miércoles, 12 de septiembre de 2018

En las entrañas del populismo


disidentia.com

En las entrañas del populismo

 

Carlos Barrio

La irrupción de Podemos en el panorama político español y el surgimiento de partidos políticos conservadores de corte identitario en la antigua Europa del Este han relanzado editorialmente la problemática populista.
Cuando hablamos de populismo caben dos grandes posicionamientos. Considerarlo una ideología más dentro del amplio abanico de opciones ideológicas, lo cual nos llevaría a no considerarlo como una patología política, o bien pensarlo en términos de una estrategia   propia del marketing político.
En este artículo optaré por decantarme por la segunda de las opciones. Según mi parecer toda ideología es en principio susceptible de asumir un ropaje populista si se dan condiciones determinadas. Una desafección creciente respecto al sistema político o el establecimiento de un consenso socialdemócrata que aleja a los partidos de sus coordenadas ideológicas clásicas pueden citarse como dos factores que favorecen el surgimiento de estrategias populistas. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la llamada nueva izquierda europea. Ésta se inspira por igual tanto en el marxismo cultural como en la experiencia latinoamericana del llamado socialismo del siglo XXI, que ha sabido disfrazar un discurso comunista en declive con una estrategia política populista para obtener réditos políticos presentando una visión idílica de las experiencias populistas latinoamericanas.
La derecha identitaria europea de corte xenófobo se ha servido de la irresponsabilidad y el utopismo de la nueva izquierda para crecer electoralmente en los caladeros propios de la izquierda tradicional
La derecha identitaria europea de corte xenófobo se ha servido de la irresponsabilidad y el utopismo de la nueva izquierda para crecer electoralmente en los caladeros propios de la izquierda tradicional.  La multiplicación por doquier de los nuevos sujetos revolucionarios (gays, inmigrantes, musulmanes…) ha privado a la clase obrera de su tradicional posición privilegiada en los discursos de la izquierda clásica. El votante del Frente Nacional francés ya no es tanto un irredento xenófobo cuanto un desconcertado obrero que asiste impasible al derrumbe de la promesa socialdemócrata de un Estado de bienestar capaz de reducir la desigualdad.
Todo discurso populista descansa en último término en un nuevo abecedario político. En este nuevo alfabeto populista el pueblo, el eje central sobre el que pivota todo el discurso antisistema del populismo, no es tanto una realidad ontológica como una pura construcción discursiva sobre la base de la cual se plantea una alternativa hegemónica al orden democrático representativo. El pueblo no existe sino que se construye a través de un discurso incendiario que enfrenta a unos individuos contra otros.
Para referirse a este nuevo sujeto revolucionario, la estrategia populista recurre otra vez a una metáfora espacial y así habla de los de abajo contra los de arriba, de los sin parte contra lo que no reparten etc. Esta visión conflictiva de la política no deja de ser una actualización de la tesis clásica del marxismo que ve en el conflicto el motor de la historia, sólo que convenientemente camuflada para que no se pueda identificar con el comunismo clásico, que no goza de una general aceptación, al menos en las sociedades europeas.
Peter Sloterdijk en su obra Tiempo e Ira describe a la perfección los enormes réditos políticos que ofrece el resentimiento social
El pueblo es también considerado como un todo unitario, sin fisuras, como en el fascismo. No hay ciudadanos con intereses encontrados, hay un pueblo uniforme al que las élites políticas maltratan e ignoran sistemáticamente. El pueblo es también el sujeto soberano, pero necesita, en la línea jacobina, un taumaturgo que identifique convenientemente sus deseos y necesidades y que obre el milagro.  El pensador Enrique Dussel, vinculado al llamado socialismo del siglo XXI, sintetiza esta visión a la perfección cuando afirma que “el pueblo manda obedeciendo en el socialismo democrático”.
El abecedario populista también se nutre del resentimiento. Este es el resorte que catapulta al populismo en su ascenso al poder. Peter Sloterdijk en su obra Tiempo e Ira describe a la perfección los enormes réditos políticos que ofrece el resentimiento social. Como muy bien apunta Sloterdijk, sirviéndose de Nietzsche, el resentido acumula su ira y su envidia como si fuera un tesoro. El populista demagogo hace las veces de un banquero de la ira: toma todo ese resentimiento como si tratase de un depósito a plazo fijo y promete al iracundo unos réditos en forma de venganza que se disfraza con los ropajes de la llamada justicia social.
