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La Casa Blanca publicó, el 4 de octubre de 2018, la
National Strategy for Counterterrorism, o sea la nueva «
Estrategia Nacional contre el Terrorismo» [
1],
documento que está siendo presentado como una ruptura con todo
lo anterior en ese sector. El texto anterior era el de la administración
Obama y se había dado a conocer en 2011. Pero el nuevo es en realidad
un compromiso entre el presidente Trump y el Pentágono.
Preámbulo
El terrorismo es un método de lucha que cualquier ejército se reserva
el derecho de utilizar. Las cinco potencias miembros permanentes del
Consejo de Seguridad de la ONU lo utilizaron en momentos específicos de
la guerra fría.
En aquella época, las acciones terroristas podían ser mensajes de un
Estado a otro u operaciones secretas tendientes a contrarrestar o
impedir alguna otra acción de un protagonista. Pero hoy en día las
acciones terroristas se han generalizado. Ya no son parte del diálogo
secreto entre Estados sino que buscan debilitarlos.
Por ejemplo, nuestros lectores franceses seguramente recuerdan que
durante la guerra civil libanesa (1975-1990), el presidente francés
Francois Mitterrand ordenó el atentado perpetrado contra la Oficina de
Conscripción Militar de Damasco –en Siria–, atentado que dejó un saldo
de 175 muertos, como represalia por el asesinato del embajador
de Francia en Beirut, Louis Delamarre. Ese mismo presidente francés
nos proporciona otro ejemplo ya que fue también por orden de Francois
Mitterrand que se perpetró, en 1985, la voladura del barco de Greenpeace
Rainbow Warrior, provocando la muerte de una persona, porque
aquel navío estaba obstaculizando la realización de ensayos nucleares
franceses en el Pacífico.
Ambigüedades
Tres ambigüedades aparecen permanentemente en la retórica estadounidense, desde 2001:
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La noción de «
guerra mundial contra el terrorismo» (GWOT, siglas en inglés), formulada por George Bush hijo, siempre careció de todo sentido. El «
terrorismo» no es un enemigo sino una forma de lucha. Por consiguiente, la fórmula «
guerra contra el terrorismo» resulta tan absurda como hablar de «
guerra contra la guerra» y carece de verdadero significado. Lo que en realidad se quería era anunciar lo que Donald Rumsfeld llamó la «
guerra sin fin»,
o sea la aplicación de la estrategia del almirante estadounidense
Arthur Cebrowski para destruir las estructuras mismas de los Estados y
sociedades en los países no conectados a la economía globalizada.
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El
desarrollo de las organizaciones musulmanas que practican el terrorismo
se basa en una ideología –la del islam político– defendida y divulgada
por la Hermandad Musulmana. Algunas corrientes iraníes difunden una
variante de esa ideología pero raramente recurren al terrorismo. O sea,
de nada sirve luchar contra el síntoma (la multiplicación de los actos
de terrorismo) sin luchar contra la enfermedad que lo provoca (el islam
político).
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La palabra «
terrorismo»
se ha convertido en un término peyorativo aplicado a organizaciones que
han utilizado esa forma de lucha muy excepcionalmente pero a las que la
Casa Blanca quiere demonizar –como el Hezbollah.
Evolución del antiterrorismo
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Iniciada
por el presidente Bush hijo después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001, la guerra mundial contra el terrorismo no ha
alcanzado su supuesto objetivo. En realidad, ha sido más bien todo
lo contrario ya que la cantidad de actos terroristas se ha multiplicado y
extendido por todo el mundo. Toda la algarabía sobre la «
guerra contra el terrorismo» no fue más que una excusa para imponer a los estadounidenses una vigilancia generalizada (la «
Ley Patriótica» o
Patriot Act), la creación del Departamento de Seguridad de la Patria (
United States Department of Homeland Security) y justificar guerras de agresión (como las guerras contra Afganistán e Irak).
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El
presidente Barack Obama maquilló ese sistema. Puso fin a algunas
prácticas (como el uso de la tortura) y no utilizó esa retórica para
justificar las agresiones contra Libia y Siria. Enterró la polémica
sobre los atentados del 11 de septiembre, mantuvo la
Patriot Act y
desarrolló las agencias dedicadas a vigilar a la población. Barack
Obama sólo mencionó la guerra contra el terrorismo para crear un vasto
sistema de asesinatos selectivos, a menudo perpetrados con drones.
Al mismo tiempo montó la «
muerte» de Osama ben Laden para
facilitar la reincorporación de los camaradas de armas de ese personaje
al dispositivo inicial de la CIA, lo cual le permitió utilizar hombres
de al-Qaeda en las operaciones terrestres contra Libia y en Siria.
Finalmente, Barack Obama respaldó la creación –por parte del Emirato
Islámico (Daesh)– de un Califato en territorios de Irak y Siria,
mientras Estados Unidos fingía luchar contra Daesh.
