Las historias que narran los miles de migrantes hondureños, y en
general centroamericanos, tienen un punto en común: todos, sin
excepción, huyen del infierno en que han convertido a sus comunidades,
barrios y colonias los gobiernos que han relegado el bienestar general
por el enriquecimiento de unos cuantos y la protección de
multinacionales, según lo ordenado desde Washington.
Y como cruel paradoja, el gobierno de Donad Trump piensa que militarizando su frontera con México va a terminar con un problema social que en palabras del politólogo Noam Chomsky es generado por el propio gobierno estadunidense, responsable directo de la miseria y los horrores de los que escapan los integrantes de la caravana migrante.
La estrategia de mantener bajo su control absoluto a los gobiernos de Centro y Sudamérica ha llevado a la política estadunidense a niveles de franca barbarie económica, impidiendo a estas naciones lograr un crecimiento económico y una más justa y razonable distribución de la riqueza.
Nadie, está claro, sale de la tierra que lo vio nacer por gusto. Millones son víctimas de regímenes sostenidos sin el apoyo de los ciudadanos por convenir así a los intereses de Estados Unidos. Políticos sumisos hasta la ignominia a los dictados de los organismos internacionales y las trasnacionales, aplicando el neoliberalismo sin ninguna restricción, condenando a millones de personas a vivir en la extrema pobreza y por si esto no bastara, en un clima de generalizada violencia por la impunidad de que gozan poderosas bandas delincuenciales, dedicadas no sólo a la venta y el trasiego de droga, sino a un amplio catálogo de delitos como la trata de personas.
Llama la atención que el gobierno norteamericano e incluso la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) eviten analizar las causas reales que originan esta migración; no sólo en Estados Unidos, sino también en nuestro país se han alzado voces, a través de las redes sociales, tratando de criminalizar a sus integrantes, cuando debería agradecérseles por visibilizar las consecuencias de un capitalismo bárbaro ejecutado por diversos gobiernos del continente, basado en la teoría neoliberal para privatizar empresas públicas y entregar abundantes concesiones a las trasnacionales, relegando a un segundo término el bienestar social de millones de personas.
Por ejemplo, el representante en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH), Jan Jarab, planteó al gobierno mexicano la exigencia de otorgar a los migrantes un trato más humanitario, como los hondureños, quienes atraviesan el territorio nacional para que no caer en manos de grupos delincuenciales, sobre todo los que viajan con mujeres y niños.
Sin duda es loable la posición de Jan Jarab, pero lo sería más si su petición la acompañara de una reflexión al papel que ha jugado Estados Unidos desde hace más de tres décadas, tiempo en el que ha apoyado las dictaduras militares en países como Guatemala, El Salvador y ahora Honduras, responsables directas del brutal atraso económico y social en Centroamérica.
De hecho, va siendo hora de que en el seno de la ONU se pongan las cartas sobre la mesa y se acepte que gran parte del interés del gobierno estadunidense por mantener sojuzgada a la región, obedece a la permanencia de más de 80 bases militares y la imposición de estrategias como el Plan Colombia, para adueñarse del potencial de hidrocarburos e infinidad de riquezas naturales, a costa de generar más pobreza y atraso económico.
Nada dicen las Naciones Unidas, ni el extraviado y belicoso Trump, sobre las cifras del Banco Mundial del atraso social de Honduras al referir en uno de sus estudios que este país tiene un 64.5 por ciento de la población en situación de pobreza y un 42.6 por ciento en extrema pobreza (menos de 2.5 dólares al día).
En una palabra, los hondureños no solo enfrentan un régimen que ganó de manera fraudulenta en las urnas el pasado año, sino además deben resignarse a vivir con hambre y violencia.
Por ejemplo, un estudio del organismo global refiere que en términos del coeficiente Gini, la desigualdad es del 53.7. Este coeficiente señala que el país más igualitario, Noruega, tiene un índice de 25.9 y el más desigual, Sudáfrica, un 63.4; es decir, que Honduras se encuentra a solo seis puntos de África.
