En un panfleto titulado Anarquismo y Socialismo (1901) Vladímir Ilich Uliánov alias Lenin declara que “el anarquismo es el individualismo
burgués, dado vuelta del revés”. Sus ataques al ideario libertario eran
acostumbrados, como también era habitual en este revolucionario ruso
criticar la idea anarquista de la libertad por sus vínculos con la escuela liberal.
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Lenin, es cierto, anda algo lejos de nuestras referencias. Pero, ¿qué decir del socialista Bernard Shaw que respetaba a Mussolini y por igual admiraba a Stalin y a Hitler? ¿O cómo explicar que el escritor y filósofo británico Herbert G. Wells reclamara la llegada del fascismo liberal (“progressive fascism”)? Este intelectual, socialista y fabiano para más señas, estaba hastiado de parlamentarismo liberal. Y como Carlyle, primero, y Bergson, más tarde, sentía singular estimación por los caudillos, cosa nada extravagante en sí misma, dado que los componentes de la Sociedad Fabiana se habían decantado a favor de la utopía soviética e incluso negaron los asesinatos cometidos por el régimen estalinista. Así que, en Oxford, en el mes de julio de 1932 y ante una audiencia constituida por Jóvenes Liberales, Wells les confiará el deseo de que los progresistas deben convertirse en “fascistas liberales” e “ilustrados Nazis”, formaciones que casaban muy bien con la concepción liberticida que Wells tenía de la política.
Por supuesto, siempre ha habido coaliciones e individuos “enemigos de la libertad”. El auge del imperialismo colonial en plena Edad Contemporánea favoreció conductas fratricidas. Recuérdese el genocidio de los herero y namaquas (Namibia: 1904), sancionado por el Káiser Guillermo II de Alemania. Por cierto, el gobernador de la colonia namibia era Göring cuyo hijo sería sucesor y representante de Hitler en todas las instituciones del Estado eugenésico nazi. ¿Casualidad?
Sin embargo, hay pensadores y líderes que presumen de que con ellos se acaban los problemas de la HUMANIDAD; de que tienen, qué soberbia, todas las respuestas a todos los problemas humanos. En fin, no sé si estamos en la época de la muerte de los grandes relatos, Lyotard dixit. Sí opino más bien que vivimos bajo la moda colectivista de unos relatos que por dogmatismo animan a creer en la venida de nuevos Pastores de Pueblos, capaces de administrar cual latifundistas la vida de los demás.
Un dato más. En opinión del filósofo hispano-argentino Augusto Ángel Klappenbach existen tres movimientos políticamente diferenciados: el de los neoconservadores, el de los neoconstructores y de los deconstructores. Para ser justos, en el grupo de los neoconstructores Rawls no estaba solo. Antes que él, Sartre, Foucault, Lyotard, Lipovetski, Chomsky, Vattimo quisieron transmutar el legado liberal. En el caso de Sartre defendiendo las dictaduras soviética y africanas; en el caso de Chomsky negando el genocidio de los jemeres rojos; en el caso de Foucault apoyando, desde su peculiar ideal del marxismo, el absolutismo iraní que imponía el Ayatolá Jomeini; en el caso de Lyotard cayendo en brazos de un relativismo estúpido o posmoderno que tachaba de inútil la condición del saber de las sociedades libres; etc.
En cualquier caso, y acabo con una sentencia de Alexander Hamilton (1757-1804), uno de los fundadores de la democracia norteamericana, “dadle todo el poder a la mayoría y ella oprimirá a la minoría. Dadle todo el poder a la minoría y ella oprimirá a la mayoría. Ambas, por lo tanto, deben tener poder, de manera que cada una pueda protegerse de la otra”, sin incurrir en liberticidios de ningún signo político, agrego.
Foto Miguel Bruna
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Lenin, es cierto, anda algo lejos de nuestras referencias. Pero, ¿qué decir del socialista Bernard Shaw que respetaba a Mussolini y por igual admiraba a Stalin y a Hitler? ¿O cómo explicar que el escritor y filósofo británico Herbert G. Wells reclamara la llegada del fascismo liberal (“progressive fascism”)? Este intelectual, socialista y fabiano para más señas, estaba hastiado de parlamentarismo liberal. Y como Carlyle, primero, y Bergson, más tarde, sentía singular estimación por los caudillos, cosa nada extravagante en sí misma, dado que los componentes de la Sociedad Fabiana se habían decantado a favor de la utopía soviética e incluso negaron los asesinatos cometidos por el régimen estalinista. Así que, en Oxford, en el mes de julio de 1932 y ante una audiencia constituida por Jóvenes Liberales, Wells les confiará el deseo de que los progresistas deben convertirse en “fascistas liberales” e “ilustrados Nazis”, formaciones que casaban muy bien con la concepción liberticida que Wells tenía de la política.
Por supuesto, siempre ha habido coaliciones e individuos “enemigos de la libertad”. El auge del imperialismo colonial en plena Edad Contemporánea favoreció conductas fratricidas. Recuérdese el genocidio de los herero y namaquas (Namibia: 1904), sancionado por el Káiser Guillermo II de Alemania. Por cierto, el gobernador de la colonia namibia era Göring cuyo hijo sería sucesor y representante de Hitler en todas las instituciones del Estado eugenésico nazi. ¿Casualidad?
