bombardeos de Donald Trump en el país, causando más víctimas civiles en esa provincia que en cualquier otra, según datos de la ONU. Fue también en Nargarhar donde EE. UU. arrojó la denominada Madre de Todas las Bombas (Massive Ordnance Air Blast) en abril de 2017, la mayor arma no nuclear de que dispone el Pentágono.
Estos acontecimientos en curso han llevado la deshumanización del pueblo afgano a nuevas profundidades. Ya sean asesinados los afganos mediante ataques con drones, aviones convencionales de combate o por bombas gigantescas, las identidades de las verdaderas víctimas permanecen con demasiada frecuencia en la oscuridad.
El nuevo video del tiroteo proporciona aún más razones para creer que estas cosas no suceden por accidente. Para muchos soldados estadounidenses, matar afganos inocentes se ha convertido claramente en motivo de diversión; un jolgorio acompañado por los ritmos de Kendrick Lamar. El fenómeno puede resultar nuevo para muchos en Occidente, pero no lo es para los afganos familiarizados con lo que sucede sobre el terreno.
Cuando yo mismo vi el video, no me causó conmoción ni sorpresa. Como alguien que trata de investigar los crímenes de guerra de EE. UU. en Afganistán, ver a uno de sus soldados disparando al azar contra un camionero no resulta nada nuevo. Desde que la guerra se inició en 2001, ha habido innumerables relatos sobre ese tipo de sucesos: Secuestros de taxistas inocentes para torturarles hasta la muerte en prisiones secretas. Caza de adolescentes afganos como si fuera un deporte, recogiendo alguna parte de su cuerpo como trofeo. Disparar masivamente contra mujeres y bebés en medio de un desenfreno auspiciado por el alcohol. Gracias a la “guerra contra el terror”, este tipo de cosas forman parte de la realidad de Afganistán desde hace casi dos décadas.
Pero como muchas de estas historias son trasmitidas por voces afganas, pocos en el mundo occidental quieren escucharlas.
Siempre hay alguna razón para dudar de esas narrativas cuando son relatadas por los “lugareños”. A juzgar por las noticias y la conducta de los observadores y periodistas occidentales, esta parece ser la regla no escrita que se ha convertido en práctica habitual. Incluso después de la difusión del video del tiroteo, parecía que mucha gente ponía en duda la cruel realidad de la guerra de Afganistán, creyendo ingenuamente todavía que los ejércitos de Occidente invadieron el país para extender la democracia y la libertad y ganarse los corazones y las mentes.
En lo que se refiere a la mayoría de los afganos, nunca fue de ganar corazones ni mentes. En cambio, nuestra realidad ha venido conformada por tiroteos, asesinatos y torturas.
Quizá fuera instructivo para los estadounidenses imaginarse el escenario inverso para visualizar un poco mejor la perspectiva afgana. Supongan que soldados afganos y sus aliados, que pueden proceder de Irán, Pakistán y algunos países árabes, invadieran EE. UU. y empezaran a bombardear aleatoriamente con aviones teledirigidos a pueblos lejanos desde sus cabinas remotas en Kabul y Kandahar. Que sus soldados realizaran incursiones nocturnas para matar “terroristas”, asesinando, en muchos de los casos, a civiles, a niños, a mujeres embarazadas, antes de desaparecer en medio de la oscuridad de la noche. Al mismo tiempo, que políticos afganos firmen contratos con señores de la guerra y milicianos de extrema derecha; tipos interesados en muchas cosas menos en el destino de su propio pueblo y en que muchos de ellos están siendo aniquilados.
Por último, pero no menos importante, tras perpetrar crímenes de guerra, los responsables podrían decir que van a llevar a cabo una “investigación”, que acabará en nada, como siempre.
Tal vez, una vez llevado a cabo este experimento, los estadounidenses serían capaces de considerar este último video como algo distinto a unos combatientes por la libertad cazando terroristas.
Emran Feroz es un periodista freelance que reside en Alemania y es el fundador del Drone Memorial, una página de Internet que recoge los nombres de las víctimas de los ataques con drones.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/no-surprise
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.
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