La migración hacia la Unión Americana, como se ha corroborado en las últimas décadas, es una constante en países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Y de hecho, resulta alarmante que en Centroamérica unos 5.4 millones de jóvenes entre 15 y 24 años están excluidos de la educación formal, por lo que crece la barrera que impedirá a la región dar un salto sustancial en la reducción de la pobreza.
Este atraso afecta al 59 por ciento de la población total registrada con los datos de 2014; son 26.5 millones de centroamericanos que carecen de al menos una necesidad básica, de acuerdo con un reporte elaborado por el Consejo Nacional de Rectores (Conare) de las universidades estatales de Costa Rica.
Generaciones enteras han heredado su marginación de padres a hijos y ahora que la brecha entre ricos y pobres se acrecienta por un cada vez más inequitativo reparto de la riqueza, la marginación y el hambre crecen de manera exponencial hasta cancelar toda oportunidad de acceder a una vida digna para millones de centroamericanos.
En Honduras, como en otros países de la región, no hay empleo por el nulo crecimiento económico; las multinacionales lejos de invertir sus ganancias se las llevan al extranjero, dejando a cambio amplias zonas devastadas y poblaciones pauperizadas sin opciones de progreso.
Por demás lamentable, México es un reflejo más de estas políticas neoliberales al no escapar de la privatización de las empresas públicas y la alianza de empresarios locales con las trasnacionales con el fin de saquear las riquezas naturales de miles de comunidades indígenas y campesinas.
La Caravana de los Migrantes ha dejado una cosa en claro: los problemas que aquejan a los hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses y mexicanos son los mismos y debe actuarse en conjunto y de manera consciente, dejando de lado las manipulaciones racistas y discriminatorias, integrando un gran bloque continental que exija al gobierno de EU sacar las manos de la región para permitir que millones de centroamericanos elijan de manera libre a sus gobernantes, sacudiéndose de una vez por todas el modelo neoliberal, responsable del estancamiento económico y social, porque ni con todos los ejércitos Donald Trump podrá detener un problema migratorio cuya responsabilidad mayor está en los lineamientos que desde hace décadas emanan de Washington.
Martín Esparza Flores
Y como cruel paradoja, el gobierno de Donad Trump piensa que militarizando su frontera con México va a terminar con un problema social que en palabras del politólogo Noam Chomsky es generado por el propio gobierno estadunidense, responsable directo de la miseria y los horrores de los que escapan los integrantes de la caravana migrante.
La estrategia de mantener bajo su control absoluto a los gobiernos de Centro y Sudamérica ha llevado a la política estadunidense a niveles de franca barbarie económica, impidiendo a estas naciones lograr un crecimiento económico y una más justa y razonable distribución de la riqueza.
Nadie, está claro, sale de la tierra que lo vio nacer por gusto. Millones son víctimas de regímenes sostenidos sin el apoyo de los ciudadanos por convenir así a los intereses de Estados Unidos. Políticos sumisos hasta la ignominia a los dictados de los organismos internacionales y las trasnacionales, aplicando el neoliberalismo sin ninguna restricción, condenando a millones de personas a vivir en la extrema pobreza y por si esto no bastara, en un clima de generalizada violencia por la impunidad de que gozan poderosas bandas delincuenciales, dedicadas no sólo a la venta y el trasiego de droga, sino a un amplio catálogo de delitos como la trata de personas.
Llama la atención que el gobierno norteamericano e incluso la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) eviten analizar las causas reales que originan esta migración; no sólo en Estados Unidos, sino también en nuestro país se han alzado voces, a través de las redes sociales, tratando de criminalizar a sus integrantes, cuando debería agradecérseles por visibilizar las consecuencias de un capitalismo bárbaro ejecutado por diversos gobiernos del continente, basado en la teoría neoliberal para privatizar empresas públicas y entregar abundantes concesiones a las trasnacionales, relegando a un segundo término el bienestar social de millones de personas.
