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Argentina. Guerra contra el pueblo, guerra del pueblo
Por jorge luis ubertalli o.
La guerra contra el pueblo argentino desatada por el
macrismo y sus fuerzas represivas no quedará impune. Las masas, hartas
de padecer hambre y explotación, sabrán en su momento responder a la
dictadura del capital como se debe.
Nuevamente los esbirros del macrismo y sus compinches golpearon, hirieron, humillaron, insultaron y detuvieron a manifestantes que se concentraron en la Plaza de los Dos Congresos para tratar de impedir que se vote, por parte de los tribunos entregados y entregadores, el Presupuesto para el año entrante, diseñado a gusto y piacere del Fondo Monetario Internacional (FMI), del gobierno chauvinista y protofascista de Donald Trump, del Tesoro de EE.UU. y de los grandes empresarios locales y multinacionales. También legisladores populares fueron maltratados por los esbirros.
Para ello el gobierno contó una vez más con ‘sus’ servicios de inteligencia y ‘sus’ fuerzas de seguridad, siempre prestas para ahogar en sangre y palos el grito de los explotados y oprimidos a cambio de emolumentos materiales, incluido el tráfico de estupefacientes y la aceitada relación con la delincuencia organizada, y también ‘espirituales’, o sea, via libre para canalizar resentimientos, prejuicios y perversidades contra los supuestos ‘débiles’ de la población.
Pero además, y como desde hace rato ocurre, los agentes de la represión utilizaron a sus ‘infiltrados’, tartufos desclasados y cobardes que, con su accionar provocador, persiguen dos cosas: 1) Lo evidente, que significa provocar para incitar a la represión, dispersar las marchas masivas y castigar a todo el que se le ponga adelante a cualquier esbirro de cuarta. Este accionar ‘profesional’ es común en estos tiempos, y se lleva a cabo para desalentar futuras marchas masivas y ‘limpiar’ las calles de manifestantes a los que se les conculcan todos los derechos, y fundamentalmente uno: el de no morirse de hambre.; 2) Lo subyacente y menos reconocido, consistente en montar provocaciones por parte de ‘servicios’ encapuchados mediante la acción directa y la consiguiente represión. Este accionar no solo logra dispersar las marchas y llevar a cabo la consiguiente ‘cacería’ de militantes, sino incita a cuestionar -y desechar en el caso de alguna militancia- el uso de la violencia frente a la prepotencia armada de las fuerzas de seguridad de los ricos. Este tipo de provocaciones policiales o de otras ‘fuerzas’ no solo persiguen el objetivo de predisponer a la pequeño burguesía de ‘su casa’ y ‘su trabajo’ ( si los tienen) a alejarse de los manifestantes ‘revoltosos’, sino también a encorsetar a cierta militancia de buena fe en las consignas de que la ‘violencia engendra violencia’, de que ‘solo el amor vence al odio’, de que la democracia burguesa es sacrosanta y ‘pura’´ y de que es ‘imposible’ o directamente suicida pagar con su misma moneda a la represión organizada.
Por lo tanto, desanima a esta militancia en cuanto a ejercitarse y organizarse para llevar a cabo acciones directas cuando las circunstancias lo requieran. Los informadores públicos del sistema colaboran con este objetivo, al sugerir y/o sostener hasta el hartazgo qué si algunos se autodefienden frente a la represión, son provocadores.
Lo que se viene
En consonancia con el pardismo que se anuncia en la región y el mundo todo desde la llegada al estrado imperial de un mamarracho fascista y reaccionario que pretende, en su afán de hegemonismo y prepotencia, emular a los antiguos imperios en decadencia y a los bastardos creados por el gran capital que llevaron al mundo a la última Guerra Mundial, los subhumanos de la nueva era preparan las horcas y cuchillos. El de Jair Bolsonaro en Brasil es un ejemplo de lo que vendrá. Su previsible llegada al gobierno brasileño ha sido planificada por el imperialismo norteamericano en decadencia desde la misma llegada de Trump a la Casa Blanca, y aún antes. El repliegue yanqui sobre Nuestra América, que implica millones de desocupados, saqueados, explotados, humillados y hasta la desintegración de naciones en relación con la existencia omnímoda de los ‘mercados’, ha planificado ya como ´combatir’ a las hordas de famélicos que, sin organización política y militar, intentarán asaltar desesperados las fortalezas de los hastiados. La única forma de pararlos, sentencian los expertos al servicio del capital, es por medio de la represión desembozada, ideologizada a través de prejuicios racistas, genéricos, religiosos, etc., etc., ya conocidos y padecidos por los que cargamos algunos años.