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El
presidente Donald Trump, quien había previsto poner fin al terrorismo
por parte de las potencias occidentales, se vio obligado a modificar sus
objetivos a raiz de la dimisión –provocada por sus adversarios– del
general Michael Flynn, a quien había nombrado consejero de seguridad
nacional. Sin embargo, Trump logró finalmente obligar las monarquías del
Golfo a poner fin al financiamiento que garantizaban a los ejércitos
terroristas –facilitando así el fin del Califato como Estado– e incluyó
la lucha contra el terrorismo entre los objetivos de la OTAN.
La nueva estrategia antiterrorista de Estados Unidos
La nueva doctrina estadounidense trata de conciliar el objetivo enunciado en la consigna
America First!
y las herramientas del Estado federal. Por consiguiente, plantea que
en lo adelante Washington combatirá únicamente contra las organizaciones
terroristas que atacan sus intereses. Se trata, por supuesto, de «
sus» intereses en el sentido más amplio, incluyendo a Israel.
Para justificar esta anexión estratégica, la nueva doctrina recicla
la retórica de Bush hijo proclamando la necesidad de defender
Estados Unidos –otra vez incluyendo a Israel– porque ese país constituye
«
la vanguardia de la libertad, de la democracia y de la gobernanza constitucional» (sic).
El presidente Trump señala como organizaciones a las que habrá que combatir:
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los
grupos al estilo de al-Qaeda, Daesh, Boko Haram, Tehrik-e-Taliban y
Lashkar-e-Tayyiba, en la medida en que sigan estimulando a sus
seguidores a atacar intereses estadounidenses;
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los grupos de resistencia que se enfrentan a Israel (Irán, el Hezbollah, el Hamas);
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otros
extremistas (los neonazis del Movimiento de Resistencia Nórdica y del
National Action Group, los sikhs del Babbar Khalsa, e incluso los
fanáticos del especismo).
Es evidente para todos que al designar grupos musulmanes y sikhs
con base en Pakistán se prepara probablemente una operación de
desestabilización contra ese país. Después de Daesh en Palmira, los
nazis en Ucrania y la «
revolución» contra el actual gobierno
de Nicaragua, Pakistán pudiera ser el cuarto punto seleccionado para
contrarrestar el proyecto chino de «
Nueva Ruta de la Seda», que Pekín suele identificar en inglés como «
The Belt and Road Initiative (BRI)».
Las prioridades
La nueva estrategia enuncia seguidamente una serie de acciones a
realizar. El presidente Trump reconoce de buena gana que Estados Unidos
no puede hacerlo todo al mismo tiempo y define por tanto varias «
prioridades», una manera elegante de exponer lo que ya no puede hacer.
Señalemos de paso que el presidente Trump avala la detención de
yihadistas en nombre de las leyes de la guerra, detención que pudiera
prolongarse por toda la vida debido a la imposibilidad de terminar esta
guerra en un plazo razonable.
Las 3 grandes innovaciones son:
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El
dispositivo, de concepción puramente estadounidense, de vigilancia de
las entradas al territorio nacional y fichaje de sospechosos,
se extenderá a todos los países aliados de Estados Unidos. «
America First!»,
o sea “¡Primero Estados Unidos!”, no significa ¡Sólo Estados Unidos!
Le guste o no a la Casa Blanca, el Pentágono tratará de reinstaurar el «
Imperio estadounidense» utilizando como pretexto la coordinación de la lucha antiterrorista.
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Si
hasta ahora existía una propaganda para luchar contra el reclutamiento
de nuevos yihadistas, el Pentágono y el Departamento de Seguridad de
la Patria han sido autorizados a convertir esa política en ideología del
Estado para movilizar toda la sociedad en ese sentido.
El antiterrorismo está llamado a convertirse en lo que fue el
anticomunismo en tiempos del senador Joseph McCarthy.
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Aunque luchará contra los grupos clasificados como «
terroristas»,
el Pentágono considerará en lo adelante que no puede prevenir todos los
atentados en suelo estadounidense. Desarrollará por tanto un programa
de reparación de los daños causados. Esto constituye un completo cambio
de mentalidad. Hasta ahora se consideraba que no había enemigo capaz de
alcanzar el suelo estadounidense y que las fuerzas armadas de
Estados Unidos se desplegaban por el mundo para imponer la ley
de Washington. El Pentágono comienza a verse a sí mismo como una fuerza
de defensa del territorio estadounidense.
En resumen, esta nueva
Estrategia Nacional Antiterrorista
se sitúa muy lejos de los análisis que el general Flynn y el propio
Donald Trump habían formulado durante la campaña presidencial. Pero
no tendrá gran impacto en ese ámbito. Su verdadera utilidad es otra:
el presidente está modificando poco a poco los objetivos del aparato
de seguridad del Estado federal. Si se aplica, este texto tendrá
profundas consecuencias a largo plazo. En definitiva, implementa la
voluntad de convertir las fuerzas armadas imperialistas en verdaderos
órganos de defensa nacional.
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