Por ejemplo, el representante en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH), Jan Jarab, planteó al gobierno mexicano la exigencia de otorgar a los migrantes un trato más humanitario, como los hondureños, quienes atraviesan el territorio nacional para que no caer en manos de grupos delincuenciales, sobre todo los que viajan con mujeres y niños.
Sin duda es loable la posición de Jan Jarab, pero lo sería más si su petición la acompañara de una reflexión al papel que ha jugado Estados Unidos desde hace más de tres décadas, tiempo en el que ha apoyado las dictaduras militares en países como Guatemala, El Salvador y ahora Honduras, responsables directas del brutal atraso económico y social en Centroamérica.
De hecho, va siendo hora de que en el seno de la ONU se pongan las cartas sobre la mesa y se acepte que gran parte del interés del gobierno estadunidense por mantener sojuzgada a la región, obedece a la permanencia de más de 80 bases militares y la imposición de estrategias como el Plan Colombia, para adueñarse del potencial de hidrocarburos e infinidad de riquezas naturales, a costa de generar más pobreza y atraso económico.
Nada dicen las Naciones Unidas, ni el extraviado y belicoso Trump, sobre las cifras del Banco Mundial del atraso social de Honduras al referir en uno de sus estudios que este país tiene un 64.5 por ciento de la población en situación de pobreza y un 42.6 por ciento en extrema pobreza (menos de 2.5 dólares al día).
En una palabra, los hondureños no solo enfrentan un régimen que ganó de manera fraudulenta en las urnas el pasado año, sino además deben resignarse a vivir con hambre y violencia.
Por ejemplo, un estudio del organismo global refiere que en términos del coeficiente Gini, la desigualdad es del 53.7. Este coeficiente señala que el país más igualitario, Noruega, tiene un índice de 25.9 y el más desigual, Sudáfrica, un 63.4; es decir, que Honduras se encuentra a solo seis puntos de África.
La migración hacia la Unión Americana, como se ha corroborado en las últimas décadas, es una constante en países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Y de hecho, resulta alarmante que en Centroamérica unos 5.4 millones de jóvenes entre 15 y 24 años están excluidos de la educación formal, por lo que crece la barrera que impedirá a la región dar un salto sustancial en la reducción de la pobreza.
Este atraso afecta al 59 por ciento de la población total registrada con los datos de 2014; son 26.5 millones de centroamericanos que carecen de al menos una necesidad básica, de acuerdo con un reporte elaborado por el Consejo Nacional de Rectores (Conare) de las universidades estatales de Costa Rica.
Generaciones enteras han heredado su marginación de padres a hijos y ahora que la brecha entre ricos y pobres se acrecienta por un cada vez más inequitativo reparto de la riqueza, la marginación y el hambre crecen de manera exponencial hasta cancelar toda oportunidad de acceder a una vida digna para millones de centroamericanos.
En Honduras, como en otros países de la región, no hay empleo por el nulo crecimiento económico; las multinacionales lejos de invertir sus ganancias se las llevan al extranjero, dejando a cambio amplias zonas devastadas y poblaciones pauperizadas sin opciones de progreso.
Por demás lamentable, México es un reflejo más de estas políticas neoliberales al no escapar de la privatización de las empresas públicas y la alianza de empresarios locales con las trasnacionales con el fin de saquear las riquezas naturales de miles de comunidades indígenas y campesinas.
La Caravana de los Migrantes ha dejado una cosa en claro: los problemas que aquejan a los hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses y mexicanos son los mismos y debe actuarse en conjunto y de manera consciente, dejando de lado las manipulaciones racistas y discriminatorias, integrando un gran bloque continental que exija al gobierno de EU sacar las manos de la región para permitir que millones de centroamericanos elijan de manera libre a sus gobernantes, sacudiéndose de una vez por todas el modelo neoliberal, responsable del estancamiento económico y social, porque ni con todos los ejércitos Donald Trump podrá detener un problema migratorio cuya responsabilidad mayor está en los lineamientos que desde hace décadas emanan de Washington.
Martín Esparza Flores
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