Durante las primeras décadas del XX, también hubo muchos “anarco-traidores” que justificaron el uso de la violencia, como el anarco-autoritario Félix Liquiniano, promotor e integrante español de la organización terrorista ETAPero no achaquemos solo a estos amigos de la tiranía las embestidas contra el pensamiento lib-lib (libertario-liberal). Hubo miembros destacados del anarquismo que se alejaron de la senda individualista y acabaron adhiriéndose a favor de la dictadura. Eso fue lo que les sucedió a la argentina María Collazo, al uruguayo Roberto Cotelo, al italiano Antonio Marzovillo… tipificados como “anarco-bolcheviques”, aunque en otras condiciones, y no solo a finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, también hubo muchos “anarco-traidores” que justificaron el uso de la violencia, como el anarco-autoritario Félix Liquiniano, promotor e integrante español de la organización terrorista ETA.
Liberalismo “igualitario”
Entre las filas del liberalismo, y en décadas recientes, ha florecido el neocontractatualismo. Su principal valedor es el norteamericano John Rawls. La clave del éxito de su teoría, aparentemente liberal, es simple. Igual que Rousseau justificó la escuela de la ignorancia, Rawls habló con derroche de optimismo de las bondades que entraña el desconocimiento en el ámbito de la política, sobre todo tras opinar lo conveniente que sería que todos, vueltos al estadio de inocencia colectiva, desconociéramos nuestra posición venidera en la sociedad, si sanos o enfermos, si ricos o pobres, ya inteligentes o con pocas destrezas.Rawls se alza como monarca de la Verdad (¿y del rebaño humano?) y asume la prerrogativa poco democrática de ubicarse por encima del grupo y exigir a los demás un estado de ceguera.Al creer como Kant que todos los seres humanos somos competentes para movernos en sociedad sin los enojosos cálculos por interés, Rawls aceptaba que las personas podemos actuar en bloque, o sea, de forma unánimemente generosa y desinteresada. De ahí que en el instante en que negociamos un pacto social acabemos sin rechistar por colocarnos el velo de la ignorancia, eso pensaba Rawls. Y es que “los principios de la justicia se eligen detrás de un velo de ignorancia. Esto asegura que nadie sea favorecido o perjudicado en la elección de los principios como consecuencia del azar natural o de la contingencia de las circunstancias sociales”, tales son los beneficios (explica Rawls en Una Teoría de la Justicia) que se obtienen del acto igualitario de no ver, de no saber… mientras él, el mismo Rawls, se alza como monarca de la Verdad (¿y del rebaño humano?) y asume la prerrogativa poco democrática de ubicarse por encima del grupo y exigir a los demás un estado de ceguera.
La política no es algo infalible
Intranquiliza que intelectuales y políticos desconozcan cómo somos de verdad las personas de carne y hueso; alarma que caigan en una mitología fundamentalista y ajena al conocimiento de la Historia; inquieta que determinados políticos e intelectuales aspiren a legitimar un nuevo orden político no exento de tics autoritarios.Intranquiliza que intelectuales y políticos desconozcan cómo somos de verdad las personas de carne y huesoPues bien, frente a las aventuras populistas actuales que animan a aplicar à la force, y en nombre de la salvación del Pueblo, estrategias de ingeniería social, se olvida a veces que en las “democracias liberales” las decisiones porque poseen carácter abierto están expuestas a críticas y a revisiones periódicas, sujetas a la iniciativa de establecer otras metas, de tomar un rumbo, diferente o no. Y desde el ejercicio de la libertad.
Sin embargo, hay pensadores y líderes que presumen de que con ellos se acaban los problemas de la HUMANIDAD; de que tienen, qué soberbia, todas las respuestas a todos los problemas humanos. En fin, no sé si estamos en la época de la muerte de los grandes relatos, Lyotard dixit. Sí opino más bien que vivimos bajo la moda colectivista de unos relatos que por dogmatismo animan a creer en la venida de nuevos Pastores de Pueblos, capaces de administrar cual latifundistas la vida de los demás.
Un dato más. En opinión del filósofo hispano-argentino Augusto Ángel Klappenbach existen tres movimientos políticamente diferenciados: el de los neoconservadores, el de los neoconstructores y de los deconstructores. Para ser justos, en el grupo de los neoconstructores Rawls no estaba solo. Antes que él, Sartre, Foucault, Lyotard, Lipovetski, Chomsky, Vattimo quisieron transmutar el legado liberal. En el caso de Sartre defendiendo las dictaduras soviética y africanas; en el caso de Chomsky negando el genocidio de los jemeres rojos; en el caso de Foucault apoyando, desde su peculiar ideal del marxismo, el absolutismo iraní que imponía el Ayatolá Jomeini; en el caso de Lyotard cayendo en brazos de un relativismo estúpido o posmoderno que tachaba de inútil la condición del saber de las sociedades libres; etc.
En cualquier caso, y acabo con una sentencia de Alexander Hamilton (1757-1804), uno de los fundadores de la democracia norteamericana, “dadle todo el poder a la mayoría y ella oprimirá a la minoría. Dadle todo el poder a la minoría y ella oprimirá a la mayoría. Ambas, por lo tanto, deben tener poder, de manera que cada una pueda protegerse de la otra”, sin incurrir en liberticidios de ningún signo político, agrego.
Foto Miguel Bruna
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