Por ello intentan anatemizar cualquier experiencia de resistencia masiva o grupal a la represión por medio de las mismas armas utilizadas por los represores, armas pagadas por el pueblo, fundamentalmente los laburantes y los pobres de todas las geografías, y padecidas por ellos.
Esta desacreditación de la lucha integral se conjuga con la desacreditación de los paradigmas de una verdadera revolución, que no solo haga hincapié en la soberanía de la Nación sino que ponga en primer plano el ejercicio del Poder de los trabajadores sobre el poder de los capitalistas. O sea, una revolución socialista, donde los bienes producidos por todos, tanto materiales como culturales, sean de todos y no apropiados por unos pocos. Frente a la hecatombe programada para el mundo- y por ende para nuestro país- por el capital financiero e industrial multinacional, y cada una de sus patas locales, el ‘sistema’ capitalista recurre al mal menor. Y en forma hipócrita y desembozada sugiere como recambio de esta situación a otro ‘modelo’ del capitalismo, presentado como ‘más justo’, ‘más equitativo’, ‘más inclusivo’. Un ‘modelo’ de capitalismo con rostro humano, presentado por la doctrina social-cristiana, que se homologa con la social-demócrata, aunque parezcan en algún momento enfrentarse. Ambas sostienen la ‘armonía entre el capital y el trabajo’; al Estado y sus instituciones represivas para afuera y para adentro como garantes de la coexistencia entre explotadores y explotados; a la sacralidad institucional burguesa como la única existente y legítima; y al consiguiente pacifismo de los explotados frente al accionar de las patotas represivas oficiales al servicio de los ricos.
El fascismo de nuevo cuño se acerca a pasos agigantados. Y ante la pasividad pequeñoburguesa y sus íconos democráticos a la sans fason es necesario prepararse ideológica, política y militarmente para hacerle frente. Esto significa establecer alianzas con las organizaciones y movimientos ‘progres’, sean socialdemócratas o socialcristianos, para hacerle frente a este enemigo común, pero nunca confiar en éstos en cuanto a la tarea de cumplir el objetivo de conducir un proceso de liberación nacional y social.
Como siempre, unidad en la diversidad contra el enemigo común: el fascismo, que se aproxima presuroso e infla sus globos de ensayo para ver la reacción popular a lo que pretende hacer.
Pero organización política, ideológica y militar de los trabajadores para llevar el combate hasta las últimas consecuencias: erradicar al fascismo y al capitalismo imperialista que lo engendra en su desesperación histórica.
Si hay guerra contra el pueblo, es y será siempre justa la guerra del pueblo contra sus enemigos.
Nuevamente los esbirros del macrismo y sus compinches golpearon, hirieron, humillaron, insultaron y detuvieron a manifestantes que se concentraron en la Plaza de los Dos Congresos para tratar de impedir que se vote, por parte de los tribunos entregados y entregadores, el Presupuesto para el año entrante, diseñado a gusto y piacere del Fondo Monetario Internacional (FMI), del gobierno chauvinista y protofascista de Donald Trump, del Tesoro de EE.UU. y de los grandes empresarios locales y multinacionales. También legisladores populares fueron maltratados por los esbirros.
Para ello el gobierno contó una vez más con ‘sus’ servicios de inteligencia y ‘sus’ fuerzas de seguridad, siempre prestas para ahogar en sangre y palos el grito de los explotados y oprimidos a cambio de emolumentos materiales, incluido el tráfico de estupefacientes y la aceitada relación con la delincuencia organizada, y también ‘espirituales’, o sea, via libre para canalizar resentimientos, prejuicios y perversidades contra los supuestos ‘débiles’ de la población.
Pero además, y como desde hace rato ocurre, los agentes de la represión utilizaron a sus ‘infiltrados’, tartufos desclasados y cobardes que, con su accionar provocador, persiguen dos cosas: 1) Lo evidente, que significa provocar para incitar a la represión, dispersar las marchas masivas y castigar a todo el que se le ponga adelante a cualquier esbirro de cuarta. Este accionar ‘profesional’ es común en estos tiempos, y se lleva a cabo para desalentar futuras marchas masivas y ‘limpiar’ las calles de manifestantes a los que se les conculcan todos los derechos, y fundamentalmente uno: el de no morirse de hambre.; 2) Lo subyacente y menos reconocido, consistente en montar provocaciones por parte de ‘servicios’ encapuchados mediante la acción directa y la consiguiente represión. Este accionar no solo logra dispersar las marchas y llevar a cabo la consiguiente ‘cacería’ de militantes, sino incita a cuestionar -y desechar en el caso de alguna militancia- el uso de la violencia frente a la prepotencia armada de las fuerzas de seguridad de los ricos. Este tipo de provocaciones policiales o de otras ‘fuerzas’ no solo persiguen el objetivo de predisponer a la pequeño burguesía de ‘su casa’ y ‘su trabajo’ ( si los tienen) a alejarse de los manifestantes ‘revoltosos’, sino también a encorsetar a cierta militancia de buena fe en las consignas de que la ‘violencia engendra violencia’, de que ‘solo el amor vence al odio’, de que la democracia burguesa es sacrosanta y ‘pura’´ y de que es ‘imposible’ o directamente suicida pagar con su misma moneda a la represión organizada.
