La Argentina está en el aire. Después de doce años de un
gobierno peronista de centro izquierda, la ciudadanía decidió en 2015 un
giro hacia un espacio liderado por el ingeniero Mauricio Macri,
en el que confluyeron el tradicional partido radical con aparato y
presencia territorial en algunas provincias, figuras de “fuera de la
política” y algún otro partido con dirigentes cuyo peso es más bien
testimonial.
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Si bien en Argentina nadie se atreve a autodenominarse de derecha, se trataba de un espacio de centro derecha con referentes conservadores y liberales que se presentaba como moderno y eficaz y que, liderado por CEO de empresas, vendría a poner fin a una presunta fiesta populista de despilfarro y corrupción. Sin embargo, a casi tres años de haber asumido, hacia el fin del mes de agosto, el plan económico de Macri naufraga con datos más que elocuentes: caída del 5,8% de la actividad económica; una inflación que para 2018 se estima en 40% cuyo acumulado en tres años alcanzaría un 150%; una moneda que llegó a devaluarse casi 20% en un día y que desde que asumió Macri pasó de la equivalencia 1 dólar-10 pesos a 1 dólar-40 pesos; el índice del JP Morgan, denominado “Riesgo País”, trepando al récord de 760 puntos básicos; empresas argentinas que cotizan en Wall Street cayendo hasta 16% en un día; y el índice Merval, que releva el promedio de la cotización de las principales empresas en la bolsa, perdiendo un 10% en lo que va del año.
En este contexto se espera que el índice de pobreza e indigencia esté bastante por encima del aproximadamente 30% en el que se ha movido en las últimas mediciones, y que el poder adquisitivo tenga una fuerte contracción si tomamos en cuenta que el gobierno busca alcanzar aumentos de entre 15 y 20 % para un 2018 en el que, como les indicaba, la proyección de la inflación está en el doble.
Este panorama resulta más angustiante si se toma en cuenta que el año que viene habrá elecciones y la oposición al gobierno está fragmentada gracias a una escisión del movimiento peronista entre quienes continúan fieles a la figura de Cristina Kirchner que, junto a su marido, gobernó el país entre 2003 y 2015, y un sector peronista no kirchnerista que intenta evitar la polarización pero no logra constituirse detrás de un candidato capaz de llegar al menos al balotaje.
Todo esto a pesar de que hace apenas nueve meses atrás, el gobierno vencía a la propia Cristina Kirchner en las elecciones legislativas y se encaminaba, sin más, a la reelección en 2019 confirmando que Argentina sería la vanguardia restauradora que, por fin, dejaría atrás tres lustros de gobiernos populares. Sin embargo, Brasil tiene en Lula al candidato con mayor intención de voto a pesar de estar encarcelado e imposibilitado de participar en la elección; López Obrador acaba de triunfar en México; Evo Morales consolida su proceso en Bolivia y el chavismo resiste en una Venezuela que se encuentra en crisis permanente desde hace años.
Este mapa político donde no hay una hegemonía clara puede trasladarse a la Argentina y permite comprender por qué regresa como un fantasma la idea de que se trata de un país “en el aire”. En este sentido, no casualmente, me viene a la mente, un libro del escritor español afincado en Grecia desde 1994, Pedro Olalla, que basándose en una frase de Tucídides, escribe un libro sobre la crisis en Grecia y lo titula, justamente, Grecia en el aire. La interpretación que Olalla hace sobre el sentido que tiene en Tucídides este “estar en el aire” es perfectamente aplicable a la Argentina, porque lo que está en el aire es lo que está suspendido, flotando, pero es también lo que está en vilo, lo incierto y lo que está aún pendiente de cumplimiento. Y todo eso es hoy la Argentina.
Sin ir más lejos, algunos días atrás se anunciaba que Grecia salía del último de los rescates, más allá de que las denominadas políticas de austeridad auguran muchísimos años más de crisis. De hecho, el resultado de estos ocho años, en el que a la imposibilidad de una política monetaria autónoma (algo que se asemeja a lo ocurrido en la Argentina durante la década del 90 hasta la crisis de 2001), se le agregan las imposiciones de Europa y el FMI, es espeluznante: 260.000 M de Euros de nueva deuda, ocho años de recesión, caída del PBI de alrededor de un 30%, desempleo del 20% y prácticamente un 5% de la población abandonando el país.
Volviendo a la definición de Olalla, desconozco qué significa un país pendiente de cumplimiento o, en todo caso, aquello que se pueda entender por “cumplimiento”, va a variar según las distintas perspectivas. Pero en lo que sí pareciera haber un acuerdo transversal a toda ideología es que Argentina está flotando y que el futuro, ya no el del actual gobierno, sino el de varias generaciones, se parece demasiado a lo incierto.
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Si bien en Argentina nadie se atreve a autodenominarse de derecha, se trataba de un espacio de centro derecha con referentes conservadores y liberales que se presentaba como moderno y eficaz y que, liderado por CEO de empresas, vendría a poner fin a una presunta fiesta populista de despilfarro y corrupción. Sin embargo, a casi tres años de haber asumido, hacia el fin del mes de agosto, el plan económico de Macri naufraga con datos más que elocuentes: caída del 5,8% de la actividad económica; una inflación que para 2018 se estima en 40% cuyo acumulado en tres años alcanzaría un 150%; una moneda que llegó a devaluarse casi 20% en un día y que desde que asumió Macri pasó de la equivalencia 1 dólar-10 pesos a 1 dólar-40 pesos; el índice del JP Morgan, denominado “Riesgo País”, trepando al récord de 760 puntos básicos; empresas argentinas que cotizan en Wall Street cayendo hasta 16% en un día; y el índice Merval, que releva el promedio de la cotización de las principales empresas en la bolsa, perdiendo un 10% en lo que va del año.
