Muchos creen que el régimen no tenía de otra ante el hartazgo de todo un país; pero las dictaduras son cínicas y están dispuestas a llegar hasta las últimas consecuencias. En esta ocasión creo que la articulación de fuerzas que López Obrador realizó en los últimos cuatro años rodeó al viejo régimen hasta cantarle el jaque mate, so pena de una prolongada desestabilización social y política que a nadie habría convenido si se hubiera dado un nuevo fraude electoral. Creo que en esto también contribuimos una generación de mexicanos que incansablemente presionamos por el cambio de régimen. Si la conciencia de las fallas de nuestro sistema es el punto inicial para su solución, la voluntad y capacidad de acuerdo para ejecutar los mecanismos de corrección representan una esperanza.
No canto aún victoria sobre el devenir político del Estado mexicano ni de la consolidación democrática del país. Sin embargo, soy marcadamente optimista. Nuestro devenir no depende solamente de la buena conducción de Andrés Manuel López Obrador y sus colaboradores al frente del Gobierno; también dependerá de cómo jueguen la reacción y el resto de la ciudadanía mexicana, la cual hoy es extremadamente diversa, por lo que el factor incertidumbre aún puede llevar este barco a distintos puertos, que he agrupado en los siguientes escenarios:
a) Transición de regímenes. Esto es, el exitoso cambio de regímenes, el cual parte de una inicial coexistencia de regímenes pero que avanza en el tiempo con una reducción paulatina de la presencia de actores políticos del viejo régimen, reemplazándolos por políticos del nuevo régimen de forma progresiva, dando paso a la transición de regímenes, similar a lo que podemos observar en Chile durante las últimas tres décadas.
b) Coexistencia de regímenes, en la cual el cambio de regímenes se detiene y alcanza una estabilidad, la cual suele mantener un débil equilibrio, pues el nuevo régimen tiene aspiraciones y el viejo lo sabe. Este es el caso del maderismo y el huertismo, lo que dio paso a la siguiente categoría.
c) Retorno al viejo régimen. Esto sucede cuando el nuevo régimen no fue lo suficientemente hábil para acomodarse y tomar las riendas del poder. Es similar a lo que le sucedió a la naufragada República de Weimer en Alemania, a la Segunda República Española y al gobierno de Salvador Allende en Chile.
La coexistencia de regímenes no garantiza por sí sola la transición de regímenes ni mucho menos el cambio de régimen. Sin cambio de régimen tampoco es posible la transición a la democracia, pues los viejos regímenes suelen haberse beneficiado del control de los órganos electorales y por ello impedir la democracia –y dar paso ya sea a una dictadura o permitir tan sólo una especie de democracia dirigida.
Asimismo, un exitoso cambio de régimen no implica necesariamente una transición a la democracia, pues alguna facción de un nuevo régimen puede fortalecerse, anular a las otras facciones de ese nuevo régimen y cerrarle la puerta a la democracia, como ha sido el caso del Obregonismo en México, del Nacionalsocialismo en Alemania o de Filipo II de Macedonia en el S. IV a.C. Por eso, nuestra misión actual debe concentrarse en seguir empujando el cambio de régimen y en simultáneo presionar incansablemente hasta la instauración de una democracia de verdad en México.
En lo relativo al cambio de régimen, existe un interesante paralelismo entre los poderes fácticos que tuvieron que enfrentar los liberales del S.XIX y los que hoy tenemos que enfrentar: una clase político-económica acostumbrada a los negocios fáciles posibilitados por una economía rentista. Hoy como en 1860, el solo intento de regular la actividad bancaria desata la más férrea reacción del sector financiero. Es de esperarse y hay que estar dispuestos a asumir las consecuencias, so pena de retornar al viejo régimen y haber librado entonces una guerra inútil.
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