Por lo tanto, desanima a esta militancia en cuanto a ejercitarse y organizarse para llevar a cabo acciones directas cuando las circunstancias lo requieran. Los informadores públicos del sistema colaboran con este objetivo, al sugerir y/o sostener hasta el hartazgo qué si algunos se autodefienden frente a la represión, son provocadores.
Lo que se viene
En consonancia con el pardismo que se anuncia en la región y el mundo todo desde la llegada al estrado imperial de un mamarracho fascista y reaccionario que pretende, en su afán de hegemonismo y prepotencia, emular a los antiguos imperios en decadencia y a los bastardos creados por el gran capital que llevaron al mundo a la última Guerra Mundial, los subhumanos de la nueva era preparan las horcas y cuchillos. El de Jair Bolsonaro en Brasil es un ejemplo de lo que vendrá. Su previsible llegada al gobierno brasileño ha sido planificada por el imperialismo norteamericano en decadencia desde la misma llegada de Trump a la Casa Blanca, y aún antes. El repliegue yanqui sobre Nuestra América, que implica millones de desocupados, saqueados, explotados, humillados y hasta la desintegración de naciones en relación con la existencia omnímoda de los ‘mercados’, ha planificado ya como ´combatir’ a las hordas de famélicos que, sin organización política y militar, intentarán asaltar desesperados las fortalezas de los hastiados. La única forma de pararlos, sentencian los expertos al servicio del capital, es por medio de la represión desembozada, ideologizada a través de prejuicios racistas, genéricos, religiosos, etc., etc., ya conocidos y padecidos por los que cargamos algunos años.
Por ello intentan anatemizar cualquier experiencia de resistencia masiva o grupal a la represión por medio de las mismas armas utilizadas por los represores, armas pagadas por el pueblo, fundamentalmente los laburantes y los pobres de todas las geografías, y padecidas por ellos.
Esta desacreditación de la lucha integral se conjuga con la desacreditación de los paradigmas de una verdadera revolución, que no solo haga hincapié en la soberanía de la Nación sino que ponga en primer plano el ejercicio del Poder de los trabajadores sobre el poder de los capitalistas. O sea, una revolución socialista, donde los bienes producidos por todos, tanto materiales como culturales, sean de todos y no apropiados por unos pocos. Frente a la hecatombe programada para el mundo- y por ende para nuestro país- por el capital financiero e industrial multinacional, y cada una de sus patas locales, el ‘sistema’ capitalista recurre al mal menor. Y en forma hipócrita y desembozada sugiere como recambio de esta situación a otro ‘modelo’ del capitalismo, presentado como ‘más justo’, ‘más equitativo’, ‘más inclusivo’. Un ‘modelo’ de capitalismo con rostro humano, presentado por la doctrina social-cristiana, que se homologa con la social-demócrata, aunque parezcan en algún momento enfrentarse. Ambas sostienen la ‘armonía entre el capital y el trabajo’; al Estado y sus instituciones represivas para afuera y para adentro como garantes de la coexistencia entre explotadores y explotados; a la sacralidad institucional burguesa como la única existente y legítima; y al consiguiente pacifismo de los explotados frente al accionar de las patotas represivas oficiales al servicio de los ricos.
El fascismo de nuevo cuño se acerca a pasos agigantados. Y ante la pasividad pequeñoburguesa y sus íconos democráticos a la sans fason es necesario prepararse ideológica, política y militarmente para hacerle frente. Esto significa establecer alianzas con las organizaciones y movimientos ‘progres’, sean socialdemócratas o socialcristianos, para hacerle frente a este enemigo común, pero nunca confiar en éstos en cuanto a la tarea de cumplir el objetivo de conducir un proceso de liberación nacional y social.
Como siempre, unidad en la diversidad contra el enemigo común: el fascismo, que se aproxima presuroso e infla sus globos de ensayo para ver la reacción popular a lo que pretende hacer.
Pero organización política, ideológica y militar de los trabajadores para llevar el combate hasta las últimas consecuencias: erradicar al fascismo y al capitalismo imperialista que lo engendra en su desesperación histórica.
Si hay guerra contra el pueblo, es y será siempre justa la guerra del pueblo contra sus enemigos.
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