Las reservas del Banco Central no alcanzan los 60.000 M de dólares y la fuga de capitales en estos casi tres años asciende a casi 90.000 M de dólaresTodo esto a pesar de que entre 2016 y 2018, Argentina emitió deuda por alrededor de 150.000 millones de dólares, acercándose al 70% de su PBI, porcentaje que todavía no supone una situación crítica ni previa a un default, pero resulta más que preocupante si tomamos en cuenta que las reservas del Banco Central no alcanzan los 60.000 M de dólares y que la fuga de capitales en estos casi tres años, incluyendo el pago de los intereses de la deuda, asciende a casi 90.000 M de dólares.
En este contexto se espera que el índice de pobreza e indigencia esté bastante por encima del aproximadamente 30% en el que se ha movido en las últimas mediciones, y que el poder adquisitivo tenga una fuerte contracción si tomamos en cuenta que el gobierno busca alcanzar aumentos de entre 15 y 20 % para un 2018 en el que, como les indicaba, la proyección de la inflación está en el doble.
Este panorama resulta más angustiante si se toma en cuenta que el año que viene habrá elecciones y la oposición al gobierno está fragmentada gracias a una escisión del movimiento peronista entre quienes continúan fieles a la figura de Cristina Kirchner que, junto a su marido, gobernó el país entre 2003 y 2015, y un sector peronista no kirchnerista que intenta evitar la polarización pero no logra constituirse detrás de un candidato capaz de llegar al menos al balotaje.
No hay nada que permita suponer que esa tensión disminuya en la medida en que el gobierno y el kirchnerismo se benefician con esa polarizaciónDe este modo, el clivaje kirchnerista/anti kirchnerista, incluso más que el peronista/anti peronista, domina el escenario de la Argentina, política y electoralmente hablando, desde el año 2008 en el que el recién asumido gobierno de Cristina Kirchner se enfrentara a las patronales del campo en un conflicto que paralizó al país durante meses. Y no hay nada que permita suponer que esa tensión disminuya en la medida en que el gobierno y el kirchnerismo se benefician con esa polarización.
Todo esto a pesar de que hace apenas nueve meses atrás, el gobierno vencía a la propia Cristina Kirchner en las elecciones legislativas y se encaminaba, sin más, a la reelección en 2019 confirmando que Argentina sería la vanguardia restauradora que, por fin, dejaría atrás tres lustros de gobiernos populares. Sin embargo, Brasil tiene en Lula al candidato con mayor intención de voto a pesar de estar encarcelado e imposibilitado de participar en la elección; López Obrador acaba de triunfar en México; Evo Morales consolida su proceso en Bolivia y el chavismo resiste en una Venezuela que se encuentra en crisis permanente desde hace años.
Este mapa político donde no hay una hegemonía clara puede trasladarse a la Argentina y permite comprender por qué regresa como un fantasma la idea de que se trata de un país “en el aire”. En este sentido, no casualmente, me viene a la mente, un libro del escritor español afincado en Grecia desde 1994, Pedro Olalla, que basándose en una frase de Tucídides, escribe un libro sobre la crisis en Grecia y lo titula, justamente, Grecia en el aire. La interpretación que Olalla hace sobre el sentido que tiene en Tucídides este “estar en el aire” es perfectamente aplicable a la Argentina, porque lo que está en el aire es lo que está suspendido, flotando, pero es también lo que está en vilo, lo incierto y lo que está aún pendiente de cumplimiento. Y todo eso es hoy la Argentina.
Grecia y Argentina han sido casos paradigmáticos de países lastrados por las deudas y por las recetas impuestas por el FMI para hacer frente a estas deudasPor enfocarse en el caso griego, es natural que Olalla juegue con la contraposición entre los orígenes de la democracia ateniense y la democracia actual. Allí, naturalmente, la Argentina, con su corta historia y sus breves lapsos de períodos democráticos, no tiene mucho que mostrar más allá de que en la última década se han discutido y contrapuesto dos modelos de democracia: el consensualista liberal y republicano, y el agonal, más vinculado a la tradición de la democracia popular y de la izquierda. Pero donde la comparación resulta más interesante es en lo que respecta a la historia reciente porque Grecia y Argentina han sido casos paradigmáticos de países lastrados por las deudas y por las recetas impuestas por el FMI para hacer frente a estas deudas.
Sin ir más lejos, algunos días atrás se anunciaba que Grecia salía del último de los rescates, más allá de que las denominadas políticas de austeridad auguran muchísimos años más de crisis. De hecho, el resultado de estos ocho años, en el que a la imposibilidad de una política monetaria autónoma (algo que se asemeja a lo ocurrido en la Argentina durante la década del 90 hasta la crisis de 2001), se le agregan las imposiciones de Europa y el FMI, es espeluznante: 260.000 M de Euros de nueva deuda, ocho años de recesión, caída del PBI de alrededor de un 30%, desempleo del 20% y prácticamente un 5% de la población abandonando el país.
Volviendo a la definición de Olalla, desconozco qué significa un país pendiente de cumplimiento o, en todo caso, aquello que se pueda entender por “cumplimiento”, va a variar según las distintas perspectivas. Pero en lo que sí pareciera haber un acuerdo transversal a toda ideología es que Argentina está flotando y que el futuro, ya no el del actual gobierno, sino el de varias generaciones, se parece demasiado a lo incierto.
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