El populista seculariza la noción teológica de la ira de Dios, en definitiva. En sociedades donde el igualitarismo extremo es llevado hasta el paroxismo y donde cualquier manifestación de mérito o de mayor capacidad es vista con desdén, siempre acaban floreciendo los discursos del resentimiento. Para el resentido, desigualdad y democracia son incompatibles. Autores como Fernández de la Mora o Murray Rothbard analizan la influencia que ha tenido la envida igualitaria como patología social que coadyuva estos discursos del odio.
Otra de las notas del abecedario populista consiste en presentar la democracia representativa de corte liberal como un mero apéndice institucional del capitalismo
Otra de las notas del abecedario populista consiste en presentar la democracia representativa de corte liberal como un mero apéndice institucional del capitalismo, que es el gran Satán de todo discurso populista. Las causas de cualquier fracaso personal siempre son colectivas y se hipostatizan en el capitalismo, que más que un sistema de producción y acumulación de riqueza se convierte en una versión secularizada del mal absoluto.
El tradicional posicionamiento marxista en favor del intervencionismo y la rígida planificación económica no se justificaría ya sobre la base de la dictadura del proletariado, sino que sería una exigencia de la propia idea de la democracia. Democracia auténtica y mercado son incompatibles, según su visión, en la medida en que la democracia representativa supeditaría las decisiones políticas a los dictados de lo más conveniente para el florecimiento del capitalismo globalizado.
Por más que el mundo occidental viva inmerso en un gran consenso socialdemócrata marcado por el intervencionismo, la prolija regulación y la presión fiscal creciente, los discursos populistas, de corte izquierdista o derechista, insisten en presentar una suerte de complot neoliberal para dominar el mundo. La llamada Escuela de Chicago y en fechas más recientes la denominada Escuela Austriaca de economía suelen ser señaladas como las doctrinas económicas responsables de todas las injusticias y desmanes del mundo. Poco importa que se trate de doctrinas no mayoritarias entre el gremio de los economistas, frente al hegemónico paradigma neoclásico de corte Keynesiano. A efectos discursivos todo es neoliberal, hasta los famosos planes de Quantitaive Easing de los Bancos Centrales que han permitido a los gobiernos de muchos países del sur de Europa mantener un elevado nivel de endeudamiento con el que sufragar el Estado de bienestar.
El populismo presenta un discurso que pretende recuperar un Estado de bienestar en crisis, frente a la democracia liberal que lo habría desmantelado
En general el populismo presenta un discurso que pretende recuperar un Estado de bienestar en crisis, frente a la democracia liberal que lo habría desmantelado. Esto es una gran falacia que se ve refutada por la fuerza de los hechos. Si analizamos las estadísticas oficiales relativas al peso del sector público en el PIB de los países más industrializados del mundo, observamos una tendencia al mantenimiento de un sector público muy fuerte y a un cada vez mayor intervencionismo económico en sectores como el bancario, el energético, las telecomunicaciones o el transporte.
Desde el punto de vista conceptual tampoco parece existir una demanda social ni teórica dominante en un sentido desfavorable al mantenimiento de altos niveles de protección social. La alternativa minarquista, y no digamos ya el llamado anarcocapitalismo pasan de ser opciones puramente teóricas, con apenas relevancia política e institucional. Lo que hay es más bien una revisión en profundidad de la filosofía subyacente en el Estado de Bienestar.
Autores como Harold Wilensky dudan de que el Estado de bienestar haya procedido a una redistribución desde las rentas del capital hacia las del trabajo. Más bien lo que se ha producido es una redistribución en el interior de las propias rentas de trabajo, cada vez sometidas a una mayor presión fiscal. La idea de que el Estado debe garantizar unos estándares mínimos de renta y de seguridad vital frente a posibles contingencias no es cuestionada por prácticamente ningún partido. Formaciones políticas teóricamente liberales, como Ciudadanos, llevan una marcada impronta social en sus programas, como muchos partidos liberales que se adjetivan como progresistas a fin de poder competir por los caladeros del voto socialdemócrata, mayoritario entre unas capas de la población cada vez más infantilizadas y dependientes del Estado.
Foto Barcex

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